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Constantino XI



Constantino XI Dragases Paleólogo o Dragaš Paleólogo (en griego, Κωνσταντῖνος Δραγάσης Παλαιολόγος, Kōnstantinos Dragasēs Palaiologos; 8 de febrero de 1405-29 de mayo de 1453) fue el último emperador romano de Oriente desde 1449 hasta su muerte en 1453. Esta fecha marcó la caída final del Imperio, el cual remontaba su origen a la fundación de Constantinopla por Constantino I el Grande como nueva capital del Imperio romano en 330. Dado que el Imperio bizantino era la continuación medieval de dicho Estado, ya que sus ciudadanos se denominaban a sí mismos como romanos, la muerte de Constantino y la caída de Constantinopla también marcaron el fin definitivo del imperio romano, fundado por Augusto casi 1500 años antes.

Constantino era el cuarto hijo del emperador Manuel II Paleólogo y Helena Dragaš, hija del gobernante serbio Constantino Dejanović. Poco se sabe de su vida temprana, pero desde la década de 1420 en adelante, demostró repetidas veces su habilidad como general. Según su carrera y las fuentes contemporáneas sobrevivientes, parece haber sido principalmente un soldado. Esto no significa que no fuera también un administrador capaz: su hermano mayor, Juan VIII Paleólogo, le tenía gran confianza y lo favoreció hasta el punto de designarlo regente del imperio entre 1423 y 1424 y nuevamente entre 1437 y 1440. En 1427, defendió la provincia de Morea (en la península del Peloponeso) de un ataque por parte de Carlo I Tocco, gobernante de Epiro, y en 1428 recibió el título de déspota y gobernó la provincia junto a sus hermanos Teodoro y Tomás. Constantino y sus hermanos extendieron el dominio bizantino hasta abarcar casi todo el Peloponeso por primera vez desde la cuarta cruzada más de doscientos años antes y reconstruyeron el viejo muro del Hexamilión, que defendía la península de los ataques externos. Aunque finalmente fracasó, dirigió personalmente una campaña en Grecia Central y Tesalia entre 1444 y 1446, en un intento de extender su dominio sobre Grecia una vez más.

En 1448, Juan VIII murió sin tener descendencia y, como su sucesor favorito, fue proclamado emperador el 6 de enero de 1449. Su breve reinado haría que lidiara con tres problemas urgentes. Primero, estaba el tema de un heredero, ya que tampoco tenía hijos. A pesar de los intentos de su amigo y confidente, Jorge Frantzés, de encontrarle una esposa, murió sin llegar a casarse. El segundo problema era la desunión religiosa dentro de lo poco que quedaba de su imperio. Constantino y su predecesor Juan VIII consideraban que se necesitaba una unión entre las iglesias ortodoxa y católica para asegurarse la ayuda militar de Europa, pero gran parte de la población bizantina se opuso a la idea. Finalmente, la preocupación más apremiante devendría en la expansión del Imperio otomano, que en 1449 rodeó por completo a Constantinopla. En abril de 1453, el sultán otomano Mehmed II sitió la ciudad con un ejército que ascendía a 80 000 hombres. Aunque los defensores pudieron haber sido menos de una décima parte del ejército del sultán, Constantino XI consideró impensable la idea de abandonar la ciudad. El emperador se quedó para defender la ciudad y el 29 de mayo cayó Constantinopla. Aunque no sobrevive ningún relato confiable de testigos presenciales de su muerte, la mayoría de los relatos históricos coinciden en que acaudillo una última defensa contra los otomanos y pereció combatiendo.

Constantino fue el último gobernante cristiano de Constantinopla, lo que, junto con su valentía en la caída de la ciudad, lo consolidó como una figura casi legendaria en las historias posteriores y el folclore griego. Algunos vieron la fundación de Constantinopla (la Nueva Roma) bajo Constantino el Grande y su pérdida bajo otro Constantino como el cumplimiento del destino de la ciudad, al igual que la Antigua Roma había sido fundada por un Rómulo y perdida bajo otro. Se hizo conocido en el folclore griego posterior como Marmaromenos Vasilias (en griego, Μαρμαρωμένος Βασιλιάς, el «emperador convertido en mármol»), lo que refleja una leyenda popular que perduró durante siglos de que en realidad no había muerto, sino que lo rescató un ángel y lo convirtió en mármol, escondido bajo el Cuerno de Oro a la espera del llamado de Dios para volver a la vida y reconquistar tanto la ciudad como el antiguo imperio.

Constantino Dragases Paleólogo nació el 8 de febrero de 1405[nota 3]​ como el cuarto hijo de Manuel II Paleólogo, octavo emperador de la dinastía de los Paleólogos.[4]​ Su madre, de quien adoptó su segundo apellido, era Helena Dragaš, hija del gobernante serbio Constantino Dejanović. A menudo se le describe como porfirogéneta («nacido en la púrpura»), una distinción concedida a los hijos nacidos de un soberano que ya había accedido al trono en el Gran Palacio de Constantinopla.[5]

El Imperio romano de Oriente —conocido como Imperio bizantino posteriormente—, que alguna vez se extendió por todo el Mediterráneo oriental, se había reducido a la capital, Constantinopla, la Morea, nombre medieval de la península del Peloponeso, y un puñado de islas en el mar Egeo, durante el reinado de su padre.[4]​ También se veía obligado a pagar tributo a los sultanes del Imperio otomano.[4]​ La llegada de los turcos selyúcidas a la provincia de Anatolia en el siglo XI propició su decadencia y posterior caída. Aunque algunos gobernantes, como Alejo I y Manuel I, recuperaron con éxito territorios de esta «fértil, poblada y rica» provincia gracias a la ayuda de los cruzados occidentales, solamente los mantuvieron por breve tiempo y, después de su pérdida, experimentó un declive casi constante. Aunque se reconquistó la mayor parte, el imperio se disolvió debido a la cuarta cruzada, que conquistó Constantinopla en 1204 y fundó el Imperio latino ese mismo año. Volvería a resurgir bajo el reinado de Miguel VIII Paleólogo, fundador de la dinastía homónima, quien retomó la capital en 1261, no obstante el daño recibido era irreversible y para el siglo XIV continuó decayendo como resultado de las frecuentes guerras civiles.[6]​ Durante todo este siglo, los turcos otomanos conquistaron enormes franjas de territorios y para 1405 regían sobre gran parte de Anatolia, Bulgaria, Grecia central, Macedonia, Serbia y Tesalia.

A medida que el imperio disminuía, sus soberanos dedujeron que la única manera de mantener intacto el territorio restante era otorgar algunas de sus posesiones a sus hijos, quienes recibían el título de déspota, como «principados» para defender y gobernar. El primogénito de Manuel II, Juan VIII, fue nombrado coemperador y designado para sucederlo. Su segundo hijo, Teodoro II, recibió el Despotado de Morea y el tercero, Andrónico, gobernó como déspota de Tesalónica en 1408. Sus hijos menores; Constantino, Demetrio y Tomás, permanecieron en la capital dado que no habían territorios que pudieran gobernar.[7]

Poco se sabe de los primeros años de Constantino. Desde una temprana edad, era admirado por Jorge Frantzés, futuro historiador, quien con posteridad entraría a su servicio, y los encomios subsiguientes escribieron a menudo que siempre había sido valiente, aventurero y hábil en las artes marciales, la equitación y la cacería.[5]​ Muchos relatos de su vida, tanto antes como después de acceder al trono, están muy sesgados y elogian su reinado, ya que la mayoría de ellos carecen de fuentes contemporáneas y se compusieron después de su muerte.[8]​ Según sus acciones y los comentarios de algunos de sus asesores y contemporáneos, prefería sobre todo las cuestiones militares que los asuntos de estado y diplomáticos, aunque también era un administrador competente —como lo demostró en sus mandatos como regente— y tendía a prestar atención a las recomendaciones de sus consejeros sobre importantes temas de estado.[9]​ Además de las representaciones estilizadas y borrosas en sellos y monedas, no sobreviven representaciones contemporáneas suyas.[10]​ Las imágenes de mayor notoriedad incluyen un sello que se encuentra actualmente en Viena —de procedencia desconocida, probablemente de una crisóbula imperial—, algunas monedas y su retrato juntos a los otros emperadores romanos en una copia de la Biblioteca Estense sobre la historia de Juan Zonaras. En este último, se le representa con una barba redondeada, en notable contraste con sus parientes de barba bifurcada, pero no está claro si esto refleja su verdadera apariencia.[11]

Después de un fallido asedio otomano sobre Constantinopla en 1422, Manuel II sufrió un sufrió un ataque y se paralizó una parte de su cuerpo. Vivió tres años más, pero el gobierno quedó en manos de su primogénito. Tesalónica también estaba siendo asediada por estos. Para evitar que cayera en sus manos, entregó la ciudad a la República de Venecia. Juan VIII confiaba en conseguir el apoyo de los católicos de Europa Occidental; su padre había abandonado la esperanza de recibir la ayuda occidental e incluso intentó disuadirlo de buscarla. En noviembre de 1423, partió hacia Venecia y luego a Hungría.[12]​ Manuel II creía que una eventual unión de las iglesias católica y ortodoxa, que se convertiría en el objetivo de su sucesor, solo lo enemistaría con los otomanos y la población del imperio, lo que podría desencadenar en una guerra civil.[13]

Juan VIII estuvo impresionado por las acciones de Constantino durante el asedio de 1422, y puso mayor confianza en este que en sus otros hermanos; le concedió el título de déspota y permitió que gobernara Constantinopla como regente.[3]​ Con la ayuda de su padre, que estaba postrado en cama, redactó un nuevo tratado de paz con el sultán otomano Murad II, que libró de forma momentánea a la ciudad de nuevos ataques. Su hermano regresó de su viaje en noviembre de 1424 después de fracasar en conseguir ayuda. El 21 de julio de 1425, su padre murió y Juan VIII devino en el emperador principal. El nuevo emperador le entregó una franja de tierra al norte de la capital que se extendía desde la ciudad de Mesembria en el norte hasta Derkos en el sur. También incluyó el puerto de Selimbria como su «principado» en 1425.[12]​ A pesar de que este «principado» era pequeño, se hallaba cerca de Constantinopla y era de importancia estratégica, lo que demostraba que tanto su padre como su hermano le tenían en alta estima.[9]

Después de su exitoso mandato como regente, Juan VIII lo consideró capaz y leal; lo designó sucesor de su hermano Teodoro II luego de que este expresara su descontento por gobernar su «principado» durante una visita en 1423; cambiaría de opinión en última instancia, pero el emperador ya había nombrado a Constantino déspota de Morea en 1427 después de realizar una campaña militar en aquella provincia. Aunque Teodoro II se conformó con el cogobierno, el historiador Donald Nicol sopesa que el apoyo fue útil, ya que su territorio peligraba constantemente por fuerzas externas durante la década de 1420. En 1423, los otomanos rebasaron el antiguo muro del Hexamilión —que custodiaba la Morea— y lo devastaron. La provincia también era continuamente amenazada por Carlo I Tocco, gobernante de Epiro, quien la atacó poco antes de la invasión otomana y nuevamente en 1426, ocupando territorios en las zonas noroccidentales.[14]

