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Manuel I Comneno



Manuel I Comneno (griego: Μανουήλ Α' Κομνηνός, Manouēl I Komnēnos), llamado Megas, el Grande, (28 de noviembre de 111824 de septiembre de 1180) fue un Emperador bizantino que reinó entre 1143 y 1180. Fue el cuarto hijo de Juan II Comneno y Piroska de Hungría (bautizada como Irene al convertirse a la fe ortodoxa), la hija del rey San Ladislao I de Hungría.

Manuel fue un general temible e incluso destacó aún más por ser un hábil diplomático y estadista del Imperio bizantino. Famoso por su carisma y por su pasión por Occidente, trabó amistad personal con el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Conrado III, e incluso curó sus heridas después del fracaso de la Segunda Cruzada. Adoctrinado con la idea de un Imperio universal, y con una pasión para el debate teológico, fue también quizás el único Caballero-emperador según las normas de la caballería de la época de Bizancio. Él es un representante de una nueva clase de gobernantes bizantinos que estuvieron bajo la influencia del contacto con los cruzados occidentales. La costumbre guardada en su corte no se inspiró por la opulencia bizantina tradicional. Amó las tradiciones occidentales y celebró torneos y justas, participando incluso en los mismos, algo extraño e inquietante a ojos de los bizantinos, lo cual estuvo causado muy probablemente por influencia de su madre Piroska de Hungría, quien recibía constantemente a caballeros y nobles húngaros en la corte bizantina.

Considerablemente menos piadoso que su padre, Juan II Comneno, fue un emperador enérgico y brillante que distinguió posibilidades en todas partes, y cuya perspectiva optimista conformó su visión de la política exterior bizantina.

Ciertos comentaristas e historiadores han criticado algunos de sus objetivos tan poco realistas, en particular su propuesta de invasión de Egipto como prueba de sus sueños de grandeza a una escala inaccesible. Sin embargo, para Manuel, tales iniciativas eran tentativas simplemente ambiciosas de aprovechar las circunstancias que se le presentaron.

Manuel Comneno, como cuarto hijo, tenía muy pocas posibilidades de heredar a su padre.[1]​ Sin embargo, habiéndose distinguido en la guerra de su padre frente a los turcos selyúcidas, fue elevado a la categoría de emperador en detrimento de su hermano mayor, Isaac, en 1143. Después de que muriese Juan, el 8 de abril, fue aclamado emperador por el ejército.[2]​ Dotado de un físico refinado y gran coraje personal, se dedicó incondicionalmente a una carrera militar. Se esforzó por restaurar por la fuerza de las armas el predominio del Imperio bizantino en los países del Mediterráneo, y estuvo implicado en conflictos bélicos con sus vecinos en todos los frentes del Imperio.

La primera prueba para el reinado de Manuel llegó en 1144 cuando tuvo que hacer frente a una demanda de Raimundo, príncipe de Antioquía que exigía la cesión de los territorios de Cilicia. Sin embargo, ese mismo año, el condado de Edesa (también cruzado) fue absorbido por la creciente presión musulmana de Imad al-Din Atabeg Zengi. Con el flanco oriental en peligro, a Raimundo solo le quedó la opción de una visita humillante a Constantinopla, pues la ayuda inmediata desde occidente era impensable. No tuvo más remedio que tragarse su orgullo y pedir la protección del emperador. Tras someterse a Manuel, se le prometió el apoyo solicitado y se aseguró su dependencia de Bizancio.[3]

Sin embargo, Manuel decidió no proseguir más allá en sus éxitos iniciales en oriente, pues los acontecimientos en occidente requerían su presencia urgentemente. En 1147 permitió el paso por sus dominios de dos ejércitos de la Segunda Cruzada, bajo el emperador Conrado III y el rey Luis VII de Francia. En la época, aún había miembros de la corte bizantina que recordaban el paso de la Primera Cruzada. La cruzada había sido un episodio que marcó la memoria colectiva de la época y que había fascinado a la tía de Manuel Ana Comnena,[4]​ que describe a algunos líderes de la misma en su Alexiada, una biografía de su padre, el abuelo de Manuel, Alejo I Comneno. Muchos bizantinos temían a la cruzada, y esta impresión resultaba reforzada por los numerosos actos de vandalismo y robos llevados a cabo por las tropas en su marcha por el territorio bizantino. Las tropas bizantinas siguieron a los cruzados intentando vigilar y controlar su comportamiento, a las que se unieron otras fuerzas en Constantinopla para defender la capital. Esta decisión fue razonable, pero aun así, se produjeron muchos choques violentos entre francos y griegos, de los que al parecer fueron responsables los dos bandos, y que estuvieron a punto de precipitar un conflicto abierto entre Manuel y los cruzados. Manuel, con prudencia, había reforzado su alianza con Conrado, casándose con la cuñada de este, Berta de Sulzbach. Pero Conrado moriría en 1152 y a pesar de los repetidos intentos, no pudo llegar a un acuerdo similar con su sucesor Federico I Barbarroja.

