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Arquitectura románica



La arquitectura románica fue el primer gran estilo arquitectónico creado en la Edad Media en Europa después de la decadencia de la civilización grecorromana. Su desarrollo estaba completamente establecido alrededor de 1060, pero los primeros signos de cambio fueron diferentes según las regiones y no hay consenso sobre una fecha para sus inicios, que van desde el siglo VI hasta el siglo XI. Tendrá varias etapas, fundamentalmente dos, conocidas como primer románico (o románico temprano o lombardo) y segundo románico (o alto románico o románico maduro). La arquitectura gótica fue el estilo que le sucedió gradualmente a partir del siglo XII.

El dinamismo monástico, las profundas aspiraciones religiosas y morales y la espiritualidad de las rutas de peregrinación en una Europa que había recobrado la paz, presidieron el nacimiento del arte románico y contribuyeron a convertirlo en un estilo verdaderamente nuevo, dotado de una profunda originalidad. La voluntad de liberar a la Iglesia de la tutela de los poderes seculares, las cruzadas, la reconquista cristiana en España con el colapso del califato de Córdoba, la desaparición del patrocinio real y principesco hicieron del arte románico el arte de toda la cristiandad medieval.

La arquitectura románica se desarrolló en una vasta área que iba desde la mitad norte de España hasta Irlanda, Escocia y la mitad de Escandinavia. La Europa del Este, los países eslavos desde Polonia a Eslovaquia, Bohemia y Moravia, Hungría y Eslovenia también adoptaron este estilo así como el conjunto de Italia con sus islas. Este espacio correspondía a la influencia de la Iglesia romana en la Edad Media, al área ocupada por la gran familia de los pueblos romano-germánicos, de los eslavos occidentales y de algunas reliquias étnicas. Los primeros centros del arte románico ya eran visibles alrededor del año mil: en Cataluña, en las estribaciones norte y sur de la parte oriental de los Pirineos; en la Lombardía, que se extendía desde la llanura central del Po hasta la Italia meridional; en Borgoña, en la zona fluvial del Saona; en Normandía, cerca del Canal de la Mancha; en el curso del bajo Rin hasta el Mosela; en la Alta Renania, desde Basilea hasta Maguncia; y en la Baja Sajonia entre el Elba y el Weser. Otras regiones conocieron un desarrollo más tardío de la arquitectura románica, cuya originalidad eclosionó en el siglo XI, como Westfalia, Toscana, Apulia, Provenza y Aquitania. Entre 1042 y 1066, Eduardo el Confesor, cuya madre era normanda, introdujo el arte románico en Inglaterra y después de la conquista de Inglaterra en 1066, los normandos integraron aportes anglosajones en el arte anglo-normando.

En una Europa rural con escasos recursos materiales y técnicos, en ese período se construyeron muchos castillos y fortalezas, pero fueron muchas más las nuevas iglesias levantadas en ciudades y aldeas. Los monasterios y abadías contribuiran siendo verdaderas factorías de desarrollo económico. Las más significativas fueron las grandes iglesias abaciales, muchas de ellas todavía en pie, más o menos completas y con frecuencia en uso,[2]​ destacando el empuje de una innovadora y ambiciosa abadía borgoñona, Cluny, que desde allí irradiara a todo el continente. La enorme cantidad de iglesias construidas en el período románico fue sucedida por el período todavía más ocupado de la arquitectura gótica, que reconstruyó, parcial o totalmente, la mayoría de las iglesias románicas en áreas prósperas como Inglaterra y Portugal. Los mayores grupos de edificios románicos que se conservan están en las áreas que fueron menos prósperas en los periodos que siguieron, incluyendo partes de la Francia meridional, de la España norteña y de la Italia rural. La supervivencia de casas y palacios románicos no fortificados seculares, y de los cuartos domésticos de los monasterios es mucho más rara, pero en ellos se utilizaron y adaptaron las mismas características encontradas en los edificios religiosos, a una escala doméstica.

A nivel técnico, se pasó de la piedra partida con martillo al aparejo de piedra tallada y al desarrollo del pilar compuesto. En el plano arquitectónico, el arte románico introdujo la fachada armónica, la cabecera con deambulatorio, las bóvedas de medio cañón y apuntadas, de aristas y crucería con sus contrafuertes. La arquitectura románica combinó varias características de los edificios antiguos romanos y bizantinos con otras tradiciones locales, siendo reconocible por su cualidad masiva, sus gruesos muros, la falta de la escultura, los arcos de medio punto y los pilares robustos, las bóvedas de aristas, las grandes torres y las arcadas decorativas, a veces con banda lombarda. Básicamente de esa época se conserva una arquitectura religiosa en piedra, que estílisticamente es posible caracterizar por el uso del arco de medio punto como la reinterpretación del antiguo arco romano. Las columnas que soportan los arcos son generalmente cilíndricas y están rematadas con capiteles a menudo tallados con representaciones de animales, plantas y símbolos o más o menos geométricos. Cada edificio tiene formas claramente definidas, con frecuencia de una planta muy regular y simétrica; el aspecto general es de simplicidad en comparación con los edificios góticos que les van a seguir. El estilo se puede identificar a través de Europa, a pesar de las características nacionales y regionales y de los diferentes materiales empleados.

El concepto de «arte románico» apareció en Francia por primera vez en 1818. Los especialistas alemanes hacen remontar el nacimiento del arte románico justo después del arte otoniano y reservan el término estilo románico para la última fase de su evolución arquitectónica. La arquitectura románica en Inglaterra se conoce tradicionalmente como arquitectura normanda.

La basílica de Saint-Remi, en Reims, Francia (siglos XI-XIII)

La basílica de Vézelay (1120-1150), obra maestra de la escultura y arquitectura románica borgoñonas

Duomo de Módena (1099-1319), obra de Lanfranco y Wiligelmus, soberbio ejemplo de románico temprano

La Piazza dei Miracoli de Pisa, con el Baptisterio (1152-1363), la Catedral (1063-1118) y, al fondo, la Torre inclinada, uno de los mejores conjuntos urbanos del mundo

Catedral de Espira (1030-1061), catedral imperial y edificio románico en pie más grande del mundo

Catedral de Durham (1093-1104), conserva casi su aspecto desde la época normanda

Iglesia de San Clemente de Tahull (Lérida), influencia lombarda en el románico catalán

El descubrimiento del arte románico está relacionado con el arquitecto Philibert de l'Orme en el siglo XVI que habría realizado algunos levantamientos[3]​ y con los historiadores de los siglos XVII y XVIII. Después de la Revolución, los normandos emigrados a Inglaterra descubrieron algunas investigaciones —como las Anglo-norman Antiquities publicadas en 1767 y The Architectural Antiquities of Normands[4]​ de John Sell Cotman— y de regreso en Francia, el abad e historiador Gervais de La Rue (1751-1835), formó, junto con sus colegas de la «Sociedad de Anticuarios de Normandía» (fundada en 1824) —Charles de Gerville (1769-1853), Auguste Le Prévost y Arcisse de Caumont (1801-1873)— una «escuela en movimiento de especialistas de arquitectura»[5]​ que quisieron reapropiarse de ese patrimonio normando.

En 1818, el arqueólogo y erudito Gerville, en una carta a Le Prévost, tuvo la feliz idea de utilizar el término roman para describir ese arte —que coincidía en un momento en que la expresión langues romanes («lenguas románicas») comenzaba a usarse para designar esas lenguas que se habían desgajado del latín — que fue retomado y promovido por Caumont, que veía que en esa arquitectura de los primeros siglos de la Edad Media aparecían todas las características de la arquitectura romana en un estado de degeneración avanzado. En 1834 ya era de uso general y el románico sustituyó a la entonces habitual referencia al arte anterior al gótico, como «pregótico», «arte alemán» o incluso, a veces, «arte bizantino» o «neogriego»[6]​ y la arquitectura románica (romane) reemplazó rápidamente a las apelaciones entonces habituales de lombarda, sajona o anglonormanda, y se consideró como una primera tentativa de unificación artística de Europa.

El estudio de ese período arquitectónico sigue la evolución de la arqueología y de sus límites, y pasa de ser una historia del arte romántica e intuitiva al temprano establecimiento de tipologías. En un primer momento, Caumont y sus amigos definieron en el período románico tres fases desde la decadencia romana: desde el siglo V hasta el X; desde el final del X hasta el final del siglo XI; y el siglo XII, en el que el arco apuntado reemplazó al arco de medio punto, una diferencia capital en la forma de las arcadas, que unida a otras, estableció el carácter distintivo entre las arquitecturas románica y gótica.

Después de haber definido los límites en el tiempo, Caumont buscó definir características comunes en el espacio y esbozó, en territorio francés, siete regiones monumentales definidas en particular por la naturaleza del suelo pero también por las diferencias de gusto y de habilidad que no podían venir si no de las escuelas. Jules Quicherat, Viollet-le-Duc, Anthyme Saint-Paul, Auguste Choisy retomaron y completaron la idea. En 1925, François Deshoulières en el Bulletin Monumental[7]​ propuso nueve escuelas: Île-de-France y Campaña, Normandía, Lombardía-Renania, Bajo Loira, Suroeste y Poitou, Auvernia, Borgoña, Provenza y Languedoc. Después de los estudios de Caumont, que había datado la arquitectura románica del siglo V al siglo XII, se creó el concepto de Antigüedad tardía, que iría del siglo IV al VIII, adscribiendo la arquitectura carolingia a la Alta Edad Media y analizando el «siglo del año mil» en comparación con la época precedente y no más como un presagio del futuro.

