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Batalla de Vercellae



La batalla de Vercelas[6]​ (o batalla de la planicie de Raudine),[7]​ tuvo lugar en el año 101 a. C. y en ella se enfrentaron la República romana, dirigida por los cónsules Cayo Mario y Quinto Lutacio Cátulo con una gran fuerza de invasión de la tribu germánica de los cimbrios, cerca del asentamiento de Vercellae, «Vercelas», en la Galia Cisalpina.

Los invasores fueron virtualmente aniquilados. También se ha dado gran parte del mérito de la victoria al legado de Cátulo, Lucio Cornelio Sila, quien dirigió la caballería romana y a sus aliados (socii) itálicos.

Hacia 120 a. C., la tribu de los cimbrios partió de su hogar en Jutlandia hacia el sur, uniéndoseles luego los teutones y ambrones.[8]​ En 113 a. C. cruzaron el Danubio e invadieron Nórica, derrotando a los romanos, boyos y escordiscos en Noreya.[9]​ Quizás la decisión, algo precipitada, de enfrentar una migración que estaba tan lejana de su territorio se debía al miedo que había causado la invasión de Aníbal Barca un siglo antes.[10]​ En lugar de intentar atacar a los romanos en su territorio siguieron al oeste.[11]​ Ocho años después estaban en la Galia y vencen nuevamente a los romanos en Arausio.[12]​ En ese desastre mueren 60 000 a 80 000 romanos.[13]​ Aunque Italia estaba indefensa, los germánicos migraron a Hispania,[14]​ mas la situación seguía siendo crítica y de no actuar, los romanos solo podían esperar nuevas invasiones y rebeliones en sus provincias.[10]​ La élite senatorial había apostado el todo o nada, algo que fortalecía el sistema si ganaban,[15]​ pero a medida que perdían se volvía más cuestionado su poder por los aterrados romanos, debilitando a la República.[16]​ Por último, este camino les impedía una salida negociada con los bárbaros.[17]

Ante el peligro, en 104 a. C.[18]​ el Senado romano autorizó al general Cayo Mario realizar una serie de reformas que convirtieron al ejército de una milicia de conscriptos temporales a un ejército profesional remunerado permanente.[19]​ Entre tanto, los germánicos volvieron a la Galia y decidieron invadir Italia con apoyo de los celtas tigurinos.[20]​ Se dividieron en tres hordas que cruzarían a la vez los Alpes: teutones y ambrones por el oeste, cimbrios por el centro y tigurinos por el oeste.[21]​ Enterado de los planes enemigos, Mario decidió acabar con los teutones mientras su colega consular, Quinto Lutacio Cátulo, hacia lo propio con los cimbrios.[22]​ Los germanos y sus aliados eran feroces y numerosos,[23]​ con cada victoria le perdían más el miedo a la República,[24]​ pero no tenían un mando unificado ni ninguna tribu era lo suficientemente poderosa como para imponer sus planes al resto y cada una veía por su cuenta. Además, no tenían claros sus objetivos salvo encontrar un nuevo hogar lo más al sur posible.[23]

Mario consiguió masacrar a los teutones[25]​ en Aquae Sextiae, «Aguas Sextias».[26]​ Volvió a Italia y fue elegido cónsul por un inédito quinto período consecutivo mientras Cátulo pasaba a ser procónsul.[27]​ Se le ofreció celebrar un triunfo por su victoria pero se negó.[28]​ Le llegaron malas noticias sobre la suerte de su colega consular.[29]

Cátulo eligió el paso de Brennero para detener a los germánicos, cruzando el río Isarco.[30]​ El procónsul se defendió fortificando las dos orillas del río Adigio y con un puente para comunicar ambas partes.[31]​ Los cimbrios cruzaron las montañas a pesar de las nieves[32]​ y los romanos, aterrados, empezaron a retirarse.[33]​ El cónsul, entendiendo que sus hombres eran incapaces de presentar batalla en esos momentos, autorizó la retirada.[34]​ Después de intentar pasar a nado, los invasores cruzaron el Adigio lanzando troncos en él hasta bloquearlo.[35]​ Después asaltaron el fuerte en la otra orilla,[36]​ pues, al retirarse el cónsul dejó una cohorte en un fuerte cerca del Adigio, pero cuando los soldados vieron a la horda germánica abandonaron la posición y siguieron a su comandante.[37]​ El tribuno a cargo quiso rendirse, pero el centurión Cneo Petreyo lo asesinó y lideró a los hombres para abrirse paso entre el enemigo.[38]