En 1427, Juan VIII se dispuso a lidiar con Tocco en persona; llevó consigo a Constantino y Frantzés. El 26 de diciembre de 1427, los dos hermanos llegaron a Mistrá, la capital de Morea, y se dirigieron a la ciudad de Glarentza, que había caído ante los epirotas. En la batalla de las Equínadas, una escaramuza naval frente a la costa de la Acarnania, Tocco fue derrotado y acordó renunciar a sus conquistas en Morea.[15]​ Para sellar la paz, ofreció la mano de su sobrina, Maddalena Tocco —cuyo nombre luego cambió a «Teodora»—, en matrimonio a Constantino; su dote sería Glarentza y los demás territorios ocupados.[15]​ La ciudad pasó a poder de los novios el 1 de mayo de 1428 y el 1 de julio contrajeron matrimonio.[16][17]

La sesión de los territorios ocupados por los epirotas a Constantino complicó la estructura de gobierno en Morea. Dado que Teodoro II se negó a dimitir, la provincia pasó a ser gobernada por dos miembros de la familia imperial por primera vez desde su creación en 1349. Poco después, su hermano menor Tomás también sería nombrado déspota de Morea, lo que significaba que el territorio se había desintegrado en tres pequeños principados. Teodoro II no compartió el control de Mistrá con los otros; en cambio, concedió tierras a Constantino en toda Morea, incluida la ciudad portuaria de Egio, fortalezas y ciudades en Laconia en el sur, así como Kalamata y Mesenia en el oeste e hizo de Glarentza, a la que tenía derecho por matrimonio, su capital. Mientras tanto, Tomás recibió territorios en el norte y se estableció en el castillo de Kalávrita.[18]​ Durante su mandato, Constantino fue valiente y enérgico, pero en general cauteloso.[1]​ Poco después de ser proclamado déspota, realizó una campaña, junto a sus hermanos, en un intento por apoderarse de la ciudad Patras, que estaba gobernada por el arzobispo católico Pandolfo Malatesta, cuñado de Teodoro II. La campaña terminó en un fracaso, posiblemente debido a la participación renuente de uno y la inexperiencia del otro. Constantino confesó a Frantzés y a Juan VIII, en una reunión secreta en Mistrá, que haría un segundo intento por conquistarla; si fallaba, volvería a su antiguo «feudo» en el mar Negro. Confiado en que la numerosa población griega de la ciudad lo apoyaría, marchó hacia Patras el 1 de marzo de 1429 y el 20 de ese mismo mes empezó el asedio. El sitio devino en un enfrentamiento largo y prolongado, con escaramuzas ocasionales. En un momento dado, su caballo murió víctima de los proyectiles enemigos y cayó sobre su cuerpo lo que casi provoca su fallecimiento. Sería rescatado por Frantzés a costa de la propia libertad de este ya que los patracenses lo capturaron; sería liberado, en un estado cercano a la muerte, el 23 de abril. Después de casi dos meses, los defensores sopesaron la idea de negociar en mayo. Malatesta viajó a Italia en un intento de reclutar refuerzos y se acordó que si no regresaba antes del final de ese mes, Patras se rendiría. Constantino estuvo de acuerdo con esto y retiró su ejército. El 1 de junio, regresó a la ciudad y, como el arzobispo no había regresado, se reunió con los líderes patracenses en la catedral de San Andrés el 4 de junio y lo aceptaron como su nuevo señor. El castillo del arzobispo, ubicado en una colina cercana, opuso resistencia durante otros doce meses antes de rendirse.[19]

La captura de Patras fue vista como una afrenta por el papa, los venecianos y los otomanos. Con el fin de pacificar cualquier amenaza, envió embajadores a los tres, y mandó a Frantzés a parlamentar con Turahan, el gobernador otomano de Tesalia. Aunque logró eliminar la amenaza de represalias, el peligro católico se hizo realidad cuando Malatesta llegó a la cabeza de un ejército de mercenarios catalanes. Desafortunadamente, estos tenían poco interés en ayudarlo a recuperar la ciudad, y en su lugar se apoderaron de Glarentza, que Constantino tuvo que comprarles por seis mil ducados venecianos, y comenzaron a saquear la costa de Morea. Para evitar que fuera ocupada por piratas, ordenó su destrucción.[20]​ Durante este tiempo, sufrió otra pérdida: su esposa Teodora murió en noviembre de 1429. Afligido por el dolor, la enterró primero en Glarentza, pero luego traslado sus restos a Mistrá.[21]​ Una vez que el castillo del arzobispo se rindió en julio de 1430, Patras pasó a sus manos después de 225 años de ocupación extranjera. En noviembre, Frantzés recibió la gobernación de la ciudad como recompensa por sus acciones.[20]

A principios de la década de 1430, sus esfuerzos y los de Tomás habían asegurado que casi toda Morea estuviera nuevamente bajo el dominio bizantino desde la cuarta cruzada. Su hermano menor abolió el Principado de Acaya al casarse con Caterina Zaccaria, hija y heredera del último príncipe, Centurión II Zaccaria. Cuando este último murió en 1432, tomó el control de todos sus territorios restantes por derecho de matrimonio. Las únicos territorios que quedaban bajo dominio extranjero eran las pocas ciudades portuarias que todavía ocupaba la República de Venecia. El sultán Murad II se inquietó por estos recientes éxitos. En 1431, envió a Turahan con un ejército con el fin de demoler el muro del Hexamilión y para recordarles a los déspotas que eran vasallos de los otomanos.[22]

En marzo de 1432, Constantino, que quizás quería estar más cerca de Mistrá, realizó un nuevo acuerdo territorial con Tomás. Este último acordó cederle su fortaleza de Kalávrita, que la transformó en su nueva capital, a cambio de Elis.[23]​ Las relaciones entre los tres déspotas finalmente se deterioraron. Juan VIII no tenía hijos que lo sucedieran y, por lo tanto, se asumió que su heredero sería uno de sus cuatro hermanos sobrevivientes; Andrónico había muerto algún tiempo antes. Se sabía que su sucesor preferido era Constantino y, aunque Tomás aceptó esta elección, ya que tenía una buena relación con su hermano, Teodoro II se mostraba resentido con aquello. Cuando convocaron a su hermano a la corte imperial en 1435, creyó falsamente que sería designado coemperador y heredero y, viajó a Constantinopla para presentar sus objeciones. La disputa entre los hermanos no se resolvió hasta finales de 1436, cuando el futuro patriarca Gregorio Mammas llegó para reconciliarlos y evitar una guerra civil. Se acordó que Constantino regresaría a la capital, mientras que los codéspotas permanecerían en Morea. El emperador lo necesitaba ya que pronto partiría hacia Italia.[21]​ El 24 de septiembre de 1437, llegó a Constantinopla. A pesar de no ser proclamado coemperador, su nombramiento como regente por segunda ocasión, sugerido por su madre Helena, indicó que debía ser considerado como el heredero aparente, para gran consternación de sus otros hermanos.[17][21][17]

El emperador viajó a Italia en noviembre para asistir al Concilio de Florencia en un esfuerzo por unir a la iglesia católica y ortodoxa. Aunque muchos bizantinos se opusieron a esta idea, ya que significaba la sumisión religiosa ante el papado, se consideraba necesaria. El papa no veía la situación de los cristianos de Oriente como algo positivo, pero no enviaría ningún apoyo para el decadente imperio si no se sometía a su iglesia y renunciaba a lo que los católicos percibían como errores. Juan VIII llevó consigo una gran delegación a Italia, incluido el patriarca José II de Constantinopla; representantes de los patriarcas de Alejandría y Jerusalén, gran número de obispos, monjes y sacerdotes; también lo acompañó su hermano menor Demetrio. Este último se oponía a la unión de las iglesias, pero decidió no dejarlo en Constantinopla, ya que había mostrado tendencias rebeldes y se pensaba que intentaría tomar el trono con el apoyo de los otomanos. Constantino no se quedó sin el apoyo de los cortesanos imperiales: su primo Demetrio Paleólogo Cantacuceno y el estadista Lucas Notaras permanecieron en la ciudad. Su madre y su amigo Frantzés también se quedaron para asesorarlo.[24]​ En 1438, fue caballero de honor en la boda de su amigo, y más tarde apadrinaría a dos de sus hijos.[25]

Durante la ausencia del emperador, los otomanos acataron la paz previamente establecida. Los problemas parecían haberse gestado solo una vez: a principios de 1439, escribió a su hermano en Italia para recordarle al papa que a los bizantinos se les había prometido dos barcos de guerra para finales de la primavera. Esperaba que estos partieran en quince días, ya que creía que Murad II estaba planeando una fuerte ofensiva contra la capital. Aunque los navíos no fueron enviados, la ciudad no estaba en peligro ya que la campaña del sultán se centró en conquistar Smederevo en Serbia.[26]

En junio de 1439, el Concilio de Florencia, declaró que las iglesias se habían unificado. Juan VIII regresó a Constantinopla el 1 de febrero de 1440.[27]​ Aunque se le recibió con una gran ceremonia organizada por Constantino y Demetrio, que había regresado algún tiempo antes, la noticia de la unificación provocó una ola de resentimiento y amargura entre la población en general, que sintieron que el emperador había traicionado su fe y su visión del mundo.[28]​ Muchos temían que esto despertara sospechas entre los otomanos.[27]​ Constantino estuvo de acuerdo con las opiniones de su hermano sobre este asunto: si sacrificar su iglesia supondría el apoyo de los occidentales, esto no habría sido en vano.[27]

A pesar de haber sido relevado de sus deberes como regente cuando regresó su hermano, Constantino permaneció en la capital hasta finales de 1440. Es posible que se hubiese quedado para encontrar una esposa adecuada, ya que deseaba volver a casarse. Se decidió por Caterina Gattilusio, hija de Dorino I Gattilusio, señor genovés de la isla de Lesbos. En diciembre de 1440, envío a Frantzés a Lesbos para organizar la propuesta matrimonial. A finales de 1441, zarpó hacia la isla con su amigo y Notaras, y en agosto se casó con Caterina. En septiembre, tuvo que partir a Morea, pero dejó a su esposa con su padre.[29]

A su regreso, observó que sus hermanos habían gobernado bien sin su ayuda. Creía que podía satisfacer mejor las necesidades del imperio si estaba más cerca de la capital. Su hermano menor, Demetrio, gobernaba su antiguo «principado» del mar Negro y consideró la posibilidad de poder intercambiarlos; recuperaría su señorío y el otro recibiría sus posesiones en Morea. Mandó a Frantzés para sugerir su idea tanto a su hermano como a Murad II, quien en este punto tenía que ser consultado sobre cualquier nombramiento.[30]