En 1935, un arquitecto catalán Puig i Cadafalch (1867-1956) definió un «primer arte románico» realizado por pueblos diferentes que se extendió por una gran parte de Europa antes de que se desarrollaran las escuelas particuliares.[8][9]Pierre Francastel en 1942 replanteó las escuelas regionales, reemplazando el término de «primer arte románico» por la «primera edad románica» que incorporaba las ideas de Jean Hubert y Marcel Durliat. Para Louis Grodecki, hay un bloque de arquitectura con estructuras de cubierta de carpintería de madera, una especie de «primer arte románico» del Norte distinto y simétrico que se opondría al «primer arte románico meridional».[10][11][12]

En 1951, los benedictinos de la abadía de Sainte-Marie de La Pierre-qui-Vire fundaron las éditions Zodiaque y la colección La nuit des temps, especializada en el arte románico, que publicó sobre el conjunto del mundo románico 88 obras entre 1954 y 1999.

Cualquier definición de arquitectura románica es necesariamente reduccionista en la medida en que esta arquitectura comprende logros de una gran variedad y se construyó durante un largo período. El término románico se atribuye a veces a edificios cuya datación es muy incierta, simplemente porque en ellos se encuentran técnicas o una atmósfera que parecen románicas al observador moderno: bóvedas de cañón, arcos de medio punto o capiteles historiados, por ejemplo. Pero hay edificios románicos con techumbres de madera y sin abovedar, y en otros la bóveda de cañón es más bien la excepción en comparación con el arco ligeramente apuntado; y también, muchos de los capiteles románicos no fueron historiados.

Por ello se define la arquitectura románica con criterios más subjetivos, más o menos bien respaldados según lo que se cree saber sobre las interpretaciones religiosas de esos tiempos. Se podría decir —incluso si esta presentación no se aplica bien al carácter ascensional de las grandes iglesias auvernesas— que la arquitectura románica, en particular en los edificios de pequeño tamaño, procuraba al visitante el sentimiento de una cierta masividad que evoca más la sombra, la penumbra o aquella «luz profunda» de la que hablaba el ensayista Yves Bonnefoy, que los luminosos vuelos de las vidrieras góticas.

Otra interpretación quiere que esa arquitectura no mostraría una ascendencia con una finalidad gloriosa, sino una «trascendencia hacia abajo», de una forma críptica e iniciática para lograr una atmósfera de misterio original. De hecho, la experiencia de la luz en la iglesia cristiana ya había quedado decidida desde la construcción de las primeras basílicas, pero el empuje debido a la elección de las pesadas bóvedas de piedra (que reemplazaron a las carpinterías de madera en los edificios grandes o para escapar de los incendios de las cerchas de madera) obligó a fortalecer las paredes y a perforar huecos estrechos: esa «luz profunda» fue, por lo tanto, más una restricción técnica que una elección litúrgica. Así, durante la segunda época románica, se crearon diferentes abovedamientos (de arista y crucería) y se reforzaron con diferentes contraempujes (semibóvedas de las tribunas) o refuerzos (contrafuertes), lo que permitió hacer entrar la luz perforando huecos más grandes en las superficies murales.[13]

Los historiadores del arte, sin embargo, han tratado de caracterizar la arquitectura románica por sus modos de cobertura (bóvedas de cañón y de crucería, cúpulas), por los tipos de soportes (muros gruesos provistos o no de arcadas y perforados generalmente por pequeñas ventanas con remates de medio punto, muros reforzados con pilastras adosadas en el interior o de contrafuertes en el exterior) y por su gramática decorativa (repertorio de ovas, perlas, grecas, palmeras y follaje, rosas y hojas de acanto, capiteles jónicos y corintios).[14]

La época en que se considera que se desarrolla el estilo románico comprende los siglos XI y XII, sin exclusión de otros siglos anteriores y posteriores, pues aunque algunos edificios del siglo X tal vez ya puedan calificarse de románicos, se erigieron otros verdaderamente tales en diversas zonas (especialmente, en Asturias y Galicia) durante la época gótica hasta casi alcanzar el Renacimiento.

La división más común que puede mantenerse del estilo románico es entre el románico sencillo y el románico de transición dando a este segundo grupo un valor secundario y considerándolo como una variante del primero, con tal de incluir en él los edificios de aspecto románico que ostenten algunos arcos ojivales o apuntados sin cubrirse con bóvedas de crucería. Este segundo grupo empieza en el siglo XI pero no se hace común hasta mediados del mismo siglo e incluso entonces coexiste con el primero.

Cabe también distinguir por otro concepto el estilo románico en dos variantes, con los nombres de sencillo y rebelde, pues se observa que en la primera época del estilo, hasta ya entrado el siglo XII, se presentan los edificios con relativa ayudalidad en los adornos de puertas y ventanas y con cierto aspecto de pesadez y tosquedad, que van perdiendo a medida que avanza dicho siglo; mas no puede establecerse esto como una norma constante, por obedecer a muy diferentes causas: regionales o locales, la perfección y elegancia propia de cada construcción, o por corresponder su filiación a distinta escuela artística. No obstante, la división entre románico sencillo y románico florido servirá en multitud de casos para determinar la cronología de los edificios de este tipo en una misma región o localidad que haya de estudiarse; y desde luego se pueden atribuir en España al segundo grupo (correspondiente a mediados del siglo XII hasta bien entrado el siguiente) los edificios románicos que ostenten exuberancia ornamental o gran finura de ejecución de los detalles.

Los componentes estructurales de la arquitectura románica —las cabeceras, las fachadas y espacios occidentales, las articulaciones de la nave con sus modos de cobertura y sus soportes, los transeptos, los tramos rectos del coro y el tratamiento de las paredes exteriores— están en germen en la arquitectura paleocristiana y prerrománica.

La evolución de la cabecera románica de los siglos XI y XII está vinculada a la multiplicación de altares para unos sacerdotes cada vez más numerosos. Fueron de dos grandes tipos: con absidiolos alineados o escalonados a cada lado del ábside, y con absidiolos que irradian desde un deambulatorio. Una temprana solución experimental se conserva en su estado del siglo VI en la basílica Eufrásica en Poreč, donde los tres altares paleocristianos y los mosaicos sugiere su ubicación en tres hemiciclos. Todavía en Croacia, pero en Dalmacia, también aparecen algunas cabeceras tripartitas en los siglos VI y VII.

En los siglos IX y X, están presentes las cabeceras de ese tipo: en Mistail, en Suiza, alrededor de 800; o en la iglesia de San Miguel de Escalada, en España, con tres altares originales de 913. En las décadas cercanas al año 1000 las cabeceras con absidiolos alineados a cada lado del ábside están presentes en Cataluña en el monasterio de Ripoll y en San Miguel de Cuixá; en Borgoña, en la iglesia de Saint-Vorles; en Chatillon-sur-Seine; y en Italia, en la catedral de Aosta. Hay cabeceras de absidiolos escalonados en la abacial de Cluny II y en el priorato de Perrecy-les-Forges, en Borgoña; en la abadía de Notre-Dame de Déols, en el Berry; y en Bernay, en Normandía. A partir de 817, la individualización del tramo recto del coro de Poreč parece haberse generalizado en Inden-Kornelimünster y luego en la arquitectura carolingia.

El transepto era conocido, sin que se sepa exactamente su función, desde el siglo IV en Roma, como en la antigua basílica de San Pedro, en San Juan de Letrán o en San Pablo Extramuros. Esa función ya estaba establecida perfectamente a principios del siglo XI en la iglesia de San Miguel de Hildesheim, donde acogió más altares dispuestos en los absidiolos. Entre esas dos fechas, en la planta de Saint-Gall (alrededor de 820) se ven altares en un transepto oriental, y cerca del año 1000, también hay un transepto con absidiolos que acogen altares en la abadía de San Miguel de Cuixá.

Las cabeceras con deambulatorio que prolongan las naves laterales y que permiten la circulación hacia los mausoleos o a las reliquias sin perturbar las celebraciones estaban presentes en la antigua Roma paleocristiana, en las basílicas de los Santos Pedro y Marcelino, en San Sebastián de las Catacumbas, en Santa Inés Extramuros y en San Lorenzo Extramuros. Anuncian la primera cabecera medieval de San Miguel de Hildesheim, de principios del siglo XI. En la época carolingia, la abadía de Saint-Germain de Auxerre y la iglesia de Saint-Genest de Flavigny-sur-Ozerain ya habían desarrollaron la circulación en dos niveles sirviendo a los absidiolos. En la abadía de Saint-Jean-du-Mont de Thérouanne, tres capillas radiantes insertadas en el deambulatorio anuncian a principios del siglo XI la solución de la abadía de San Filiberto de Tournus.

