Se llamó a 1816 el año sin verano (también conocido como año de la pobreza, el verano que nunca fue y el año que no tuvo verano ) debido a las graves anomalías en el clima global que causaron una disminución en la temperatura mundial de entre 0,4–0,7 °C, lo que resultó en una grave escasez de alimentos en el hemisferio norte. La evidencia sugiere que la anomalía fue causada por la combinación de una histórica caída en la actividad solar con un invierno volcánico provocado por una serie de importantes erupciones volcánicas como la del volcán Mayon en Filipinas en 1814 y coronadas por la erupción del monte Tambora en abril de 1815, en las Indias Orientales Neerlandesas (hoy Indonesia), la erupción más grande conocida en 1300 años. Los eventos sucedieron además durante la década final de la Pequeña Edad de Hielo, un enfriamiento previo que venía produciéndose periódicamente desde mediados del siglo XIV, en torno a 1350.
El historiador John D. Post bautizó este suceso como «la última gran "crisis de supervivencia" del mundo occidental».
Las anormalidades del clima propiciaron un invierno severo que destruyó las cosechas en lugares tan variados como el sur de China, el norte de Europa y el nordeste estadounidense.
En la actualidad se considera que las alteraciones meteorológicas ocurridas en 1815 se produjeron debido a las erupciones volcánicas del Tambora entre el 5 y el 15 de abril en la isla de Sumbawa (Indias Orientales Neerlandesas), lo que arrojó a la atmósfera superior millones de toneladas de polvo, cenizas volcánicas y dióxido de azufre. Como es normal tras una erupción volcánica fuerte, las temperaturas mundiales descendieron debido a la reducción de la luz solar por la capa de polvo en la estratosfera.
Las alteraciones del clima durante ese año tuvieron un gran efecto en el norte de Europa y el nordeste americano. Típicamente, el fin de la primavera y verano del nordeste americano son relativamente estables: las temperaturas en promedio oscilan entre 20 a 25 °C, y raramente caen por debajo de 5 °C, la nieve en verano es una rareza extrema, aunque a veces en mayo hay períodos fríos.
Las consecuencias en todo el planeta fueron desastrosas, ya que las temperaturas bajaron de repente varios grados. Las cosechas se malograron, la lluvia se triplicó en algunas zonas del mundo (como en los polos) y nevó copiosamente en lugares cercanos al ecuador, como el sur de México y Guatemala.
En Massachusets en mayo de 1816, sin embargo, la escarcha quemó la mayoría de las cosechas que se habían plantado, y el 2 de junio una gran tormenta de nieve produjo muchas muertes. En julio y agosto, se observó hielo en ríos y lagos en latitudes tan al sur como Pensilvania y Virginia. Fueron comunes impresionantes y rápidas oscilaciones de temperatura, pasando en cuestión de horas de las normales o superiores a lo normal del verano (tan altas como 35 °C) a cercanas al punto de congelación.
Aunque los granjeros de Nueva Inglaterra consiguieron que las cosechas de maíz y otros granos llegaran a madurar, los precios subieron considerablemente. La avena, por ejemplo, casi multiplicó por ocho su precio, pasando de 12 centavos por bushel del año anterior a 92 centavos.
Europa, que todavía se estaba recuperando de las guerras napoleónicas, padeció la escasez de comida al malograrse las cosechas por las fuertes lluvias y bajas temperaturas. Estallaron disturbios en Gran Bretaña y Francia y se saqueaban almacenes de grano y panaderías. Sin embargo, la violencia fue peor en Suiza, donde los veranos de 1816 y 1817 fueron tan fríos que se formó hielo nuevo en los glaciares, donde el hambre forzó al gobierno a declarar emergencia nacional.
En China, las anómalas bajas temperaturas durante el verano y el otoño asolaron la producción de arroz en la provincia de Yunnan en el sudoeste, extendiendo la hambruna. En el fuerte Shuangcheng, ahora en la provincia de Heilongjiang, se informaba de tierras devastadas por la escarcha tardía, lo que resultó en la deserción de los reclutas. Se produjeron nevadas veraniegas en varias localidades de las provincias de Jiangxi y de Anhui, al sur del país. En Taiwán, que posee clima tropical, nevó en Hsinchu y en Miaoli y heló en Changhua.