En 1442, Demetrio ya no deseaba ningún intercambio y apuntaba al trono imperial. Acababa de hacer un trato con el propio sultán y reunió un ejército, presentándose como el campeón de la causa apoyada por los otomanos que se oponía a la unión de las iglesias y declaró la guerra a Juan VIII. Cuando el emisario llegó a su corte para transmitir la oferta, este ya se preparaba para marchar sobre Constantinopla. El peligro que representaba era tan grande que el emperador convocó a Constantino para que supervisara las defensas de la ciudad. En abril de 1442, Demetrio y los otomanos iniciaron su asedio y en julio, abandonó Morea para socorrer a su hermano. En el camino, recogió a su esposa en Lesbos y juntos navegaron hacia Lemnos, donde quedadon detenidos por un bloqueo otomano y estuvieron atrapados durante meses. Aunque Venecia envió barcos para ayudarlos, Caterina enfermó y murió en agosto; fue enterrada en Mirina, en Lemnos. No llegó a Constantinopla hasta noviembre y para entonces, el asedio ya había sido repelido.[31]​ El castigo de Demetrio fue un breve encarcelamiento.[32]​ En marzo de 1443, Frantzés fue nombrado gobernador de Selimbria en nombre de Constantino; desde ahí, se podía vigilar atentamente las actividades de su rebelde hermano. En noviembre, cedió el control de Selimbria a Teodoro, quien había abandonado su posición como déspota de Morea, hecho que lo volvía junto a Tomás en los únicos gobernantes y también se le entregó Mistrá, la próspera capital de la provincia.[33]

Con la partida de Teodoro II y el encarcelamiento de Demetrio, los déspotas esperaban fortalecer Morea. En ese momento, la provincia era el centro cultural del mundo bizantino y proporcionaba una atmósfera más esperanzadora que Constantinopla. Los mecenas del arte y la ciencia que se habían establecido en aquel lugar continuaron construyendo iglesias, monasterios y mansiones. Los hermanos esperaban transformarlo en un principado seguro y casi autosuficiente. El filósofo Pletón, empleado al servicio de Constantino, dijo que aunque Constantinopla había sido una vez la Nueva Roma, Mistrá podría convertirse en la «Nueva Esparta», un reino helénico centralizado y fuerte por derecho propio.[34]

Uno de sus proyectos era la reconstrucción del muro del Hexamilión, que los otomanos destruyeron en 1431. Restauraron completamente el muro en marzo de 1444. El proyecto impresionó a muchos de sus súbditos y contemporáneos, incluidos los señores venecianos de Morea, que se habían negado cortésmente a ayudar en su financiación. La reconstrucción había costado mucho dinero y mano de obra; muchos de los terratenientes locales habían huido momentáneamente a territorio veneciano para evitar contribuir en esta empresa, mientras que otros se sublevaron antes de ser obligados por medios militares.[35]​ Constantino intentó atraer la lealtad de los terratenientes otorgándoles más tierras y varios privilegios. También organizó juegos atléticos locales, donde los jóvenes podían competir en carreras por premios.[36]

En el verano de 1444, puede que animado por las noticias de que se había iniciado una cruzada desde Hungría en 1443, Constantino invadió el Ducado de Atenas, su vecino directo del norte y vasallo otomano. A través de Frantzés, estuvo en contacto con el cardenal Giuliano Cesarini, quien junto con el rey Vladislao III Jagellón era uno de los jefes de la cruzada. Cesarini se dio cuenta de sus intenciones y de que estaba preparado para apoyarlos cuando atacó a los otomanos desde el sur. Capturó rápidamente Atenas y Tebas y obligó al duque Nerio II Acciaioli a rendirle tributo. La reconquista de Atenas se consideró una hazaña particularmente gloriosa. Uno de sus consejeros lo comparó con el general ateniense Temístocles. Aunque el ejército cruzado fue derrotado en la batalla de Varna por los otomanos el 10 de noviembre de 1444, no se detuvo. Su campaña inicial había tenido un éxito notable y también había recibido apoyo extranjero por parte del duque Felipe III de Borgoña, quien le envió 300 soldados. Con los soldados borgoñones y sus propios hombres, atacó la Grecia Central y llegó hasta el norte de las montañas Pindo en Tesalia, donde la población local lo acogió como su nuevo señor. A medida que avanzaba, uno de sus gobernadores, Constantino Cantacuceno, también se dirigió al norte, atacó Tesalia y se apoderó de la ciudad de Lidoriki; sus habitantes estaban tan emocionados con su liberación que cambiaron el nombre de la ciudad a Cantacucinópolis en su honor.[37]

Cansado de estos éxitos, Murad II, acompañado por Nerio II, marchó sobre Morea en 1446, con un ejército que posiblemente llegaba a los 60 000 hombres.[38]​ A pesar del abrumador número de tropas, se negó a entregar sus conquistas en Grecia y en cambio se preparó para la batalla.[39]​ Los otomanos restauraron rápidamente el control sobre Tesalia; Constantino y Tomás se reunieron en el muro del Hexamilión, a donde llegaron los otomanos el 27 de noviembre.[38]​ Estaban decididos a defenderlo y habían traído todas sus fuerzas disponibles, quizás unos 20 000 hombres.[40]​ Aunque el muro podría haber resistido a este gran ejército en circunstancias normales, Murad II había traído consigo cañones y para el 10 de diciembre, lo había reducido a escombros y la mayoría de los defensores fueron asesinados o capturados; los hermanos apenas escaparon con vida de la catastrófica derrota. El sultán envió a Turahan al sur para ocupar Mistrá y devastar las tierras de Constantino mientras este comandaba sus fuerzas hacia el norte de Morea. Aunque no pudo tomar la ciudad, esto tuvo poca importancia ya que Murad II solo quería infundir temor y no deseaba conquistar la provincia en ese momento. Los otomanos dejaron la península devastada y despoblada. Los hermanos no estaban en condiciones de pedir una tregua y se vieron obligados a someterse, pagar tributos y prometer que nunca más restaurarían el Hexamilión.[41]

En junio de 1448 falleció Teodoro II y el 31 de octubre de ese mismo año también murió Juan VIII.[42]​ Comparado con sus otros hermanos que todavía vivían, Constantino era el más popular de su familia, tanto en Morea como en la capital.[43]​ Se sabía también que era que el sucesor predilecto de su fallecido hermano y, en última instancia, la decisión de Helena (que también lo prefería) prevalecía en el asunto. Tanto Tomás, que parecía no tener ninguna intención de reclamar el trono, como Demetrio, que ciertamente lo hizo, llegaron a Constantinopla antes de que abandonara Morea. Aunque muchos favorecieron a su hermano menor por su sentimiento antiunionista, Helena se reservó el derecho de actuar como regente hasta que llegó su hijo mayor, Constantino, y detuvo el intento de su otro hijo de ocupar el trono. Tomás aceptó la elección de su hermano y Demetrio lo rechazo, aunque más tarde lo aceptaría como su nuevo emperador.[42]​ Poco después, Frantzés informó al sultán,[42]​ quien también aceptó la elección el 6 de diciembre de 1448.[44]​ Con el asunto de la sucesión resuelto, su madre envió a dos mensajeros, Manuel Paleólogo Iagros y Alejo Filantropeno Láscaris, a Morea para proclamarlo emperador y llevarlo a la capital. Tomás también los acompañó.[42]

En una pequeña ceremonia civil en Mistrá, posiblemente en una de las iglesias o en el palacio del déspota, recibió el título de emperador de los romanos el 6 de enero de 1449. No le entregaron una corona; en cambio, se ciñó una especie de tocado pequeño, un píleo. Aunque los emperadores eran coronados tradicionalmente en la iglesia de Santa Sofía en Constantinopla, había un precedente histórico para realizar ceremonias más pequeñas y locales: hace siglos, Manuel I Comneno había recibido el título de su moribundo, Juan II Comneno, en Cilicia; su bisabuelo, Juan VI Cantacuceno, se proclamó emperador en Demótica en Tracia. Tanto Manuel I como Juan VI habían tenido la precaución de realizar la tradicional ceremonia de coronación en Santa Sofía una vez que llegaron a la capital. En su caso, esto nunca se llevó a cabo. Tanto Constantino como el patriarca Gregorio Mammas, eran partidarios de la unión de las iglesias; si el patriarca hubiera oficiado dicha ceremonia, esto podría haber conducido a los antiunionistas de la capital a rebelarse. Su acceso al trono fue controvertido: aunque lo aceptaron debido a su linaje y a la ausencia de otros candidatos, su falta de una coronación completa y su apoyo a la unión de las iglesias afectó la percepción pública que se tenía de su persona.[45]

Debido a que tenía cuidado de no enojar a los antiunionistas si era coronado por Gregorio Mammas, creía que su proclamación en Mistrá había sido suficiente como coronación imperial y se le había otorgado todos los derechos constitucionales del único emperador verdadero. En su primer documento conocido, una crisóbula de febrero de 1449, se refiere a sí mismo como «Constantino Paleólogo en Cristo, verdadero emperador y autócrata de los romanos». Llegó a Constantinopla el 12 de marzo de 1449, en una embarcación que le habían proporcionado los catalanes.[46]

Constantino estaba bien preparado para ascender al trono ya que sirvió como regente dos veces y gobernó numerosos principados en los territorios restantes del imperio.[9]​ Sin embargo, su capital era una sombra de su antigua gloria; la ciudad nunca se recuperó realmente del saqueo perpetrado por los cruzados en 1204. En lugar de la gran capital imperial que alguna vez fue, la Constantinopla del siglo XV era una red de centros de población casi rural, con muchas de las iglesias y palacios, incluido el antiguo Gran Palacio de Constantinopla, abandonados y en mal estado; los emperadores Paleólogos utilizaron el palacio de Blanquerna, ubicada cerca de las murallas de la ciudad, como su residencia principal. La población había disminuido significativamente debido a la ocupación latina, las guerras civiles del siglo XIV y los brotes de la peste negra en 1347, 1409 y 1410. Cuando se convirtió en emperador, solamente habían 50 000 unas almas en la ciudad.[47]

Uno de sus problemas más urgentes eran los otomanos. Su primer acto como emperador, apenas dos semanas después de llegar a la capital, fue intentar mantener sus posesiones territoriales firmando una tregua con Murad II. Envió a un embajador, Andrónico Iagaris, a la corte del sultán. Iagaris tuvo éxito, y la tregua acordada también incluyó a su hermano en Morea para proteger la provincia de nuevos ataques.[48]​ Con el fin de expulsar a Demetrio de la capital y sus alrededores, lo nombró déspota de Morea para que gobernara la provincia junto a Tomás. También le confirió su antigua capital, Mistrá, y la autoridad sobre las partes sur y este del territorio, mientras su otro hermano gobernaba Corintia y el noroeste, alternando entre Patras y Leontari como su lugar de residencia.[2]

Constantino trató de mantener numerosas conversaciones con los antiunionistas de la capital, que habían organizado una sinaxis para oponerse a la autoridad del patriarca por ser unionista. El emperador no era un unionista fanático y simplemente consideraba que la unión de las iglesias era necesaria para la supervivencia del imperio. Los unionistas encontraron este argumento infundado y materialista, creyendo que la ayuda vendría probablemente a través de la confianza en Dios que de una campaña cruzada.[49]