Las cabeceras de dos niveles se encuentran en el África paleocristiana en Benian, Tipasa y Djemila y en la Galia en los siglos VI y VII en Saint-Laurent de Grenoble con su planta trebolada. La evolución pasó desde las capillas cuadrangulares a las dispuestas en semicirculos alrededor de 1020 en la iglesia colegiata Saint-Aignan d'Orléans[15]​ y en la catedral de Chartres.[16]

basílica Eufrásica en Poreč,

Inden-Kornelimünster

Abadía de San Miguel de Cuixá

Iglesia de San Miguel de Hildesheim

Saint-Aignan de Orléans

El aspecto característico de los alzados de las cabeceras románicas está presente en la arquitectura paleocristiana de la basílica de San Vital de Rávena y en la arquitectura l carolingia en la abadía de Saint Germain de Auxerre y en la iglesia de Saint-Genest de Flavigny-sur-Ozerain. Esta forma piramidal se refuerza cuando hay una torre en el crucero del transepto, como en la iglesia de San Miguel de Hildesheim a principios del siglo XI. Los macizos occidentales carolingios o los westwerk otonianos del tipo de la abadía de Corvey se encuentran en la abadía de Jumièges, en Normandía, a principios del siglo XI y en Alsacia, en el corazón del siglo XII, en la colegiata de Saint-Michel-et-Saint-Gandolphe de Lautenbach, en la abadía de Saint-Étienne de Marmoutier y en la iglesia de Sainte-Foy de Sélestat.[16]

Abadía de Corvey

Abadía de Jumièges

Lautenbach

Abadía Saint-Étienne de Marmoutier

Iglesia Sainte-Foy de Sélestat

Desde unas décadas antes del año 1000 —momento del que solo hay vestigios o informes de excavaciones— y hasta el primer cuarto del siglo XI, fue el tiempo de la experimentación. Las evoluciones aparecen en particular en las cabeceras y en los sistemas de abovedamientos, en la nociones de tramo y de ritmo aportados por las columnas adosadas y los pilares compuestos, en el aparejo y la piedra tallada, en el desarrollo de las criptas-salas. A principios del siglo XI, Borgoña, el valle del Loira, Poitou, Auvernia y Cataluña eran las regiones más innovadoras en donde las investigaciones se reservaban para los grandes logros: la catedral de Clermont-Ferrand, las colegiatas Saint-Aignan de Orléans y de Saint-Vorles, en Chatillon-sur-Seine, las iglesias abaciales de San Filiberto de Tournus, de Saint-Bénigne de Dijon, de Cluny II, de San Miguel de Cuixá y de San Martín del Canigó, el priorato conventual de la abadía de Fleury en Perrecy-les-Forges y la iglesia de Saint-Généroux.

Las necesidades que hacían evolucionar la parte oriental de las iglesias estaban relacionadas con el número de sacerdotes, cada vez más numerosos, y con el encaminamiento de los fieles hacia las reliquias que debía hacerse sin perturbar la liturgia. La primera respuesta consistió en multiplicar las capillas yuxtaponiendo, en ambos lados del ábside axial, absidiolos alineados. Fue la organización adoptada en la abacial de San Miguel de Cuixá, en el Rosellón, una construcción iniciada en 956 y cuyo altar fue consagrado en 975, y en Chatillon-sur-Seine, donde se encuentra la iglesia Saint-Vorles, entre 980 y 1016, con una planta que no resolvió el problema de las circulaciones. La cabecera de capillas escalonadas fue una solución más sofisticada que se encontró a principios del siglo XI en Normandía, en Bernay, y en el priorato de Perrecy-les-Forges, que dependía de la abadía de Fleury, cercana a Orleans.

La respuesta al problema de una circulación independiente de los fieles para acceder a las reliquias pasó por la creación de un deambulatorio alrededor del coro que aislaba las celebraciones en el altar mayor y que permitía distribuir absidiolos radiantes en los que disponer altares secundarios. Si el ejemplo de la catedral de Clermont-Ferrand, que sirvió de modelo para la colegiata Saint-Aignan d'Orléans (1017-1029), no es conocido más que por las excavaciones, su cripta es un esbozo de la de la iglesia de San Filiberto de Tournus consagrada en 1019, cuya cabecera aún se conserva parcialmente. Fue construida sobre una cripta de la misma planta donde el coro y el ábside están rodeados por un deambulatorio que sirve a unas capillas cuadrangulares.

El deambulatorio con capillas radiantes definido en San Filiberto de Tournus no fue cuestionado en la arquitectura románica. Solamente variaron el número y la forma de las capillas, los pasajes visuales entre el deambulatorio, el coro y las capillas o las proporciones de los volúmenes que componen la cabecera.

Catedral de Clermont-Ferrand (?-946)

Abadía de San Miguel de Cuixá (956-975)

San Benigno de Dijon (1002-1018)

Abadía de San Martín del Canigó (1005-1016)

Abadía de San Filiberto de Tournus (1008-1028)

Iglesia de Saint-Généroux (2.º cuarto del s. XI)

En la abadía de San Martín del Canigó donde la exigüedad del sitio impuso la construcción de dos iglesias superpuestas, la iglesia inferior, consagrada en 1009, mantiene en la parte occidental bóvedas de arcos fajones que definen los tramos. Esta iglesia parcialmente subterránea no supera los tres metros de altura con un luz central de 3,10 m de anchura y unas naves laterales de 2,20 m. Su construcción fue objeto de una primera campaña rápida en el Este, entre 997 y 1009, con una estructura de columnas soportando las bóvedas de aristas, una técnica empleada en las criptas, y con tres pequeños ábsides. Las columnas recibieron un refuerzo de mampostería para resolver los problemas de estabilidad, ya que las columnas inferiores sostendrían la iglesia superior, cuya nave principal estaba abovedada en cañón. La segunda campaña de construcción hacia el Oeste muestra el progreso de la arquitectura románica a principios del siglo XI, con el paso de la columna al pilar compuesto. Los seis tramos iguales y yuxtapuestos fueron cubiertos en cañón con arcos fajones sobre pilares cruciformes. Este espacio modular, que se repite tantas veces como tramos haya en el edificio, fue el pensamiento básico de los arquitectos de los siglos XI y XII.[17]

Cabecera de Tournus

Cabecera de la iglesia Saint-Vorles

Cabecera de la abadía de San Martín del Canigó

Perrecy-les-Forges

Iglesia de Saint-Généroux

La catedral de San Benigno de Dijon es excepcional por su gran cripta-sala construida entre 1001 y 1009 que se reencontrará en el norte de Italia y en el Sacro Imperio Romano a mediados del siglo XI. Esta rotonda oriental, que recuerda a los mausoleos paleocristianos, tiene tres niveles abovedados conectados por escaleras dispuestas en unas torrecillas laterales. Un pozo de luz central ilumina los diferentes niveles y está rodeado por dos filas de columnas dispuestas en hemiciclos.[18][19][17][20]

El primer arte románico meridional nace en el norte de Italia y en la mitad oriental de los Pirineos al final del siglo X y principios del XI. Se desarrolló rápidamente después del año 1000, probablemente gracias a los maestros lombardos. Desde Italia, ganó el valle del Ródano y la Borgoña. El límite norte parece ser la iglesia de Saint-Vorles de Chatillon-sur-Seine, donde favoreció el paso de la arquitectura otoniana al románico, pero debió competir con las fuertes tradiciones carolingias.

En el último tercio del siglo XI, en el sur de Europa, se podíareconocer un edificio del primer románico meridional por su aspecto exterior, hecho de pequeñas piedras partidas con martillo y dispuestas con esmero. Este estilo provendría de Italia y es probable que quisiera imitar a las construcciones de ladrillos. Los maestros albañiles que impusieron su técnica de construcción en Cataluña eliminaron la presencia de piedras talladas de la arquitectura local.

Este arte estaba marcado por su decoración de bandas lombardas, formadas por festones de pequeños arcos que resaltaban la altura de los muros, y encuadradas con lesenas o pilastras. Entre dos lesenas, el número de arcos era variable y podía llegar hasta formar frisos continuos. Esta decoración pasó de los ábsides hasta los muros acanalados de las naves, a los muros de los campanarios y a las fachadas para organizar la composición. Esas bandas lombardas se originaron en la arquitectura paleocristiana y en el arte prerrománico, en Rávena y en la llanura del Po. La arquitectura románica adoptó este motivo arquitectónico del siglo IV dándole un papel decorativo. Menos frecuentes que las bandas lombardas, se disponían pequeños nichos, presentes en Italia a principios del siglo XI, relacionados o no con la decoración de bandas lombardas. Este primer arte románico meridional de tradición mediterránea fue beneficiario de las contribuciones antiguas y bizantinas, incluidas las de un Oriente más lejano.

La planta de las iglesias es de lo más tradicional y retoma las de las basílicas de Rávena. Para satisfacer las nuevas demandas de la liturgia, los arquitectos minimizan la longitud y altura de los transeptos, pero se aplican a cubrir con bóvedas todas las partes de los edificios para protegerlas del fuego y, gracias a la reverberación de las bóvedas, crear una atmósfera milagrosa.

