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Lavapiés



¿Dónde nació Lavapiés?

Lavapiés nació en Madrid.


Lavapiés es una barriada de la ciudad de Madrid, ubicada dentro del más amplio barrio de Embajadores, en el distrito Centro de la capital.[1]

En el siglo XVIII también se conoció como barrio del Avapiés por la influencia de los sainetes de Don Ramón de la Cruz, volviendo a su antiguo nombre con el siglo XIX. Se ha considerado icono del «casticismo madrileño» y la «manolería».[2]​ Marca su corazón la plaza de Lavapiés y su arteria más importante fue la calle Real de Lavapiés. Aunque no aparece como entidad administrativa oficial, Lavapiés se considera el área comprendida entre El Rastro, Tirso de Molina y el Museo Reina Sofía.[3]

Los documentos más antiguos sobre la existencia de habitantes en lo que hoy es el barrio, basados en los documentos del archivo del Ayuntamiento de Madrid, dicen que el origen del barrio de Lavapiés estaría en los asentamientos comerciales extramuros de finales del siglo XV relacionados con el camino real de Toledo y el camino de Atocha, y la existencia del antiguo matadero en lo que hoy es El Rastro que aprovechaba el gran desnivel hacia el valle del río Manzanares para evacuar los rastros de la sangre y demás desechos de los animales sacrificados.

En la toponimia moderna existe acuerdo sobre un posible topónimo de etimología popular, basado en el evidente desnivel de las calles del barrio hacia el valle del Manzanares (aprovechado para instalar el matadero de la villa) y las evidencias sobre los arroyos que corrían por el centro y los consiguientes barrizales, no parece aconsejable descartar lo obvio: "Lava-pies". En esta línea, Mesonero en cuanto al origen misterioso del topónimo Lavapiés, admitía que pudiera tener alguna relación higiénica con la gran fuente que hubo en su plaza central hasta finales del siglo xix. En cuanto a la denominación "El Avapiés", se considera una ultracorrección de Lavapiés,[4]​ que algunos autores atribuyen al capricho de don Ramón de la Cruz.[5]

Se rechaza como leyenda la noticia dejada por autores como Pedro de Répide o Juan Antonio Cabezas (entre otros varios cronistas de los siglos xix y xx),[6]​ Los medievalistas a partir de la segunda mitad de este último siglo,[7]​ proponen que «en Lavapiés nunca hubo una judería», más allá del fruto legendario de cronistas y escritores que «orquestaron tal bulo» a partir de finales del siglo xviii.[8]​ Las frecuentes referencias a una supuesta sinagoga y un enterramiento judío en la calle del Salitre se consideran restos de esta leyenda sin que, al parecer exista ninguna prueba en la literatura arqueológica profesional de ambos hechos.[9]

Al inicio del siglo xxi, algunos autores aportaron estudios para desmitificar el supuesto pasado de Lavapiés como enclave de una judería en los arrabales de la Villa de Madrid. Una de las evidencias de trabajo fue que las fuentes de este mito parten de algunas obras del regionalismo tardío, predecesor del romanticismo nacionalista de finales de siglo xix en Europa. Ramón Mesonero Romanos, en su obra Escenas matritenses, parece adjudicar el nacimiento de esta leyenda al escritor Ramón de la Cruz y, en concreto a la trama de su obra teatral Los bandos de Lavapiés.[10]​ Aunque la supuesta judería o aljama de Lavapiés fue apoyada por autores de los siglos xviii y xix como Amador de los Ríos, Antonio de Capmany o Fidel Fita,[11]​ un investigador más moderno, Manuel Montero Vallejo, las calificó de «patrañas», alegando la escasa población de la zona, eminentemente rural, durante la Edad Media,[12]​ opinión que también suscribe el medievalista Gonzalo Viñuales Ferreiro.[11]​ Ambos profesores explican que antes de 1492, año de la expulsión de los judíos de Castilla y Aragón, la villa de Madrid ocupaba el interior de los muros que se extendían por lo que hoy es la calle de la Cava Baja y Alta, muy lejos, por lo tanto, de un supuesto arrabal de Lavapiés. Dichos especialistas consideran como dato en contra de una judería en Lavapiés el hecho de que no existiera en esta zona una muralla que cerrara sus puertas al anochecer y protegiese a los vecinos, condición que se ha dado en los barrios judíos de otras ciudades de España.[13]​ Insisten también en que el Madrid medieval, el altozano que después ocuparían el palacio Real y la catedral de la Almudena, quedaba muy distante de lo que luego se llamaría Lavapiés, que en dicho periodo medieval era campo de cultivo, probablemente deshabitado y sin construcciones de entidad antes del siglo xvi, cuando ya habían sido expulsados los judíos.[14]