Otra preocupación apremiante era la continuación de la familia imperial, ya que ni Constantino ni sus hermanos tenían hijos varones en ese momento. En febrero de 1449, envió a Manuel Disipato como embajador a Italia para hablar con el rey Alfonso V de Aragón, también rey de Nápoles, con el fin de asegurar su ayuda militar contra los otomanos y forjar una alianza matrimonial. La supuesta novia sería la sobrina del rey, Beatriz de Coímbra, pero la alianza fracasó. En octubre de 1449, despachó a Frantzés para visitar las cortes del Imperio de Trebisonda y el Reino de Georgia y ver si podía encontrarle una prometida adecuada; abandonó la capital durante casi dos años, acompañado por un gran séquito de sacerdotes, nobles, músicos y soldado.[50]

Mientras estaba en la corte del emperador Juan IV Gran Comneno en Trebisonda, se enteró de que Murad II había fallecido. Aunque Juan IV vio esto como una noticia positiva, Frantzés estaba inquieto: el viejo sultán se había cansado y abandonó toda esperanza de conquistar Constantinopla. Su joven hijo y sucesor, Mehmed II, era ambicioso, joven y enérgico. Frantzés tenía la idea de que se podría disuadir al nuevo sultán de invadir Constantinopla si su emperador se casaba con la viuda de su padre, Mara Branković. El emperador apoyó la idea cuando recibió su informe en mayo de 1451 y envió mensajeros a Serbia, adonde Mara había regresado después de la muerte de su esposo.[51]​ Muchos de los cortesanos bizantinos se opusieron a la idea debido a su desconfianza hacia los serbios, lo que provocó que se cuestionara la viabilidad del matrimonio.[52]​ En última instancia, la oposición de los cortesanos al matrimonio resultó inútil: la viuda no deseaba volver a casarse, ya que juró vivir una vida de celibato y castidad por el resto de su vida una vez liberada de los otomanos. Frantzés sugirió entonces que una novia georgiana sería lo mejor y regresó a Constantinopla en septiembre de 1451, trayendo consigo a un embajador de aquel reino. Constantino agradeció a su amigo por sus esfuerzos y acordaron que regresaría a Georgia en la primavera de 1452 y forjaría una alianza matrimonial. Debido a las crecientes tensiones con los otomanos, no pudo volver a viajar.[51]

El 23 de marzo de 1450 falleció Helena Dragaš. Su madre era muy respetada entre los bizantinos y se la lloraba profundamente. Pletón, filósofo que anteriormente sirvió en la corte de Constantino en Morea, y Genadio Escolario, futuro patriarca de Constantinopla, escribieron oraciones fúnebres alabándola. Pletón elogió su fortaleza e intelecto y, la comparó con la legendaria heroína griega Penélope debido a su prudencia. Los demás consejeros del emperador a menudo discernían con este y entre ellos mismos.[53]​ La muerte de su madre lo dejó con la inseguridad sobre en quien confiaría más.[54]Andrónico Paleólogo Cantacuceno, el gran doméstico (o comandante en jefe), no estuvo de acuerdo con el emperador en una serie de asuntos, incluida la decisión de casarse con una princesa georgiana en vez de una princesa trebera. La figura más poderosa de la corte era Lucas Notaras, un estadista experimentado y megaduque (comandante en jefe de la marina). Aunque este no era del agrado de Frantzés,[53]​ era un amigo íntimo de Constantino. Debido a que el Imperio bizantino ya no tenía una marina, su posición era más una función informal del tipo de primer ministro que una de mando militar. El megaduque suponía que las enormes defensas de Constantinopla detendrían cualquier ataque y permitiría a los cristianos de Occidente apoyarlos a tiempo. Debido a su influencia y amistad con el emperador, probablemente lo influenció con sus esperanzas e ideas.[55]​ Frantzés recibió el cargo de vestiaritas: esto le dio acceso casi sin obstáculos a la residencia imperial y una posición para influir en Constantino; era incluso más cauteloso con los otomanos que el megaduque, y creía que este se arriesgaba a enemistarse con el nuevo sultán. Aunque también aprobó apelar a Occidente en busca de ayuda, creía que cualquier pedido tenía que ser muy discreto para evitar la atención otomana.[56]

Poco después de la muerte de Murad II, se apresuró a enviar emisarios a la corte del nuevo sultán en un intento por concertar una nueva tregua. Mehmed II supuestamente los recibió con gran respeto y los tranquilizó al jurar por Alá, el profeta Mahoma, el Corán y los ángeles y arcángeles que viviría en paz con los bizantinos por el resto de su vida. El emperador no estaba convencido y sospechaba que su estado de ánimo podría cambiar abruptamente en el futuro. Con el fin de prepararse para un posible ataque otomano, necesitaba asegurar alianzas y los reinos más poderosos que podrían estar dispuestos a ayudarlo estaban en Occidente.[57]

El aliado potencial más cercano y más preocupado era Venecia, que operaba una gran colonia comercial en su barrio de Constantinopla. Sin embargo, no se podía confiar en estos. Durante los primeros meses de su gobierno como emperador, había aumentado los impuestos sobre los bienes que los venecianos importaban a su capital, ya que el tesoro imperial estaba casi vacío y los fondos debían recaudarse por algún medio. En agosto de 1450, amenazaron con transferir su comercio a otro puerto, quizás uno bajo control otomano, y a pesar de que Constantino escribió al dux de Venecia, Francesco Foscari, en octubre de 1450 los venecianos no estaban convencidos y firmaron un tratado formal con Mehmed II en 1451. Para disgustarlos, el emperador intentó cerrar un trato con la República de Ragusa en 1451, ofreciéndoles un lugar para comerciar en su ciudad con concesiones fiscales limitadas, aunque los ragusianos podían ofrecer poca ayuda militar al imperio.[58]

La mayoría de los reinos de Europa Occidental estaban ocupados con sus propias guerras en ese momento y la aplastante derrota en la batalla de Varna había sofocado la mayor parte del espíritu cruzado. La noticia de la muerte Murad II y de que había sido sucedido por su hijo pequeño también adormeció a los europeos occidentales con una falsa sensación de seguridad. Para el papado, la unión de iglesias era una preocupación mucho más apremiante que la amenaza de un ataque otomano. En agosto de 1451, el embajador bizantino, Andrónico Briennio Leontaris llegó a Roma para entregar una carta al papa Nicolás V, que contenía una declaración de la sinaxis antiunionista en Constantinopla. Constantino esperaba que el papa leyera la carta y comprendiera las dificultades que tenía para hacer realidad este acto. La carta contenía la propuesta de la sinaxis de que se celebrara un nuevo concilio en Constantinopla, con un número igual de representantes de ambas iglesias (ya que los ortodoxos habían sido superados en número en el concilio anterior). El 27 de septiembre, respondió después de enterarse de que el patriarca unionista Gregorio Mammas había dimitido tras la oposición en su contra. Nicolás V simplemente escribió que tenía que esforzarse más para convencer a su pueblo y al clero y, que el precio de una mayor ayuda militar de Occidente era la plena aceptación de la unión lograda en Florencia; el nombre del papa debía ser conmemorado en las iglesias de Grecia y que Gregorio Mammas debía ser reinstalado como patriarca. El ultimátum fue un revés para Constantino, que había hecho todo lo posible para hacer cumplir la unión sin provocar disturbios en su capital. El papa parecía haber ignorado por completo el sentimiento de la sinaxis antiunionista; mandó a un legado papal, el cardenal Isidoro de Kiev, a Constantinopla para intentar ayudar al emperador en hacer cumplir la unión, pero el cardenal no llegó hasta octubre de 1452, cuando la ciudad enfrentaba problemas más urgentes.[59]

Un bisnieto del sultán Bayezid I, Orhan Çelebi, vivía como rehén en Constantinopla. Aparte de Mehmed II, este era el único miembro masculino vivo conocido de la dinastía otomana y, por lo tanto, era un potencial rival al trono. El sultán había acordado pagar anualmente por la retención de Orhan en la capital bizantina, pero en 1451, Constantino envió un mensaje quejándose de que el pago no era suficiente e insinuó que, a menos que se pagara más dinero, podría ser liberado, lo que posiblemente provocaría una guerra civil. La estrategia de intentar utilizar príncipes otomanos como rehenes había sido utilizada antes por su padre, Manuel II, pero era arriesgada. El gran visir de Mehmed II, Çandarlı Halil Pasha, recibió el mensaje en Bursa y estaba consternado por la amenaza, considerando que el emperador era inepto.[60]​ Los bizantinos habían confiado durante mucho tiempo en Halil, a través de sobornos y amistad, para mantener relaciones pacíficas con los otomanos, pero su influencia sobre el sultán era limitada y, en última instancia, era leal a los otomanos, no a los bizantinos.[61]​ Debido a la descarada provocación, perdió los estribos con los mensajeros bizantinos,[60][62]​ supuestamente, gritando:

Constantino y sus consejeros habían juzgado catastróficamente mal la determinación del nuevo sultán.[64]​ A lo largo de su breve reinado, no había podido formar una política exterior eficaz con el Imperio otomano. Continuó principalmente la política de sus predecesores, haciendo lo que pudo para preparar a Constantinopla para un ataque, pero también alternó entre suplicar y confrontarlos. Sus asesores tenían poco conocimiento y experiencia sobre la corte otomana y no se ponían de acuerdo en cómo lidiar con este amenaza y como vacilaba entre las opiniones de sus diferentes consejeros, su política hacia Murad II y Mehmed II no fue coherente y resultó en un desastre.[65]

Mehmed II consideró que había roto los términos de su tregua de 1449 y rápidamente revocó las pequeñas concesiones que había hecho con este. La amenaza de liberar a Orhan le dio un pretexto para concentrar todos sus esfuerzos en apoderarse de Constantinopla, su verdadero objetivo desde que se había convertido en sultán.[66]​ Mehmed II creía que la conquista de la ciudad era esencial para la supervivencia del estado otomano: al conquistarla, evitaría que cualquier posible cruzada la utilizara como base y evitaría que cayera en manos de un rival más peligroso que los bizantinos.[67]​ Además, tenía un gran interés en la historia medieval bizantina y la antigua grecorromana, siendo sus héroes de la infancia figuras como Aquiles y Alejandro Magno.[68]

El sultán comenzó los preparativos de inmediato. En la primavera de 1452, inició el trabajo en el castillo Rumelihisarı, construido en el lado occidental del estrecho del Bósforo, frente al castillo Anadoluhisarı ya existente en el lado oriental. Con ambas fortalezas, podía controlar el tráfico marítimo en el Bósforo y bloquear Constantinopla tanto por tierra como por mar. Constantino, horrorizado por las implicaciones del proyecto de construcción, protestó porque el abuelo del sultán, Mehmed I, había pedido respetuosamente el permiso de Manuel II antes de construir el castillo oriental y le recordó la tregua existente.[66]​ Basado en sus acciones en Morea, especialmente durante la época de la cruzada de Varna, Constantino era claramente antiturco y prefería emprender acciones agresivas contra el Imperio otomano; sus intentos de apelar a Mehmed II fueron simplemente una táctica dilatoria.[69]​ La respuesta era que el área en que se construyó la fortaleza había estado deshabitada y que no poseía nada fuera de los muros de Constantinopla.[70]