La construcción de bóvedas en todo el edificio entrañó una profunda mutación estética porque el apoyo de las bóvedas organizadas en crujías yuxtapuestas generaba una arquitectura articulada. El primer arte meridional desarrolló un tipo original de cripta, una sala con columnas, baja y abovedada con aristas, en el mismo plano que la cabecera. Las primeras criptas articuladas con el coro aparecen en Lombardía alrededor del año 1000, en la basílica de San Vicente de Galliano, en San Vincenzo en Prato de Milán, en San Pietro de Agriate, y luego se desarrollaron en el Piamonte, en Savoya en la Saint-Martin d'Aime, al igual que en Suiza en Amsoldingen y en Spiez, en Cataluña y en el Rosellón, y en el valle de Ródano, en la abacial de Sainte-Marie de Cruas.[21][22]

Si bien la torre octogonal sobre cúpula elevada en el crucero del transepto permitió un escalonamiento armonioso de los volúmenes de la cabecera, como en Santa María de Ripoll o en San Vicente de Cardona (1029-1040),[23]​ lo que caracterizó mejor esta arquitectura, fue el campanario. En el plano litúrgico, recibían capillas a menudo dedicadas al arcángel San Miguel que permitían elevar la plegaria, y disponer las campanas para la llamada al oficio divino, pero también constituían un espacio de decoración donde se usaba todo el repertorio del primer románico meridional. En San Miguel de Cuixá y en la abadía de Fruttuaria, una lesena central cruza los paneles para acentuar la verticalidad. La planta circular de Rávena se difundió en Italia central, pero la planta cuadrada utilizada en Milán y en su región fue ampliamente preferida por su aspecto masivo. El triunfo del primer arte románico meridional pasa por obras verdaderamente originales y prometedoras, como el monasterio de San Pedro de Roda (878-1022). [24][25]

Basílica de San Martín de Aime

Cabecera con torre octogonal del monasterio de Ripoll (880-888, ampliado en campañas consagradas en 935, 977 y 1032)

Nave del monasterio de San Pedro de Roda (878-1022)

Cripta de la colegiata de Cardona (1029-1040)

En el segundo cuarto del siglo XI, las fábricas en construcción se multiplicaron por el impulso de los señores que dotaron a los monasterios y a monjes que crearon nuevo prioratos e iglesias rurales. En Provenza y en el Languedoc se levantaron edificios interesantes. Esa fuerte actividad permitió a los arquitectos adquirir una cierta maestría y crear un vocabulario de formas que contribuiran a definir y difundir la arquitectura románica.

Las cabeceras

La evolución de las cabeceras pasó por un aumento de las aberturas dispuestas entre el coro, el deambulatorio y las capillas, que aportó una cierta ligereza a los paramentos. También se buscaba una mejor armonía de los volúmenes exteriores mediante la superposición modulada de los elementos.

Los tramos

El tramo-célula, tan importante en la arquitectura románica, ya estaba perfectamente definido en la cripta de la catedral Saint-Etienne de Auxerre, fechada entre 1023 y 1035. El pilar compuesto también había reemplazado a la columna. El núcleo cuadrado recibe las entregas de las aristas de las bóvedas y las columnas soportan las grandes arcadas y los arcos fajones que reciben un arco toral en la parte central de sala.[26]

Las fachadas occidentales

Después de las cabeceras, los arquitectos se interesaron en las fachadas occidentales de las iglesias. En la abadía de Saint-Benoît-sur-Loire, el abad Gauzlin, hermanastro del rey Roberto el Piadoso, construyó una torre-pórtico capaz de servir de modèle à toute la Gaule. De factura tradicional pero ambiciosa, esta torre-porche está construida sobre una planta casi cuadrada con lados de unos 16 m, con una superficie de 260 m² en dos plantas. La planta baja tiene una altura de 6,60 m y la planta de piso de 10,35 m.

La planta baja está abierta en tres de sus lados por triples arcadas —siendo la del medio más ancha que las otras dos— y permanece cerrada al este por el propio muro de la nave. Estas arcadas de medio punto con dobles resaltos descansan sobre pilares rectángulares, en el norte y el sur, y cruciformes, en el oeste. Están reforzados con una media columna en cada lado y por poderosos contrafuertes en los pilares de los dos ángulos. Al este, las columnas están soportadas por grandes resaltos con el espesor suficiente para disponer en ellos escaleras de caracol. A cada lado de la puerta central, se conectaron arcos de medio punto de 6,10 m de altura. El porche está dividido en nueve tramos cubiertos con bóvedas de aristas en bloques separados por anchos arcos fajones de medio punto.

La planta de piso reproduce las divisiones de la planta baja. Los pilares están reunidos por anchos fajones de medio punto que soportan las bóvedas de aristas, excepto las orientales, las que tocan el muro de la nave, que tienen forma de cúpula. En ese muro oriental tres nichos de 8,80 m de arco de medio punto están cubiertos en bóveda de horno. Probablemente, albergaron altares, el del medio dedicado al arcángel san Miguel de acuerdo con la costumbre de las dedicatorias de las salas o capillas altas.[27][28]

En la abadía de San Filiberto de Tournus, la galilea construida alrededor de 1035-1040 es el primer testimonio de este tipo. Es parte de la suite de macizos de fachada carolingios con un santuario a menudo dedicado a san Miguel sobre una sala baja. La planta basilical tiene 20,0 m de largo por 17,0 m de ancho, en dos niveles, con una nave central de tres tramos y naves laterales. En la planta baja, la nave central está abovedada con aristas y las laterales con bóvedas de cañón transversales; y en el piso superior, la nave central tiene una altura de 12,50 m y se abovedó en cañón y se estabilizó a cada lado mediante bóvedas de medio cañón.[26]

Cripta de la catedral de Saint-Etienne de Auxerre (1023)

Abadía de Saint-Benoît-sur-Loire

Abadía de San Filiberto de Tournus

Planta de la galilée, Tournus

Las innovaciones normandas en Jumièges

La hoy en ruinas abadía de Jumièges, en Normandía, es parte del grupo de arquitectura de techumbre de madera que se encuentra en la arquitectura otoniana del Sacro Imperio Romano. El ducado de Normandía era, con el Sacro Imperio, el único Estado estable de la época con fronteras bien definidas. Los duques comenzaron a reconstruir los monasterios destruidos por sus antepasados normandos y después fueron los grandes señores los que dotaron muchas otras abadías.

En la iglesia abacial, el macizo occidental está precedido por un antecuerpo que evoca el westwerk carolingio de la abadía de Corvey. Tiene tres niveles, el primero da acceso a la nave, luego una tribuna se abre ampliamente sobre la iglesia y el tercero estabiliza las dos torres de 45 m de altura. Para la nave, construida alrededor de 1050-1060, el alzado tradicional en dos niveles se amplió en un tercer nivel con una altura total de 25 m. Las tribunas ampliamente naves abiertas sobre la nave central se introducen entre las arcadas de la planta baja y las ventanas altas de la última planta. La estabilidad de la nave central está asegurada por las naves laterales abovedadas en arista y su extensión a las tribunas fue una novedad. El principio del tramo se afirmó mediante la alternancia de pilares fuertes y débiles, y en un tramo de cada dos, una columna adosada sube hasta el nivel de la carpintería de la techumbre. Esas pilas están compuestas de un núcleo cuadrado y de cuatro columnas adosadas, y están perfectamente coordinadas con las entregas, como en los edificios totalmente abovedados. Así, en el inicio del arte románico, para el tramo, la articulación esencial de la arquitectura medieval, la arquitectura abovedada y la arquitectura de techumbre de madera contribuyeronn a la definición de una nueva plástica mural.

La técnica normanda del muro grueso se utilizó en el transepto de la abadía de Jumièges, cerca de la abadía de Bernay, que parece llevar el prototipo y en la que la influencia de la catedral de San Benigno de Dijon fue probablemente el origen de esta primera aplicación normanda del principio del servicio de circulación que se encuentra más adelante en el transepto de la iglesia de Saint-Etienne de Caen y lque uego fue utilizado sistemáticamente en las construcciones del mundo anglo-normando.

Esta asociación de un aligeramiento visual del muro con un refuerzo de hecho de la estructura es uno de los mayores éxitos de los constructores normandos. Favoreció el lanzamiento de bóvedas aún más pesadas, incluso que en Bernay y en Jumièges. La concepción misma de los muros está perfectamente adaptada a un abovedamiento posterior.[29][30][31][26]

Abadía de Jumièges

Nave

Vista aérea

Pasajes del muro

Una iglesia de peregrinación, Conques

En el siglo IX, en el Rouergue, subsistía el modesto y casi inaccesible monasterio de Conques, pero al final del siglo los monjes organizaron el rapto de las reliquias en otro monasterio, las de Santa Fe en Agen. Después de un siglo sin milagros, estos se multiplicaron y Bernard de Angers escribió Le livre des miracles de Sainte-Foy [El libro de los milagros de Santa Fe] que le aseguró su notoriedad. Ante la afluencia de peregrinos, debió construirse una nueva iglesia abacial alrededor de 1030-1050. Su planta, que sirvió como prototipo para las iglesias de peregrinación, fue concebida desde el principio en su conjunto. Tiene una nave con tres naves, un transepto muy saliente y una cabecera con deambulatorio con tres capillas radiantes asociadas a las capillas escalonadas de los cruceros del transepto. Las tribunas, diseñadas para contrarrestar los empujes horizontales de la nave, también fueron previstas y se construirán un poco más tarde, aunque la escalera de acceso se construyó en la misma campaña de trabajo que el transepto. Aportan una luz indirecta a la nave central.

