El accidente cerebrovascular (ACV) es una afección médica en la que el flujo sanguíneo deficiente al cerebro produce muerte celular. Se consideran sinónimos ictus, infarto cerebral, derrame cerebral o, menos frecuentemente, apoplejía o ataque cerebrovascular.
Según la Organización Mundial de la Salud los ACV son, junto a la enfermedad de las arterias coronarias, las principales enfermedades cardiovasculares. El mismo organismo internacional estima que en 2015 murieron 17,7 millones de personas a causa de las enfermedades cardiovasculares. Del total de estas muertes, 6,7 millones corresponde a los ACV.
En la década de 1970, la Organización Mundial de la Salud definió el accidente cerebrovascular como un "déficit neurológico de causa cerebrovascular que persiste más allá de las 24 horas o se interrumpe por la muerte dentro de las 24 horas", aunque la palabra «accidente cerebrovascular» tiene siglos de antigüedad. Se suponía que esta definición reflejaba la reversibilidad del daño tisular y se diseñó para tal fin, eligiendo arbitrariamente el plazo de 24 horas. El límite de 24 horas divide el accidente cerebrovascular del accidente isquémico transitorio, que es un síndrome relacionado con síntomas de accidente cerebrovascular que se resuelven por completo en 24 horas. Con la disponibilidad de tratamientos que pueden reducir la gravedad del accidente cerebrovascular cuando se administran temprano, muchos ahora prefieren una terminología alternativa, como ataque cerebral y síndrome cerebrovascular isquémico agudo (modelado después de un ataque cardíaco y síndrome coronario agudo, respectivamente), para reflejar la urgencia de los síntomas del accidente cerebrovascular y la necesidad de actuar con rapidez.
La principal causa es la presión arterial elevada, a la que sigue el sedentarismo (poca movilidad corporal, en especial de las extremidades inferiores: falta de caminatas que duren al menos media hora al día), el alto consumo de radicales provenientes, entre otros, del tabaco, frituras o grasas hidrogenadas, a lo que puede sumarse el consumo excesivo de alcohol, de tabaco o de drogas, así como padecer problemas cardíacos como la fibrilación auricular u otras afecciones inicialmente no cardíacas ni vasculares como diabetes o estrés; cualquiera de estos factores, o más de uno al mismo tiempo, predisponen a sufrir ACV. La enfermedad celíaca puede provocar, si no se trata, este tipo de ataques, especialmente en personas jóvenes y niños; no obstante, suele pasarse por alto, sin reconocer ni diagnosticar, principalmente por cursar sin síntomas digestivos evidentes. Los retrasos en el diagnóstico pueden hacer que los daños sean irreversibles.
El ataque cerebrovascular tiene dos formas bien diferenciadas:
Las enfermedades cerebrovasculares constituyen, en la actualidad, uno de los problemas de salud pública más importantes. Son la tercera causa de muerte en el mundo occidental, la primera causa de invalidez permanente entre las personas adultas y una de las principales causas de déficit neurológico en el anciano. No obstante, se ha demostrado que los ataques cerebrovasculares (ACV) en niños de 0 a 14 años son los que tienen mayor tasa de recuperación, debido a que tienen un cerebro flexible y joven.
El daño cerebral supone una ruptura en la trayectoria vital del paciente y, por su elevado coste sociosanitario, condiciona las situaciones familiares, sociales e institucionales.
En el accidente cerebrovascular trombótico, generalmente se forma un trombo (coágulo de sangre) alrededor de las placas ateroscleróticas. Dado que el bloqueo de la arteria es gradual, la aparición de accidentes cerebrovasculares trombóticos sintomáticos es más lenta que la de un accidente cerebrovascular hemorrágico. Un trombo en sí (incluso si no bloquea por completo el vaso sanguíneo) puede provocar un accidente cerebrovascular embólico si el trombo se rompe y viaja por el torrente sanguíneo, momento en el que se denomina émbolo. Dos tipos de trombosis pueden causar un accidente cerebrovascular:
La anemia de células falciformes, que puede hacer que las células sanguíneas se acumulen y bloqueen los vasos sanguíneos, también puede provocar un accidente cerebrovascular. Un accidente cerebrovascular es la segunda causa principal de muerte en personas menores de 20 años con anemia de células falciformes. La contaminación del aire también puede aumentar el riesgo de accidente cerebrovascular.
