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Blasquismo



El blasquismo, fue un movimiento político republicano y populista surgido en la ciudad de Valencia en la última década del siglo XIX por obra del escritor y activista político Vicente Blasco Ibáñez, de cuyo nombre proviene el del movimiento. Una de las claves de su éxito fue el diario El Pueblo fundado y dirigido por Blasco Ibánez. Uno de sus antecedentes se puede encontrar en los sans-culottes de la Revolución Francesa, defensores del principio roussoniano de que la soberanía popular no se delega, sino que se ejerce, que los blasquistas aplicaron mediante su continua movilización en la calle. Fue el movimiento político, transformado en partido político que en 1909 adoptó el nombre de Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA), que ostentó la hegemonía política en la ciudad de Valencia y en parte de su provincia desde finales del siglo XIX hasta 1933 -con el paréntesis obligado de la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)-.

El blasquismo, como su nombre indica, surge de la intensa actividad política desplegada por el escritor y activista republicano Vicente Blasco Ibáñez desde 1892 en que decide dedicarse enteramente a la política, convirtiéndose en poco tiempo en el "político más popular [de Valencia], y en el más temido por su capacidad de arrastrar a la gente. «En Valencia no se puede salir a la calle sin el permiso del señor Blasco Ibañez y de sus amigos», truena un diputado carlista... Una cosa es cierta: Blasco vive intensamente la política, se patea los barrios de la ciudad y los pueblos de la provincia dando mítines, escribe diariamente en el periódico, es elegido diputado a Cortes en siete legislaturas. «Hasta que me cansé de serlo» [en 1907]".[1]

En el desarrollo del movimiento republicano fue clave el periódico El Pueblo, que Blasco fundó en noviembre de 1894. En él escribió cerca de mil artículos, e incontables gacetillas o crónicas sin firma. Su originalidad estribaba, además de en su precio -la mitad que el resto de la prensa valenciana-, en sus titulares, en los folletones que escribía el propio Blasco en los que los lectores de las clases populares se reconocían y que se confundían con la historia política y social que el periódico contaba día a día de forma no menos folletinesca, y en "su estilo desenfadado en el que se iban mezclando, con hábil dosificación, el melodrama, la comicidad y la pedagogía".[1]

Así se fue organizando liderado por él un movimiento de masas, al estilo de los que comenzaban a implantarse en Europa, cuyas bases eran el nuevo proletariado industrial y el antiguo artesanado -lo que se comenzaba a llamar las clases trabajadoras-. "En una época [la de la Restauración en España] en que los diputados eran «encasillados» por el ministro de la Gobernación y salían elegidos sin ni siquiera ser conocidos de sus votantes, la presencia cordial y cercana, a la par que incandescente, del «gran hombre», en los mítines, en los casinos y en la calle, suponía una ruptura en la forma de hacer política".[2]

La base organizativa del movimiento la constituían la red de los siete casinos republicanos distribuidos estratégicamente por los barrios populares de la ciudad de Valencia, además del casino central -donde funcionó una Universidad Popular-. Los casinos eran centros de reunión y espacios de sociabilidad para "la gente de ideas avanzadas, enemigos de los curas y partidarios de la república social", que proporcionaban una identidad individual y colectiva, en una época en que bastantes personas se definían por la ideología que profesaban y se enorgullecían de ello («yo soy republicano de toda la vida»). Eran un instrumento para la rápida movilización ciudadana, pues en pocas horas centenares de personas acudían a la cita anunciada por el diario El Pueblo, ya fuera para recibir con vítores a Canalejas, para manifestarse en favor de las escuelas laicas o para boicotear una procesión. Además los casinos desplegaban una actividad cultural muy variada y de enorme vitalidad, "con una especial sensibilidad ante todo lo concerniente a los derechos humanos".[3]