Con la nueva abacial de Conques se entra en una nueva época de la escultura. Los capiteles del transepto son de un tipo carolingio, con entrelazados para evocar la antigüedad del lugar y para inscribirse en la antigüedad de la religión cristiana. En el deambulatorio y en las entradas de las capillas, se usan capiteles de un tipo nuevo, aún tosco, algunas veces engastados de entrelazados, con palmetas cóncavas, de follajes tratados con torpeza, donde se introducen figuras humanas, un centauro en la capilla axial y cuadrúpedos enfrentados en la capilla sur del ambulatorio. De la cabecera hasta el portal se puede seguir la progresión del arte de la escultura desde 1050 hasta alrededor de 1130 y su entrada en la era de los capiteles historiados.[17][32]

La cabecera

La nave

Las tribunas

Capitel, con cabezas y tracería

La arquitectura otoniana se formó sola, casi en el vacío, haciendo evolucionar los modelos carolingios y resistiendo las contribuciones del primer arte románico mediterráneo. Las áreas de contacto en la Borgoña jurana y en los Alpes muestran que la fusión entre esos dos mundos de formas fue difícil. La progresión de la arquitectura meridional se detuvo en la zona de influencia otoniana que tomó prestados solo elementos de decoración para transformarlos y eso fue solo después de 1050, en un Imperio ya en descomposición, cuando los elementos decorativos y las esculturas meridionales se infiltraron en los edificios germánicos.

La influencia de la arquitectura otoniana en la Europa septentrional se puede sentir en los monumentos de las zonas noroeste y oeste de Francia, y cabría la pregunta sobre si los diferentes tipos regionales podrían reagruparse en un mismo conjunto formal que fuera desde el Océano hasta el Elba, y desde el mar del Norte hasta el Loira. Los transeptos bajos de Morienval y de las iglesias del Aisne probablemente provienen del Mosa, las cabeceras armónicas de Saint-Germain-des-Prés, de Melun y de Morienval, sin duda, derivan de Lorena; en Normandía, la fachada de Jumièges, con su macizo occidental y su tribuna, y la fachada desaparecida de Fécamp muestran una composición similar a la de los westwerks carolingios y otonianos, el porche de Saint-Nicolas-de-Caen es del tipo renano; en Campaña, entre la Francia real y el Imperio, se desarrolló alrededor del año 1000 una arquitectura diferente con algunas características típicamente francesas, pero similar en su estructura y en sus orígenes carolingios.[10][33][34]

Desde la época de la arquitectura paleocristiana, las grandes superficies murales recibían pinturas y mosaicos. A principios del siglo XI, la visión estética de la arquitectura románica se manifiesta no solamente en la pila compuesta, si no también en la decoración escultórica.

Para animar los muros, se encuentran especialmente en Italia y en Cataluña lesenas o pequeños arcos sobre pilastras poco salientes, lo que se llama bandas lombardas. En el valle del Loira, placas y frisos tallados decoran las paredes exteriores. Obras raras están presentes en la iglesia de Santa Radegunda de Poitiers, con un Cristo bendiciendo, y sobre los dinteles de los portales del Rosellón, y en particular, en el de la abadía de Saint-Génis-des-Fontaines.

Los progresos técnicos entrañaron una proliferación de los emplazamientos disponibles para los capiteles. A principios del siglo XI, se cuestionan los motivos vegetales derivados de las capiteles corintios utilizados en la arquitectura carolingia. Algunos preferían un aspecto más masivo y desnudo, que obtendrán mediante una simple división de las cestas abatiendo los ángulos, o capiteles cúbicos, compuestos por la penetración de una esfera en un cubo. Otros redescubrieron el corintio antiguo y los modelos galorromanos.

A principios del siglo XI, los escultores románicos se interesaron por los capiteles figurativos e historiados. Comenzaron a incorporar figuras humanas en ellos y luego asociaron gustosamente seres humanos con animales fantásticos o salvajes y encontraron motivos en las iluminaciones y en las artes preciosas. Los capiteles historiados eran todavía raros, ya que el estilo no quedará bien definido hasta finales del siglo XI. En la primera mitad del siglo XI, los intentos de representar escenas complejas con las restricciones relacionadas con la forma del bloque eran titubeantes. Estas dificultades estimularon la invención e impusieron respuestas pragmáticas sobre las proporciones de los personajes y la yuxtaposición de las escenas.[26]​.

Abadía de Marmoutier

Saint-Aignan Orléans

Catedral de San Benigno de Dijon

Capitel de Hubertus, abadía de Saint-Benoît-sur-Loire

La huida a Egipto, en la misma abadía de Saint-Benoît-sur-Loire

En la segunda mitad del siglo XI se abrieron nuevos espacios para la arquitectura románica. La conquista normanda de Inglaterra en 1066 por Guillermo el Conquistador, la retirada del Islam en el norte de España y el desarrollo de las peregrinaciones, las relaciones del suroeste de Francia casi aislado con el Poitou y las provincias españolas, las contribuciones financieras de las posesiones inglesas y la reforma de la Iglesia católica que proporcionó más recursos a las comunidades, llevaron a una explosión de las edificaciones y a una evolución del estilo arquitectónico románico.

Paralelamente a un primer arte románico meridional, que buscaba abovedar los edificios, se puede pensar que existió un primer arte románico del norte[10]​ que permaneció muy fiel durante cierto tiempo al uso de la carpintería de madera en las cubiertas, especialmente para las naves simplificando así los problemas del alzado.

Construida alrededor de 1049-1057, la pequeña iglesia Saint-Étienne de Vignory tiene una nave construida sobre un alzado perfectamente articulado con pilas coronadas por una imposta y una superficie mural con tres niveles de aberturas para aligerarla sin tener la justificación de una tribuna.[17]

Los duques de Normandía estaban marcados por una profunda necesidad espiritual y era necesario llenar el vacío dejado por las invasiones vikingas en esa región en la que muchos asentamientos prerrománicos no habían sobrevivido, y donde las nuevas fundaciones tardaban en florecer. Guillermo el Conquistador eligió Caen como segunda capital de su ducado. Se comprometió con su esposa a fundar dos monasterios que van a ser determinantes para la arquitectura normanda. A su muerte había construido 17 conventos de monjes y 6 de monjas. Quiso que los edificios a los que se unía su nombre superasen en magnificencia a los que se levantaban por todos lados.[35]

El 25 de diciembre de 1066, Guillermo fue coronado rey de Inglaterra y el extraordinario éxito material de los normandos se reflejó en la iglesia de Saint-Etienne de Caen. Si el ambicioso plan fue probablemente concebido antes de la conquista de Inglaterra, el éxito fulminante de 1066 permitió su rápida ejecución porque Guillermo no dudó en echar a perder, en beneficio de las abadías de Caen, la principal fundación de Haroldo II, la iglesia abacial de Waltam (en Essex), consagrada hacía pocos años (1060).[36]

En 1063, el duque encomendó la construcción a Lanfranc —que había aconsejado al beato Herluin para la reconstrucción de la abadía de Notre-Dame du Bec— y luego lo nombró abad de Saint-Étienne de Caen en 1066 y arzobispo de Canterbury en 1070. Durante su mandato se reconstruyó la catedral de Canterbury destruida por un incendio hacía tres años.[37]

En Inglaterra, después de 1066, la reconstrucción completa de las catedrales sajonas de Inglaterra por los normandos representó el programa más importante de construcciones eclesiásticas en la Europa medieval y las edificaciones más grandes erigidas en la Europa cristiana desde el final del Imperio romano. Todas las catedrales medievales de Inglaterra, excepto Salisbury, Lichfied y Wells, tienen vestigios de arquitectura normanda. La catedral de Peterborough, la catedral de Durham y la catedral de Norwich son casi completamente normandas y en otras todavía hay partes importantes: las naves de la catedral de Ely, de la catedral de Gloucester y de Southwell Minster, el transepto de la catedral de Winchester.[38]

La fachada armónica

La fachada de la iglesia de la abadía Saint-Etienne de Caen, que sorprendió por su pureza y su rigor, fue el primer ejemplo de una fórmula llamada a dominar la construcción de las iglesias más grandes de Occidente: la fachada armónica normanda. Consistía en dos torres occidentales de idéntico alzado dispuestas en el primer tramo de las naves laterales, alineadas con la puerta principal de la nave, para crear una fachada rectilínea.