La trombosis del seno venoso cerebral conduce a un accidente cerebrovascular debido al aumento local de la presión venosa, que excede la presión generada por las arterias. Es más probable que los infartos experimenten una transformación hemorrágica (fuga de sangre hacia el área dañada) que otros tipos de accidente cerebrovascular isquémico.
Incidencia por edad y sexo:
Mortalidad:
Morbilidad:
Otros problemas que presentan derivados del ictus se refieren a: epilepsia, espasticidad, incontinencia urinaria, problemas intestinales, úlceras de decúbito, etc.
El número de personas afectadas, la duración, gravedad y variedad de las secuelas, su repercusión en la calidad de vida de los afectados y sus familias, sus consecuencias económicas y productivas convierten al daño cerebral adquirido en un problema sociosanitario de primera magnitud.
Según su etiología, un ataque cerebrovascular (ACV) tiene dos variantes: isquémicos (embólico y trombótico) y hemorrágicos. El cuadro clínico es variado y depende del área encefálica afectada.
Un ataque cerebrovascular isquémico o ataque cerebrovascular oclusivo, también llamado infarto cerebral, se presenta cuando la estructura pierde la irrigación sanguínea debido a la interrupción súbita e inmediata del flujo sanguíneo, lo que genera la aparición de una zona infartada y es en ese momento en el cual ocurre el verdadero «infarto cerebral», y se debe solo a la oclusión de alguna de las arterias que irrigan la masa encefálica, ya sea por acumulación de fibrina o de calcio o por alguna anormalidad en los eritrocitos, pero generalmente es por arteriosclerosis (también ateroesclerosis, de ateroma) o bien por un émbolo (embolia cerebral) que procede de otra localización, fundamentalmente el corazón u otras arterias (como la bifurcación de la carótidas o del arco aórtico). La isquemia de las arterias cerebrales puede producirse por los siguientes mecanismos y procesos:
Estenosis de las arterias (vasoconstricción) reactiva a multitud de procesos (vasoespasmo cerebral). Con frecuencia se debe a una disminución del gasto cardíaco o de la tensión arterial grave y mantenida, lo que genera una estenosis y el consecuente bajo flujo cerebral.
Es muy importante controlar la fibrilación auricular cardíaca, ya que las fibrilaciones del corazón forman trombos que pueden llegar al cerebro, provocándole ACVs.
Se forma un coágulo (trombo) en una de las arterias que irrigan el cerebro, lo que provoca la isquemia; este fenómeno se ve favorecido por la presencia de placas de aterosclerosis en las arterias cerebrales.
Es consecuencia de un coágulo formado en una vena de otra parte del cuerpo (émbolo) y que, tras desprenderse total o parcialmente, viaja hacia el cerebro a través del torrente sanguíneo. También puede deberse a otro material llegado al torrente circulatorio por diferentes motivos. Habitualmente es un coágulo formado en el corazón, o también una fractura (embolismo graso), un tumor (embolismo metastásico), un fármaco o incluso una burbuja de aire. Al llegar a las pequeñas arterias cerebrales, el émbolo queda encallado cuando su tamaño supera el calibre de estas, dando lugar al fenómeno isquémico.
Estenosis por fenómenos compresivos sobre la pared vascular: abscesos, quistes, tumores y otros.
Se deben a la rotura de un vaso sanguíneo encefálico debido a un pico hipertensivo o a un aneurisma congénito. Pueden clasificarse en: intraparenquimatosos y hemorragia subaracnoidea.