Cuando sobrevino el pánico en Constantinopla, el Rumelihisarı se completó en agosto de 1452, con la intención no solo de servir como un medio para bloquear la ciudad, sino también como la base desde la cual se dirigía a conquistarla. Para limpiar el sitio del nuevo castillo, algunas iglesias fueron demolidas, lo que enfureció a la población griega local. Los otomanos habían enviado algunos animales a pastar en las tierras de cultivo bizantinas a orillas del mar de Mármara, lo que también enfureció a los lugareños. Cuando los granjeros griegos protestaron, Mehmed II envió a sus tropas a atacarlos, matando a unos cuarenta. Indignado, Constantino declaró formalmente la guerra al sultán, cerró las puertas de Constantinopla y arrestó a todos los turcos dentro de las murallas de la ciudad. Al ver la inutilidad de este movimiento, renunció a sus acciones tres días después y liberó a los prisioneros. [66]​ Después de la captura de varios barcos italianos y la ejecución de sus tripulaciones durante el eventual asedio de Constantinopla por parte de Mehmed II, ordenó de mala gana la ejecución de todos los turcos dentro de las murallas.[71]

Constantino comenzó a prepararse para lo que era, en el mejor de los casos, un bloqueo y, en el peor, un asedio, reuniendo provisiones y trabajando para reparar sus murallas.[72]​ Manuel Paleólogo Iagros, uno de los enviados que lo había investido como emperador en 1449, fue encargado de la restauración de las formidables murallas, proyecto que se completó a finales de 1452.[73]​ Envió solicitudes de ayuda más urgentes a Occidente. Hacia finales de 1451, había enviado un mensaje a Venecia en el que decía que, a menos que le enviaran refuerzos de inmediato, Constantinopla caería en manos de los otomanos. Aunque los venecianos simpatizaban con la causa bizantina, explicaron en su respuesta en febrero de 1452 que, aunque podían enviarle armaduras y pólvora, no tenían tropas de sobra ya que estaban luchando contra ciudades-estado vecinas en Italia en ese momento. Cuando los otomanos hundieron un barco comercial veneciano en el Bósforo en noviembre de 1452 y ejecutaron a los supervivientes debido a que el barco se negó a pagar un nuevo peaje instituido por el sultán, su actitud cambió, ya que ahora también se encontraban en guerra con los otomanos. Desesperado por ayuda, Constantino envió súplicas de refuerzos a sus hermanos en Morea y a Alfonso V, prometiendo a este último la isla de Lemnos si enviaba apoyo. Juan Hunyadi, regente de Hungría, también prometió asistencia militar, pero a cambio exigió las ciudades bizantinas de Selimbria y Mesembria. A los genoveses de la isla de Quíos también se les envió una petición, prometiéndoles un pago a cambio de asistencia militar. El emperador recibió pocas respuestas a sus súplicas.[72]

Constantino envió muchos llamamientos en busca de ayuda al papa Nicolás V. Aunque comprendía la situación, no podía ir al rescate de los bizantinos a menos que aceptaran plenamente la unión de las iglesias y su autoridad espiritual. Además, sabía que el papado por sí solo no podía hacer mucho contra los turcos otomanos, una respuesta similar que recibió de Venecia, que prometía ayuda militar solo si otros en Europa Occidental también acudían en defensa de Constantinopla. El 26 de octubre de 1452, el legado papal, Isidoro de Kiev, llegó a la capital bizantina junto con el arzobispo latino de Mitilene, Leonardo de Quíos. Con estos venía una pequeña fuerza de 200 arqueros napolitanos. Aunque hicieron poca diferencia en la batalla que se avecinaba, los refuerzos probablemente era más apreciados para los constantinopolitanos que el propósito real de la visita de los catolicós; cimentar la unión de las iglesias. Su llegada a la ciudad provocó el frenesí de los antiunionistas. El 13 de septiembre de 1452, un mes antes de que llegaran, el abogado y antiunionista Teodoro Agalliano había escrito una breve crónica de los acontecimientos contemporáneos,[74]​ que concluye con las siguientes palabras:

Constantino y sus predecesores habían juzgado mal el nivel de oposición contra la unión de las iglesias.[1]​ Lucas Notaras logró calmar un poco la situación en la capital, explicando a una asamblea de nobles que la visita católica se hizo con buenas intenciones y que los soldados que habían acompañado a Isidoro y Leonardo podrían ser simplemente una vanguardia; podría haber estado en camino más ayuda militar. Muchos nobles estaban convencidos de que se podía pagar un precio espiritual por recompensas materiales y que si eran rescatados del peligro inmediato, habría tiempo después para pensar con más claridad en una atmósfera más tranquila. Frantzés sugirió a Constantino que nombrara a Isidoro como el nuevo patriarca de Constantinopla, ya que Gregorio Mammas no había sido visto por algún tiempo y era poco probable que regresara. Aunque tal nombramiento podría haber complacido al papa y llevado al envío de más apoyo militar, Constantino se dio cuenta de que eso solamente provocaría más a los antiunionistas. Una vez que la gente de Constantinopla se dio cuenta de que no vendría más ayuda por parte del papado, además de los 200 soldados, se amotinaron en las calles.[76]

Leonardo de Quíos le confió al emperador que creía que era demasiado indulgente con los antiunionistas, instándolo a arrestar a sus jefes y esforzarse más para hacer retroceder a la oposición a la unión de las iglesias. Constantino se opuso a la idea, tal vez bajo el supuesto de que arrestar a sus cabecillas los convertiría en mártires de su causa. En cambio, convocó a los líderes de la sinaxis al palacio imperial el 15 de noviembre de 1452, y una vez más les pidió que escribieran un documento con sus objeciones a la unión lograda en Florencia, que estaban ansiosos por hacer. El 25 de noviembre, los otomanos hundieron otro barco comercial veneciano con fuego de cañón desde el nuevo castillo de Rumelihisarı, un evento que cautivó las mentes de los bizantinos y los unió en miedo y pánico. Como resultado, la causa antiunionista fue desapareciendo gradualmente. El 12 de diciembre, Isidoro celebró en Santa Sofía una liturgia católica que conmemoraba los nombres del papa y del patriarca. El emperador y su corte estuvieron presentes, al igual que un gran número de constantinopolitanos; Isidoro dijo que todos sus habitantes asistieron a la ceremonia.[77]

Los hermanos del emperador no pudieron socorrerlo: Mehmed II había llamado a Turahan para invadir y devastar la provincia nuevamente en octubre de 1452 para mantenerlos ocupados. La provincia quedó devastada y, los déspotas solo lograron un pequeño éxito con la captura del hijo de Turahan, Ahmed, en una batalla. El emperador tuvo que depender de las únicas otras partes que habían expresado su interés en ayudarlo: Venecia, el papa y Alfonso V. Aunque Venecia había tardado en actuar, sus ciudadanos actuaron inmediatamente sin esperar órdenes cuando los otomanos hundieron sus barcos. El bailío veneciano en la capital bizantina, Girolamo Minotto, convocó a sus compatriotas en una reunión de emergencia en la ciudad, a la que también asistieron Constantino y el cardenal Isidoro. La mayoría voto a favor de permanecer en la ciudad y, ayudar a los bizantinos en su defensa y acordaron que ninguno de sus barcos debía abandonar el puerto de la capital. La decisión de los venecianos locales de quedarse y morir por la ciudad tuvo un efecto significativamente mayor en el gobierno la república que las súplicas del emperador.[78]

En febrero de 1453, el dux Foscari ordenó la preparación de los buques de guerra y el reclutamiento del ejército, los cuales debían dirigirse a Constantinopla en abril. Envió cartas al papa, a Alfonso V, a Ladislao V de Hungría y a Federico III del Sacro Imperio Romano Germánico para informarles de que, a menos que actuara la cristiandad occidental, Constantinopla caería en manos de los otomanos. Aunque el aumento de la actividad diplomática fue impresionante, llegó demasiado tarde para salvar la ciudad: el equipo y financiación de una armada conjunta pontificio-veneciana tardo más tiempo de lo esperado,[78]​ los venecianos habían calculado mal la cantidad de tiempo que tenían en sus manos y, los mensajes tomaron más tiempo de lo esperado, al menos un mes para viajar de Constantinopla a Venecia.[79]​ La única respuesta del emperador Federico III a la crisis fue una carta enviada a Mehmed II en la que lo amenazaba con un ataque de toda la cristiandad a menos que demoliera el castillo de Rumelihisarı y abandonara sus planes para Constantinopla. Constantino continuó esperando ayuda y envió más cartas a principios de 1453 a Venecia y a Alfonso V, pidiendo no solo soldados, sino también comida, ya que su gente comenzaba a sufrir el bloqueo a la ciudad. Alfonso V respondió a su súplica y mando rápidamente un barco con provisiones.[78]

Durante el largo invierno de 1452-1453, el emperador ordenó a los ciudadanos de Constantinopla que restauraran las murallas de la ciudad y reunieran tantas armas como pudieran. Se enviaron barcos a las islas todavía bajo el dominio bizantino para recolectar más suministros y provisiones. Los defensores se pusieron ansiosos cuando llegaron a la ciudad las noticias de un enorme cañón en el campamento otomano que fue armado por el ingeniero húngaro Orbón. Lucas Notaras recibió el mando de las murallas a lo largo de las murallas del Cuerno de Oro y varios hijos de las familias de los Paleólogos y Cantacucenos fue nombrada para ocupar otros puestos. Muchos de los habitantes extranjeros de la ciudad, en particular los venecianos, ofrecieron su ayuda. Constantino les pidió que ocuparan las almenas para mostrar a los otomanos a cuántos defensores tenían que enfrentarse. Cuando los venecianos ofrecieron su servicio para proteger cuatro de las puertas terrestres de la ciudad, aceptó y les confió las llaves. Parte de la población genovesa de la ciudad también ayudó a los bizantinos. En enero de 1453, la notable ayuda genovesa llegó voluntariamente con Giovanni Giustiniani —un soldado de renombre conocido por su habilidad en la guerra de asedio— y 700 soldados bajo su mando. Giustiniani fue designado como el comandante general de las murallas en la zona terrestre de Constantinopla.[80]​ También recibió el rango de protostrator y se le prometió la isla de Lemnos como recompensa, aunque esta ya se había prometido a Alfonso V en caso de que acudiera en ayuda de la ciudad.[81]​ Además de la limitada asistencia occidental, Orhan Çelebi, el pretendiente otomano retenido como rehén en la ciudad, y su considerable séquito de tropas otomanas, también ayudaron en la defensa.[82]