Los tres niveles inferiores de la fachada forman un bloque cuadrado, que contribuye a la apariencia masiva del conjunto. Excepto por algunos ornamentos geométricos en las cresterías de los tres portales y al piñón de la nave, la desnudez de este bloque es sorprendente: la impresión de conjunto está sometida a las líneas arquitectónicas, a los cuatro contrafuertes masivos del principio, que acompañan la mirada desde el suelo hacia las torres; a las diez grandes ventanas, cuya base se prolonga con cordones salientes.

La técnica del muro grueso

La técnica normanda del muro grueso, iniciada en la abadía de Bernay,[39]​ se desarrolló en la abadía Saint-Etienne de Caen en los años 1070-1080. Interrumpió todas las experiencias tradicionales y consistió en crear pasajes dentro de los muros al nivel de las ventanas de la nave, del transepto, de la fachada occidental e incluso de la cabecera. Estos pasajes, que facilitaban la circulación, permitían efectos de transparencia desconocidos en la arquitectura románica gracias al desdoblado de los muros y a la multiplicación de soportes, columnas y columnillas adosadas a los pilares compuestos. Al mismo tiempo, los arquitectos normandos abandonaron los alzados de dos niveles por otros de tres niveles que integraban un nivel de tribunas, con techumbres de madera o abovedadas. Antes de la llegada de la arquitectura gótica, las búsquedas normandas se centraron más en los elementos de la estructura que en los muros.[29][30][31][40]

Fue en el mundo anglo-normando, en el que las naves tradicionalmente se cubrían con carpinterías de madera y se daba la alternacia de pilares fuertes y débiles después de la iglesia de la abadía de Notre-Dame de Jumièges, donde aparecieron las primeras bóvedas de ojivas, perfectamente formadas, con una disposición diagonal de nervaduras que se cruzaban para descansar en las esquinas de los tramos.

Las bóvedas de crucería de la abadía de Sainte Trinité de Lessay, en Normandía (hoy departamento de Manche), que pueden ser fechadas con certeza antes de 1098 por la inhumación en el coro de la abadía de Eudes en Capel, hijo del fundador y senescal de Guillermo el Conquistador, presentan torpezas que atestiguan búsquedas un poco empíricas porque fue en el curso de la construcción cuando la voluntad de abovedar el transepto se tomó insertando muy torpemente las entregas de los nervios.

La catedral de Durham, en Inglaterra, construida alrededor de 1093 por el obispo Guillaume de Saint-Calais —antiguo abad de la abadía de St. Vincent du Mans y asesor de los duques de Normandía y reyes de Inglaterra, Guillermo el Conquistador y Guillermo el Rojo— aun ofrecía los soportes bastante torpemente diseñados para recibir las nervaduras, pero la complejidad de las molduras y la perfección de las formas ya muestra que se habría beneficiado de ensayos anteriores. Estas dos fábricas en construcción debieron de inspirarse en logros anteriores y probablemente muy diferentes.[41]

Iglesia de San Esteban de Caen

Catedral de Rochester

Catedral de Winchester

Catedral de Norwich

El pasaje en el muro, abacial de Cerisy-la-Forêt

Abadía de Lessay, transepto abovedado de ojivas

Catedral de Durham abovedada con ojivas

El deseo de los arquitectos de construir edificios abovedados más importantes estaba limitado por los empujes horizontales generados por las bóvedas. La solución implicaba el uso de nuevas técnicas de contraempuje, con el auxilio de las naves laterales abovedadas y de un nivel de tribunas. Para garantizar la estabilidad de la nave central cubierta con una bóveda de cañón, se utilizaron naves laterales abovedas con aristas o en semicañón, pero estas soluciones eliminaban las ventanas altas y la iluminación directa de la nave.

Al agregar un nivel más al alzado de la nave central y superponer una tribuna abovedada de medio cañón sobre una nave lateral perfectamente estable abovedada de aristas, se garantizaba la estabilidad de la bóveda central. Además permitía mejorar las circulaciones y podía tener una función litúrgica. Las naves laterales de gran altura permitían aumentar considerablemente la altura de las naves centrales y también permitían doblar las naves laterales como en la [[basílica de San Sernín]basílica Saint-Sernin de Toulouse]]. En Saint-Philibert de Tournus, se encuentra una variante original en la que la nave central está cubierta con bóvedas de cañón transversales con naves laterales abovedadas con aristas.

Las nuevas cabeceras

Las construcciones de los arquitectos eran cada vez más variadas y particularmente las cabeceras, tanto en planta como en alzado, los espacios internos, los pasajes visuales y la luz. La cabecera de Saint-Benoît-sur-Loire ofrecía una interpretación original de la planta con deambulatorio con un alargamiento significativo del santuario. Probablemente se justificase por el deseo de construir una cabecera-relicario alrededor del santuario de san Benito, el fundador del monasticismo occidental. Las columnas del hemiciclo y los tramos del deambulatorio tienen intervalos reglados por las aberturas y, en particular, por la ventana axial.[40][42]

Tournus

Basílica de Saint-Sernin de Toulouse

St-Benoît-sur-Loire

El final del siglo XI estuvo marcado por el apogeo del poder de la abadía de Cluny, que alcanzó alrededor del año 1000 un millar de prioratos diseminados por toda Europa, con unos diez mil religiosos: nada era demasiado bueno para magnificar la casa de Dios. En reacción a ese derroche de medios, una crisis atraviesa el monasticismo con la creación de nuevas órdenes que desean renunciar a los bienes de este mundo lo que se manifestará en construcciones de una gran pobreza. Ese nuevo estado de ánimo tendrá una gran importancia en la creación artística y alrededor de 1130-1140, un nuevo ideal estético toma forma en esas comunidades.

Abadía de Cluny

La abadía de Cluny III era a la escala y a imagen del poder de la orden. Debía acomodar de dos a trescientos monjes residentes, a los conversos —que se ocupan de labores manuales y de los asuntos seculares de un monasterio, con el fin de permitir la plena vida contemplativa de los monjes—, al personal y a los visitantes. Si hoy no permanece más que el brazo sur del gran transepto, tres tramos de las naves laterales y dos capillas, los planos y las campañas de excavaciones muestran una iglesia de 187 m de largo con la antenave. La fiesta arquitectónica es de gran ambición, con un cabecera con deambulatorio y cinco capillas radiantes, un doble transepto dominado por cuatro torres, nave y coro con cinco naves, como en San Pedro de Roma. Era el edificio más grande de Occidente, y su abad, que dependía únicamente del papa, era una de las figuras más importantes de la cristiandad.

Paray-le-Monial, una réplica de Cluny

La basílica de Paray-le-Monial es una réplica relativamente fiel de la abadía de Cluny de dimensiones reducidas y una parte arquitectónica menos ambiciosa. Como en Cluny, su deambulatorio es más estrecho que la nave lateral correspondiente y ha una fuerte desnivel con el ábside. Las bóvedas del coro y de los pasillos tienen una altura idéntica a la de la nave y del transepto. El hemiciclo retoma el tipo de altas columnas de Cluny, los dos niveles de ventanas, las arcadas y las columnas adosadas. Paray-le-Monial como Cluny se caracteriza por su austeridad externa en oposición a una investigación plástica interna de una gran riqueza.

Una diferencia importante aparece con Cluny, donde el arquitecto tiene la voluntad de reducir el alcance de la nave central de una altura sin precedentes en la arquitectura románica. Crea un voladizo con cordones en fuerte saliente en cada nivel del alzado y emplea órdenes superpuestos con pilastras acanaladas. Esta superposición de órdenes que se encuentra en Paray-le-Monial sin tener la preocupación del voladizo se retoma a menudo en Borgoña y más allá.

Las iglesias de Auvernia

En Auvernia, los arquitectos permanecieron fieles a la bóveda de cañón, con un interés particular por las superficies murales inarticuladas y los arcos diafragmáticos que separaban la nave del transepto, perforados de huecos. La cripta, que en otros lugares ya tendía a desaparecer, sigue presente en algunos edificios de Auvernia. La difusión de la luz está especialmente elaborada, al igual que la decoración exterior con el ensamblaje de piedras diferentes y juegos de aparejos tomados de la Alta Edad Media. La basílica de Notre-Dame-du-Port de Clermont-Ferrand tiene una cripta y una cabecera con una decoración de piedras policromadas.

