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Amor cortés



El amor cortés es un concepto literario surgido en la Europa medieval que expresaba el amor en forma noble, sincera y caballeresca, y que se origina en la poesía lírica en lengua occitana. El trovador, poeta provenzal de condición noble, y más respetado que los juglares plebeyos, era la figura destacada en este tema. La relación que se establecía entre el caballero y la dama era comparable a la relación de vasallaje.[2]​ Generalmente, el amor cortés era secreto y entre los miembros de la nobleza;[3]​ dado que los matrimonios eran arreglados entre las familias y se realizaban por conveniencia, el amor cortés no era un amor bendecido por el sacramento del matrimonio, en el seno de parejas formales; sino, en la mayoría de los casos, adúltero o prohibido.[3][4]

... que yo y mi señora yazcamos en la cámara en la que ambos fijemos una preciosa cita, de la que espero tanto placer que descubra su hermoso cuerpo, besando y riendo, y que lo contemple contra la luz de la lámpara[5]

Iniciado como una ficción literaria[6]​ creada para el entretenimiento de la nobleza y la justificación ideológica de su posición social,[7]​ su capacidad atractiva lo transformó en un vehículo de "educación sentimental" que influyó en los comportamientos reales, siendo considerado una práctica enriquecedora y sofisticada;[8][9]​ una experiencia intermedia entre el deseo erótico y el espiritual, que aunque pueda parecer contradictorio, era vivido como "un amor a la vez ilícito y moralmente elevador, apasionado y disciplinado, humillante y exaltante, humano y trascendente".[10]

Aunque sus precedentes se han rastreado en la poesía árabe (Ibn Dawoud,[11]Ibn Hazm),[12]​ o entre la literatura de los cátaros,[13]​ o en la prosodia eclesiástica; sus comienzos pueden localizarse a finales del siglo XI en las cortes condales, ducales o principescas de Aquitania, Provenza, Champaña, Borgoña y la Sicilia normanda.[14]​ Se extendió durante el siglo XII, en buena parte por la protección de poderosas damas, como Leonor de Aquitania (nieta de Guillermo IX de Aquitania, vinculado al comienzo del movimiento —quizá el primer trovador en occitano, tras volver de las Cruzadas—) y María de Francia, condesa de Champaña y mecenas de Chrétien de Troyes (Lancelot ou le Chevalier de la charrette). Continuó en los siglos finales de la Edad Media (Leys d'amors o Flors del Gay Saber "de los siete trovadores de Tolosa", siglo XIV), extendiéndose por los reinos cristianos de Europa Occidental (la lírica catalana -Guilhem de Berguedan-, la lírica galaico-portuguesa -Martín Codax-, el minnesang alemán -Gottfried von Strassburg- o el dolce stil nuovo italiano de la época de Dante, autores ingleses como Geoffrey Chaucer, John Gower o Thomas Malory), y entroncando con el pre-Renacimiento y con otros temas y géneros (particularmente, los libros de caballerías).

Entre los más destacados cultivadores del tema poético del amor cortés estuvieron Marcabrú, Bernart de Ventadorn, Giraut de Bornelh[15]​ o Peire Vidal. También lo hicieron destacados personajes de la época, como los reyes Alfonso II de Aragón (llamado "el Casto") y Ricardo I de Inglaterra (llamado "Corazón de León"), el duque Guillermo de Aquitania (llamado "el Trovador"), el conde Raimbaut de Aurenga (Raimbaut de Orange),[16]​ o Rober d'Alvernha, obispo de Clarmont.[5]

La expresión "amor cortés" (amour courtois), fue acuñada por Gaston Paris en 1883;[17]​ mientras que en la época de los trovadores se usaban expresiones como fin'amor ("fino amor", "amor puro", "amor verdadero" en occitano).

Su interpretación, orígenes e influencias continúan siendo todavía un asunto debatido; aunque como puntos centrales de la teoría del amor cortés se suelen señalar su concepción idealizada, platónica y mística del amor. Según Georges Duby,[18]​ no hay que ver en el amor cortés una promoción de la mujer, sino un juego masculino, educativo para la formación de los jóvenes (como Enrique el Joven), que encauza sus pulsiones y sentimientos al igual que los ejercicios militares y los torneos entrenan sus cuerpos. La idealización de la dama no es obstáculo para dar libre curso a la libido con mujeres de rango inferior, como muestran las pastourelles[19]​ o las serranillas del Marqués de Santillana. La mujer objeto del amor cortés es una prueba; suele ser la esposa del señor, inalcanzable, pero a la que se galantea y se intenta seducir para mejor complacer al propio señor, que se presta al juego. La alta posición social de damas y caballeros sirve para diferenciarse del pueblo vulgar y de los burgueses que, aunque puedan incluso competir con su dinero, no pueden competir con ellos culturalmente.[20]

Un tratadista anónimo de mediados del siglo XIII distingue cuatro pasos en el progreso del caballero enamorado hacia su dama: fenhedor (no ha manifestado sus sentimientos), pregador (los ha manifestado), entendedor (la dama le ha sonreído o dado prendas) y drutz (ha culminado la relación con un contacto íntimo -otra cosa es lo que esto signifique, un mero contacto físico o el coito completo, teniendo en cuenta que la idealización del amor podía significar pasar la noche juntos sin tocarse -assag-,[21]​ o con una espada entre ambos, como Tristán e Isolda-). En latín, los cuatro pasos del amor se nombraban como visus (contemplación), alloquium (conversación), contactus (caricias) y basia (besos).[5]

Entre los géneros y subgéneros de la lírica del amor cortés los hay muy variados (cansó, joch partit, tensón, serenade, etc.) En el denominado aube ("alba", con versiones en poesía trovadoresca y en la lírica tradicional), tras pasar la noche juntos, los amantes (el trovador y la midons) se lamentan de que llegue el alba y hayan de separarse; y aparecen otros personajes convencionales: el gilós[22]​ ("celoso", el marido), el guaita (amigo del trovador, que vigila toda la noche por si llega el gilós) y los lauzangiers (testigos del encuentro que pueden avisar al gilós de lo que ha sucedido).

Con el surgimiento del culto a María en el siglo XI queda claramente establecida la estrecha relación entre estos diferentes elementos de la tradición del eros. Cuando, durante el siguiente siglo, el trovador Bernard de Ventadour se dedica a su Dama (ma donna), no la está confundiendo, desde luego, con la Madre de Dios. Y san Bernardo de Clairvaux no se adhiere al amor cortesano, al que condena, cuando se dirige a la Madonna como "la más bella entre las mujeres", agregando que Dios espera su consentimiento antes de continuar con la salvación del mundo. Pero ambos Bernardos tienen en común una búsqueda idealista de la bondad y la belleza, la elevadora aspiración del amor, y la firme convicción de que el valor de su objeto es algo externo al amante mismo.[23]



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