El 2 de abril de 1453, la vanguardia de Mehmed II llegó a las afueras de Constantinopla y comenzó a levantar un campamento. El 5 de abril, el propio sultán llegó a la cabeza de su ejército y acampó con furia de fuego frente a la puerta de San Romano. El bombardeo a la ciudad comenzó casi de inmediato el 6 de abril.[83][84]​ La mayoría de las estimaciones sobre el número de los defensores de Constantinopla en 1453 rondaban entre los 6000 y 8500 hombres, de los cuales 5000 o 6000 eran griegos, la mayoría de los cuales eran milicianos no entrenados.[85]​ Otros 1000 soldados bizantinos se mantuvieron como reservas dentro de la ciudad.[86]​ El ejército de Mehmed II superaba enormemente en número a los defensores cristianos; sus fuerzas podrían haber sido de hasta 80 000 hombres,[87]​ incluidos unos 5000 jenízaros.[88]​ Incluso entonces, la caída de Constantinopla no fue inevitable; la fuerza de los muros hizo que la ventaja numérica otomana fuera irrelevante al principio y, en otras circunstancias, los bizantinos y sus aliados podrían haber sobrevivido hasta que llegaran los occidentales para auxiliarlos. El uso intensivo de los cañones otomanos aceleró considerablemente el asedio.[89]

Una flota otomana intentó entrar en el Cuerno de Oro mientras Mehmed comenzaba a bombardear las murallas terrestres de Constantinopla. Previendo esta posibilidad, Constantino había construido una enorme cadena tendida a través del Cuerno de Oro que impedía el paso de la flota. La cadena sólo se levantó temporalmente unos días después de que comenzara el asedio para permitir el paso de tres barcos genoveses enviados por el papado y un gran barco con víveres enviado por Alfonso V.[83]​ La llegada de estos barcos el 20 de abril, y el fracaso de los otomanos para detenerlos, fue una victoria significativa para los cristianos y aumentó significativamente su moral. Los barcos, que transportaban soldados, armas y suministros, habían pasado desapercibidos por los exploradores de Mehmed junto al Bósforo. Mehmed ordenó a su almirante, Süleyman Baltoğlu, para capturar los barcos y sus tripulaciones a toda costa. Cuando comenzó la batalla naval entre los barcos otomanos más pequeños y los grandes barcos occidentales, Mehmed montó a caballo en el agua para gritar órdenes navales inútiles a Baltoğlu, quien fingió no escucharlas. Baltoğlu retiró los barcos más pequeños para que los pocos grandes barcos otomanos pudieran disparar contra los barcos occidentales, pero los cañones otomanos eran demasiado bajos para dañar las tripulaciones y las cubiertas y sus disparos eran demasiado pequeños para dañar seriamente los cascos. Cuando se puso el sol, el viento volvió repentinamente y los barcos atravesaron el bloqueo otomano, ayudados por tres barcos venecianos que habían zarpado para encontrarlos y cubrirlos.[90]

Los muros del mar eran más débiles que los muros terrestres de Constantinopla, y Mehmed estaba decidido a llevar su flota al Cuerno de Oro; necesitaba alguna forma de sortear la cadena de Constantino. El 23 de abril, los defensores de Constantinopla observaron que la flota otomana logró entrar en el Cuerno de Oro al ser arrastrada a través de una enorme serie de vías, construidas por orden de Mehmed, a través de la colina detrás de Gálata, la colonia genovesa en el lado opuesto del Bósforo. Aunque los venecianos intentaron atacar los barcos y prenderles fuego, su intento no tuvo éxito.[83]

A medida que avanzaba el asedio, se hizo más claro que las fuerzas que defendían la ciudad no serían suficientes para controlar tanto los muros marítimos como los terrestres. Además, los alimentos se estaban acabando y, a medida que los precios de los alimentos aumentaron para compensar, muchos de los pobres comenzaron a morir de hambre. Por orden de Constantino, la guarnición bizantina recaudó dinero de iglesias, monasterios y residencias privadas para pagar la comida de los pobres. Los objetos de metales preciosos que tenían las iglesias fueron incautados y fundidos, aunque Constantino prometió al clero que se los devolvería cuatro veces una vez ganada la batalla. Los otomanos bombardearon continuamente las murallas exteriores de la ciudad y, finalmente, abrieron una pequeña brecha que dejó al descubierto las defensas interiores. Constantino se puso cada vez más ansioso. Envió mensajes pidiendo al sultán que se retirara, prometiendo la cantidad de tributo que quisiera.[91]​ El sultán supuestamente respondió:

Para Constantino, la idea de abandonar Constantinopla era impensable. No se molestó en responder a la sugerencia del sultán. Unos días después de ofrecer a Constantino la oportunidad de rendirse, Mehmed envió un nuevo mensajero para dirigirse a los ciudadanos de Constantinopla, implorándoles que se rindieran y se salvaran de la muerte o la esclavitud. El sultán les informó que les dejaría vivir como estaban, a cambio de un tributo anual, o les permitiría salir ilesos de la ciudad con sus pertenencias. Algunos de los compañeros y consejeros de Constantino le imploraron que escapara de la ciudad, en lugar de morir en su defensa: si escapaba ileso, Constantino podría establecer un imperio en el exilio en Morea o en algún otro lugar y continuar la guerra contra los otomanos. Constantino no aceptó sus ideas; se negó a ser recordado como el emperador que se escapó. [91]​ Según cronistas posteriores, la respuesta de Constantino a la idea de escapar fue la siguiente:

Constantino entonces envió una respuesta al sultán, la última comunicación entre un emperador bizantino y un sultán otomano:[91]

La única esperanza a la que los ciudadanos podían aferrarse era la noticia de que la flota veneciana estaba en camino para ayudar a Constantinopla. Cuando un barco de reconocimiento veneciano que se había deslizado a través del bloqueo otomano regresó a la ciudad para informar que no se había visto ninguna fuerza de socorro, quedó claro que las pocas fuerzas que se habían reunido en Constantinopla tendrían que luchar solas contra el ejército otomano. La noticia de que toda la cristiandad parecía haberlos abandonado puso nerviosos a algunos de los defensores venecianos y genoveses y estalló una lucha interna entre ellos, lo que obligó a Constantino a recordarles que había enemigos más importantes a la mano. Constantino resolvió entregarse a sí mismo ya la ciudad a la misericordia de Cristo;[94]​ si la ciudad cayera, sería la voluntad de Dios.[91]

Los bizantinos observaron señales extrañas y ominosas en los días previos al asalto otomano final a la ciudad. El 22 de mayo, hubo un eclipse lunar durante tres horas, recordando una profecía de que Constantinopla caería cuando la luna estuviera en menguante. Para animar a los defensores, Constantino ordenó que el icono de María, la protectora de la ciudad, se llevara en procesión por las calles. La procesión se abandonó cuando el ícono se deslizó de su marco y el clima se tornó en lluvia y granizo. Realizar la procesión al día siguiente fue imposible ya que la ciudad quedó envuelta en una espesa niebla.[95]

El 26 de mayo, los otomanos celebraron un consejo de guerra. Çandarlı Halil Pasha, que creía que la ayuda militar occidental a la ciudad era inminente, aconsejó a Mehmed que se comprometiera con los bizantinos y se retirara, mientras que Zağanos Pasha, un oficial militar, instó al sultán a seguir adelante y señaló que Alejandro Magno había conquistado casi todo mundo conocido cuando era joven. Quizás sabiendo que apoyarían un asalto final, Mehmed ordenó a Zağanos que recorriera el campamento y recopilara las opiniones de los soldados.[96]​ En la noche del 26 de mayo, la cúpula de Santa Sofía fue iluminada por un extraño y misterioso fenómeno de luz, también detectado por los otomanos desde su campamento en las afueras de la ciudad. Los otomanos lo vieron como un gran presagio de su victoria y los bizantinos lo vieron como una señal de un destino inminente. El 28 de mayo estaba tranquilo, ya que Mehmed había ordenado un día de descanso antes de su asalto final. Los ciudadanos que no se habían puesto a trabajar en la reparación de los muros derrumbados ni en su mantenimiento rezaban en las calles. Por orden de Constantino, se llevaron a lo largo de las murallas iconos y reliquias de todos los monasterios e iglesias de la ciudad. Tanto los defensores católicos como los ortodoxos se unieron en oraciones e himnos y Constantino encabezó la procesión él mismo.[95]​ Giustiniani envió un mensaje a Lucas Notaras para solicitar que se trajera la artillería de Notaras para defender los muros terrestres, lo que Notaras se negó. Giustiniani acusó a Notaras de traición y casi se pelearon antes de que interviniera Constantino.[96]

Por la noche, las multitudes se trasladaron a Santa Sofía, con cristianos ortodoxos y católicos uniéndose y rezando, el miedo a la muerte inminente había hecho más para unirlos de lo que los concilios jamás hubieran podido. Estuvo presente el cardenal Isidoro y el emperador Constantino. Constantino oró y pidió perdón y remisión de sus pecados a todos los obispos allí antes de recibir la comunión en el altar de la iglesia. El emperador luego salió de la iglesia, fue al palacio imperial y pidió perdón a su familia allí y se despidió de ellos antes de desaparecer nuevamente en la noche, yendo a hacer una inspección final de los soldados que custodiaban las murallas de la ciudad.[97]

Sin previo aviso, los otomanos comenzaron su asalto final en las primeras horas del 29 de mayo.[98]​ El servicio en Santa Sofía fue interrumpido, con hombres en edad de luchar corriendo hacia las murallas para defender la ciudad y otros hombres y mujeres ayudando a las partes del ejército estacionadas dentro de la ciudad.[99]​ Oleadas de tropas de Mehmed cargaron contra las murallas terrestres de Constantinopla, golpeando la sección más débil durante más de dos horas. A pesar del implacable ataque, la defensa, liderada por Giustiniani y apoyada por Constantino, se mantuvo firme.[98]​ Sin que nadie lo supiera, después de seis horas de lucha, justo antes del amanecer [98]​ Giustiniani fue herido de muerte.[100]​ Constantino le rogó a Giustiniani que se quedara y siguiera luchando,[98]​ supuestamente diciendo:

Giustiniani estaba demasiado débil, sin embargo, y sus guardaespaldas lo llevaron al puerto y escaparon de la ciudad en un barco genovés. Las tropas genoveses vacilaron cuando vieron que su comandante los abandonaba, y aunque los defensores bizantinos siguieron luchando, los otomanos pronto ganaron el control de las murallas exteriores e interiores. Unos cincuenta soldados otomanos atravesaron una de las puertas, la Kerkoporta, y fueron los primeros enemigos en entrar en Constantinopla; lo había dejado abierto y entreabierto por un grupo veneciano la noche anterior. Ascendiendo por la torre sobre la Kerkoporta, lograron izar una bandera otomana sobre el muro. Los otomanos irrumpieron a través del muro y muchos de los defensores entraron en pánico y no tenían forma de escapar. Constantinopla había caído.[98]​ Giustiniani murió a causa de las heridas de camino a casa. Lucas Notaras fue capturado vivo inicialmente antes de ser ejecutado poco después. El cardenal Isidoro se disfrazó de esclavo y escapó a través del Cuerno de Oro hacia Gálata. Orhan, el primo de Mehmed, se disfrazó de monje en un intento de escapar, pero fue identificado y asesinado.[101]