A principios del siglo XII, los arquitectos utilizaron en varios edificios de Borgoña, del Berry, del suroeste (en Saint-Pierre de Chauvigny) y en Auvernia la cobertura de los transeptos, y luego de las naves, mediante bóvedas de cañón apuntadas. Constituidas por dos arcos círculares que se juntan sobre una clave, reducían las fuerzas horizontales y eran más fáciles de contrarrestar, permitiendo así crear aberturas más grandes en los muros. Reemplazaron rápidamente a la bóveda de cañón semicircular. El arco apuntado también se impuso en las arcadas y en los arcos fajones. Esta nueva técnica marcó un importante punto de inflexión en la arquitectura medieval. Condujo al abandono de las tribunas de contraempuje y al éxito de las iglesias de tres naves de alturas casi idénticas, con las naves laterales abovedadas con aristas que retomaban los esfuerzos horizontales de la nave central y los llevaban al pie de las bóvedas de cañón apuntadas, como en Notre-Dame de Cunault en Anjou. Bóvedas de aristas de grandes luces, Vézelay

Para cubrir la nave de la basílica Sainte-Marie-Madeleine de Vézelay con una altura de 18,50 m y de 10,00 m de anchura sin el acodalamiento de unas naves laterales elevadas y para obtener una iluminación alta directa sobre la nave, el arquitecto hizo una elección ingeniosa. Construyó en la nave central una serie de bóvedas de aristas hechas de materiales ligeros, de piedras falsas moldeadas, constituidas por una mezcla de cal, de escombros calizos pulverizados y de brezo. La parte central de las bóvedas de aristas está hecha con elementos concéntricos y las entregas fueron reforzadas con profundos arranques. Los arcos fajones fueron doblados y entregan en los muros. La solución probó tener problemas y pronto los muros empezaron a desplomarse, siendo primero estabilizados mediante tirantes que absorbían las fuerzas horizontales, que fueron luego retirados tras la construcción de arbotantes exteriores.

A partir de 1100-1110, se estaban desarrollando en Aquitania edificios que se cubrían con hileras de cúpulas. Permitían cerrar grandes áreas para reunir y visualizar una multitud en una región atravesada por los movimientos heréticos. Este tipo de cubiertas genera pocas fuerzas horizontales, se puede yuxtaponer y, aparte de los importantes macizos de los ángulos, las paredes exteriores no participan en la estructura portante. Las características del primer edificio románico cubierto con cúpulas, la iglesia Saint-Etienne de Périgueux, se retomaron en la catedral de Cahors con una cúpula más grande con un diámetro de 18,0 m y 32,0 m de altura. En la catedral de Saint-Pierre, en Angulema, las cúpulas se organizan según una planta de cruz latina. La nave, de 15,0 m de anchura, está compuesta por cuatro cúpulas de 10,0 m de diámetro, un transepto muy saliente con absidiolos orientados y un santuario muy profundo con cuatro absidiolos radiantes. Saint-Front de Périgueux, construida a partir de 1120 con su carácter bizantino, tomó como modelo a la basílica de San Marcos de Venecia.[43][42]

Órdenes superpuestos, Paray-le-Monial

Decoración, Basílica de Nuestra Señora del Puerto, Clermont-Ferrand

Bóveda de cañón apuntada, Chauvigny

Nave de Cunault

Nave lateral de Cunault

Bóvedas de arista en Vézelay

Cúpulas en Saint-Front, Périgueux

En el siglo XII comenzó el declinar del arte románico en las regiones donde no se había desarrollado verdaderamente. En la Île-de-France y en el Valle del Loira, no se construyó más en este estilo después de los años 1140-1160. Se ve allí la aparición de un nuevo estilo. Los maestros albañiles de Île-de-France le dieron a la bóveda de ojivas su verdadero papel, extrayendo las consecuencias lógicas y llevando a su perfección las bóvedas que lanzan sobre naves más y más altas, con más y más luz, con más y más claridad de las grandes catedrales.

El área de desarrollo de esta nueva arquitectura gótica sigue aproximadamente el dominio real pasando por Reims, Provins, Sens, Etampes, Mantes, Gournay, Amiens y Saint-Quentin. Las bóvedas de ojivas más antiguas se encuentran alrededor de 1125 en el deambulatorio de la iglesia de la abadía Notre-Dame de Morienval, en las naves laterales de la iglesia de Saint-Etienne de Beauvais, en el porche de la iglesia prioral de Saint-Leu-d'Esserent, en el tramo derecho del coro de Saint-Pierre de Montmartre de París, en la sala inferior y en la capilla del obispo de Meaux y en el coro de la iglesia de Lucheux, en el Somme.[44]

El arte románico resistió mejor en Normandía, en Borgoña y en el Languedoc. Pero fue en las regiones del sur marcadas por la menor capacidad económica y por razones culturales relacionadas con una antigua romanización, donde la antigüedad había marcado fuertemente el paisaje donde la arquitectura románica todavía se utilizaba a finales del siglo XII, e incluso a mediados del XIII. La iglesia de San Trófimo de Arlés y la iglesia de la abadía de Saint-Gilles du Gard son ejemplos notables de la escultura románica de este período.

Al mismo tiempo, las nuevas órdenes monásticas cistercienses, grandmontinos y chalaisiens definían una arquitectura ideal con formas depuradas, con especial atención a la calidad de la mampostería de piedra. En sus redes de abadías, difundieron esos principios independientemente de las modas locales y crearon una arquitectura románica atemporal que desafía el tiempo por su calidad de construcción.[45]

Pero la simplicidad deseada en el origen de la creación de esas órdenes se adaptó rápidamente a las nuevas realidades. Solo los cartujos respetaron el ideal original y concibieron una planta tipo para su vida de cenobitas y ermitaños. Las celdas independientes de los monjes constaban de tres salas: el Ave María; el oratorio con un asiento, una oficina y una cama en una alcoba; un taller con un jardín. Estas celdas fueron distribuidas por el claustro de la maison haute. La segunda parte del monasterio estaba reservada para la vida en común de los religiosos, con la iglesia, un pequeño claustro, la sala capitular, el refectorio y su cocina. Los edificios de los conversos y los anexos operativos estaban bastante distanciados.[8]​.

Robert de Molesme decidió en 1098 fundar un nuevo monasterio que llamó de Citeaux. El éxito llevó a la creación de nuevas abadías que estaban regidas por una carta que definía los objetivos de la nueva orden, la orden cisterciense, que se convertirá en una de las ramas de la Reforma gregoriana. Los cistercienses vivían en zonas desiertas, se ganaban la vida a través del trabajo y rechazaban lo superfluo. Al principio, se contentaban con vivir en edificios de madera, luego san Bernardo de Clairvaux imaginó una organización lo suficientemente flexible como para adaptarse a las limitaciones locales, pero aunque los edificios tenían características comunes, no existió una planta tipo.

En el monasterio cisterciense convivían en sencillez y consuelo dos comunidades humanas, los monjes de coro, que no abandonaban la abadía y los conversos. Se reunían en la iglesia separada en tres partes: el santuario, el coro de los monjes y los tramos occidentales de los conversos. La abadía se organizaba alrededor de un claustro, con los edificios de los conversos situados algo alejados, al oeste. La abadía cisterciense no tenía reliquias y no recibía a laicos.

Desde 1130-1140, los primeros cistercienses construyeron edificios en piedra con una sobriedad llevada al extremo, rechazando las curvas, buscando la pureza de la línea sobre la que se deslizaba el pensamiento pero con una calidad extraordinaria de la piedra. Aparte de un crucifijo de madera pintado, no debía haber pinturas ni esculturas en la iglesia y las vidrieras debían ser incoloras y no figurativas. Los campanarios de piedra estaban prohibidos.

En las abadías de Fontenay (1139-1147) y del Thoronet (1160-1175) se utilizaron las formas románicas y la bóveda de cañón apuntada sobre arcos fajones. Entre las dos abadías se pasó de una iglesia de cabecera plana con un ábside y capillas cuadrangulares alineadas a una de capillas hemisféricas alineadas en una cabecera plana con un ábside semicircular.

Después de la muerte de San Bernardo en 1153, se hicieron cambios en el esquema inicial: el santuario semicircular o rectangular fue reemplazado por una cabecera con deambulatorio y capillas, como en Claivaux y en Pontigny. Las abadías cistercienses en Europa son consideradas abadías hijas de Cîteaux (1098-1193), La Ferté (1113), Pontigny (1114), Clairvaux (1115-1135) y Morimond (1115).[42][8]·[45]·[46][47]

Claustro de la abadía de Fontenay

Iglesia de la abadía del Thoronet

Claustro del Thoronet

Abadía de Fountains

Durante un siglo y medio de arquitectura románica, cada generación de arquitectos y patrocinadores inventó sin ninguna barrera o límite en un mundo donde había una gran libertad para imaginar, innovar y crear. Todo se ponía al servicio de la idea, las técnicas, las formas y los medios. La arquitectura románica expresaba su tiempo y era solo la parte visible de la sociedad entera.

Permaneció fiel al muro como la arquitectura romana, pero trabajó sobre los ritmos, las articulaciones, los espacios, los pasajes visuales y luminosos, y los aparejos de piedra. Estos desarrollos condujeron a la arquitectura gótica y a la desaparición del muro. Reflejaron un profundo cambio en la sociedad y una nueva forma de entender la construcción.[42]​.

Prisioneros de sus prohibiciones, los monjes dejaron a los obispos y a los capítulos de las catedrales la responsabilidad de las innovaciones en el campo arquitectónico en un mundo muy diferente al de los monasterios: el mundo de las ciudades. El racionalismo del escolasticismo, que buscaba aprehender los misterios divinos por los meros recursos del intelecto, constituirá el sistema de pensamiento en el que se formara el estilo gótico, llamado a reemplazar el estilo románico.[48]

Los edificios principales de la arquitectura eran: iglesias, monasterios, abadías y catedrales.