La atención de Manuel tuvo que volverse a Antioquía de nuevo en 1156, en esta ocasión a causa de un hecho atroz: Reinaldo de Châtillon, el nuevo príncipe de Antioquía, invadió la provincia bizantina de Chipre y, tras saquear la isla y despojarla de todas sus riquezas, su ejército mutiló a los supervivientes no sin antes obligarles a recomprar sus rebaños a precios exorbitantes con lo poco que les quedaba. Manuel respondió a este ataque en su estilo enérgico típico. Reunió un enorme ejército y no perdió el tiempo en marchar sobre el Principado de Antioquía. De hecho, la velocidad de su avance fue tal que sorprendió a los armenios de Cilicia, cuyo príncipe había participado en el ataque a Chipre.[5]

Las noticias del avance bizantino llegaron a Antioquía. Reinaldo, sabedor de que no podría resistir ni esperar el apoyo del rey de Jerusalén, Balduino III (pues este no había aprobado el ataque a Chipre), decidió que la única salida era la sumisión. Se presentó ante el emperador vestido de saco y rogando el perdón. Manuel aceptó perdonarle si pasaba a ser vasallo imperial. Manuel no solo deseaba recuperar Antioquía para el Imperio, sino que también pretendía utilizar a los latinos y a Occidente en general para reforzar la posición del Imperio. Tenía especial interés en conseguir que los cruzados actuasen en Egipto, un territorio sobre el que Bizancio no había intervenido durante siglos.

Satisfecho con los resultados, Manuel volvió a Constantinopla, derrotando también a los turcos que le sorprendieron por el camino. Al año siguiente expulsó a los selyúcidas de Isauria. Pero la situación en los Balcanes y en occidente requirió entonces su atención.

En 1148 el emperador atacó a Roger II de Sicilia cuya flota había tomado Corfú y saqueado varias ciudades griegas, y lo derrotó con el apoyo de Venecia. Al año siguiente, recuperó Corfú y preparó su ofensiva contra los normandos sicilianos. Con un ejército de mercenarios italianos invadió Sicilia y Apulia, gracias al apoyo de barones locales descontentos.

Varias ciudades, como Bari que había sido una ciudad bizantina hasta su toma por los normandos en 1071, abrieron sus puertas al ejército imperial. Y aunque el proceso de conquista se detuvo por causa de alguna derrota, Manuel consiguió mantener algún territorio en el sur de Italia, lo que se aseguró por una paz en 1155. Reforzado por su éxito, soñó con la restauración del Imperio romano aunque fuese a costa de la unión de las dos Iglesias, algo que llegó a ofrecer al papa en el curso de las negociaciones. La unión habría significado la aceptación del emperador bizantino como máxima autoridad secular sobre todos los cristianos; pero el papa se consideraba él solo como autoridad máxima. Para poder llegar a un acuerdo, Manuel tendría que haber aceptado la supremacía del papa en algún modo, y esto resultaba inaceptable, incluso para un emperador tan proccidental como Manuel, sobre todo, teniendo en cuenta la actitud antioccidental de buena parte de la población greco-ortodoxa. En cualquier caso, una derrota en Brindisi en 1156 puso fin al restaurado imperio bizantino en Italia, y hacia 1158, las tropas orientales ya habían dejado Italia. Tras la muerte de Manuel, los normandos de Sicilia volverían a invadir el territorio bizantino en 1185, saqueando Tesalónica.