Mario marchó con su victorioso ejército hasta el río Po para unirse a Cátulo.[39]​ En lugar de marchar directamente sobre Roma, los germánicos se establecieron en Venetia, tierra cálida y fértil, rica en vinos, pan y ganados. Aquilea quedaba aislada por tierra. Esto fue aprovechado por Mario para acercárseles.[40]​ Pero los invasores se negaban a presentar batalla, esperando la llegada de los teutones.[39]​ Los cimbrios enviaron una embajada pidiendo tierras para que ellos y sus aliados se establecieran, pero cuando preguntaron por los teutones Mario se rio y les contestó: «Dejaos ahora de vuestros hermanos, que ellos ya tienen tierra, y la tendrán para siempre, habiéndosela dado nosotros».[41]​ Entendiendo la ironía, los embajadores prometieron venganza y Mario les dijo: «Pues están presentes y no sería razón partieseis de aquí sin haber saludado a vuestros hermanos», e hizo traer encadenados a los jefes teutones.[42]

Poco después, según la tradición que seguían cuando podían,[43]​ una comitiva con el rey cimbrio Boiorix preguntó cuándo y dónde los romanos deseaban luchar y el cónsul dijo que en tres días más en la llanura; los germánicos estuvieron de acuerdo.[7][6]

Se desconoce el tamaño de la horda germánica, pero debió ser grande, aunque los historiadores romanos tienden a exagerar el tamaño de los ejércitos enemigos, por ejemplo, Plutarco señala que todas las tribus migrantes sumaban 300 000 guerreros.[44]​ Estudiosos modernos han estimado en 50 000 a 70 000 guerreros para cada tribu,[45]​ para un total de 200 000 personas,[46]​ aunque algunos consideran esa cifra aún demasiado alta, afirmando que ni siquiera 150 000 es aceptable, tal masa de gente, carros y ganado jamás hubiera logrado cruzar el paso de Brenno.[47]​ Y eso que durante la marcha, se le habían desprendido los tigurinos, marcomanos y queruscos.[48]​ El historiador austriaco Karl Völkl creía que los cimbrios se debieron dividir en unas 33 unidades diferentes, con mil guerreros cada una en promedio.[49]​ La estimación más baja la da Giorgio Garbolino Boot, quien cree que los cimbrios solo serían 10 000 guerreros acompañados por treinta a cuarenta millares de no combatientes.[4]

Según Plutarco, el Mario tenía 32 000 soldados y el Cátulo 20 300.[50]​ Desde este dato, los historiadores modernos han hechos sus aproximaciones. Phillip Kildahl cree que el ejército combinado de ambos cónsules sumaba sólo 10 o posiblemente 11 legiones, equivalentes a 50 000 hombres,[3]​ número defendido por otros estudiosos.[51]​ Otros elevan la cifra un poco, a 55 000.[52]

Al comenzar el día, la llanura elegida para el combate estaba cubierta por la niebla y el viento llevaba el polvo contra los cimbrios. Mario hizo que los legionarios pulieran sus cascos de bronce, por lo que brillaron al sol con tan intensidad que los cimbrios creyeron que el cielo estaba en llamas y su moral decayó.[53]​ Esta sería la primera vez que usarían sus jabalinas (pilum) modificadas, de modo que al clavarse la punta, el resto de la parte de metal se doblaba, impidiendo al enemigo usarla en su contra.[54]

Los ejércitos enfrentados formaron frente a frente.[50]​ Los cimbrios avanzaron lentamente en formación desde sus posiciones fortificadas,[55]​ formando una línea cerrada.[56]​ Los legionarios de Cátulo se establecieron en el centro, mientras que los de Mario en las alas.[50]​ Solo la mitad de los hombres de Cátulo eran legionarios[46]​ y eran más bisoños, las dos alas tenían cada una 15 000 veteranos de la lucha contra los teutones, la izquierda a cargo de Mario y la derecha a cargo del legado de Cátulo, Lucio Cornelio Sila.[48]

La caballería germánica inició su avance, contaba con 15 000 jinetes armados con pesadas espadas largas, dos jabalinas, escudos blancos relucientes, cotas de malla y yelmos decorados con fauces de bestias o crestas de plumas para hacerlos ver más altos.[55]​ No atacó de frente, sino que intentó flanquear el ala izquierda romana para atraparla entre ellos y su infantería.[57]​ El problema fue que la niebla le hizo perderse y fue atacada por sorpresa por los escuadrones enemigos.[58]​ La llanura era perfecta para que los romanos utilizaran su superior caballería.[6]​ Los romanos hicieron huir a la caballería germana y salieron en su persecución.[57]

