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Aceña



Aceña (antigua acenia), término de origen árabe, denomina un complejo hidráulico uitizado en la península ibérica desde el siglo VIII.[1]​ El término puede hacer referencia indistintamente al conjunto de la construcción, al azud (o la “azuda”) y canales que la complementan, y de una manera más técnica al ingenio hidráulico hecho de madera y cuya rueda motriz se encuentra instalada en sentido vertical y con su eje horizontal, para recibir de forma directa el flujo del agua (a diferencia del molino tradicional ‘pollagriego’ que presenta su rueda hidráulica en sentido horizontal, paralela a la rueda molinera y a la superficie del agua).[2][3]

Aceña (o acenia) toma su sentido del concepto sinónimo «elevadora», originado en el término «assánya» del árabe hispánico, derivado de la voz del árabe clásico «sāniyah». Para la Real Academia Española define, en su primera acepción a todo molino hidráulico harinero construido en la ribera de una corriente de agua;[a]​ aunque, siguiendo a la misma institución, puede usarse como sinónimo de «azud», como ingenio para el regadío y, por extensión de este concepto, como «acequia» o «canal».[4]

A partir de su origen griego y romano, e introducido en la península ibérica por los musulmanes, el ingenio hidráulico llamado aceña en gran parte de lo que luego conformaría el territorio español ha sido considerado por algunos historiadores, como uno de los prototipos básicos del molino tradicional.[2][5][6]

Descrita por el ingeniero militar Marco Vitruvio ya en el primer siglo a. C., la renuencia de los propios romanos a utilizar una máquina cuyo trabajo cubría el estamento social de los esclavos hizo que el molino hidráulico no se extendiera en la península ibérica hasta la llegada de los musulmanes en el siglo vii.[7]

Julio Caro Baroja sitúa la «gran revolución» de la molinería en el País Vasco en el siglo xiii,[8]​ cuando el ingenio conocido en la península ibérica como aceña (molino con rueda hidráulica de eje horizontal), evolucionó hacia el molino hidráulico de eje vertical con rueda colocada en sentido horizontal.[2]​ Por su parte, Pierre Cuvillier localiza dicha evolución en la Cataluña del siglo xiv.[9]

El primer molino de eje vertical ‘evolucionado’ que aparece representado, está datado en 1430 y localizado en Bohemia;[10]​ medio siglo después el arquitecto, escultor y pintor sienés Francesco di Giorgio los pintó en la Italia de 1475, periodo en que también los representaría Leonardo (1452-1519).[2]

Todo parece indicar que en su origen, las aceñas se construían en el propio cauce del río, para que la fuerza motriz del agua hiciera girar una rueda hidráulica vertical de paletas –emparentada con las llamadas ruedas vitruvianas–, que trasmitía «el movimiento de giro del eje horizontal de la rueda al eje vertical de una piedra de moler», gracias al conjunto mecánico de la catalina y la linterna.[b][11]

Para aprovechar mejor la corriente de agua, aumentar su velocidad o caudal y depender menos del estiaje, se crearon represas o azudes y se construyeron acequias o canales que desviaban parte del curso del río hasta el molino, sin necesidad de que este estuviera dentro del agua; de ahí que fueran conocidos como molinos "de caz" o "cauce" (al estar provistos de un azud o presa que embalsaba y canalizaba el agua). Este artefacto permitió además modificar la altura o nivel del agua en su encuentro con la rueda para conseguir con el salto una mayor presión, o al menos el volumen suficiente en los ríos pequeñas y/o de caudal estacional.

La entrada del agua en la rueda generó varios modelos hidrodinámicos; entre los más habituales: los de empuje, de caída o precipitación y de paso, es decir:

1.por empuje

2.por precipitación o descarga

3.paso de flujo conducido

En la novela El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha,[13]​ escrita por Miguel de Cervantes, puede leerse a lo largo del capítulo XXIX de la Segunda Parte de la famosa novela (1615),[14]​ una divertida descripción de las aceñas y sus molineros, relato que podría sintetizarse en este fragmento de la conversación entre Sancho Panza y su señor Don Quijote.[15]

—¿Vees? Allí, ¡oh amigo!, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído.

—¿Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo dice vuesa merced, señor? —dijo Sancho—. ¿No echa de ver que aquellas son aceñas que están en el río, donde se muele el trigo?

Como ocurre con el término «molino» (o «molinos»), la voz «aceña» o su plural «aceñas» enuncia diversos lugares o localidades en España,[c][2]​ de entre los que pueden enumerarse:



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