Las excavaciones realizadas para la instalación del futuro Museo de las Colecciones Reales y las pruebas arqueológicas halladas refuerzan la tesis de que la judería de Madrid se extendía en el perímetro situado bajo la actual catedral de la Almudena, dentro de los muros, tal y como, por otra parte, sucede en el resto de juderías hispanas y concuerda con la extensión del Madrid medieval.[15]

Para intentar asignar a toda costa un mítico pasado judío al barrio, algunos autores señalan la posibilidad de que en el arrabal de Lavapiés habitasen grupos de judeoconversos (cristianos nuevos) y que en su evolución cultural diesen origen a algunas tradiciones a lo largo de su convivencia con cristianos viejos asentados en la misma zona entre los siglos xvii al xix, como sucedió en varios pueblos y ciudades de España. Sin embargo, no existen pruebas históricas de ello ni de las mencionadas tradiciones.[16]

Varios de los autores referidos o citados -Mesonero, Ramón de la Cruz, Pedro de Répide- han dejado entretenidas páginas sobre la tipología humana de Lavapiés.[18]​ Anteriores a los estudios del siglo XXI, suelen coincidir estos y otros literatos y cronistas del casticismo madrileño en el origen hebreo de muchos vecinos de la zona, que haciendo "ostentación de cristianos nuevos" ponían el nombre de Manuel a sus primogénitos.[5]​ Andando el tiempo, el barrio de los Manueles se convirtió en el barrio de los Manolos y por extensión de las Manolas y de la "manolería" en general. En ese mismo crisol castizo se fraguarían los majos o "mayos", por la costumbre festiva de adornar el mayo y elegir la maya el día de Santiago el Verde (y que luego llenarán la obra más festiva de Francisco de Goya). Rivales de manolos y majos serían a su vez los chisperos o "tiznaos" del gremio de herreros que con el tiempo se reuniría en los barrios 'altos' del otro lado de la cerca, en lo que luego será el castizo Chamberí. Y participando de la suficiente dosis de casticismo de unos y otros menudearon hasta hacerse mayoría los 'chulos y chulapos, chulas y chulapas', con una etimología que Répide recoge de origen árabe (chaul en esa lengua denomina al "mozo o muchacho"), y que ya en el siglo XVIII Diego de Torres Villarroel menciona en sus Sueños morales en estos términos:

Cita y metáfora que parecen dejar claro el origen de otra de las singularidades del casticismo madrileño: el piropo.[19]

"Manolas", "chulas" y "chisperas" fueron desarrollando su propia iconografía y personalidad. Así las hace cantar Vicente Cobos en su melodrama en un acto Los chisperos de Madrid:[20]

contenta y satisfecha

vivir yo quiero.

De Madrid son chisperas las Maravillas,

El estigma de arrabal, primero, y ‘barrio bajo dejado de la mano de Dios’,[21]​ que Lavapiés casi tuvo desde su origen y que ilustró páginas inmortales de Galdós y buena parte de la novela social del siglo xix,[22]​ se continuó con el abandono en que cayó tras la guerra civil española.[23]​ Como paradójicos ejemplos de ello pueden citarse: la fuente de Cabestreros y el hecho insólito de que se conservara en ella una de las pocas menciones a la República que existen en un monumento público madrileño, ya que tales menciones fueron sistemáticamente eliminadas por el franquismo.[24][25]​ Otra paradoja, dada la profunda religiosidad del régimen de Franco,[26][27]​ fue el estado de abandono y ruina en que permanecieron las Escuelas Pías situado en la que –ya en el siglo xxi– sería llamada plaza de Agustín Lara. El conjunto religioso fue incendiado y saqueado por cenetistas un día después del estallido de la guerra civil española, el 19 de julio de 1936.[a]

Abundando en ese referido abandono del Lavapiés madrileño, el conjunto de las Escuelas Pías se mantuvo tal y como quedó tras el incendio, hasta que entre 2002 y 2005 (en el periodo de la VII legislatura de España), se aprovecharon las ruinas para construir una biblioteca y un Centro Asociado de la UNED, creando un entorno ciudadano de diversa traza arquitectónica.[28]

