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Begardo



Las beguinas eran una asociación de mujeres cristianas, de diferentes clases sociales, contemplativas y activas, que dedicaban su vida a la ayuda a los desamparados, enfermos, mujeres, niños y ancianos, y también a labores intelectuales. Organizaban la ayuda a los pobres y a los enfermos en los hospitales, o a los leprosos. Trabajaban para mantenerse y como no hacían votos perpetuos de castidad o clausura, eran libres de dejar la asociación en cualquier momento para casarse.[1][2]

En Italia recibieron nombres despectivos como pinzochere (santurronas) o bizzocale (gazmoñas).[3]

No había casa-madre, ni tampoco una regla común, ni una orden general. Establecían sus viviendas cerca de los hospitales o de las iglesias, en sencillas habitaciones donde podían orar y hacer trabajos manuales. Cada comunidad o beguinaje era autónoma y organizaba sus propia forma de vida con el propósito de orar y servir como Cristo en su pobreza.[4][5]

Una carta de 1065 menciona la existencia de una institución similar al beguinaje en Vilvoorde (Bélgica). Desde el siglo XII, el movimiento se difundió rápidamente desde la región de Lieja a Holanda, Alemania, Francia, Italia, España, Polonia y Austria. Algunos beguinajes, como los de Gante y Colonia, llegaron a contar con miles de integrantes. El extenso renacimiento religioso que originaron los beguinajes generó sociedades similares para los hombres, los begardos.

Sobre el origen de los nombres beguina y begardo hay varias hipótesis:

La beguina mística más famosa es sin duda Hadewych de Amberes (hacia 1240), autora de varias obras en poesía y en prosa. En Amar el amor escribió:

En Alemania aparece como cumbre de la mística del amor Matilde de Magdeburgo (1207-1282), con su escrito La luz que fluye de la divinidad.[10]​ Mal vista por la jerarquía eclesiástica, tuvo que buscar refugio en el convento de Helfta.

Como escritoras, las beguinas encontraron el obstáculo de ser laicas y mujeres, pero alegaron el mandato de la inspiración divina. En este sentido, las beguinas rivalizaron con el poder eclesiástico y patriarcal, al considerar la experiencia religiosa como una relación inmediata con Dios, que ellas podían expresar con voz propia sin tener que recurrir a la interpretación eclesiástica de la palabra divina.

Entre las beguinas más ilustres vale la pena recordar a María de Oignies, a Lutgarda de Tongeren, a Juliana de Lieja y a Beatriz de Nazaret, autora de Los siete grados del amor.[11]​ Se considera que las beguinas, junto con los trovadores y Minnesänger, fundaron la lengua literaria flamenca, francesa y alemana. Participaban en la apertura del saber teológico a los laicos, tomándolo del latín clerical y vertiéndolo a las lenguas vulgares. La traducción de obras del místico alemán Johannes Eckhart y la divulgación de su propia obra le costó la hoguera en 1310 a Margarita Porete, autora de El espejo de las almas simples que dice:

La condena de Margarita fortaleció a los enemigos de las beguinas. A instancias del Papa Clemente V, el Concilio de Vienne las condenó en 1312. Decretó que "su modo de vida debe ser prohibido definitivamente y excluido de la Iglesia de Dios".[12]​ En 1318, Juan XXII estableció mediante la Bula Gloriosam Ecclesiam que, tanto beguinas como franciscanos espirituales fueran castigados, sobre todo los que habían sido refugiados por Federico II en Sicilia[13]​. En 1321, Juan XXII mitigó esta sentencia y permitió que las beguinas continuaran con su estilo de vida, ya que "habían enmendado sus formas".[14]

No obstante, ya en febrero de 1317, el Concilio de Tarragona estableció la pena de excomunión para todas las beguinas que vivieran en comunidad, vistieran mantos y otras prendas características de sus comunidades, leyeran libros teológicos en lengua vulgar y predicaran sin el permiso de las autoridades eclesiásticas.[15]

Posteriormente, las autoridades eclesiásticas tuvieron frecuentes roces con las beguinas y begardos. Durante el siglo XIV, los obispos alemanes y la Inquisición condenaron a los begardos y emitieron varias bulas para someterlos a la disciplina papal.[16]

El 7 de octubre de 1452, una bula del papa Nicolás V fomentó el ingreso de las beguinas en la orden carmelita. En 1470, Carlos el temerario, duque de Borgoña, decretó que gran parte de los bienes de las beguinas pasaran a manos de las carmelitas. Se presionaba a las beguinas de muchas maneras para ingresar en una comunidad de monjas o disolverse. En el siglo XVI la desconfianza en las beguinas creció, pues a menudo se unieron a la Reforma, especialmente al anabaptismo.

En el siglo XVIII, se tomaron más medidas para frenar a las beguinas.

Sin embargo, pese a toda esta persecución, muchas beguinas continuaron siendo fieles a la ortodoxia de la Iglesia Católica, especialmente en Brujas, Gante y otras ciudades flamencas. No obstante, muchas de ellas se incorporaron a la Orden Tercera de San Francisco de Asís, reconocida por el papado.

El 14 de abril de 2013, murió en Kortrijk (Bélgica) la hermana Marcella Pattyn, a los 92 años. Era la última representante de este movimiento religioso surgido en la Edad Media. Había nacido en el Congo belga en 1920 y era ciega. Estudió en la escuela de ciegos de Bruselas y a los 20 años intentó ingresar en un convento pero ninguna la aceptaba. La acogieron las beguinas de Sint Amandsberg en Gante, una comunidad de 260 mujeres. Tenía 20 años cuando ingresó en la comunidad. Trabajó atendiendo enfermos. Posteriormente se mudó al beguinaje de Kortrijk con otras ocho mujeres. Fue la última superviviente.[17]



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