Hasta mediados del siglo XVI, los miembros de la casa de Francia eran llamados simplemente monseigneur, seguido del título de su apanage. A partir del siglo XVI, se multiplican y sobre todo se sistematizan los títulos de los príncipes conforme su cercanía al rey. De forma que comienzan en las actas y escrituras oficiales largos títulos, como por ejemplo Felipe el Bueno era nombrado en estas como: Muy elevado, muy poderoso, muy excelente y muy magnánimo príncipe monseñor Felipe, duque de Borgoña... En lo sucesivo y hasta los siglos XVIII y XIX, los usos de los mismos se afinan y evolucionan en distintas funciones y modos conforme al uso y a la voluntad real.
A partir de finales del siglo XVI, a los miembros de la Casa de Francia se les designa de forma general, con una serie de expresiones unívocas, que son usadas en función del género, el parentesco con el monarca y la cercanía al trono en el orden sucesorio. Las apelaciones son utilizadas de forma corriente y que llegan en ocasiones a incluirse en todas las esferas de la vida, salvo en escrituras o documentos públicos donde se refleja al completo el título del príncipe o princesa. Se aplicaban estas apelaciones tanto a los miembros estrictos de la Familia Real, como a los llamados "príncipes de sangre" (princes du sang). En caso de no ostentar el príncipe una apelación unívoca propia, se usaría en el caso de los varones el monseñor seguido de su título de apanage o de su título, en el caso de las princesas, salvo las hijas del rey, quienes eran conocidas por mademoiselle, seguidas por lo que el rey les señale al nacer, de entre los títulos de su padre, por ejemplo mademoiselle de Montpensier (el título de duque de Montpensier se encontraba entre los ostentados por su padre Felipe II, duque de Orlèans). En cuanto a las menciones hechas a la sucesión al trono, la corona francesa se trasmite únicamente de varón en varón, habido de forma legítima.
El conocimiento de estas expresiones es a menudo necesario para comprender los textos de autores como Retz, Saint-Simon, marquesa de Sévigné o la condesa de Boigne.
Entre el siglo XVI y 1830, la familia real de Francia en sentido estricto, estaba compuesta del rey, de su mujer (la reina), de su madre (la reina madre), de sus hijos e hijas, de las mujeres de sus hijos, de sus hermanos y de sus hijos e hijas solteras, así como en su caso, la mujer, hijas solteras e hijos varones del hijo primogénito del rey y de los miembros stricto sensu de las familias reales de reyes de Francia ya fallecidos.
El orden de dignidad o de préséance (precedencia) de los príncipes era, según el uso francés:
Posteriormente en orden de su cercanía a la sucesión dinástica, dentro de la Casa de Francia, pero no de la Familia Real estrictamente, se encontrarían:
El rey y la reina de Francia no tienen patronímico, lo pierden en su acceso al trono. Firman sólo con su nombre, sin ordinal. Este vacío condujo a los revolucionarios a darles el patronímico Capeto (Capet), retomando el sobrenombre de su primer antepasado masculino conocido.
Los hijos e hijas de Francia llevan el patronímico «de Francia». Los nietos y nietas de Francia llevan como patronímico el nombre del apanage de su padre (es decir del hijo de Francia). Si un hijo de Francia tiene descendencia por línea masculina, este tomará como nombre el nombre de su apanage como en el caso de la Casa de Orleans, que descienden de Felipe, hijo de Francia, duque de Orleans.
Los príncipes de sangre tienen como patronímico el nombre del apanage del hijo de Francia del que descienden.
Aún no formando parte en sentido estricto de la casa de Francia, es necesario tener en cuenta los siguientes casos:
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