A partir de la década de 1970 un flujo de gente joven fue relevando en Lavapiés a los tradicionales vecinos del Madrid chulo y castizo de la postguerra, atraídos por la abundancia de viviendas de renta baja. El progresivo abandono de los inmuebles por sus dueños y la proliferación de casas abandonadas hizo que en los noventa se instalasen allí colectivos libertarios, anarquistas y okupas:[29]​ llegando a considerarse en algunos medios esta zona de Madrid como una de las de mayor densidad de casas ocupadas. En el inicio del siglo XXI es el barrio con mayor cantidad de asociaciones y movimiento vecinal de Madrid.[21]

Otro fenómeno paralelo de absorción social de Lavapiés ha sido el de acoger a amplios sectores de inmigrantes. Algunas cifras aseguran que, en la segunda década del siglo XXI, alrededor del 50% de la población del barrio es de origen extranjero. Debido a esta multiculturalidad eventos como el año nuevo chino o el ramadán tienen especial resonancia.[30]​ Si bien, la popular verbena de las fiestas de San Lorenzo sigue siendo el evento más celebrado en el barrio de Lavapiés y con la más alta participación vecinal.[21]

Escritores como Arturo Barea, que residió durante su infancia y juventud en Lavapiés, asistiendo a las Escuelas Pías, como relata en su autobiografía La forja de un rebelde;[31][32]​ o Gloria Fuertes, nacida en Lavapiés.[33]

Arquitectos como Pedro de Ribera y algunos miembros de la familia Churriguera: Alberto, José Benito y Joaquín Churriguera, nacidos todos ellos en la calle del Oso;[34]​ calle en la que también nacería la cantante y actriz Ana Belén.[35]

Vecinos del barrio fueron también el escritor, jurista y político ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos, entre los años 1782 y 1806; y Pablo Picasso, que vivió en el número 5 de la calle San Pedro Mártir durante su estancia en Madrid entre los años 1897 y 1898,[36]​ en la misma casa en la fue vecino el actor Pepe Isbert.[37]​ Asimismo, el historietistas Carlos Giménez ambientó sus series Barrio y Malos tiempos.[38]​ Finalmente, en el número 4 de la calle San Pedro Mártir, vivió Nicolás Ramírez de Losada.[cita requerida]

El barberillo de Lavapiés de Francisco Asenjo Barbieri es una de las varias zarzuelas ambientadas en el barrio. Isaac Albéniz dedicó también una pieza para piano de su suite Iberia (cuaderno 3), a la que tituló «Lavapiés». De entre los numerosos compositores y grupos musicales que habitaron en el barrio a finales del siglo xx podría citarse como muestra el tema "Vengo de Lavapiés", publicado en 1997 (dentro del primer disco de La cabra mecánica).

Arturo Barea sitúa varias escenas de su novela autobiográfica La forja (primera parte de su trilogía La forja de un rebelde) en el barrio de Lavapiés, donde el autor pasó su infancia y juventud. De una larga lista de escritores avecindados en Lavapiés, puede entresacarse quizá a José Ángel Barrueco, autor de Vivir y morir en Lavapiés.[39]

Además de la cinematografía dedicada al cine de género costumbrista (a partir de la zarzuela y otros fenómenos del casticismo madrileño, o de ejemplos del neorrealismo cinematográfico español como Surcos, película de 1951 dirigida por José Antonio Nieves Conde, se puede reseñar el documental cinematográfico El otro lado... un acercamiento a Lavapiés, producción de Básel Ramsis en 2002.[40]

La propia personalidad del barrio, históricamente núcleo autóctono en Madrid y generador de un casticismo propio, parece reflejarse en la estética contracultural que la fusión de culturas y etnias han favorecido desde el último tercio del siglo XX entre sus vecinos.[41]​ Todo ello permite a algunos analistas plantear las coordenadas, características y manifestaciones que presenta este barrio en el siglo XXI.[42]​ Entre las muestras de arte callejero que ese fenómeno produce podrían destacarse las diferentes tendencias de pintura mural y grafiti, que en algunos lugares, como la abandonada Fábrica de Tabacos han llegado a generar una sucesión espontánea de ejemplos de este tipo de expresión denigrada por unos y defendida por otros.[43]

'Museo al aire libre' en los muros de la Tabacalera.

Centro social autogestionado Eskalera Karakola, en Embajadores nº52.

Alegoría (barrio de Lavapiés).

Esquina de la calle Jesús y María con la calle de Lavapiés.

Mural en la calle Santa Isabel (esquinazo del Mercado de Antón Martín).

Coordenadas: 40°24.51′N 3°42.06′O / 40.40850, -3.70100



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