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Caja de Conversión (Argentina)



Caja de Conversión, fue una institución financiera de la República Argentina creada en 1890, mediante la Ley 2.241. Predecesora del Banco Central de la República Argentina, su función principal era organizar las emisiones nacionales y atender a la circulación y amortización gradual de la moneda de curso legal, con independencia del Gobierno Nacional. Se creaba un fondo con las reservas de la ley de Bancos Garantidos y los créditos contra los mismos. En ese mismo período, se crea mediante la Ley 2.841, el Banco de la Nación Argentina. Existía entonces, de forma rudimentaria un sistema de control de la emisión monetaria (la Caja de Conversión) y un sistema bancario de reservas (Banco Nación).

En 1895 la Caja de Conversión emitió los primeros billetes Peso Moneda Nacional a nombre de "La Nación Argentina", prohibiendo las emisiones particulares o provinciales. Después de varios intentos de proyectos nunca realizados, en 1935 esta entidad fue reemplazada por el Banco Central de la República Argentina.

El sistema monetario argentino se creó en 1881 por intermedio de la Ley Nº 1.130 durante la primera presidencia de Julio Argentino Roca. Según la misma se estableció que 1 peso oro sellado (o$s) equivaldría a 1,6129 gramos de oro y sobre esta definición se acuñaron dos tipos de moneda: el Argentino de oro (8,0645 gramos) equivalente a 5 pesos de oro y el Medio Argentino (4,0322 gramos) que representaría a 2,5 pesos de oro. También se acuñaron monedas de plata y de cobre. En 1883 se procedió a fijar la convertibilidad del peso papel con el peso de oro en una relación de 1 a 1, aunque la emisión de papel moneda sin el suficiente respaldo en metálico provocó la suspensión de dicha paridad en 1885.[1]

En 1887 durante el gobierno de Miguel Juárez Celman se sancionó la Ley Nº 2216 de Bancos Nacionales Garantidos, que permitía a cualquier persona con un capital mínimo de 25.000 pesos moneda nacional fundar un banco que a su vez estaría autorizado a emitir billetes de curso legal con el respaldo de las reservas de oro del Estado. Según este mecanismo los bancos podían realizar un depósito en oro en el tesoro nacional, adquiriendo títulos de deuda pública interna, a cambio de lo cual el Estado los autorizaba a emitir billetes con el nombre de cada banco, todo ello controlado por una Oficina Inspectora de Bancos Garantidos encargada de controlar a las instituciones financieras y a los respectivos billetes garantizados. Se abrieron numerosos bancos e inicialmente el sistema funcionó apalancado por los financistas europeos, aunque al poco tiempo comenzó una fuga de capitales que obligó al gobierno a limitar el retiro de los ahorros depositados en los bancos.[2]​ El país sufrió una crisis en la balanza de pagos que generó inflación y provocó la insolvencia de la mayoría de los bancos, muchos de los cuales fueron liquidados incluyendo al Banco Nacional y al Banco de la Provincia de Buenos Aires.[3]​ El pánico de 1890 derivó en la caída del presidente Juárez Celman y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini, quien decidió la creación de la Caja de Conversión como una institución del Gobierno Nacional destinada a asumir la exclusividad en la emisión de billetes de papel moneda, asegurando así el funcionamiento del patrón oro.[3]

La crisis de 1890 generó que la relación cambiaría entre el peso papel y el peso oro pasara de 1 a 1 en 1884 a 3,87 a 1 en 1891.[1]​ En este contexto es que se crea la Caja de Conversión como entidad responsable de los billetes generados por los Bancos Nacionales Garantidos, siendo también la única institución habilitada para la emisión de papel moneda. Su función básica sería la de entregar billetes únicamente a cambio de oro y viceversa, resguardando el tipo de cambio fijado legalmente de 1 peso papel por cada peso oro. Sin embargo, la falta de reservas de oro generó que durante sus primeros nueve años de existencia la Caja de Conversión no pudiese asegurar el respaldo de todos los billetes en circulación.[3]