Constantino murió el día que cayó Constantinopla. No se conocieron testigos oculares supervivientes de la muerte del emperador y ninguno de los miembros de su séquito sobrevivió para ofrecer un relato creíble de su muerte.[102][103]​ El historiador griego Miguel Critóbulo, que más tarde trabajó en el servicio de Mehmed, escribió que Constantino murió luchando contra los otomanos. Los historiadores griegos posteriores aceptaron el relato de Critóbulo, sin dudar nunca de que Constantino murió como héroe y mártir, una idea que nunca se cuestionó seriamente en el mundo de habla griega.[104]​ Aunque ninguno de los autores fue testigo ocular, una gran mayoría de los que escribieron sobre la caída de Constantinopla —tanto cristianos como musulmanes— están de acuerdo en que Constantino murió en la batalla, y solo tres relatos afirman que el emperador escapó de la ciudad. También parece probable que su cuerpo fuera encontrado y decapitado más tarde.[105]​ Según Critóbulo, sus últimas palabras antes de cargar contra los otomanos fueron «la ciudad ha caído y yo sigo vivo».[106]

Hubo otros relatos contemporáneos contradictorios sobre la desaparición de Constantino. Leonardo de Quíos, quien fue hecho prisionero por los otomanos pero luego logró escapar, escribió que una vez que Giustiniani había huido de la batalla, el coraje de Constantino falló y el emperador imploró a sus jóvenes oficiales que lo mataran para que los otomanos no lo capturaran vivo. Ninguno de los soldados fue lo suficientemente valiente como para matar al emperador y una vez que los otomanos se abrieron paso, Constantino cayó en la lucha que siguió, solo para levantarse brevemente antes de caer nuevamente y ser pisoteado. El médico veneciano Nicolò Barbaro, quien estuvo presente en el asedio, escribió que nadie sabía si el emperador había muerto o escapado de la ciudad con vida, señalando que algunos dijeron que su cadáver había sido visto entre los muertos, mientras que otros afirmaron que se había ahorcado tan pronto como los otomanos había atravesado la puerta de San Romano. El cardenal Isidoro escribió, como Critóbulo, que Constantino había muerto luchando en la puerta de San Romano. Isidoro también agregó que escuchó que los otomanos encontraron su cuerpo, le cortaron la cabeza y se lo presentaron a Mehmed II como regalo, quien se mostró encantado y colmó la cabeza con insultos antes de llevársela a Adrianópolis como trofeo. Jacopo Tedaldi, un comerciante de Florencia que participó en la pelea final, escribió que «algunos dicen que le cortaron la cabeza; otros que murió en el choque en la puerta. Ambas historias bien pueden ser ciertas».[107]

Todos los relatos otomanos sobre la desaparición de Constantino coinciden en que el emperador fue decapitado. Tursun Beg, que formó parte del ejército de Mehmed II en la batalla, escribió un relato menos heroico de la muerte de Constantino que los autores cristianos. Según Tursun, Constantino entró en pánico y huyó, dirigiéndose al puerto con la esperanza de encontrar un barco para escapar de la ciudad. En su camino allí, se encontró con una banda de marines turcos, y después de cargar y casi matar a uno de ellos, fue decapitado. Un relato posterior del historiador otomano Ibn Kemal es similar al relato de Tursun, pero afirma que la cabeza del emperador fue cortada no solo por un infante de marina anónimo, sino por un hombre gigante, que mató a Constantino sin darse cuenta de quién era.[108]

Nicolás Sagondino, un veneciano que había sido prisionero de los otomanos tras la conquista de Tesalónica décadas antes, relató la muerte de Constantino a Alfonso V en 1454, ya que creía que el destino del emperador «merecía ser registrado y recordado por todo el tiempo». Sagondino declaró que aunque Giustiniani imploró al emperador que escapara cuando se lo llevó después de caer en el campo de batalla, Constantino se negó y prefirió morir con su imperio. Constantino fue a donde la lucha parecía ser más intensa y, como sería indigno de que lo capturaran vivo, imploró a sus oficiales que lo mataran. Cuando ninguno de ellos obedeció su orden, Constantino se despojó de sus atavíos imperiales, para no dejarse distinguir de los demás soldados, y desapareció en la refriega espada en mano. Cuando Mehmed II quiso que le trajeran al derrotado Constantino, le dijeron que era demasiado tarde porque el emperador había muerto. Se llevó a cabo una búsqueda del cuerpo, y cuando se encontró, la cabeza del emperador fue cortada y desfilada por Constantinopla antes de ser enviada al sultán de Egipto como regalo, junto a veinte mujeres capturadas y cuarenta hombres capturados.[109]

La muerte de Constantino marcó el fin del Imperio bizantino, una institución que se remonta a la fundación de Constantinopla por Constantino el Grande como la nueva capital del Imperio romano en 330. Incluso cuando su reino se fue restringiendo gradualmente a tierras de habla griega, la gente del Imperio bizantino mantuvo continuamente que eran romanos (romaioi), no helenos (griegos); como tal, la muerte de Constantino también marcó el fin definitivo del Imperio romano que fue fundado por Augusto casi 1500 años antes.[110]​ La muerte de Constantino y la caída de Constantinopla también marcaron el verdadero nacimiento del Imperio otomano, que dominó gran parte del Mediterráneo oriental hasta su caída en 1922. La conquista de Constantinopla había sido un sueño de los ejércitos islámicos desde el siglo VIII y gracias a su posesión, Mehmed II y sus sucesores pudieron proclamarse herederos de los emperadores romanos.[111]

No hay evidencia de que Constantino haya rechazado alguna vez la odiada unión de las Iglesias lograda en Florencia en 1439 después de gastar muchas energías para realizarla. Muchos de sus súbditos lo habían reprendido como traidor y hereje mientras vivía y él, como muchos de sus predecesores antes que él, murió en comunión con la Iglesia de Roma. Sin embargo, las acciones de Constantino durante la caída de Constantinopla y su muerte luchando contra los turcos redimieron la opinión popular de él. Los griegos olvidaron o ignoraron que Constantino había muerto «hereje» y muchos lo consideraron mártir. A los ojos de la Iglesia ortodoxa, la muerte de Constantino lo santificó y murió como un héroe.[112]​ En Atenas, la capital moderna de Grecia, hay dos estatuas de Constantino: un colosal monumento que representa al emperador a caballo en el puerto marítimo del Falero, y una estatua más pequeña en la plaza de la catedral de la ciudad, que representa al emperador a pie con un espada desenvainada. No hay estatuas de emperadores como Basilio II o Alejo I Comneno, que tuvieron mucho más éxito y murieron por causas naturales después de largos y gloriosos reinados.[103]

Los trabajos académicos sobre Constantino y la caída de Constantinopla tienden a retratar a Constantino, sus asesores y compañeros como víctimas de los eventos que rodearon la caída de la ciudad. Hay tres obras principales que se ocupan de Constantino y su vida: la primera es Constantine Palaeologus (1448–1453) o The Conquest of Constantinople by the Turks (1892) de Čedomilj Mijatović, escrito en un momento en que las tensiones estaban aumentando entre el relativamente nuevo Reino de Grecia y el Imperio Otomano. La guerra parecía inminente y el trabajo de Mijatović estaba destinado a servir como propaganda para la causa griega al presentar a Constantino como una víctima trágica de eventos que no tenía posibilidad de afectar. El texto está dedicado al joven príncipe Constantino, del mismo nombre que el antiguo emperador y heredero del trono griego, y su prefacio dice que"«Constantinopla pronto volverá a cambiar de amo», aludiendo a la posibilidad de que Grecia pueda conquistar la antigua ciudad.[113]

La segunda obra importante de Constantino, The Fall of Constantinople 1453 (1965) de Steven Runciman, también caracteriza a Constantino través de la caída de Constantinopla, Constantino retrata como figura trágica que hizo todo para salvar su imperio de los otomanos. Sin embargo, Runciman culpa en parte a Constantino por enemistarse con Mehmed II a través de sus amenazas sobre Orhan. La tercera obra importante, The Immortal Emperor: The Life and Legend of Constantine Palaiologos, Last Emperor of the Romans (1992) de Donald Nicol, examina toda la vida de Constantino y analiza las pruebas y dificultades que enfrentó no solo como emperador, sino también como déspota de Morea. El trabajo de Nicol pone mucho menos énfasis en la importancia de los individuos que los trabajos anteriores, aunque Constantino es nuevamente retratado como una figura mayoritariamente trágica.[114]

Marios Philippides hizo una evaluación menos positiva de Constantino en Constantine XI Dragaš Palaeologus (1404–1453): The Last Emperor of Byzantium (2019). Philippides no ve evidencia de que Constantino fuera un gran estadista o un gran soldado. Aunque el emperador tenía visiones para su reinado, Philippides lo considera diplomáticamente ineficaz e incapaz de inspirar el apoyo de su pueblo para lograr sus objetivos. Philippides es muy crítico con The Immortal Emperor de Nicol, que él ve como desequilibrado. En su libro, Philippides señala que la reconquista de Morea por parte de Constantino a los latinos se había logrado principalmente a través de matrimonios y no victorias militares. Aunque gran parte del trabajo de Philippides se basa en fuentes primarias, parte de su evaluación negativa parece especulativa; sugiere que las campañas de Constantino en Morea hicieron de la península «presa más fácil para los turcos», algo que no se puede corroborar con los hechos reales que se desarrollaron.[103]

Los dos matrimonios de Constantino fueron breves y, aunque había intentado encontrar una tercera esposa antes de la caída de Constantinopla, murió soltero y sin hijos.[115]​ Sus parientes supervivientes más cercanos fueron sus hermanos supervivientes en Morea: Tomás y Demetrio.[116]​ A pesar de esto, había una historia persistente de que Constantino había dejado una viuda y varias hijas. La evidencia documentada más temprana de esta idea se puede encontrar en una carta de Eneas Silvio (el futuro papa Pío II) al papa Nicolás V, fechada en julio de 1453. En la Cosmographia de Eneas (1456-1457), se elabora la historia: Mehmed II supuestamente profanó y asesinó a la emperatriz y a las hijas de Constantino en las celebraciones posteriores a su victoria. Eneas también escribió sobre un hijo imaginario de Constantino que escapó a Gálata, al otro lado del Cuerno de Oro. La historia de la esposa y las hijas de Constantino podría haberse propagado aún más a través de la difusión del cuento ruso de finales del siglo XV o principios del siglo XVI, el cuento de Nestor Iskander sobre la toma de Tsargrad, donde aparece un relato similar. El cronista francés del siglo XVI Mateo d'Escouchy escribió que Mehmed II violó a la emperatriz en Santa Sofía y luego la confinó a su harén.[115]