Con el fin de debilitar el poder de Venecia sobre el comercio imperial, Manuel firmó acuerdos con Pisa y Génova. Para contrarrestar las aspiraciones de Federico I, apoyó a las ciudades libres de Italia. Pero no consiguió que los italianos apoyaran sus intereses; sin embargo, en una breve guerra contra los venecianos, consiguió expulsarlos del mar Egeo.

El resultado final de su campaña italiana fue bastante limitado. La ciudad de Ancona pasó a ser una base bizantina en Italia. Los normandos de Sicilia, dañados, aceptaron la paz durante el resto del reinado de Manuel. Todo ello había tenido un coste enorme en dinero, para sólo producir escasos resultados.

En su frontera septentrional, Manuel hizo un gran esfuerzo por conservar las conquistas de Basilio II unos cien años antes.

Obligó a los serbios rebeldes al vasallaje (1150-1152) y lanzó ataques constantes sobre Hungría con la intención de anexionarse su territorio hasta el río Sava, para extender su imperio amenazado por los turcos desde oriente. Manuel I, emperador bizantino era hijo de la princesa Santa Piroska de Hungría, así que se sentía con derechos sobre el reino húngaro, y de esta forma, sin pretender destronar a Géza II de Hungría, el nieto de Álmos, el primo de su madre, quiso que ese se sometiese a él e incluir el reino magiar en la esfera de influencia bizantina. En las guerras de 1151-1153 y 1163-1168, Manuel llevó a sus tropas hasta Hungría, penetrando mucho en su territorio y obteniendo un cuantioso botín de guerra, pero al mismo tiempo siendo contenido por el rey Géza II de Hungría durante varias batallas. En 1155 el rey húngaro y Manuel I firmaron la paz. Sin embargo en 1156, Manuel I le habría sugerido al emperador germánico Federico I Barbarroja, que juntos, los dos imperios venciesen al Reino de Hungría. El emperador germánico rechazó el plan, y para 1158 decidió atenuar sus hostilidades contra Géza II. En esta época, los jóvenes príncipes húngaros Esteban y Ladislao, hermanos insatisfechos de Géza II, se habrían mudado de la corte germánica a la bizantina.

En 1162 moriría Géza II de Hungría y su hijo Esteban III heredaría de inmediato el trono. Luego de haber centrado su vista en el oriente, y cansado de dichas guerras, Manuel I decidió que habría llegado el momento de retomar su guerra contra el Reino húngaro y así, envió una embajada a Hungría, para que fuese aceptada la coronación del príncipe Esteban, que hasta ese momento habría estado viviendo en Constantinopla a su lado. Igualmente movilizó sus ejércitos hacia las fronteras del reino magiar y ante esto, los Señores húngaros por otra parte aceptarían como rey a Ladislao quien se hallaba en una posición más independiente. Ladislao II de Hungría habría sido coronado en junio de 1162, pero sería envenenado en enero de 1163.

Entonces, el afamado Esteban IV ascendería al trono y serviría todos los intereses del emperador bizantino Manuel I: Cortó todos los vínculos con el Papado, e inclusive le confió la producción de dinero a Bizancio. Posteriormente, Esteban III, sobrino de Esteban IV, encabezaría una rebelión y el 19 de junio de 1163 vencería al rey con lazos bizantinos, a quien permitiría huir hacia el emperador Manuel I. Sin embargo, el emperador bizantino partió de la ciudad de Sofía, jurándole a Esteban IV que resolvería el asunto. De esta forma, le ofreció la mano de su hija María a Béla, el hermano menor de Esteban III, nombrándolo heredero al trono húngaro. A cambio de la paz, Manuel I pidió los territorios de Croacia y Dalmacia, así como la presencia del joven Béla en Bizancio. El acuerdo se consumó y en 1163 Béla arribó a Constantinopla y fue educado según la fe ortodoxa, adoptando el nombre de Alexios.

Sin embargo, Esteban III no entregaría los territorios exigidos y ante esto, Manuel I movilizó sus ejércitos en 1164 con Esteban IV nuevamente a la cabeza de ellos. El emperador avanzó hasta el corazón de Hungría, hasta Bács, luego de que Esteban III continuase negándose a entregar los territorios, protegido por tropas germánicas y checas. Sin embargo, Manuel I utilizaría al rey checo Ladislao II de Bohemia, donde Esteban III nuevamente renunciaría a Dalmacia y a Croacia, e inclusive hasta a Sirmia, y Manuel I renunciaría a su apoyo a Esteban IV.