En 1891 el gobierno argentino llegó a un acuerdo con sus acreedores donde se le garantizaba al país un préstamo de 15 millones de libras esterlinas y una moratoria de 3 años para el pago de los intereses de la deuda a cambio de no incurrir en nuevos pedidos de créditos durante el mismo período y al compromiso de reducir el circulante monetario. Si bien el país no cumplió estrictamente este último punto según los términos del acuerdo, efectivamente la masa monetaria se redujo de 306,8 millones de pesos papel en 1893 a 295,2 millones en 1900, apreciándose paralelamente el tipo de cambio que pasó de 3,87 pesos papel por cada peso oro en 1891 a 2,25 pesos papel en 1899.[1]

También en 1891 el Gobierno creó el Banco de la Nación Argentina, entidad que llegó a concentrar entre el 30 y el 50% del total de los depósitos y préstamos del sistema bancario, manteniendo hasta por lo menos 1910 un encaje cercano al 50% conrespecto a los depósitos. Esta política conservadora del Banco Nación y la decisión del Estado argentino de no recurrir a dicha institución en busca de apoyo financiero resultó determinante para mantener el control sobre la masa monetaria.[3]

En 1899, siendo nuevamente presidente del país el general Julio A. Roca, se definió que la posibilidad de alcanzar la paridad legal de 1 a 1 entre el peso papel y el peso oro solo podría conseguirse mediante una política deflacionista poco conveniente e incluso inviable, por lo tanto se decidió fijar una nueva relación cambiaría de 2,27 pesos papel por cada peso oro. Con esta medida la Caja de Conversión pudo iniciar efectivamente su funcionamiento normal, entregando billetes únicamente respaldados en oro, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial cuando se decidió suspender la conversión del peso papel a oro.[3]

A comienzos del siglo XX, un dólar estadounidense equivalía a un peso de oro de 1,67181 gramos, o sea 0,05891 gramos más que el peso oro establecido en la Argentina, lo que determinaba una cotización de aproximadamente 2,35 pesos papel por cada dólar norteamericano.[1]

La Caja de Conversión permaneció cerrada desde el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914 hasta 1927, flotando el peso argentino durante ese período en un promedio de 2,70 pesos papel por cada peso oro, restaurándose en 1927 la paridad fijada por Ley de 2,27 pesos papel por cada peso oro. La cantidad de oro acumulada en la Caja de Conversión en 1928 equivalía a 489.657.138 pesos oro (790 toneladas), mientras que los bancos acumulaban otros 151.547.952 pesos oro (244 toneladas), por lo tanto las reservas del país en aquel momento tenían un valor equivalente superior a los 58.000 millones de dólares en términos actuales (año 2013).[1]​ La década del ´20 fue una época de bajas tasas de interés en los Estados Unidos, lo cual provocó la existencia de una gran liquidez monetaria e incentivó una fuerte inversión de los norteamericanos en diversos mercados extranjeros, incluyendo a la Argentina, lo cual se tradujo en importantes ingresos de oro al país, provocando el aumento de los valores mobiliarios e inmobiliarios, todo ello en un clima de pleno empleo y subas de salario.[4]​ Sin embargo, en 1925 debido a una sobre-oferta comenzaron a bajar los precios agrícolas y hacia el final de la década la Reserva Federal de Estados Unidos decidió subir las tasas de interés, lo que inicialmente provocó un retorno de los capitales norteamericanos hacia los Estados Unidos y posteriormente generó una estrepitosa caída del mercado de capitales (Crack de 1929) cuando los bancos se vieron obligados a reclamar la devolución de los préstamos y los inversores tuvieron que vender las acciones que habían comprado a crédito provocando un desplome de los precios y una corrida bancaria en busca de liquidez.[4]​ La crisis norteamericana repercutió en una fuerte salida de oro de la Caja de Conversión de Argentina, por lo que ante la amenaza de una fuerte contracción monetaria y la falta de reservas suficientes para atender los pagos de la deuda externa, el presidente Hipólito Yrigoyen decidió cerrar nuevamente la Caja de Conversión en diciembre de 1929.[1][4]

