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Abuso sexual de niños



El abuso sexual infantil (también, abuso sexual de personas menores de edad) es la conducta en la que una niña o niño es utilizado como objeto sexual, existiendo o no una relación con la persona, y siendo esta simétrica o asimétrica. Es decir, que exista vulneración ya sea por un par o por una persona donde haya desigualdad, en lo que respecta a la edad, a la madurez y al poder.[1]

En la mayoría de los casos el abuso sexual es una experiencia traumática. La niña o niño lo vive como un atentado contra su integridad física y psicológica. Puede afectar a su desarrollo psicoemocional, así como su respuesta sexual en la vida adulta, por lo que se considera un tipo de maltrato infantil. Las respuestas psicoemocionales y secuelas en niñas y niños pueden ser similares a las que se observan en casos de maltrato físico, abandono emocional, etc.[3]​ La mayoría de las víctimas requieren apoyo psicológico para evitar sufrir secuelas del abuso en su vida adulta.

La legislación internacional y la de la mayoría de los países modernos considera que es un delito, aunque los conceptos psicológico y jurídico del abuso no siempre coinciden, y no existe consenso sobre los procesamientos jurídicos de los agresores.

Los estudios sobre el tema muestran que la mayoría de los agresores son varones (entre un 80 y un 95% de los casos) heterosexuales que utilizan como estrategia la confianza, los lazos familiares, el chantaje y la manipulación para consumar el abuso. La media de edad de las víctimas está entre los 8 y los 14 años. En estas edades se produce un tercio de todas las agresiones sexuales. El número de niñas que sufren abusos es entre 1,5 y 3 veces mayor que el de niños.Según un cálculo de las llamadas «cifras ocultas»,[4]​ entre el 5 y el 10% de los varones han sido objeto en su infancia de abusos sexuales y, de ellos, aproximadamente la mitad ha sufrido un único abuso. El género es un factor determinante para la detección del abuso sexual. Ser hombre es un obstáculo para reconocer este tipo de violencia sexual y por ende, para denunciarla.

Entre el 65 y el 85% de los agresores pertenecen al círculo social o familiar de la víctima.[5]​ Los agresores desconocidos constituyen la cuarta parte de los casos y, normalmente, ejercen actos de exhibicionismo y son dirigidos a niñas y niños con la misma frecuencia. Entre el 20 y el 30% de los agresores son menores.

Los testimonios de las personas que han sido objeto de abusos sexuales suelen ser ciertos. El síndrome de la «memoria falsa» o falsos recuerdos es poco frecuente en adultos supervivientes de abuso sexual debido a que se trata de sucesos que dejan una impronta muy relevante en la memoria.

La APA (American Psychological Association ‘Asociación Psicológica Americana’) cuestiona la existencia del síndrome de memoria implantada (no reconocido por el DSM-IV). En su informe oficial sobre el tema[6]​ declara que no se debe considerar que los recuerdos de abuso sexual infantil de los adultos sean falsas memorias implantadas (aun cuando no haya pruebas que permitan interpretarlos literalmente como verdades históricas), ya que existen pruebas de que los abusos sexuales padecidos durante la infancia pueden ser tan traumáticos que algunas veces se olvidan y reaparecen en la adultez.

En algunos casos se observa disociación y amnesia selectiva: la víctima elimina recuerdos dolorosos o traumatizantes ocurridos durante el período en el que ocurrió el abuso.

Solo el 7% de las denuncias presentadas por niños resultan ser falsas, aunque este porcentaje aumenta considerablemente cuando el niño está viviendo un proceso de divorcio conflictivo entre sus padres.[7]

El abuso sexual a menores se define desde dos ópticas que no siempre coinciden: la jurídica y la psicológica. Por ejemplo, en México la legislación está determinada por cada entidad y no existe un consenso jurídico sobre la tipificación de estos delitos. La valoración jurídica de los delitos depende del grado de contacto físico entre los órganos sexuales del agresor y la víctima, algo que no está necesariamente correlacionado con la variación en el grado de trauma psicológico.[8]

Desde el punto de vista jurídico, los abusos sexuales a menores se han concretado en figuras como la violación, el abuso deshonesto, y el estupro.[9]

Existen problemas para definir con precisión el concepto en psicología; estas son algunas diferencias entre los criterios:

No obstante, existe cierto consenso en la idea de que:

La bibliografía especializada utiliza los términos «abuso sexual», «abuso sexual infantil», «abuso sexual en la infancia», «abuso sexual a menores», «abuso sexual a niños», etc.