En 1165, los húngaros atacaron los territorios de Esteban IV y posteriormente lo hicieron envenenar en Zimony. Luego de esto, en junio Manuel I lanzó un ataque contra los húngaros y Esteban III nuevamente renunció a los territorios de Dalmacia y Croacia, y el emperador bizantino los ocupó con ayuda de tropas venecianas. En la primavera de 1165 Esteban III ocupó los territorios de Sirmia y para expulsarlo, Manuel I envió tres ejércitos contra él: uno con Béla a la cabeza hacia la frontera del Danubio, y otros dos desde Galicia y desde Moldavia. Con la intervención del suegro de Esteban III, el Duque austríaco Enrique Jasomirgott fue firmada nuevamente la paz, y a finales del año, los ejércitos húngaros ocuparon una parte de Dalmacia y capturaron al regente bizantino.

En 1167 tuvo lugar la Batalla de Zimony, donde el general bizantino Andrónico Contostéfano al servicio de Manuel I, comandó y venció las fuerzas húngaras, recuperando los territorios de Sirmia, victoria con la cual se contentaría. Tras la muerte de Esteban III en 1172, Manuel enviaría a Hungría a Béla, quien sería coronado de inmediato como Bela III de Hungría y mantendría una política orientada hacia Bizancio durante todo su reinado.

En 1168, una importante victoria en Zemun le permitió firmar una paz, por la que obtenía Dalmacia y otros territorios fronterizos. El heredero al trono húngaro Bela fue enviado a Constantinopla para ser educado en la corte de Manuel, y se trazó un plan para casarle con su hija María. Bela tomó el nombre de Alejo y el título de déspota, pero cuando el emperador tuvo un hijo varón, se dejó de lado este plan.

En conjunto, Manuel logró éxitos importantes en los Balcanes, lo que le permitió reforzar la seguridad de Grecia y Bulgaria. Estas provincias vivieron una fase de esplendor que duraría hasta final de siglo. De hecho, se ha calculado que Bizancio en el siglo XII era más rico y próspero que nunca antes desde la invasión persa en tiempos de Heraclio, unos quinientos años antes. Aunque las ciudades habían iniciado una tímida recuperación desde fines del siglo IX, la derrota de Manzikert (1071) y las guerras civiles anteriores a Alejo I Comneno interrumpieron el proceso. Sólo los éxitos de los Comnenos detuvieron el hundimiento definitivo del Imperio, y gracias a estos se recuperó la vida urbana. La población de Constantinopla se acercaba al medio millón de habitantes en tiempos de Manuel, lo que la convertía en la mayor ciudad de Europa con diferencia, y seguía creciendo. El carácter cosmopolita de la capital se vio reforzado por la llegada de mercaderes italianos y cruzados camino de Tierra Santa.

Los venecianos y otros italianos abrieron los puertos del Egeo al comercio con los reinos cruzados de Outremer y el Egipto fatimí. Estos comerciantes demandaron productos en toda Grecia, Macedonia y las islas. Tesalónica, la segunda ciudad del Imperio, celebraba una famosa feria estival que atraía comerciantes de todos los Balcanes. En Corinto, la producción de seda animó la economía local. Todo ello se debió a los emperadores Comneno y a la 'Pax Byzantina' firmemente establecida en el núcleo de su Imperio.

En 1169 Manuel envió un expedición conjunta con el rey Amalarico I de Jerusalén contra Egipto. La expedición supuso una extraordinaria demostración de poder por parte del Imperio, a causa del gran ejército y flota enviados, pero también significó una gran coste para los bizantinos.

Aunque un ataque a tan larga distancia del centro del Imperio podría parecer algo extraordinario, puede comprenderse por la política de Manuel que buscaba aprovecharse de los latinos para asegurarse la supervivencia del Imperio. Una invasión exitosa de Egipto ofrecería muchas ventajas al Imperio. Primero, evitaría una alianza islámica que expulsase a los cruzados. Segundo, la riqueza de Egipto era tal que los ingresos a obtener (incluso compartidos con los cruzados) compensaban el esfuerzo realizado. Además, la alianza ligaría aún más a los cruzados con el Imperio.

