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Balleneros vascos



La mayor actividad de los balleneros vascos fueron los siglos XIV y XV y a raíz de que las flotas neerlandesas, británicas y alemanas comenzaron con esta actividad comenzó a desaparecer esta especie del Golfo de Vizcaya.[1]​ Esta caza se realizó en un principio en las costas del mar Cantábrico. La especie que se cazaba era la ballena franca. La caza intensiva en las costas hizo que los vascos perfeccionasen sus sistemas de caza hasta lograr llegar primero al mar del Norte y progresivamente a Islandia y más tarde a las costas de Labrador y Terranova en (Canadá). Aparte de ballenas también buscaban comerciar con pieles y, sobre todo, pescar bacalao. Todo este comercio y relación con los pobladores locales tuvo como consecuencia la aparición de sendas lenguas criollas o pidgin: el vasco-islandés en Islandia y el algonquino-vasco en Terranova y Labrador.

La caza de la ballena franca tenía la ventaja de que una vez muerta, ésta no se hundía como ocurría con otras especies. Esto supuso que principalmente se utilizasen dos técnicas para cazarlas.

La caza se realizaba en las costas del Cantábrico, para lo cual se disponía de atalayas en las que un vigía observaba el paso de las ballenas. En el momento adecuado daba un aviso al puerto de tal forma que los arrantzales (pescadores) se subían a sus txalupas (los botes), tras lo cual se iniciaba una carrera por arponear primero a la ballena, ya que el primero obtenía ciertos privilegios en la venta del animal, derivándose de ello disputas entre los distintos pueblos costeros.

La temporada de caza tenía lugar tras la vuelta de sus cuarteles de alimentación en el mar del Norte en otoño, entre octubre y mayo. Sobre todo estaban presentes desde noviembre a marzo, que eran los meses que duraban los contratos de las compañías para la caza de ballenas (Ciriquiaín, 1961; Castañón, 1964). En las tres primeras décadas del siglo XVII, se pagaron al monasterio de Santa María de Caión (La Coruña) los diezmos correspondientes a las ballenas capturadas (Canoura, 2002) y su distribución temporal muestra una presencia constante y no un simple tránsito de ejemplares a otras latitudes. Las ballenas entraban en los meses de octubre a noviembre hacia los puntos más interiores del Golfo de Vizcaya, más tarde entre diciembre y enero se desplazaban hacia alta mar y hacia el oeste, hasta llegar a las costas de Galicia en los meses de abril a mayo. En un principio, los balleneros vascos esperaban a que apareciesen ante sus puertos, pero posteriormente y ante la progresiva escasez de ballenas fueron persiguiéndolas por toda la costa cantábrica mediante una navegación de cabotaje, perfeccionando así sus técnicas.

Años después lo aprendido en costas cercanas lo emplearon para llegar a Islandia y Terranova en busca de bacalao y las otrora abundantes ballenas.

Ya que la mayor parte de los ballenatos de menor tamaño de esta especie son capturados en el primer bimestre del año (Canoura, 2002), la presencia de ballenas francas en las aguas del Cantábrico se correspondería con la época de partos y periodo inmediatamente posterior. Esto permite suponer que es probable que los partos tuvieran lugar en las proximidades y no que fuesen ejemplares de paso hacia latitudes más meridionales.

Cabría suponer que los partos pudiesen tener lugar en las resguardadas rías gallegas, teniendo en cuenta que el padre Martín Sarmiento aseguraba en el siglo XVIII que penetraban en la ría de Pontevedra.

Si las rías fuesen lugar de concentración de ballenas, los balleneros vascos se hubiesen establecido allí, en lugar de haberlo hecho en la Costa de la Muerte, o en la de Lugo, que presentan una línea costera mucho más expuesta. En contra de esta hipótesis parece situarse la opinión del licenciado Molina, que en 1550 decía que en Caión y Malpica hay muchas ballenas.

Por lo que se deduce que no necesitaban abrigos especiales para parir, y todo el mar Cantábrico sería lugar adecuado para los partos, preferiblemente las zonas costeras, dada la estrechez de la plataforma continental, lo que las haría más fácilmente detectables desde la costa.

La actividad ballenera tradicional fue desapareciendo con las ballenas a lo largo del siglo XVIII. Es más difícil si cabe conocer el cese de la actividad en los puertos vascos, ya que se continuó cazando ballenas en Terranova, y en Vizcaya y Guipúzcoa se arponearon ocasionalmente ballenas a lo largo del siglo XIX.

Mila bederatzieun da
lenengo urtean
Maiatzaren amalau
garren egunian
Orioko erriko
barraren aurrian.
Balia agertu zan
beatzik aldian.

Aundia ba zan ere
azkar ibilian.
Bueltaka an zebilen
jun da etorrian.
Ondarra arrotuaz
murgil igarian.
Zorriak zeuzkan eta
aiek bota nahian.

Ikusi zutenian
ala zebilela
beriala jun ziran
treñeruen bila.
Arpoi ta dinamitak
eta soka bila.
Aguro ekartzeko
etzan jende hila

Bost treñero juan ziran
patroi banarekin.
Mutil bizko bikain
guztiz onarekin.
Manuel Olaizola
eta Loidirekin.
Uranga, Atxaga ta
Manterolarekin.