En el lenguaje común de algunos países[11]​ se conoce como «pederastia»,[12][13]​ que puede usarse como sinónimo de «pedofilia».[14]​ Etimológicamente, tanto pedofilia como pederastia son palabras procedentes del griego y se basan en el término paidós: ‘muchacho o niño’. Pedofilia proviene de la unión de las palabras paidós y filia: ‘amistad, amor’. Pederastia (παιδεραστία o paiderastía en griego) proviene de paidós y erastês: ‘amante’.

A quien comete el abuso se le conoce como «abusador», «abusador de menores», «abusador de niños», «agresor sexual (infantil)», «pederasta», etc.

Históricamente la pederastia no ha sido siempre asociada al abuso. En la Antigua Grecia, por ejemplo, se consideraba que era una relación aceptable entre un adolescente y un adulto.[15]

Clínicamente, la patología que sufren la mayoría de los agresores se llama pedofilia:

Consecuentemente, la persona que sufre esa parafilia se denomina «pedófilo». Con todo, no es frecuente que en los estudios sobre el tema se utilice ese término como sinónimo estricto de «abusador sexual». Por un lado, algunos pedófilos nunca llegan a abusar de niños, sino que se quedan en los límites de las fantasías sexuales. Por otro, algunos agresores cometen el abuso como reacción a su frustración en sus relaciones con adultos, que son el verdadero objeto de sus inclinaciones sexuales; de ahí que no sean, estrictamente, «pedófilos». A veces se circunscribe el término «pedófilo» a los agresores primarios, que son los que justifican su inclinación y conducta con criterios racionales. Algunos especialistas no hacen distinción entre ambos conceptos.[17]

Las tradiciones culturales e históricas repercuten en la forma con que cada sociedad afronta el problema. Los contextos socioculturales marcan las pautas desde sus propias construcciones comunitarias y sus relaciones de poder, de sus ritos de paso, de sus imaginarios y desde sus vínculos parentales. La cultura da las pautas de lo prohibido y lo permitido y a partir de esas pautas acepta o rechaza las prácticas de abuso sexual infantil. El abuso sexual infantil es una forma de violencia sexual a la que se somete el cuerpo de un niño, que suele ocurrir en la familia, el entorno del que el niño espera cuidado y protección.

El polémico Informe Kinsey, creado en los años cincuenta, muestra los resultados de encuestas realizadas por hombres y mujeres adultos en algunos casos se reconocían como heterosexuales, en las cuales Alfred Kinsey observó, entre otros muchos indicadores, que «se registraron los contactos sexuales entre niñas y adultos como una fuente de placer para estas jovencitas, que podrían conducir a un mejor desarrollo social y sexual en su vida posterior». Según Wardell Pomeroy, coautor del informe, sexólogo y educador sexual, la investigación de Kinsey descubrió «muchas relaciones agradables y satisfactorias entre padres e hijas».[cita requerida]

Esto sugiere la existencia de un fenómeno adicional en el abuso sexual infantil incestuoso: la seducción. Lo que significaría que el padre utiliza una estrategia basada en un trato especial hacia la hija víctima del incesto, como caricias y regalos, dando lugar a una erotización temprana y provocando sentimientos ambivalentes en ella. La situación podría llegar hasta un enamoramiento de tipo romántico, en el que la hija realiza la fantasía edípica de sustituir a la madre en su imaginario infantil.[cita requerida]

Varios factores impiden una identificación precisa del alcance del problema dentro de la sociedad actual:

Por consiguiente, la realización de estudios o encuestas encaminadas a determinar la extensión de la práctica de abusos sexuales está condicionada por múltiples factores, lo que obliga a considerar sus resultados con cautela.[cita requerida]

Se ha estimado que en España más de 3300 menores fueron víctimas de abusos sexuales entre 2013 y 2015.[19]