A diferencia del período anterior el Banco Nación comenzó a aplicar una política de encajes menos conservadora, pasando del 70% alcanzado en 1914, a un 39% en 1918, para terminar finalmente en valores por debajo del 20% para 1929. Paralelamente, hasta el inicio de las hostilidades en Europa, el Estado argentino había realizado esfuerzos para capitalizar el sistema monetario y financiero, sin embargo, con la crisis de 1913/14, que provocó el cierre de los mercados internacionales y amenazó con quebrar a algunos bancos privados, se generó un cambio en el rol del Banco Nación: ya no sería el Estado el que fortificaría al sistema financiero, sino que éste le aproximaría recursos al Estado para apuntalar las cuentas públicas. Además el Banco Nación asumió ante el resto de la banca el rol de prestamista de última instancia, una función propia de los bancos centrales. Por todas estas razones, la crisis de 1929 encontró al sistema financiero argentino mucho más vulnerable de lo que había estado ante la crisis de 1913/14.[3]

La aplicación rigurosa del patrón oro en la Argentina solo fue mantenida durante los períodos 1899-1914 y 1927-1929, es decir cuando las circunstancias de la balanza de pagos eran favorables al país y generaban un ingreso de oro al sistema, mientras que cuando esas circunstancias eran fuertemente desfavorables la conversión a oro se suspendía dejando que el valor del peso papel fluctuara libremente en el mercado cambiario. Con el cierre de la Caja de Conversión se buscaba evitar la eliminación de la masa monetaria que requería mantener una paridad fija en un contexto de salida significativa de oro.[3]

La crisis en Estados Unidos provocó el fin del modelo agroexportador. Las exportaciones argentinas se redujeron a la mitad entre 1928 y 1932, llevando a que el país se volcara hacia la autarquía, el intervencionismo estatal y la sustitución de importaciones financiada mediante una mayor presión impositiva sobre el sector agropecuario. [cita requerida] Este nuevo ciclo se caracterizaría por las luchas en torno a la distribución del ingreso, siendo un período marcado por bajos niveles de inversión y productividad, con un crecimiento constante del proceso inflacionario.[4]

El cierre de la Caja de Conversión en diciembre de 1929 liberó la emisión de papel moneda con respecto a las reservas de oro, lo cual evitó tener que realizar una enorme contracción monetaria y alivió la situación de los bancos que no sufrieron una corrida de sus depositantes.[4]​ La devaluación del peso, en torno a un 20% tras el cierre de la Caja de Conversión, mejoró los precios de las exportaciones y el control de cambios sirvió para que la masa circulante fuese utilizada para la financiación del gobierno y de los bancos en lugar de volcarse a la compra de moneda extranjera. El racionamiento de las importaciones también ayudó a fomentar la industrialización del país.[4]

Sin embargo, el cierre de los mercados internacionales siguió castigando a la economía del país, por lo que el presidente Agustín P. Justo decidió enviar al vicepresidente Julio Argentino Roca (hijo) rumbo a Gran Bretaña para conseguir un acuerdo que mantuviese el nivel de las exportaciones argentinas de carne a cambio de otorgar grande concesiones comerciales, financieras y legales al imperio británico.[5]​ Este acuerdo se formalizó en el denominado Pacto Roca-Runciman de 1933, que en una de sus cláusulas secretas estableció que la Argentina debía crear un Banco Central mixto, con lo cual la banca financiera privada, predominantemente británica, podría controlar la emisión monetaria del país.[5]​ Ese mismo año, el gobierno argentino encargó al director del Banco de Inglaterra, Sir Otto Niemeyer, la elaboración de un proyecto para la formación de un Banco Central,[5]​ base que fue utilizada luego por Raúl Prebisch para la elaboración del plan definitivo.[6]​ Así, el 28 de mayo de 1935 fueron promulgadas seis leyes (de la 12.155 a la 12.160l) imponiendo una profunda reforma monetaria y bancaria: la Caja de Conversión dejaría de existir y en su lugar nacería el actual Banco Central de la República Argentina. El 31 de mayo del mismo año se firmaron los decretos que dieron por terminadas las funciones de la Caja de conversión, del Crédito Público y de la Junta Autónoma de Regulación.[6]