La hemorragia conduce al ataque cerebrovascular (ACV) por dos mecanismos. Por una parte, priva de riego al área cerebral dependiente de esa arteria, pero por otra parte la sangre extravasada ejerce compresión sobre las estructuras cerebrales, incluidos otros vasos sanguíneos, lo que aumenta el área afectada. Ulteriormente, debido a las diferencias de presión osmótica, el hematoma producido atrae líquido plasmático, con lo que aumenta nuevamente el efecto compresivo local. Es por este mecanismo por lo que la valoración de la gravedad y el pronóstico médico de una hemorragia cerebral se demora 24 a 48 horas hasta la total definición del área afectada. Las causas más frecuentes de hemorragia cerebral son la hipertensión arterial y los aneurismas cerebrales.
Los síntomas de un ataque cerebrovascular son muy variados, en función del área cerebral afectada: pueden ser síntomas puramente sensoriales o puramente motores o una combinación de ambos (sensitivomotores). Los más frecuentemente diagnosticados son:
No obstante, numerosos cuadros de ataque cerebrovascular (ACV) de baja intensidad y duración pasan inadvertidos, debido a lo anodino de la sintomatología: parestesias, debilidad de un grupo muscular poco específico (su actividad es suplida por otros grupos musculares), episodios amnésicos breves, pequeña desorientación y otros. Son estos síntomas menores los más frecuentes, y tienen una gran importancia, porque dan un aviso prematuro acerca de la patología subyacente.
En realidad los primeros auxilios que corresponden a un ataque cerebrovascular (ACV), una hemorragia cerebral o ictus debe llevarlos a cabo, lo más pronto posible, el personal médico, y deberá mantenerse, mientras tanto, a la persona afectada en la mayor calma e inmovilidad posibles (sin esfuerzos ni violencia) hasta la llegada del personal médico (sin administrar al afectado ningún fármaco no prescrito por autoridad médica). Las cuatro primeras horas son cruciales para la atención de quien sufre un ACV, y durante ese lapso es necesaria la participación del personal médico.
Para considerar la existencia de un ACV, por leve que este sea —es necesario recordar que un ataque cerebrovascular (ACV) leve puede transformarse en uno grave—, se debe tener en cuenta el siguiente cuadro sintomático, llamado en inglés FAST (‘rápido’, en la traducción al español, ya que ante estos síntomas la atención médica debe ser urgente), que en inglés son las iniciales de Face Arm Speech Time, ‘prueba de rostro (face), brazos (arms) y habla (speech)’, que consiste en lo siguiente:
Se requiere de un programa de rehabilitación interdisciplinaria que provea una asistencia integrada para las personas que han sobrevivido a un ataque cerebral. Esta debe atender tanto los aspectos motores como los relacionados con el habla, los trastornos visuales, las actividades de la vida diaria y las secuelas incapacitantes como la espasticidad, para que el sobreviviente del ACV puedan alcanzar un grado de independencia suficiente como para retomar, al menos parcialmente, sus actividades habituales. Este equipo interdisciplinario debe estar formado por fisioterapeutas, neuropsicólogos, fonoaudiólogos (logopedas), terapeutas ocupacionales, y los relacionados con la medicina, como el médico rehabilitador o fisiatra, el psiquiatra y el neurólogo.
Otro grupo que se ve afectado luego de un ACV son los familiares y amigos de la persona quienes requieren de orientación sobre la mejor manera de acompañar a la persona que se está recuperando de su ataque cerebral. Esto fundamentalmente porque, ante la incertidumbre y angustia en la que se encuentran, pueden actuar obstaculizando el proceso de rehabilitación.
Una revisión sistemática de 15 estudios, la mayoría realizados en Asia, particularmente China, y uno en Sudáfrica, encontró evidencia de que la rehabilitación comunitaria genera un impacto positivo en personas con discapacidades. De seis estudios centrados en personas con discapacidades físicas, tres mostraron efectos beneficiosos para casos de apoplejía. Resulta necesaria una evaluación costo-efectividad de las rehabilitaciones que permita evaluar la asignación de los recursos.
El 29 de octubre es el Día Mundial de Lucha contra el ACV.
En 2016, el programa La Marató de TV3 hizo una campaña para conseguir dinero para investigar sobre el Ictus y las lesiones medulares y cerebrales traumáticas.
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