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Concatedral de Mérida



 Patrimonio de la Humanidad (parte de «Conjunto arqueológico de Mérida», n.º ref. 664) (1993)

La Santa Iglesia Concatedral Metropolitana de Santa María la Mayor es un templo católico de Mérida que se levanta en pleno corazón histórico de la capital extremeña. Junto con la Santa Iglesia Catedral Metropolitana de San Juan Bautista de Badajoz, es sede de la archidiócesis de Mérida-Badajoz.

Heredera de la antigua Catedral de Augusta Emérita, su aspecto actual comienza a fraguarse tras la reconquista de la ciudad por parte del rey Alfonso IX de León, por lo que sus restos más antiguos corresponden al siglo XIII. El conjunto está declarado Bien Cultural Prioritario de Mecenazgo.[1]

El actual templo concatedralicio se levanta, según las investigaciones de importantes arqueólogos e historiadores, sobre la que fuera Catedral de Santa Jerusalén, sede del arzobispado visigodo de Emérita.

Con la invasión árabe de la ciudad, la comunidad cristiana de Mérida se ve obligada a abandonar la población llevándose consigo las reliquias de la iglesia emeritense, entre las que se encontraban las de la mártir Eulalia. La irrupción de las tropas árabes en la ciudad traerá consigo la pérdida, en un principio provisional, de la sede metropolitana de Mérida. Posteriormente, bajo el pontificado de Calixto II, por bula de 28 de febrero de 1119, la Sede emeritense fue trasladada a Santiago de Compostela.

En marzo de 1230, Alfonso IX reconquista la ciudad, que es cedida al arzobispo de Compostela. Este hecho conlleva la dificultad de la recuperación de la Sede Metropolitana emeritense y, en consiguiente, supone la pérdida definitiva de la dignidad catedralicia para el templo mayor de Mérida.

Será en ese mismo año cuando comienza la construcción de una capilla dedicada a Santa María sobre las ruinas de la seo visigoda. En el año 1479, Alonso de Cárdenas, maestre de la Orden de Santiago, ordena la ampliación de dicha capilla dando forma, de este modo, al templo actual, con el fin de convertirlo en la Iglesia Mayor de la ciudad, para lo que suprime las parroquias de Santiago y San Andrés, que quedarán anexionadas a la actual concatedral.

En el siglo XVI, la fábrica del templo concatedralicio se amplia con la construcción de varias capillas, entre las que destacan la de los Vera, la capilla bautismal y la de los Mendoza, contigua a la anterior.[2]

En 1994, con la Bula Universae Ecclesiae del papa Juan Pablo II, mediante la cual se restituye el antiguo arzobispado emeritense con el nombre de Mérida-Badajoz, el templo de Santa María obtiene la dignidad concatedralicia constituyéndose, junto con la catedral de Badajoz, en sede de los arzobispos extremeños. Dos años más tarde, el 12 de octubre de 1996, el nuncio papal en España, Lajos Kada, abría el culto concatedralicio en Santa María y los canónigos tomaban sus respectivas sedes en el templo.

Tras este acontecimiento, el segundo arzobispo de Mérida-Badajoz, Santiago García Aracil, consagra el templo metropolitano en el año 2006, coincidiendo con la celebración del 1350 aniversario del primer documento que cita a Mérida como una comunidad cristiana plenamente constituida.

El 15 de agosto de 2012, la Santa Sede aprueba la institución de un Cabildo autónomo. La aprobación se lleva a cabo en un solemne acto en la tarde del 9 de marzo de 2013, acto en el que se inaugura la nueva Sala Capitular y durante el cual se elige al sacerdote diocesano Juan Cascos González, como primer deán de la concatedral emeritense.[3]

El conjunto catedralicio cuenta con tres portadas:

La concatedral, de planta rectangular, consta de tres naves (la central, dos veces más ancha que las laterales), separadas por pilares de sección cuadrada, con una columna adosada en cada frente sobre la que apean arcos apuntados. La cubierta de las naves, originariamente de armadura mudéjar, es de bóveda de aristas.