Los agresores sexuales de menores son mayoritariamente hombres (aproximadamente un 87%, y de más edad que los agresores de mujeres adultas, respecto de los que desempeñan profesiones más cualificadas y mantienen trabajos más estables) casados y familiares o allegados del menor, por lo que tienen una relación previa de confianza con este (solo entre el 15 y el 35% de los agresores sexuales son completos desconocidos para el menor); cometen el abuso en la etapa media de su vida (entre los 30 y los 50 años), aunque la mitad de ellos manifestaron conductas tendentes al abuso cuando tenían menos de 16 años (recuérdese que entre un 20 y un 30% de las agresiones sexuales a menores son cometidas por otros menores). Las mujeres agresoras suelen ser mujeres maduras que cometen el abuso sobre adolescentes. El número real de las abusadoras femeninas de menores podría estar mal por las estimaciones disponibles, por razones, incluyendo una «tendencia social para descartar el impacto negativo de las relaciones sexuales entre los niños y las mujeres adultas, así como un mayor acceso de las mujeres a los niños muy pequeños que no puede reportar el abuso», entre otras explicaciones.

El agresor sexual es una persona de apariencia, inteligencia y vida normal. Con todo,

Según un estudio,[21]​ la mitad de ellos no recibió ningún tipo de expresión de afecto durante su infancia, presenta problemas con el consumo de alcohol y no presenta déficit en habilidades sociales, aunque sí falta de empatía hacia sus víctimas, negando además el delito (rasgos no necesariamente acumulables en cada individuo).

También se ha señalado que la personalidad del agresor, que disfrutaría sometiendo a un niño y causando un sufrimiento, se encuadra dentro de lo que se denomina «estructura psicológica perversa».[22]

Se pueden distinguir dos grandes tipos de agresores: los primarios y los secundarios o situacionales.

El término pedofilia es comúnmente utilizado por el público para describir todos los delincuentes de abuso sexual infantil. Este uso se considera problemático por los investigadores, debido a que muchos abusadores de niños no tienen un fuerte interés sexual en los niños prepúberes, por lo tanto, no son pedófilos. Como el abuso sexual infantil no es automáticamente un indicador de que su autor es un pedófilo, los delincuentes pueden separarse en dos tipos: pedófilo y no pedófilo[24]​ (o preferencial y situacional). Las estimaciones para la tasa de pedofilia en abusadores de menores detectados, generalmente oscilan entre 25% y 50%.[25]

Hay motivos por los que el abuso sexual infantil no está relacionado con la pedofilia, tales como el estrés, problemas de pareja, la falta de disponibilidad de un compañero adulto, tendencias anti-sociales generales, alto deseo sexual, problemas de origen psicológico o social, abuso del alcohol o de las drogas, los estados depresivos, el escaso autocontrol e, incluso, en algunos casos, leve retraso mental.[26]

Muchos pedófilos, al ser descubiertos, niegan sus acciones e, incluso, llegan a negárselas a sí mismos. Otra actitud frecuente es la relativización de la trascendencia de los hechos (están convencidos de la imposibilidad de causarle problemas al menor o aluden a un factor de enamoramiento como justificante de la acción sexual) o el dirigir la responsabilidad hacia el menor, que es quien les ha fascinado para cometer los abusos.[27]

La doctora Irene Intebi, experta en abuso sexual infantil,[28]​ explica:

Algunos autores han clasificado a los agresores según:

Estas concepciones, que hasta comienzos de los años ochenta guiaban a los investigadores, se fueron desdibujando con el tiempo al existir más casuística y comprobar que, como los agresores no constituyen un grupo homogéneo, los casilleros son compartidos y a grandes rasgos. Un pedófilo puede ser heterosexual, estar casado y, sin embargo, abusar tanto de niñas como de varones; un padre biológico incestuoso puede abusar de sus propios hijos y, al mismo tiempo, de niños extraños y además haber violado mujeres adultas.[30]​ Contrario a la creencia popular, un agresor sexual que abusa de niños y es menor de edad también puede ser considerado formalmente pedófilo si se cumplen los requisitos para ser diagnosticado con tal trastorno.
No existe un perfil único que pueda englobar a todos los agresores, ni características que sean comunes a todos los agresores. Lo único que tienen en común todos los agresores de niños es un deseo sexual dirigido a menores y una clara disposición a atacarlos.[29]