Baliak egindako
salto ta marruak
ziran izugarri ta
ikaratzekuak
atzera egin gabe
ango arriskuak
arpoiakin il zuten
an ziran angoak.

Bost txalupa jiran da
erdian balia
gizonek egin zuten
bain naiko pelia.
Ikusi zutenian
il edo itoa
legorretikan ba zan
biba ta txaloa.

Amabi metro luze
gerria amar lodi
Buztan pala lau zabal
albuetan para bi.
Ezpañetan bizarrak
beste ilera bi
orraziak bezala
ain zeuzkan ederki.

Gorputzez zan mila ta
berreun arrua.
Beste berreun mingain
ta tripa barruak.
Gutxi janez etzegon
batere galdua.
Tiñako sei pezetan
izan zan saldua.

Gertatua jarri det
egiaren alde.
Au orrela ez ba da
jendiari galde.
Biotzez pozturikan
atsegintsu gaude.
Gora oriotarrak
esan bildur gabe.

En el año de mil novecientos uno
día catorce de mayo
delante de la barra de Orio
apareció, a eso de las nueve,
una ballena.

Si bien era grande,
se movía ágilmente.
Ahí andaba a vueltas
yendo y viniendo
removiendo la arena al sumergirse,
pues tenía piojos
y trataba de deshacerse de ellos.

Enseguida que vieron
que así andaba
fueron en busca de las traineras
de arpón, dinamita y sogas.
Para traerlo rápido
no era gente adormecida.

Fueron cinco traineras
cada una con su patrón.
Con hombres adiestrados
y fornidos.
Con Manuel Olaizola y Loidi,
con Uranga, con Atxaga,
y con Manterola.

Los saltos y gritos
que daba la ballena
eran inmensos y terribles
sin que les amedrentaran
aquellos riesgos
la mataron con el arpón
los que allí estaban.

Rodeando a la ballena
cinco chalupas.
Dura pelea la que libraron
aquellos hombres.
Cuando la vieron
muerta o ahogada
se oyeron desde tierra
vivas y aplausos.

De largo doce metros
la cintura, diez de grueso.
La pala de la cola cuatro de ancho
a los lados dos palas.
En los labios, las barbas
tenía en dos hileras;
tan bien ordenadas
como un peine.

Mil doscientas arrobas
tenía el cuerpo
Otras doscientas la lengua
y el contenido de las tripas,
por falta de comer
no estaba perdida
A seis pesetas por barril
fue vendida.

He contado lo que ocurrió
en favor de la verdad.
Preguntad a la gente
si no fue así.
Estamos satisfechos
de corazón.
Decid sin miedo
vivan los oriotarras.

La segunda técnica se utilizaba en la caza en alta mar (tanto en el mar Cantábrico como en las expediciones a Terranova). Esta técnica se hizo necesaria debido a la paulatina extinción de la ballena de las costas cantábricas, lo que provocó la necesidad de adentrarse en el mar. Para esta caza en alta mar se formaba una expedición financiada por cofradías, ayuntamientos o adinerados; y todos ellos con un objetivo común: poder comercializar los productos que se extraían de la ballena.

La caza de una ballena provocaba una gran rivalidad entre los diferentes puertos pesqueros, ya que los productos extraídos de la misma daban jugosas ganancias.

La principal fuente de ganancia estaba en la grasa del animal, posteriormente convertida en aceite a la que se denominaba saín. Se utilizaba en el alumbrado y ardía sin desprender humo ni dar olor, y las barbas, que constituía uno de los escasos materiales flexibles de la época. La carne apenas se consumía en España, pero se salaba y se vendía a los franceses. Los huesos servían como material de construcción, adorno y para la elaboración de muebles. El escaso uso de los productos perecederos (carne de la ballena) se debe a que la venta en el interior de España era muy dificultosa, ya que hasta 1750 no hubo caminos carreteros que comunicasen la costa con la meseta. Aparte de que cuando se construyeron, el transporte se hacía a lomos de mulas o carros, cogiendo nieve por el camino en invierno. Por lo que era muy poco práctica su venta.

Todo el comercio y la elaboración de productos daba un gran impulso a la economía vasca; sobre todo a aquellos pueblos que se encontraban en las rutas de comercialización de esta materia.

La presencia de los balleneros vascos al otro lado del Atlántico fue especialmente patente en Red Bay, Labrador, desde donde se fletaban al menos 15 barcos por temporada destinados a la caza de las ballenas que se encontraban migrando entre las costa del Labrador y de Terranova.

