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Control mental



El control mental es una técnica o un conjunto de técnicas encaminadas a la modificación de los procesos mentales de los individuos. Puede emplearse sobre la propia persona y también en personas ajenas con fines diversos: desde la superación del propio ser y sus habilidades mentales a través del dominio de la mente, pasando por la sanación de complejos o problemas mentales, hasta un uso perverso tal como la manipulación de otras mentes.

Se emplea en salud mental para el estudio de las reacciones en el pensamiento, el sentimiento y el comportamiento del ser humano. Las técnicas cuya eficacia está científicamente demostrada se aplican para el desarrollo de la mente en todas sus facetas. Realizado por el propio sujeto sobre su mente, puede emplearse para el autodominio de los pensamientos y consiguientemente las emociones generadas por ellos. Se emplean las técnicas de focalización mental en hipnoterapia para la sanación o mejoría del paciente. El estudio del control mental también ha interesado a la parapsicología y a multitud de religiones y sectas.

A continuación se desarrolla una definición de "control mental" entendido como concepto de "manipulación mental", es decir, el empleo perverso sobre mentes ajenas:

El control mental es una técnica variada o conjunto de técnicas encaminadas a suprimir la personalidad de la persona, controlando y anulando su libre albedrío, para hacerla dependiente de lo dictado por otra persona u organización. Pese a que puede realizarlo cualquier colectivo, son las sectas las que más profusamente lo emplean, especialmente las sectas destructivas.

Existe una técnica muy popular y calificada en algunos ámbitos de pseudocientifica o religiosa, el "Método Silva de Control Mental", desarrollada y perfeccionada por José Silva a lo largo de su vida durante el siglo XX, que promulga que su objetivo fundamental es la mejoría en la concentración, imaginación, creatividad y autoestima, y por extensión, mejoría de la vida del sujeto en su conjunto.

El deseo de controlar a las personas totalmente es muy antiguo y cualquier dictadura, régimen autoritario o monarquía despótica siempre han tratado de que sus ciudadanos o súbditos tengan las mismas ideas y actitudes, especialmente hacia sus dirigentes. Para este fin se ha utilizado desde hace mucho tiempo la propaganda[1]​ y la represión de cabecillas u organizaciones. Pero estas acciones no pueden acabar con las ideas díscolas en la totalidad de la población, pese a que así consiguen evitar que se manifiesten abiertamente, al menos durante algún tiempo.

Para lograr acabar con las ideas de algunas personas concretas se ha recurrido a la tortura que en muchas ocasiones se limitaba a extraer confesiones (fuesen veraces o no) como en el caso de la Inquisición; pero distintas organizaciones represoras, como la CHEKA de la Revolución rusa, descubrieron que con técnicas desorientadoras, frío, mala alimentación y presión constante podía implantar en sus torturados la idea que quisieran para que después declararan esa idea implantada ante jueces y tribunales, por ejemplo. En esto los soviéticos se convirtieron en auténticos expertos e incluso fue denunciado por Amnistía Internacional en informes sobre la utilización de la medicina para la tortura[2]​ entre otros, así como en una publicación específica sobre la medicina en la URSS.[3]​ A todas estas técnicas se las suele englobar dentro del término lavado de cerebro.

El problema del lavado de cerebro estribaba en que cuando cesaba la violencia, el miedo o la presencia de la persona que amenaza, las ideas implantadas también desaparecía y son sustituidas por las iniciales con rapidez.

Por tanto, desde el mismo momento casi que comenzó la tortura como método de represión, se percibió la poca vigencia de esta técnica y la necesidad de conseguir otras más persistentes en el tiempo. Por otra parte la tortura produce graves secuelas psicológicas en el torturador, empezando por el rechazo social que sufrían los verdugos (funcionarios del estado encargados de ejecutar, pero también torturar) y siguiendo por todo tipo de miedos, remordimientos y depresiones por tener que infligir dolor y sufrimiento a personas contra las que en el fondo nada tiene en contra. Existen muy pocos informes sobre el entrenamiento de torturadores, por ser un auténtico secreto de estado; pero Amnistía Internacional sí tuvo acceso a uno realizado por la dictadura griega en la que se veía que para mantener un cuerpo de torturadores estable era necesarios buscar gente del medio rural que no desearan llevar esa vida, asegurarles trabajo en ciudades, ofrecer grandes sueldos y reforzarles constantemente la importancia de su misión para la patria (no para el régimen que sea), el peligro que corren si dejan de torturar y la maldad de las personas que deben torturar. Pese a todo, en actos como la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica, se comprobó que muchos torturadores estaban profundamente arrepentidos y dolidos por sus acciones.

Estos ejemplos muestran que el lavado de cerebro no está al alcance de todas las organizaciones y cuesta muchos esfuerzos mantenerlo

Las técnicas de control mental no tienen por qué salir de investigaciones meticulosas y científicas, pese a que tales investigaciones puedan existir, más bien son fruto de la experiencia de personas u organizaciones que han llegado a perfeccionarlas por medio del ensayo y el error.

Asimismo, son muy empleadas por organizaciones dictatoriales como las sectas. Pilar Salarrullana hace una recopilación de ellas:[4]

La principal consecuencia de un proceso de control mental exitoso es la implantación de la personalidad deseada sobre la anterior, pero la personalidad inicial nunca es destruida[4]​ y terminará por imponerse si se dan las condiciones adecuadas. Pero es difícil desprogramar a personas que no tiene una personalidad anterior que recuperar, porque no existiera todavía, como en los niños, o porque en un lapso de tiempo largo, ha sido totalmente olvidada.

Además de esta, se producen otros efectos en la persona, bien por el control mental o por los métodos para conseguirlo. La ONG española Pro-Juventud cita los siguientes:

Dependen completamente del tipo de control mental ejercido. Pero generalmente son fatiga muscular y desgarros

Se conoce como desprogramación al proceso de liberar a alguien del control mental al que ha sido sometido. Puesto que el control es una técnica larga y compleja también lo es la desprogramación, por esa razón existen profesionales versados en la materia.

Para lograr la desprogramación, especialmente del control más destructivo, es necesaria la concurrencia de varias circunstancias.[5]

Una vez reunidas las circunstancias anteriores, expertos en el tema como Steven Hassan siguen una serie de técnicas desprogramadoras.[5]



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