De acuerdo con su experiencia profesional, William E. Prendergast, especialista en el tratamiento de ofensores sexuales, afirma que la mayoría de los agresores son personas agradables, educadas, caballeros, cooperadores, de buen comportamiento y muy trabajadores, que hacen todo lo posible para agradar y ser aceptados.[31]

La violencia en los abusos sexuales se da en los casos en que el trastorno narcisista de la personalidad está asociado a graves rasgos asociales, [con lo que] las determinantes inconscientes del comportamiento sexual se conectarían con las dinámicas del sadismo convirtiéndose en peligrosas, porque la conquista sexual del niño, en este caso, representaría un instrumento de venganza por los abusos sufridos en la infancia y el modo de ejercer el propio e incontrovertible dominio -bajo la forma de deshumanización y humillación- sobre otro ser humano. Un sentimiento de triunfo acompaña la transformación de un drama pasivo en una victimización perpetrado activamente: el niño es visto como un objeto que puede ser fácilmente orientado y aterrorizado, que no provoca frustración y no tiene posibilidad de vengarse.

Entre los factores que podrían favorecer la aparición de este tipo de pederastia se encuentran la violencia (violaciones, crueldad...) ejercida contra el individuo en su infancia (especialmente, si los agentes fueron sus propios padres) y el haber vivido en ambientes familiares muy desestructurados, con episodios de violencia en los que el individuo no tuvo la oportunidad de intervenir para mejorarlos.[32]

Los niños con mayor riesgo de ser objeto de abusos son:

El abuso sexual de un menor es un proceso que consta generalmente de varias etapas o fases:

Dentro de los abusos sexuales, es importante distinguir aquellos que van acompañados de violencia de aquellos que no.

Las consecuencias del abuso sexual a corto plazo son, en general, devastadoras para el funcionamiento psicológico de la víctima, sobre todo cuando el agresor es un miembro de la misma familia. Las consecuencias a largo plazo son más inciertas, si bien hay una cierta correlación entre el abuso sexual sufrido en la infancia y la aparición de alteraciones emocionales o de comportamientos sexuales inadaptativos en la vida adulta. No deja de ser significativo que un 25 % de los niños abusados sexualmente se conviertan ellos mismos en abusadores cuando llegan a ser adultos.

Los tipos específicos de abusos sexuales más frecuentes son los siguientes:

El tipo de conductas que se llevan más a cabo (normalmente, repetidas) son los tocamientos y la masturbación mutua; en cuanto a la penetración -oral, vaginal o anal- es menos frecuente.[34]

El abuso sexual de menores en el ámbito familiar es una realidad compleja en la que los factores que pueden configurar un contexto favorable a los mismos son variados y diversos. En principio, el factor crítico no es tanto la consanguinidad entre los participantes, sino el papel parental que desempeña el adulto respecto del menor. Los casos más frecuentes (70-80%) entre los denunciados son los de padrastro-hija y padre-hija. La edad media del menor está entre los 6 años y los 12, y la relación se remonta a un tiempo bastante anterior a su descubrimiento con una duración de unos dos años. Si la familia cuenta con más de un hijo, es normal que los abusos afecten también a más de uno de ellos.

La casuística clínica muestra que

El silencio que recubre la práctica de abusos sexuales dentro de las familias dificulta su conocimiento en un plazo corto de tiempo y, de hecho, los informes de las víctimas suelen ser retrospectivos, frecuentemente obtenidos en el proceso terapéutico. El silencio al respecto por parte del menor obedece a diversos motivos: miedo a no ser creído (de hecho, son frecuentes los casos de incredulidad explícita por parte de familiares no implicados ante las denuncias de los menores); chantajes por parte del adulto; vergüenza por la posible publicidad del asunto; sentimientos de culpa (además, existe la posibilidad de que se detenga al familiar); temor a la pérdida de referentes afectivos; y, sobre todo, la manipulación sobre el sistema perceptivo del menor que realiza el adulto, en forma de una confusión generada al difuminar la identidad exacta del acto que ha constituido el abuso. En este sentido, el menor

Por lo demás, la práctica de este tipo de incesto no es exclusiva de familias desestructuradas, sino que se puede encontrar también en ámbitos más estables; en este sentido, el descubrimiento de los casos acaecidos en estos últimos resulta mucho más dificultoso, pues los primeros suelen aflorar en los hospitales.