En 1920, el climatólogo estadounidense William Humphreys determinó la causa del año sin verano, tras leer un tratado escrito por Benjamin Franklin en 1783 culpando del verano extraordinariamente fresco al polvo volcánico proveniente de la erupción del Laki en Islandia.
Los altos niveles de ceniza en la atmósfera produjeron espectaculares ocasos durante los años siguientes, rasgo que se plasmó en las pinturas de J. M. W. Turner. Un fenómeno similar se observó después en 1883 tras la erupción del Krakatoa.
La falta de avena para alimentar a los caballos pudo haber inspirado al inventor alemán Karl Drais el estudio de nuevas formas de transporte sin animales, inventando la dresina o velocípedo, que fue el antecesor de la actual bicicleta y un paso más hacia el transporte personal mecanizado.
Fue en el año sin verano cuando varios escritores e intelectuales que veraneaban en la Villa Diodati, una mansión cerca de Ginebra, aburridos y hastiados por el mal tiempo y la lluvia incesante que les impedían salir de la mansión, idearon entretenerse contándose historias de terror. Entre estos escritores estaban Lord Byron, Mary Shelley y John Polidori. De esos relatos se concibieron las ideas para las novelas Frankenstein y El vampiro, que serviría de inspiración a Bram Stoker para su célebre Drácula.
Como refería Carmen Gozalo de Andrés en un artículo publicado en RAM (Revista del Aficionado en Meteorología), en noviembre de 2002, «Volcanes y clima. 1816, un año sin verano en el Hemisferio Norte».:
Suiza fue, sin duda, el país europeo que padeció con más rigor las inclemencias meteorológicas de aquella estación estival. Sus viajeros turísticos y veraneantes tuvieron que recluirse muchas jornadas en sus alojamientos, al calor de las chimeneas, para protegerse de los intermitentes temporales de agua y nieve.
Byron había llegado desde Inglaterra, huyendo de la bancarrota y de un matrimonio fracasado. La sociedad londinense le había repudiado abiertamente y decidió expatriarse, dirigiéndose a Suiza, donde alquiló un palacete a orillas del lago Lemán. Era el mes de junio de 1816. Percy Shelley, expulsado de Oxford, había sido desheredado por su padre y el poeta, enamorado de Mary Godwin, abandonó a su esposa e hijos y se escapó a Suiza con ella. Allí visitaron a Byron. La lluvia y tormentas les obligaron a quedarse en Villa Diodati durante varios días. Este palacete, porticado y rodeado de viñedos, en el que John Milton ya se había alojado dos siglos antes, era considerado por la amante de Shelley como un lugar culturalmente sagrado.
Impresionado por la lobreguez del ambiente, con el cielo totalmente cubierto de oscurísimas nubes que ocultaron el sol durante tres días, Byron rememoró, como una auténtica pesadilla, aquellos días vividos en tierras helvéticas, componiendo un poema de 82 versos, al que llamó “Darkness” (Oscuridad), que comienza así:
OSCURIDAD
Tuve un sueño, que no fue un sueño.
El sol se había extinguido y las estrellas
vagaban a oscuras en el espacio eterno.
Sin luz y sin rumbo, la helada tierra
oscilaba ciega y negra en el cielo sin luna.
Llegó el alba y se fue.
Y llegó de nuevo, sin traer el día.
Y el hombre olvidó sus pasiones
Los biógrafos de los Shelley y de Byron coinciden en que, en las continuas tertulias compartidas aquel verano de 1816, retenidos por las inclemencias meteorológicas en Villa Diodati, tras una apuesta, imaginaron posibles relatos protagonizados por personajes terroríficos.
Mary Godwin, entonces amante y futura esposa del poeta Shelley, era una jovencísima novelista de solo diecinueve años. Concibió en aquellos días el personaje literario más abominable creado jamás por una mujer: el monstruo de Frankenstein. En la autobiografía de esta escritora aparecen abundantes datos sobre la inclemencia del tiempo y el avance de los glaciares suizos en el verano de 1816.
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