La invasión de Egipto esperaba contar también con cierto apoyo de la población local copta que llevaba viviendo más de quinientos años bajo el poder musulmán. Pero el fracaso en la cooperación plena entre cruzados y bizantinos hizo que la operación fracasase. Los bizantinos solo llevaron provisiones para tres meses; pero cuando los cruzados estuvieron preparados, ya se estaban acabando aquellas. La alianza se mantuvo, y se hicieron nuevos planes, pero no se llevaron a cabo.

En general, las relaciones del reinado de Manuel Comneno suelen prestar poca atención a la expedición de Egipto, debido a su fracaso y a la importancia de otros asuntos, como el ascenso de Venecia y de los turcos selyúcidas. Sin embargo, las consecuencias del fracaso fueron muy serias. Manuel había invertido mucho tiempo, dinero y hombres en dicho ataque, recursos que se podrían haber aprovechado mejor contra los turcos de Anatolia.

El sultán selyúcida Kilij Arslan II aprovechó la ocasión para eliminar a sus rivales y reforzar su poder en Asia Menor. Poco después, el ascenso de un joven general kurdo, Saladino, solo sería posible gracias a su control de Egipto, lo que le permitiría expulsar a los cruzados de Jerusalén, cambiando el equilibrio del poder en el Mediterráneo oriental para siempre.

El 17 de septiembre de 1176 Manuel fue derrotado por Kilij Arslan II en la batalla de Miriocéfalo (Myriokephalon). Este desastre fue un serio revés personal; desde entonces Manuel empeoró de salud hasta morir en 1180.

Manuel fue un valiente general y un hábil diplomático y estadista. Famoso por su carisma y su atracción por occidente, llegó a ser amigo personal del emperador Conrado III. Convencido de la idea del imperio universal y apasionado por el debate teológico, fue el representante de un nuevo tipo de emperador bizantino, influenciado por el contacto con los cruzados occidentales. Amaba las costumbres occidentales, y así organizó torneos, e incluso participó en ellos, a pesar de que los bizantinos no aprobaban este comportamiento.

A pesar de sus éxitos militares, Manuel logró pocas conquistas para el Imperio; de hecho, consiguió que muchos de sus enemigos se uniesen en su contra. Sus victorias se compensaron con derrotas, y en algunos casos a costa de grandes gastos. Fue muy criticado por subir los impuestos, gastados en sus aventuras de expansión exterior; todo ello llegó a poner las finanzas públicas en peligro.

Los problemas a los que dio lugar su política se compensaron en parte con sus éxitos, sobre todo en los Balcanes. Pero, teniendo en cuenta el posterior hundimiento del Imperio, parece que habría sido mejor utilizar con más cuidado los recursos disponibles. Su política proccidental dio lugar a reacciones en contra en todo el Imperio, hasta el punto de que el ascenso de Andrónico I Comneno fue celebrado con una masacre de latinos en Constantinopla. Todos estos hechos, junto con otros posteriores, llevarían a la ocupación del Imperio en la Cuarta Cruzada.

Manuel fue recordado por los latinos como el soberano más poderoso del mundo. Durante su reinado frenó todos los intentos externos de atacar el Imperio; sin embargo, en el este, sus victorias fueron eclipsadas por la derrota de Miriocéfalo en 1176. A su muerte, el Imperio era una gran potencia, próspero, con sus fronteras seguras; pero también tenía graves problemas. En el interior, la corte precisaba un gran líder que mantuviese el sistema unido, y tras la muerte de Manuel la estabilidad se vio peligrosamente comprometida desde dentro. Algunos de sus enemigos externos esperaban cualquier oportunidad para atacar, sobre todo los turcos de Anatolia y los normandos de Sicilia. Habría sido necesario un emperador fuerte para reconstruir el tesoro imperial y hacer frente a todas estas amenazas. Desgraciadamente para Bizancio, no llegaría un líder de esas características.

Manuel se casó, en primeras nupcias en 1146, con Bertha de Sulzbach, una cuñada de Conrado III de Alemania. Ella murió en 1159. Hijos:

Manuel se casó en segundas nupcias en 1161, con una hija de Raimundo y Constanza de Antioquía, María (que adoptó luego el nombre Xena). Tuvieron un hijo y sucesor Alejo II Comneno.




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