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Calle del Olivar



¿Dónde nació Calle del Olivar?

Calle del Olivar nació en Madrid.


La calle del Olivar, en el barrio de Lavapiés del distrito Centro de Madrid,[1]​ es una estrecha vía que desciende desde la calle de la Magdalena hasta la plaza de Lavapiés,[2]​ en el laberinto de callejuelas de los antiguos barrios de Ministriles y del Avapiés del distrito del Hospital.

Relatan los cronistas que antes de urbanizarse, toda la zona del alto Lavapiés era una colina poblada por un extenso olivar, dato plausible dada la cercanía de la judería madrileña, que llegaba hasta el santuario de la Virgen de Atocha. En relación con dicho olivar se conserva la leyenda de tradición católica de la supuesta profanación en 1564 del crucifijo que coronaba el viacrucis en lo alto de la cuesta (delito una vez más imputado a 'unos judíos'). Atribuye la leyenda a Felipe II el gesto piadoso de ordenar que la corte 'del imperio en el que no se ponía el sol' vistiese de luto, y apremió al cardenal Quiroga, arzobispo de Toledo, que buscase un artista que recompusiera la imagen y se llevase en solemne procesión al convento de Atocha y de allí a la ermita reedificada en 1598 y que tomaría el nombre de ermita del Cristo de la Oliva.[3]​ Recoge Pedro de Répide también el dato urbanístico de que una de las primeras casas que se construyeron en esta calle, desplazando el fértil olivar hasta hacerlo desaparecer por completo, fue la de Eugenio Rosete, que más tarde compraría la Congregación de San Pedro de los Naturales, con la herencia de Calderón de la Barca, miembro de la Real Congregación de los Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento.

Algunos biógrafos del escritor canario Benito Pérez Galdós, lo citan como vecino de paso en esta calle recién llegado al Madrid decimonónico que luego inmortalizaría en el conjunto de su obra.[4]​ Aunque no se ha confirmado, Galdós aterrizó en una pensión del popular barrio de Lavapiés antes de instalarse en otra de la calle de las Fuentes.[5]​ No se sabe si aquel primer contacto con los 'barrios bajos' de la capital de España dejó alguna huella especial en el escritor, pero sí queda constancia -por su diario y por el contenido de sus novelística- que fue un gran paseante y mediano sociólogo del laberinto del 'viejo Avapiés'. Quede como muestra este breve fragmento sacado del capítulo XXVIII de su novela Misericordia:

Coordenadas: 40°24′38.62″N 3°42′6.1″O / 40.4107278, -3.701694



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