La historia de la supuesta familia de Constantino sobrevivió en el folclore griego moderno. Una historia, propagada hasta el siglo XX, fue que la supuesta emperatriz de Constantino había estado embarazada de seis meses en el momento de la caída de Constantinopla y que le había nacido un hijo mientras Mehmed II estaba en guerra en el norte. La emperatriz educó al niño, y aunque estaba bien versado en la fe cristiana y el idioma griego en su juventud, se volvió al Islam como adulto y finalmente se convirtió en sultán, lo que significaba que todos los sultanes otomanos que le sucedieron habrían sido descendientes de Constantino.[117]​ Aunque las circunstancias son completamente ficticias, la historia puede contener una pizca de verdad; un nieto del hermano de Constantino, Tomás, Andrés Paleólogo, vivió en Constantinopla en el siglo XVI, se convirtió al Islam y se desempeñó como funcionario de la corte otomana.[118][119]

Otra historia popular tardía decía que la emperatriz de Constantino se había encerrado en el palacio imperial después de la victoria de Mehmed II. Después de que los otomanos no lograron romper sus barricadas y entrar en el palacio, Mehmed II tuvo que aceptar darle tres concesiones: que todas las monedas acuñadas por los sultanes en la ciudad llevarían los nombres de Constantinopla o Constantino, que habría una calle reservada para solamente para griego, y que los cuerpos de los cristianos muertos recibirían funerales según la costumbre cristiana.[117]

La caída de Constantinopla conmocionó a los cristianos de toda Europa. En el cristianismo ortodoxo, Constantinopla y Santa Sofía se convirtieron en símbolos de la grandeza perdida. En el cuento ruso Nestor Iskander, la fundación de Constantinopla (la Nueva Roma) por Constantino el Grande y su pérdida bajo un emperador con el mismo nombre no fue vista como una coincidencia, sino como el cumplimiento del destino de la ciudad, al igual que la Antigua Roma había sido fundado por Rómulo y perdido bajo Rómulo Augústulo.[120]

Andrónico Kallistos, un destacado erudito griego del siglo XV y refugiado bizantino en Italia, escribió un texto titulado Monodia en el que lamenta la caída de Constantinopla y llora a Constantino Paleólogo, a quien se refiere como «un gobernante más perspicaz que Temístocles, más fluido que Nestor, más sabio que Ciro, más justo que Radamantis y más valiente que Heracles».[121]

El poema largo griego de 1453 Healo he polis, de autoría incierta, lamenta la mala suerte de Constantino, que el autor atribuye a la imprudente destrucción de Glarentza (incluidas sus iglesias) en la década de 1420. Según el autor, todas las demás desgracias de Constantino —la destrucción del muro del Hexamilión, la muerte de su hermano Juan VIII y la caída de Constantinopla— fueron el resultado de lo ocurrido en Glarentza. Incluso entonces, Constantino no tenía la culpa de la caída de Constantinopla: había hecho lo que pudo y, en última instancia, confió en la ayuda de Europa Occidental que nunca llegó. El poema concluye que la gente dice que Constantino murió por su propia espada,[122]​ y termina dirigiéndose personalmente al emperador muerto:

En las Demostraciones históricas, obra del cronista bizantino Laónico Calcocondilas del siglo XV, el autor terminó su relato de la historia bizantina con la esperanza de un tiempo en que un emperador cristiano gobernaría sobre los griegos de nuevo. A finales del siglo XV, se originó entre los griegos una leyenda de que Constantino no había muerto en realidad, sino que simplemente estaba dormido y estaba esperando una llamada del cielo para venir a rescatar a su pueblo.[124]​ Esta leyenda finalmente se convirtió en la leyenda del «emperador de mármol» (en griego, Marmaromenos Vasilias, literalmente, el «emperador/rey convertido en mármol»).[125]​ Constantino Paleólogo, héroe de los últimos días cristianos de Constantinopla, no había muerto, sino que había sido rescatado, convertido en mármol e inmortalizado por un ángel momentos antes de que los otomanos lo mataran. Luego, el ángel lo escondió en una cueva secreta debajo del Cuerno de Oro de Constantinopla (donde los emperadores en el pasado habían marchado durante los triunfos), donde espera la llamada del ángel para despertar y retomar la ciudad. Los turcos luego tapiaron el Cuerno de Oro, explicado por la historia como una precaución contra la eventual resurrección de Constantino: cuando Dios quiera que Constantinopla sea restaurada, el ángel descenderá del cielo, resucitará a Constantino, le dará la espada que usó en la batalla final y entonces, Constantino entrará en su ciudad y restaurará su imperio caído, llevando a los turcos tan lejos como la «manzana roja», su legendaria tierra natal. Según la leyenda, la resurrección de Constantino sería anunciada por el bramido de un gran buey.[126]

La historia se puede ver representada en una serie de diecisiete miniaturas en una crónica de 1590 del historiador y pintor cretense Georgios Klontzas. Las miniaturas de Klontzas muestran al emperador durmiendo debajo de Constantinopla y custodiado por ángeles, siendo coronado una vez más en Santa Sofía, entrando en el palacio imperial y luego librando una serie de batallas contra los turcos. Tras sus inevitables victorias, Constantino reza en Kayseri, marcha sobre Palestina y regresa triunfante a Constantinopla antes de entrar en Jerusalén. En Jerusalén, Constantino entrega su corona y la Vera Cruz a la Iglesia del Santo Sepulcro y finalmente viaja al Calvario, donde muere, su misión completada. En la miniatura final, Constantino está enterrado en la Iglesia del Santo Sepulcro.[127]

En 1625, Thomas Roe, un diplomático inglés, pidió permiso al gobierno otomano para retirar algunas de las piedras del Cuerno de Oro amurallado y enviárselas a su amigo, George Villiers, I duque de Buckingham, que estaba coleccionando antigüedades. A Roe se le negó el permiso y observó que los turcos tenían una especie de pavor supersticioso a la puerta, registrando que las estatuas colocadas en ella por los turcos estaban encantadas y que si eran destruidas o derribadas, se produciría una «gran alteración» en la ciudad.[128]

La profecía del emperador convertido en mármol perduró hasta la Guerra de independencia de Grecia en el siglo XIX y más allá. Fue impulsado cuando el rey de los helenos, Jorge I, nombró a su primogénito y heredero Constantino en 1868. Su nombre hizo eco a los emperadores de antaño, proclamando su sucesión no solo a los nuevos reyes griegos, sino a los emperadores bizantinos antes que ellos como bien. Una vez que ascendió al trono como Constantino I de Grecia, muchos en Grecia lo aclamaron como Constantino XII. La conquista de Tesalónica por parte de Constantino I a los turcos en 1912 y su liderazgo en las guerras de los Balcanes entre 1912 y 1913 parecía ser una prueba de que la profecía estaba a punto de cumplirse; Se creía que Constantinopla y la manzana roja serían los próximos objetivos de Constantino. Cuando Constantino se vio obligado a abdicar en 1917, muchos creyeron que había sido expulsado injustamente antes de completar su sagrado destino. La esperanza de capturar Constantinopla no sería completamente estropeada hasta la derrota griega en la guerra greco-turca en 1922.[129]

En general, se considera que Constantino Paleólogo fue el undécimo emperador con ese nombre.[110]​ Como tal, típicamente se le conoce como Constantino XI, siendo «XI» un número regnal, utilizado en las monarquías desde la Edad Media para diferenciar entre gobernantes con el mismo nombre en el mismo cargo, reinando en el mismo territorio. Los números regnales nunca se usaron en el Imperio romano y, a pesar de un aumento en los emperadores del mismo nombre durante la Edad Media, como los muchos emperadores llamados Miguel, León, Juan o Constantino, la práctica nunca se introdujo en el Imperio bizantino. En su lugar, los bizantinos usaban apodos (por ejemplo, «Miguel el Beodo», ahora con el número Miguel III) o patronímicos (por ejemplo, «Constantino, hijo de Manuel» en lugar de Constantino XI) para distinguir a los emperadores del mismo nombre. La numeración moderna de los emperadores bizantinos es una invención puramente historiográfica, creada por historiadores que comenzaron con Edward Gibbon en su Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (1776-1789).[130]

Dado que el nombre Constantino conectaba a un emperador con el fundador de Constantinopla y el primer emperador romano cristiano, Constantino el Grande, el nombre fue particularmente popular entre los emperadores. Si bien la historiografía moderna generalmente reconoce a once emperadores por su nombre, las obras más antiguas ocasionalmente lo han numerado de manera diferente. Gibbon numeró a Constantino como Constantino XIII después de contar a dos coemperadores menores, Constantino Lecapeno (coemperador entre 924 y 945) y Constantino Ducas (coemperador de 1074 a 1078 y de 1081 a 1087). El número moderno, XI, se estableció con la publicación de la edición revisada de Histoire du Bas-Empire en commençant à Constantin le Grand de Charles le Beau en 1836. Las primeras obras numismáticas (relacionadas con las monedas) generalmente asignaban números más altos a Constantino Paleólogo, ya que también había numerosas monedas acuñadas por coemperadores menores con el nombre de Constantino.[131]

Existe una confusión particular en el número correcto de Constantinos, ya que hay dos emperadores romanos diferentes comúnmente numerados como Constantino III: el usurpador occidental Constantino III (407-411) de principios del siglo V y el brevemente reinante Constantino III (641) del siglo VII. Además de ellos, el emperador comúnmente conocido hoy como Constante II (641-668) en realidad reinó bajo el nombre de Constantino, y en ocasiones se lo ha llamado Constantino III.[131]​ Un caso difícil es el de Constantino Láscaris, que podría haber sido el primer, aunque efímero, emperador del Imperio de Nicea, uno de los estados sucesores bizantinos después de la cuarta cruzada. No está claro si Constantino Láscaris gobernó como emperador o no y a veces se lo cuenta como Constantino XI,[132]​ lo que convertiría a Constantino Paleólogo en Constantino XII. Constantino Láscaris a veces es conocido como Constantino (XI), con Constantino Paleólogo numerado como Constantino XI (XII).[133]

Contando exhaustivamente a los que fueron reconocidos oficialmente como gobernantes con el nombre de Constantino, incluidos los que solo gobernaron nominalmente como coemperadores pero con el título supremo, el número total de emperadores llamados Constantino sería dieciocho. Contando y numerando todos los coemperadores anteriores con ese nombre, incluyendo Constantino (hijo de León V), Constantino (hijo de Basilio I), Constantino Lecapeno y Constantino Ducas, además de Constante II, Constantino Láscaris y el usurpador Constantino III, Constantino Paleólogo sería numerado más apropiadamente como Constantino XVIII.[nota 4]​ Los académicos no suelen enumerar a los coemperadores, ya que el alcance de su gobierno era mayoritariamente nominal y, a menos que heredaran el trono más tarde, no tenían un poder supremo independiente. Contando a Constantino III, Constante II y Constantino Láscaris —todos emperadores reinando con poder supremo bajo el nombre de Constantino (aunque es cuestionable en el caso de Láscaris)— la numeración de Constantino Paleólogo sería Constantino XIV.[135]



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