Cuando la masa infantería germánica chocó con su contraparte romana, Mario y Cátulo hicieron plegarias a los dioses diciendo: «Mía es la victoria».[59]​ Mientras los invasores atacaban a Cátulo, una tormenta de polvo fue llevada por el viento sobre ellos justo cuando Mario lideraba la ofensiva.[60]​ Siguiendo el plan, los hombres de Mario atacaron por las alas, llevándose la mayor parte del crédito de la victoria[61]​ pero enemistando a Cátulo con su comandante.[55]​ Es decir, Mario imitó la táctica que uso Aníbal en Cannas.[53][62]​ Según Sila, el calor afectaba en sobremanera a los cimbrios, pueblo acostumbrado al frío, haciéndolos sudar[63]​ y el brillo del sol les llegaba directamente a sus caras,[62]​ obligándolos a levantar sus escudos para no quedar cegados.[63]​ El polvo ayudó a los soldados romanos a no ver la inmensa horda a la que se enfrentaban, impidiendo que se atemorizaran.[64]​ La caballería cimbria fue empujada contra sus propios hombres y la línea de infantería empezó a quebrarse al comprobar la superior posición que escogieron los romanos.[62]

Así murieron la mayoría de los guerreros, los sobrevivientes huyeron de vuelta a su campamento.[65]​ Llegaron a sus carromatos, donde los asesinaron sus mujeres vestidas de negro,[66]​ algunos hombres se lanzaron contra los cuernos del ganado para morir.[67]​ Las mujeres dieron una batalla casi más dura que sus varones,[68]​ con lanzas y hachas, prefirieron morir combatiendo a los romanos que atacaban el campamento,[69]​ que era un círculo formado por los carromatos.[68][70]

Viendo todo perdido, se suicidaron cortándose la garganta o arrojándose bajo las ruedas de los carros o las patas del ganado.[66]​ Algunas amarraron cuerdas a los caballos y a sus cuellos, cuando azuzaron a las bestias eran arrastradas y ahorcadas.[71]​ También usaban sus trenzas para colgarse de árboles después de estrangular a los niños.[72]​ Otras simplemente se arrojaron sobre sus espadas.[73]

Los cimbrios fueron destruidos. Según Plutarco, en el campo quedaron 60 000 cadáveres de los invasores en la zona y otro tanto fue capturado.[67]Tito Livio habla de 160 000 muertos y 60 000 prisioneros.[74]Paulo Orosio 140 000 muertos y 60 000 prisioneros,[75]​ cifra seguida por Flavio Eutropio.[76]Veleyo Patérculo dice 100 000 muertos y prisioneros.[77]Lucio Aneo Floro 65 000 caídos.[7]​ Murieron los reyes Boiorix y Lugius y son capturados Claodicus y Caesorix.[78]​ Estudios modernos hablan de 100 000 muertos y 20 000 guerreros y 60 000 no combatientes capturados. Apenas 2000 lograron escapar a la tierra de la tribu salassi, que vivía en el valle alpino de Durias o Dora Baltea, actualmente llamado valle de Aosta. Cruzaron los montes por el paso Lugdunum pero después tuvieron que enfrentar a los alóbroges y sécuanos. Se establecieron en la unión de los ríos Mosa y Sambre para unirse a los aduáticos.[5]​ Probablemente, muchos de los hijos de los esclavizados participaron en la Tercera Guerra Servil.[79]

Los romanos dicen haber sufrido 300 muertos.[7][76]​ Estimaciones posteriores elevan la cifra a un millar.[5]​ Mario y Cátulo celebraron un triunfo,[76][81]​ sin embargo, ambos estaban enemistados, disputando el mérito de la victoria y por razones ideológicas.[82]​ A pesar de decir que había matado diez veces más enemigos que Mario y haber capturado 31 estandartes y Mario solamente 2,[83]​ el pueblo le dio el crédito a Mario por su mayor talento, rango y experiencia, porque era el general en jefe el día de la batalla, por haber vencido antes a los teutones y por afinidad a su origen más humilde.[84][80]​ Mario incrementó todavía más su popularidad cuando otorgó la ciudadanía a todos los aliados itálicos que lucharon en la batalla.[85]

Un tercer ejército, los tigurinos, enterado de la derrota de sus aliados, dio media vuelta y volvió a su hogar saqueando todo a su paso.[86]

Las reformas de Mario tuvieron consecuencias enormes para la caída de la República romana. El ejército dejaba de ser un deber de los ciudadanos, algo exclusivo de los propietarios, pobres o ricos, para convertirse en un oficio que practicaban los más pobres y excluidos de la política.[87]​ Tal medida fue aplaudida masivamente, los propietarios quedaban libres del servicio militar y los más pobres conseguían un empleo remunerado y «una voz en el destino de la República».[88]​ Estos eran leales a quien les pagaba el sueldo y no a la República.[89]​ Roma ya no tenía un ejército nacional, ahora surgían milicias privadas guiadas por caudillos capaces de pagarlas, organizarlas y mandarlas. El Senado quedaba limitado a simplemente legitimar su autoridad.[90]​ La nobleza que lo formaba pudo hacer nada para impedirle a Mario convertir a sus soldados en la nueva base del poder político.[88]​ Se daba un conflicto entre un grupo de gente que creía que era su derecho de nacimiento el mandar y otro creciente de individuos llegados a altas instancias por su mérito.[91]​ La República estaba, sin saberlo, herida de muerte.




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