La Capilla Mayor o presbiterio consta de dos tramos, cubiertos con bóveda de terceletes sobre planta rectangular el primero y en abanico el segundo, con claves decoradas con un florón vegetal y con el Cordero Místico. A un lado del presbiterio, bajo arcosolios, se puede admirar el sepulcro de alabastro de don Diego de Vera y Mendoza, canciller de Alonso de Cárdenas, último maestre de la Orden de Santiago. Este noble emeritense aparece tumbado sobre su lecho mortuorio. Su cabellera y rostro están bien tratados. Su cabeza va tocada con birrete y viste tabardo cortesano que deja traslucir la camisa. Porta calzas en sus pies. Empuña mandoble con gavilanes y Cruz de Santiago en la empuñadura y la vaina decorada con escudo de los Vera. A los pies le acompaña un perro que porta collar en su cuello.

Altar de las Ánimas, en la cabecera de la nave del Evangelio.

Retablo de las reliquias, capilla del Santísimo Sacramento.

Arcosolio gótico que alberga la talla del Cristo de las Injurias.

Puerta de San Juan Macías

Talla barroca de la Inmaculada.

Retablo de la Capilla del Bautismo.

Altar de la Virgen de Guadalupe en la cabecera de la nave de la Epístola.

Sepulcro de doña Marina Gómez de Figueroa, capilla del Conde de la Roca.

Detalle del retablo de la capilla de San Antonio.

Vista parcial de la nave de la Epístola.

Capilla de Nuestra Señora de los Desamparados o de los Vera.

Retablo de la Candelaria.

Altar del Medinaceli.

Entre las leyendas que encierra la actual catedral, destaca aquella que atribuye al templo como depositario del perdido Tesoro del Templo de Jerusalén.

Según las crónicas del historiador árabe del siglo X, Ahmad al-Razi, durante la conquista de Al-Andalus, se halló en uno de los templos de la ciudad de Mérida parte del Tesoro de Jerusalén, conseguido durante el saqueo del Templo de la Ciudad Santa por Nabucodonosor. Junto al monarca babilónico, había participado en el saqueo Isban, rey de Al-Andalus, quien traería parte del botín a Mérida.[11]

Entre estos tesoros se hallaba, según citan todos los eruditos árabes, una misteriosa piedra de luz, la alquila, que alumbraba la actual concatedral, en la que se guardaba, sin necesidad de lámparas, un cántaro de aljófar lleno de perlas que fue entregado al califa de Damasco, y después a su sucesor Suleyman, quien la colocó en la mezquita junto a la llamada Mesa de Salomón, de esmeraldas y piedras preciosas, también procedente de Mérida.[12]

Las crónicas cuentan, años después de la conquista de la ciudad, uno de los clérigos del antiguo templo metropolitano, aún destinado al culto cristiano, narraba cómo los árabes entraron en la ciudad llevándose una piedra que hallaron puesta debajo de un crucifijo, que esparcía tal claridad que se podía rezar las horas canónicas sin otra luz que la esparcida por ella.

En cuanto a la legendaria Mesa, hay tantas descripciones como cronistas del mito. Según el Ajbar Machmua, una crónica bereber del siglo XI, es una mesa «cuyos bordes y pies, en número de 365, eran de esmeralda verde» y Al-Macin asegura que estaba «compuesta por una mezcla de oro y de plata con tres cenefas de perlas».

Desde el cristianismo primitivo, la oración litúrgica se practicó mirando hacia la salida del sol, y, por tanto, la orientación arquitectónica de las iglesias se hace con la cabecera hacia el Este. Esta tradición se mantiene durante toda la Edad Media. Sin embargo, la orientación de la catedral emeritense no es la considerada ortodoxa, ya que su cabecera se construye orientada ligeramente hacia el Noreste. Para indicar este error arquitectónico, el constructor del templo decidió dejar constancia de ello en la bóveda de la capilla del Santísimo. Si se observan detenidamente las claves de la bóveda estrellada, todas ellas están decoradas con veneras, excepto una, que lo hace con una cruz de santiago. Esta clave está orientada haca el Este, indicando cuál tendría que haber sido la orientación de la catedral.



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