Un contrafuerte, palabra proveniente del Latín contrafortis, también llamado estribo, es un engrosamiento puntual en el lienzo de un muro, normalmente hacia el exterior, usado para transmitir las cargas transversales a la cimentación. Los contrafuertes, que permiten al muro resistir empujes, se conocen desde tiempos antiguos y han sido profusamente usados en todo tipo de construcciones, siendo elementos característicos del arte románico y gótico.
El origen de los contrafuertes se debe a la necesidad de soportar el componente horizontal de la carga que origina una bóveda o a veces una cubierta a dos aguas. Estas estructuras de cubierta, además de su carga vertical (su peso por gravedad), tienden a "abrirse", y empujar transversalmente al muro que la sustenta. El peso del propio pináculo ayuda al contrafuerte a aumentar la componente vertical de la carga, lo estabiliza. Se usó mucho en la Edad Media.
La aparición del acero como elemento constructivo ha ido eliminando la necesidad de los contrafuertes, ya que es más económico "coser" la cubierta con cables o barras de acero para evitar que se abra.
En la arquitectura románica, los contrafuertes adoptan la forma de pilastras, adosadas exteriormente al muro, con ancho decreciente en altura.
En la arquitectura gótica, los contrafuertes (llamados técnicamente botareles o estribos de forma única), se separan del muro y se conectan con él mediante arbotantes, con el fin de favorecer la visión vertical del edificio.
Existen diversas disposiciones de contrafuertes, tal y como se muestra a continuación, dependiendo de su posición relativa en los paramentos del edificio:
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