Entre los elementos arquitectónicos que destacan en el estilo románico los más característicos del mismo son:

A continuación otros de los elementos arquitectónicos propios del estilo:

La planta típica de una iglesia románica es la basilical latina con cuatro, tres o cinco naves y crucero de brazos salientes. En el testero o cabecera, que siempre mira a oriente, se hallan tres o cinco ábsides semicirculares de frente o formando corona, llevando cada uno de ellos tres ventanas en su muro. Y en los pies o entrada del templo se alza un pórtico o nártex flanqueado por dos torres cuadradas. Pero así como las iglesias rurales o menores solamente constan de una sencilla nave y un ábside sin crucero saliente y sin torres junto a la portada, así las mayores sobre todo, las de grandes monasterios o los santuarios visitados por numerosas peregrinaciones suelen ofrecer muy amplio el transepto y crucero, como también tienen prolongadas las naves laterales en torno a la capilla mayor constituyendo la girola o nave semicircular que da paso a diferentes capillas absidiales, abiertas en torno de ella a modo de corona. Algunas iglesias tienen los brazos del crucero convertidos en sendos ábsides que con el central forman una especie de gran trifolio. Las iglesias de templarios y de otras órdenes caballerescas afines se hallan, por lo común, sobre planta poligonal o circular y son de escasas dimensiones. Asimismo, existen pequeños oratorios de planta circular que fueron capillas funerarias o que estuvieron unidas a fortificaciones como oratorios militares y no faltan otras que siguiendo el estilo o inspiración bizantina se disponen a modo de cruz griega y de cuadrifolio.

Los soportes característicos de un edificio románico, son el pilar compuesto y el estribo o contrafuerte adherido exteriormente al muro. Los contrafuertes tienen por objeto reforzar los muros y servir a la vez de estribo o contrarresto a los arcos y bóvedas (servicio que también prestan los pilares compuestos): son visibles al exterior, lisos y de forma prismática. Pero cuando se adhieren a los ábsides aparecen frecuentemente a modo de columnas que sostienen el alero. Los muros están formados de sillarejo o de sillares desiguales con poca regularidad en las hiladas.

El referido pilar monta ordinariamente sobre un zócalo cilíndrico o de poca altura y se compone de una pilastra simple o compuesta que lleva adosadas a cada frente o a alguno de ellos una o dos columnas semicilíndricas (o en vez de estas, otras pilastras más estrechas) con objeto de dar pie a los arcos formeros y a los transversales o fajones. Dichas columnas tienen basa y capitel igualmente adosados al núcleo central prismático. Hay también columnas exentas y pareadas, de dos en dos, o de cuatro en cuatro pero no se hallan de estas formas ordinariamente sino en los claustros, pórticos, galerías y ajimeces.

Los capiteles románicos ofrecen especial interés por lo variado de sus formas y por las curiosísimas labores con que suelen decorarse. Algunos de ellos conservan reminiscencias clásicas de sabor corintio degenerado pero en su gran mayoría se forman de un grueso prisma o de un tronco piramidal o de cono invertido en cuyos frentes lleva esculpidas labores geométricas entrelazadas o motivos vegetales que en forma de hojas le rodean o asuntos simbólicos e históricos. Va coronado el capitel por un ábaco grueso, denominado cimacio, el cual se halla casi siempre decorado con molduras u otros ornamentos propios del estilo y frecuentemente lleva por su parte inferior una serie de modillones cuadrados que parecen almenas. En las columnas geminadas o yuxtapuestas suele cubrir el ábaco a todo el grupo de ellas uniendo así sus capiteles.

Las bases de las columnas tienen la forma toscana o ática pero con el toro inferior ancho y aplastado y suelen llevar en las enjutas o ángulos del plinto una figurilla caprichosa o bien una garra que aparenta sujetar con el plinto la moldura curva o toro que en él descansa. En el siglo XII se ornamentan frecuentemente las basas con diferentes labores propias del estilo lo cual ya se usó alguna vez en la arquitectura visigoda (y mucho más en la romana) según se observa en la iglesia de San Pedro de la Nave.

Los arcos de construcción se apoyan inmediatamente sobre el referido ábaco y son de medio punto o peraltados y casi siempre dobles o triples, es decir, que cada uno de ellos consta de dos o tres semianillos adheridos uno debajo de otro siendo más ancho el de encima. Cuando se adorna con molduras propiamente dichas, se denuncia la segunda época del estilo y se presentan ellas en forma de un baquetón grueso, bordeando la esquina del arco. Propio asimismo de la segunda época (siglo XII) es el arco apuntado, también llamado ojival, que a veces se halla en edificios románicos como medio constructivo para disminuir el empuje lateral (sin que por esto sea indicio de estilo gótico si falta la bóveda de crucería) y nunca como ornamento. Se hallan, no obstante, en algunos edificios románicos, influidos por la arquitectura musulmana, arcos lobulados y entrelazados, ya ornamentales, ya constructivos. Pero estos últimos solamente en arcadas de claustros o en obras equivalentes.

La cubierta interior de las naves y estancias diferentes consiste por lo general en la bóveda de medio cañón —a veces, apuntada como los arcos— para la nave central; de arista o de cuarto de cañón para las laterales y de concha o de cuarto de esfera para los ábsides, alzándose sobre el crucero una cúpula poligonal apoyada en trompas (a estilo persa) que se colocan en los ángulos o rincones resultantes del encuentro de los arcos torales. Dichas trompas se constituyen por una bovedilla semicónica o por una serie de arquitos en degradación que hacen el mismo oficio. Algunas veces, según la escuela a que pertenezca el edificio, la nave central lleva techumbre de madera o carece de cúpula o por el contrario, la tiene verdaderamente esférica y elevada sobre pechinas a estilo bizantino. La dificultad y la diferencia mayor que se hallan en estos edificios estriban en el problema de combinar el abovedamiento de todas las naves con la iluminación suficiente de la central y, además, en dar al crucero o al encuentro de las naves un equilibrio muy estable y una cubierta proporcionada: las soluciones varias que se dan a este doble problema constituyen las diferencias principales de la escuelas arquitectónicas del estilo románico.

La cubierta exterior o tejado insiste sobre las bóvedas mediante una armadura sencilla de madera que se apoya en ellas, pero en el siglo XII se hace independiente esta armadura y es sostenida solo por los muros para no cargar de peso las bóvedas y cúpulas. Sobre la cúpula poligonal del crucero se eleva una linterna prismática ya formando cuerpo con ella, ya estando independiente a modo de domo. Dicha linterna se termina por una cubierta piramidal, semejando el conjunto una torre de base ancha y poca altura que, a veces, ejerce también funciones de campanario.

Las puertas se hallan formadas por una serie de arcos redondos concéntricos y en degradación, las arquivoltas, apoyados en sendas columnillas de suerte que todo el conjunto forma una especie de arco abocinado y moldurado contribuyendo al mayor efecto visual el mismo grosor del muro que suele formar allí un cuerpo saliente. Algunas portadas carecen de dintel y de tímpano pero por lo general se hallan provistas de uno y otro y entonces se esculpen sobre el último relieves simbólicos o iconísticos y a los lados de la portada o en las jambas y aun en el mismo arco abocinado se disponen variadas series de labores ornamentales en relieve, flanqueándose, a veces, con estatuas el ingreso en las iglesias más suntuosas.

Las ventanas se abren casi siempre en la fachada y en el ábside y algunas veces en los muros laterales. Son bastante más altas que anchas y terminan por arriba en arco doble, generalmente plano o de arista viva apoyado sobre columnitas como las de la portada y cuando estos arcos se rodean de molduras finas o baquetones o bien las ventanas han dejado la primitiva estrechez, pertenecen a la segunda época del estilo. Hay también ajimeces, óculos y pequeños rosetones, correspondiendo estos últimos al último periodo.

Se cierran las ventanas con vidrieras incoloras o de color en algunas iglesias suntuosas o con láminas traslúcidas de alabastro o yeso cristalino o con simples celosías de piedra perforada y en las iglesias pobres con simples telas blancas enceradas o impregnada con trementina. De aquí que hayan de ser poco extensas las ventanas de esta época (lo mismo que en la precedente) hasta que se fue ensayando y generalizando el uso de grandes vidrieras.

Las cornisas, forman como una imposta corrida sobre pilastras y muros y a continuación de los ábacos de los capiteles y adornan el frontispicio colocadas encima de la portada o debajo de las ventanas. Llevan adornos y molduras y a menudo (al igual que el frontón y el alero o tejaroz, que también son cornisas) están sostenidas por canecillos o por series de arquitos ciegos.

La ornamentación típica del estilo románico se manifiesta principalmente en las cornisas, arquivoltas, capiteles, puertas y ventanas y consiste en un conjunto de líneas geométricas quebradas o en sisas, billetes, ajedrezados, dientes de sierra, puntas de diamante, lacerías, arquerías o arquitos ciegos, rosetoncitos, follaje serpenteante y otros motivos vegetales siempre estilizados o con escasa imitación de la naturaleza. También se utilizan los relieves y estatuas iconísticas, los mascarones o canecillos, los bestiarios (monstruosas figuras de animales) y los relieves simbólicos.



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