Si bien al principio se pensaba que los pescadores vascos tan sólo pescaban bacalao en esas costas, las investigaciones llevadas a cabo por Selma Huxley sacaron a la luz la existencia de toda una industria ballenera asentada ya en el siglo XVI en Canadá.[2]​ Sus investigaciones, primero documentales y luego arqueológicas junto a James Tuck y al arqueólogo subacuático Robert Grenier, posibilitaron el hallazgo de numerosos restos de balleneros vascos en Terranova.[3]​ Entre ellos, probablemente el mejor documentado es el de la Nao San Juan (1565), que está siendo reconstruida a partir de estas investigaciones en el proyecto Albaola en Pasajes San Pedro. Este descubrimiento posibilitó un trabajo arqueológico sin precedentes hasta el momento, sacando y registrando una a una todas las piezas de la estructura del barco, la carga y los objetos que pertenecieron a los marineros, además de una chalupa ballenera que se hundió junto con la nao.[4]

Esta presencia supuso una gran influencia de los vascos sobre el territorio, la cual se mantiene hasta la actualidad, ya que muchos de los nombres de las ciudades, calles, personas, etc. son en euskera. Otro ejemplo de esta influencia la podemos ver en la inclusión de la ikurriña en el escudo de San Pedro y Miquelón.

Además, en Red Bay podemos encontrar el Museo de los balleneros vascos, en el cual se expone la txalupa casi íntegramente conservada, puesto que estuvo atrapada en una nao vasca que naufragó en las costas del Labrador.

Son numerosas las historias que rodean la figura de los balleneros vascos. Una de las más importantes es la que habla sobre la posibilidad de que llegasen continente americano en el año 1375 (exactamente a Terranova) mucho antes de lo hiciera Colón en 1492.[5]​ Muchos investigadores también sostienen que al menos una veintena de hombres que partieron del golfo de Vizcaya y Bayona en 1412 y arribaron al territorio de Terranova[cita requerida]. Esto no ha podido ser demostrado arqueológicamente, pero estas hipótesis se alimentan de que fueron los vikingos los que introdujeron en el País Vasco la técnica de construcción naval que utilizaron los balleneros vascos y que se diferenciaba de forma clara de la utilizada típicamente en el Cantábrico[cita requerida]. Este hecho, junto a la suposición de que fueron los vikingos los primeros europeos en llegar a América, hace crecer la leyenda de que antes de Colón, los vascos ya habían realizado expediciones a dicho continente.

Otra historia asociada a los balleneros vascos, pero que tampoco se ha podido demostrar, cuenta que es posible que la desaparición de las últimas colonias vikingas en Groenlandia sobre el siglo XV se debe a posibles ataques de balleneros-piratas vascos[cita requerida].

Por otro lado, existen otras muchas historias demostradas[cita requerida], tal como la que cuenta que sobre el siglo XV unos exploradores franceses que se encontraban en Terranova, se toparon con unos indígenas que les saludaban “Apezak hobeto!”. No fue hasta un tiempo más tarde cuando un marinero vasco descubrió que era euskera, y que resultaba que existía la costumbre entre los marineros vascos de responder a la pregunta “Zer moduz?” (¿Qué tal?), con la frase: “Apezak hobeto!” (¡Los curas mejor!)[cita requerida].

La matanza de los españoles (en islandés, Spánverjavígin) de 1615, fue un asesinato colectivo ocurrido en Islandia en el siglo XVII. Ese año, un grupo de balleneros vascos, que habían viajado a Islandia a la caza de cetáceos, se vio obligado a pasar en esa isla el invierno cuando un vendaval destrozó sus buques. La hostilidad hacia los extranjeros causó numerosos conflictos con la población local de la región de Vestfiroir, que terminaron con el asesinato colectivo de todos los que no se cuidaron de huir a tiempo. Un crimen instigado por las autoridades locales que provocó la brutal muerte de 32 hombres.[6][7]

De estas andanzas nos han quedado los esqueletos completos de tres ballenas francas:

Algunos de los pueblos que tienen en sus escudos ballenas representadas, fruto de su caza en el Cantábrico, son:

Es de destacar, la relación de los pescadores y marinos vascos con la sidra: ya que los pescadores vascos que iban a Groenlandia y Terranova a la pesca del bacalao y la caza de la ballena, llevaban cantidad de barricas de sidra en las bodegas de sus barcos. Este hecho explica la ausencia de escorbuto entre los marineros vasco-cantábricos, al contrario de lo que sucedía entre los nórdicos, que se abastecían de cerveza. Esta práctica fue decayendo paulatinamente junto con la caza de la ballena.[8]

Durante los siglos XVI-XVII las factorías balleneras vascas repartidas por las costas de Terranova, Labrador y el golfo de San Lorenzo llegaron a reunir hasta nueve mil personas en algunas temporadas y constituyeron la primera industria en la historia de América del Norte. Incluso se formó una sociedad amistosa con los nativos micmac y beothuk, que trabajaban para los vascos a cambio de pan y sidra.[9]

Está documentado que los vascos llevaron a toda la península ibérica, incluso hasta Andalucía, Flandes, Groenlandia y Terranova, y cuando se estableció la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, a Venezuela, entre otros destinos.[10][9]

La desaparición de la ballena “de los vascos” de las costas Cantábricas se tradujo en la desaparición de los balleneros vascos hacia el siglo XVI-XVII. En 2006, la asociación Albaola Elkartea realizó la expedición “ ‘Apaizac Obeto’, Canadá 2006” en la cual recrearon una chalupa ballenera y recorrieron las rutas de los balleneros vascos, utilizando la indumentaria y alimentación de la época.



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