El flamante Banco Central comenzó a operar el 6 de junio de 1935 absorbiendo las antiguas funciones reguladoras que hasta ese entonces habían tenido la Caja de Conversión y el Banco de la Nación Argentina.[6]​ El Estado debía aportar a la nueva institución la mitad de los capitales, sin embargo sólo contaría con cinco directores de un total de doce y tampoco podría solicitarle préstamos. El objetivo implícito del Banco Central sería el de proteger los intereses privados de las decisiones del Estado. Su primer director general sería Raúl Prebisch, quien permaneció al mando de la institución hasta 1943.[5]

Para mediados de los años ´40 las monedas de los países industrializados llevaban varios años desacopladas del patrón oro. Dos guerras mundiales y la depresión de los años ´30 habían requerido de una enorme emisión monetaria, provocando altas tasas de inflación y de devaluación, lo que también había fomentado el aislamiento entre los distintos países.[7]​ Con el comercio mundial colapsado se volvió imperante plantear un nuevo orden económico para la posguerra, centrándose el debate principalmente en dos posturas, una propuesta por Gran Bretaña y la otra por Estados Unidos. La propuesta británica había sido elaborada por John Maynard Keynes, quien pujaba por un sistema monetario multilateral, mientras que los norteamericanos buscaban imponer al dólar como la moneda líder. Finalmente prevaleció la posición de los estadounidenses, creándose el denominado sistema de Bretton Woods, por el cual Estados Unidos establecía una paridad fija entre el dólar y el oro, en una relación de 35 dólares por cada onza de oro, garantizando el libre cambio entre ambos cuando fuese necesario. Los demás países debían comprometerse a ajustar el valor de sus monedas conrespecto al dólar. Como parte de estos acuerdos fueron creados el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el GATT (actual OMC).[7]

En la Argentina, la Primera Guerra Mundial había provocado una pérdida del dinamismo económico, mientras que en los años ´30 el Estado se había visto definitivamente obligado a intervenir en la economía y las finanzas estableciendo subsidios tanto para el tradicional sector agropecuario como para las nuevas industrias sustitutivas de importaciones. [cita requerida] A nivel mundial la rigidez del oro había probado ser imposible de sostener, por lo que la Argentina, al igual que otros países, decidió fijar su moneda en términos de libras esterlinas, por lo que era considerado, junto con Japón, como un miembro no oficial del área esterlina, un sistema de patrón papel con una relación monetaria flexible basada en el prestigio de Gran Bretaña a nivel internacional, país que había abandonado el patrón oro en 1931.[8]​ El estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 marcó el cierre definitivo de los mercados internacionales, evidenciando que el modelo agroexportador como fórmula de crecimiento económico ya estaba agotado y que la situación no volvería a ser como a comienzos del siglo XX. A partir de entonces, el Estado se concentró en fomentar una mayor promoción industrial y un crecimiento acelerado del mercado interno.[9]​ Hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, existía la certidumbre de que la normalización del comercio mundial llevaría a una desaparición de la industria nacional argentina, provocando una gran cantidad de desocupados que pondrían en riesgo la paz social.[9]

El Banco Central de la República Argentina, creado en 1935, era una entidad mixta regida por pautas liberales, totalmente independiente del Poder Ejecutivo. Sin embargo, en el contexto de posguerra se volvió prioritario para el Gobierno Nacional que el país independizara su economía de la demanda mundial y de los grupos financieros externos, convirtiendo la política monetaria y crediticia en una herramienta para el desarrollo de las actividades productivas.[9]​ Con este objetivo se establece el decreto-ley 8.503 (ratificado por la ley 12.962 del 5 de abril de 1946) de nacionalización del Banco Central, estableciendo que todos los miembros del directorio serían designados por el Poder Ejecutivo, subordinando así la política crediticia y monetaria a la estrategia del Gobierno.[9]​ Se estableció también la garantía del Estado sobre todos los depósitos efectuados tanto en bancos oficiales como privados y un sistema de encajes del 100% con respecto a los depósitos. Con esta modificación la emisión monetaria debajaba de estar atada a las reservas internacionales y a los depósitos bancarios. Los bancos solo tendrían capacidad para otorgar créditos si el Banco Central así lo requería, a cambio de las tasas de interés que éste fijara, convirtiéndose así en meras instituciones intermediarias.[9]