El movimiento blasquista fue hegemónico en la ciudad de Valencia y ganador de todas las elecciones entre 1898 y 1933. Su fuerza, según Ramiro Reig, "estuvo en la asunción de la cultura popular y en su identificación con la cultura republicana. La utilización del lenguaje espontáneo de la calle y de formas desgarradas y plebeyas, de la sociabilidad mediterránea y de su afición por el tumulto y el ruido, de las relaciones de barrio y de las fiestas, hicieron que el republicanismo fuera no solo la expresión política de las clases populares, sino de su manera de ser, de hablar y de imaginar la vida. Los problemas de este planteamiento populista saltan a la vista: la derivación de los residuos emocionales, por decirlo como Pareto, hacia formas de exaltación irracional (simplismo anticlerical, valencianismo grosero, partidismo tribal)".[4]

Como Blasco Ibáñez se mostraba partidario de un republicanismo contrario a la participación electoral (influido por Manuel Ruiz Zorrilla), pronto hizo amistad con Alejandro Lerroux, bajo influencia del cual creó una efímera Unión Revolucionaria, aunque después fue el principal promotor del Partido Republicano Radical en Valencia que a partir de 1898 se presentó a las elecciones.

En 1903 el blasquismo sufrió la escisión "sorianista", como consecuencia del ataque despiadado que hizo público el "número dos" del movimiento, Rodrigo Soriano, contra el líder, Vicente Blasco Ibáñez, aspirando a ocupar su lugar. Soriano creó otro partido y se desencadenó una "guerra fratricida entre los fanáticos incondicionales de Blasco y el inevitable batallón de resentidos y desengañados que siguieron a Soriano", lo que enrareció el clima político en la ciudad de Valencia -hubo un tiroteo al volver de un mitin-. Así, Blasco, tras las elecciones de 1905, en las que volvió a salir elegido diputado, decidió trasladarse a Madrid para alejarse de las "pasiones que su persona despertaba en Valencia". Aún se vio obligado por sus correligionarios a presentarse a las elecciones de 1907, volviendo a salir elegido, pero al poco tiempo renunció a su escaño y abandonó la vida política activa, que no retomaría hasta la Dictadura de Primo de Rivera que combatió desde su exilio.[5]

El blasquismo boicoteó todos los intentos de Solidaridad Catalana de establecer enlaces con Valencia, en contra de las directrices de Nicolás Salmerón. El 1908 su trayectoria política se separa de la de Lerroux y funda su propio partido, el Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA). La retirada de Blasco Ibáñez de la política provocó dentro el partido una dura pugna por el poder que ganó Felix Azzati Descalci.

Este mantuvo el partido dentro de la ambigüedad ideológica, cosa que lo hizo enfrentarse con el creciente anarcosindicalismo, pero mantuvo su preeminencia política en el ayuntamiento de Valencia del 1901 al 1923 -con un intermedio en 1911 en que ganaron los conservadores-, gracias a su discurso populista y anticlerical capaz de movilizar a las masas. Su ideología difusa y ambigua se hacía patente en un discurso que apoyaba un cierto reformismo social y un apoyo al obrerismo apolítico y al mismo tiempo pretendía satisfacer los intereses de la burguesía con su política urbanística. De esta manera conseguía una cierta base interclasista con gran capacidad de movilización, en buena parte también a las apelaciones directas a la libertad, el progreso, la ciencia y la educación para todos.

Tras la hibernación que supuso la dictadura de Miguel Primo de Rivera, a la muerte de Azzati en 1929 se hizo líder del partido Sigfrido Blasco-Ibáñez, que adoptó un ideario conservador y se acercó nuevamente al Partido Republicano Radical y a la CEDA. La Segunda República supuso el hundimiento del blasquismo. Si bien en las elecciones generales españolas de 1933 consiguió una victoria significativa, su deriva hacia la derecha más recalcitrante y la notoria corrupción de sus líderes, implicados en el escándalo del estraperlo provocaron la pérdida de votos y las escisiones (muchos se pasaron al Partido Republicano Radical Socialista). Para evitar la bajada electoral, Sigfrido Blasco-Ibáñez se acercó a Portela Valladares pero no pudo evitar una estrepitosa derrota en las elecciones de febrero de 1936.



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