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Amatl



El papel amate (en náhuatl: amatl) es un tipo de papel vegetal cuyo origen se remonta en México[1]​a la época prehispánica de Mesoamérica.

El papel amate se realiza de modo artesanal, aplastando las cortezas de los jonotes blanco y rojo (Ficus cotinifolia y Ficus padifolia), mismas que se cuecen en agua con cal.[2]​ El resultado es una lámina vegetal fibrosa de colores que van del marrón oscuro al amarillo paja. El material es parecido a las telas de corteza o barkcloths elaboradas por los pueblos autóctonos de las islas del Pacífico sur. En época prehispánica y al principio de la colonia, el papel amate se elaboraba utilizando la corteza interna de otros árboles como ficus y morus.

Su uso en Mesoamérica se ha ubicado en la lejanía del Preclásico Medio, a principios del primer milenio antes de la era cristiana. Algunas representaciones iconográficas de los pueblos mesoamericanos prehispánicos dan cuenta del uso de este material, por ejemplo, el Monumento 52 de San Lorenzo (sureste de Veracruz, México) representa a un personaje ataviado con orejeras de papel amate.[2]​ El amate se utilizó no solamente para la elaboración de códices mesoamericanos, los Códices Techialoyan, también se ha encontrado en ofrendas prehispánicas arqueológicas.

Hoy en día se puede encontrar en la comunidad otomí de San Pablito del municipio de Pahuatlán perteneciente al estado de Puebla, la manufactura del papel amate como una forma de artesanía y fomento al turismo.

En San Pablito existe un museo en donde muestran la elaboración del papel además de tener grandes diseños de este papel en donde uno puede apreciar dicho arte.

Si bien ha habido innovaciones menores, el papel amate aún utiliza el mismo proceso básico utilizado en el periodo prehispánico.[3]​ EL proceso comienza obteniendo la corteza para hacer la fibra. Tradicionalmente, se utilizan árboles de la familia del ficus. (Ficus). Las especies más usadas son F. cotinifolia, F. padifoliay F. petiolaris, el árbol tradicional del amate, y otras especies no relacionadas al ficus Morus celtidifolia, Citrus aurantifolia y Heliocarpus donnellsmithii. Se prefiere la suave corteza interior del árbol, aunque otras partes se usan también.

En el periodo prehispánico, la corteza se mojaba por un día o dos para suavizarla. Una innovación documentada en el siglo XX fue la de hervir la corteza, lo cual acelera el proceso. Para acortar el tiempo de suavizado aún más, cenizas o cal se mezclaban en el agua. Ahora se utiliza también sosa cáustica la cual puede reducir el tiempo de hervido a seis y hasta a tres horas. Después de hervida, se enjuaga en agua limpia, y, si se requiere, se blanquea total o parcialmente utilizando cloro.[4]​ Si el papel se colorea, se utilizan anilinas industriales en la mayoría de los casos.[5]

Las fibras húmedas se colocan en tablas del tamaño del que se quiere hacer el papel. Las tablas se frotan con jabón para que las fibras no se peguen. Las fibras se acomodan en tablas de madera y son aplanadas a golpes con una piedra volcánica. EL papel de mayor calidad es hecho acomodando las fibras a modo de retícula. SI se busca un acabado más tosco o rústico, las fibras se colocan de modo más caótico.[6]​ Este proceso de maceración libera carbohidratos solubles que sirven como resina para aglutinar el papel. Una vez aplanado, se puede frotar el papel con una cáscara de naranja si se quiere dar un acabado liso y suave.[7]

La masa aplanada se lleva a secar al sol, aún en la tabla. Dependiendo del clima, soleado o no, esto puede llevar desde un par de horas hasta días.[8]




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