Con respecto al área de la libra esterlina, tras la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña había pasado de ser acreedor a deudor tanto dentro como fuera del área, además de que la libra y el franco francés habían perdido su antaño predominio frente al dólar, que a partir de entonces se convirtió en el único patrón universal.[8]​ En mayo de 1946 el gobierno argentino creó el IAPI (Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio), organismo encargado de centralizar el comercio exterior del país y de transferir recursos entre los distintos sectores de la economía. Las exportaciones agropecuarias argentinas se realizaron mediante acuerdos bilaterales en divisas inconvertibles, otorgando en gran medida créditos en pesos a largo plazo. Los precios de los productos eran fijados por el propio IAPI, los cuales eran muy superiores a los valores de exportación norteamericanos o canadienses, esta situación generó una caída en las ventas argentinas a partir de 1947.[10]​ La mayor intervención del Estado en la economía y la redistribución del ingreso a favor de los asalariados provocó un aumento en las importaciones tanto de bienes de capital como de insumos básicos para la industria, en un contexto donde las exportaciones del sector agropecuario iban en disminución.[11]​ En noviembre de 1947, un cable de la embajada norteamericana en Buenos Aires informaba que "la situación de la Argentina respecto del dólar se está deteriorando rápidamente, y todo llegará a su fin en unas pocas semanas".[10]​ n enero de 1949 un informe reservado del Consejo Económico Nacional admitía "que los tipos de cambio actuales no reflejan fielmente la relación de nuestros costos y precios con los vigentes en algunos mercados del exterior. Sin embargo, se considera que es más conveniente mantenerlos por el momento, pues es necesario efectuar estudios minuciosos antes de proceder a modificaciones generales que tendrían profundas repercusiones en la economía nacional".[10]

Esta situación generó continuas crisis en la balanza de pagos a partir de 1949 y a lo largo de los años ´50 y ´60. [cita requerida]

Una vez estallada la gran crisis internacional, en los años 30, la economía fue cerrándose gradualmente, en el marco de una economía mundial en paulatino deterioro. Los precios de los productos de exportación cayeron aún más y se produjo un fenómeno de deflación, con su secuela de quiebras y desocupación.[11]​ La aceleración de las importaciones en un marco de atraso cambiario terminaba generando una escasez de divisas que al cabo de un tiempo era compensada con una devaluación de la moneda, que a su vez provocaba un aumento en los precios de los productos exportables y de los insumos importados.[11]​ La recesión y un tipo de cambio alto ayudaban a recuperar los saldos exportables positivos y a mantener un nivel de inflación relativamente estable, hasta que finalmente el atraso cambiario y una nueva aceleración de las importaciones comenzaban a gestar la siguiente crisis en la balanza de pagos con la consecuente devaluación de la moneda.[cita requerida] Desde 1945 hasta 1971 la tasa de inflación promedio en la Argentina fue del 25% anual.[11]

A nivel mundial, el sistema Bretton Woods sirvió para impulsar el comercio mundial, sin embargo, como todas las transacciones requerían en gran parte el uso de dólares norteamericanos, el aumento del comercio repercutió inexorablemente en un mayor requerimiento de esta divisa a nivel mundial.[7]​ El liderazgo del dólar también provocó que Estados Unidos comenzara a abusar de dicho privilegio, imprimiendo papel moneda más allá de su real capacidad productiva, lo que a su vez comenzó a perjudicar el rendimiento económico del país. Con un constante crecimiento de los dólares en circulación, se hizo evidente que cada vez sería más difícil asegurar su cambio en oro, sobre todo después del ingreso de Estados Unidos en la guerra de Vietnam.[7]​ Ante esta situación, el presidente francés Charles de Gaulle, ordenó cambiar las reservas del país en dólares a oro, el cual debió ser trasladado desde Estados Unidos en un submarino. Finalmente, el 15 de agosto de 1971, el presidente estadounidense Richard Nixon anunció la suspensión de la paridad entre el dólar y oro.[7]



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