La característica esencial de las familias donde se dan abusos sexuales a los menores es que presentan algún tipo de disfuncionalidad que comporta, normalmente, su tendencia a encerrarse en sí mismas y a aislarse socialmente. Se trata, además, de grupos donde el miedo a la ruptura familiar es perceptible (motivado, en ocasiones, por las dificultades económicas que podría acarrear); consecuentemente, el incesto puede llegar a cumplir la función secundaria de mantener unida a la familia:

El agresor, en estos casos, suele ocupar una posición dominante en el seno de la familia y actúa impidiendo las relaciones de sus miembros con el exterior. En cuanto a la hija, de ser ella la víctima, suele ser la mayor y haber intercambiado su papel familiar con el de la madre, de la que se halla distanciada emocionalmente (es frecuente la presencia en estas familias de madres perturbadas psíquicamente o alcoholizadas).

Se han identificado[39]​ dos grandes tipos de familias proclives a la práctica de abusos sexuales sobre sus menores, caracterizadas ambas por la presencia de parejas de progenitores en las que uno de los miembros es el dominante y autoritario y el otro el subordinado y pasivo. Los hijos suelen estar implicados, consecuentemente, en la relación de pareja con funciones sustitutivas:

Existen dos grandes tipos de indicios[41]​ que pueden sugerir la existencia de abusos sexuales sobre un menor: los problemas conductuales y las dificultades emocionales.

En el primer tipo se incluyen, entre otros, problemas como el fracaso escolar, la negativa a hablar o a interrelacionarse afectivamente con los demás, la tendencia a la mentira, la promiscuidad y excesiva reactividad sexual, los ataques de ira, las conductas autolesivas, la tendencia a la fuga y el vagabundeo, etc.

En el segundo tipo se encuentran dificultades como la depresión, la ansiedad, la baja autoestima, los sentimientos de impotencia, la dificultad para confiar en los demás, determinados síntomas psicosomáticos (dolores en diversas partes del cuerpo, por ejemplo), trastornos del sueño o, por el contrario, deseo constante de refugiarse en él, etc.

Una gran cantidad de estudios[42]​ indican que la mayoría de las víctimas infantiles de abusos sexuales sufren daños como consecuencia de los mismos:

Con todo,

El impacto de la agresión sexual está condicionado por, al menos, cuatro variables que se hallan interrelacionadas:

Por otra parte, se ha estudiado también el dilema al que se enfrentan los niños que han sufrido un abuso cuando han intentado comunicar su experiencia, y que explicaría los enormes problemas que tienen los menores para contar con coherencia y de inmediato la agresión sufrida. R. C. Summit definió, en este sentido, el CSAAS (Child Sexual Abuse Accomodation Syndrome ‘Síndrome de acomodación del niño al abuso sexual’) de acuerdo con cinco etapas:[46]

Por lo demás, algunos agresores fomentan el silencio de la víctima sugiriéndole a esta que lo que ha ocurrido es un secreto compartido, o amenazándola directamente.

En cuanto a las consecuencias de los abusos sexuales intrafamiliares,

Según Jean Goodwin,[48]​ se pueden describir las consecuencias de este tipo de abusos atendiendo a los distintos estadios del desarrollo: infancia, edad preescolar, edad de latencia, adolescencia y edad adulta.

En la infancia, además de algunos síntomas fisiológicos, se produce un miedo inesperado a los hombres o un apego a la madre también excesivo.

La edad preescolar (4-6 años) es la etapa en la que se producen las situaciones más complejas, debido a que el menor siente auténtico terror ante la posibilidad de perder el afecto y la protección de su familia, por lo que tiene fuertes sentimientos de culpa ante los hechos acaecidos.

La edad de latencia (6-12 años) presenta el mayor porcentaje de menores que confiesan haber sufrido abusos familiares. Aun siendo ya conscientes de lo que les ha pasado, suelen usar la fantasía como defensa y suelen expresarse metafóricamente al respecto. Entre las consecuencias más evidentes están el rechazo a la escuela y la idealización de la familia.



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