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Daño cerebral



La lesión cerebral o daño cerebral es la destrucción o degeneración de células cerebrales. Las lesiones cerebrales pueden darse a causa de diversos factores internos y externos. El tipo de lesión más común con el que se sufre un mayor número de lesiones es el traumatismo craneoencefálico (TCE) seguido de un trauma físico o traumatismo craneal generado por un agente externo. El término daño cerebral adquirido (DCA) se utiliza adecuadamente en este ámbito para diferenciar las lesiones cerebrales que se dan después del parto, de aquellas relacionadas con alguna enfermedad genética o alguna enfermedad congénita dolencia.[1]

En general, cuando hablamos de daño cerebral nos referimos a una afectación pronunciada producida por un traumatismo, mientras que cuando hablamos de neurotoxicidad nos referimos normalmente a una afectación neuronal inducida químicamente.

Las lesiones cerebrales suelen dar lugar a deficiencias o discapacidades que pueden variar mucho en intensidad. En caso de lesiones cerebrales graves, la probabilidad de sufrir una discapacidad en ciertas áreas es mayor, esto incluye deficiencias neurocognitivas, delirios (para ser específicos, delirios monotemáticos), trastornos del habla y del movimiento, y retraso mentales. También pueden darse trastornos de personalidad. Los casos más graves terminan en coma (medicina) o incluso en estado vegetativo persistente. Inclusive un incidente leve puede tener asociadas consecuencias de larga duración o puede causar síntomas que se manifiesten años más tarde.

Un sentimiento común que debilita a

La lesión cerebral, ya sea causada por un ictus, por consumo excesivo de alcohol, por un traumatismo craneoencefálico o por una insuficiencia de vitamina B, en ocasiones puede dar lugar al Psicosis de Korsakoff, según el cual el paciente se ve sumido en fabulaciones. Las fabulaciones causan incapacidad para separar los recuerdos de sueños diurnos de los recuerdos reales, llenando estas lagunas en la memoria con fantasías. Al igual que en el resto de lesiones cerebrales, la psicosis de Korsakoff es frecuentemente diagnosticada erróneamente como una esquizofrenia, en este caso.

Las lesiones cerebrales pueden darse a causa de distintas dolencias, enfermedades y lesiones. Entre las posibles causas de daño cerebral generalizado se incluyen la hipoxia durante el parto,[2]​ la hipoxia prolongada (falta de oxígeno), intoxicación por teratógenos(entre ellos, alcohol), infección y las enfermedades neurológicas. La quimioterapia puede ocasionar daño cerebral en las células madre neurales y en las células de la oligodendroglía que producen mielina. Las causas comunes de una lesión cerebral focal y difusa|daño cerebral focal o localizado suelen ir ligadas a un trauma físico, un traumatismo craneoencefálico, un ictus, un aneurisma, una cirugía o a una enfermedad neurológica, así como también pueden darse por una intoxicación de metales pesados como mercurio o y sus compuestos de plomo.

En la asistencia sanitaria y en la rehabilitación de pacientes que padecen alguna deficiencia tras sufrir una lesión cerebral participan varios profesionales. Neurólogos, neurocirujanos y rehabilitadores son médicos especializados en el tratamiento de una lesión cerebral. Los neuropsicólogos (sobre todo los neuropsicólogos clínicos) son psicólogos especializados en comprender los efectos de una lesión cerebral y valorar el grado de gravedad de los pacientes. Además, establecen técnicas de rehabilitación.

Los ergoterapeutas participan en la ejecución de programas de rehabilitación que ayudan a recuperar la función perdida y a volver a aprender habilidades básicas. Las enfermeras, como las que trabajan en la unidad de cuidados intensivos, ayudan en el tratamiento de lesiones cerebrales graves administrando medicamentos a los pacientes y llevando un control neurológico, en el que utilizan la escala de coma de Glasgow, útil también en otras áreas de la salud para cuantificar el grado de orientación.

Los fisioterapeutas también juegan un papel importante en la rehabilitación tras sufrir una lesión cerebral. En el caso de un traumatismo craneoencefálico, el tratamiento fisioterapéutico tras la fase aguda de la lesión puede incluir: estimulación sensorial, enyesado y entablillado, fitness y ejercicio aeróbico, y entrenamiento funcional.[3]​La estimulación sensorial ayuda a recuperar la percepción sensorial a través del uso de distintas modalidades. No está demostrado que esta modalidad sea eficaz.[4]​ El enyesado y el entablillado se utilizan normalmente para reducir contracturas de tejido blando y el tono muscular. Los resultados de las investigaciones dan a conocer que el enyesado se puede utilizar para aumentar la amplitud de movimiento pasivo y reducir espasticidad.[4]​ También informan que el fitness y el entrenamiento aeróbico aumentan el estado físico cardiovascular; aunque estas mejoras no se trasladan a nivel funcional.[5]​El entrenamiento funcional también puede utilizarse con pacientes con traumatismo craneoencefálico. Hasta la fecha, ningún estudio apoya la eficacia de ejercicios como sentarse y levantarse de una silla, ejercicios de estimulación del brazo y los entrenamientos con soporte de peso corporal.[6][7]​ En general, los estudios sugieren que los pacientes con traumatismo craneoencefálico que sigan un programa de rehabilitación más duro observarán mejores beneficios en las habilidades funcionales. Aun así, es necesario seguir investigando para entender mejor la eficacia de los tratamientos aquí mencionados.

Otros tratamientos incluyen medicación, psicoterapia, rehabilitación neuropsicológica, snoezelen, cirugía o implantes como los utilizados en la estimulación cerebral profunda.

En el caso de daño cerebral causado por un traumatismo craneoencefálico, pueden utilizarse dexametasona y/o manitol. [8]

El pronóstico, o la posible evolución del trastorno, depende de la naturaleza, la posición y la causa del daño cerebral (véase traumatismo craneoencefálico).

En general, la neurorregeneración puede darse en el sistema nervioso periférico aunque es más infrecuente y más complicado de tratar en el sistema nervioso central (encéfalo o médula espinal). Sin embargo, en el desarrollo neural en humanos, ciertas áreas del cerebro pueden aprender a compensar otras áreas dañadas, y pueden aumentar su tamaño y su complejidad, incluso pueden cambiar su función; de igual modo que si alguien pierde un sentido puede aumentar la agudeza en otro sentido. Este proceso se conoce como neuroplasticidad.

Una idea equivocada común es que una lesión cerebral prolongada durante la infancia siempre tiene mejores probabilidades de mejoría que una lesión similar desarrollada en edad adulta. Sin embargo, las consecuencias de una lesión sufrida durante la infancia pueden ser más difíciles de detectar a corto plazo. Esto es debido a que diferentes áreas de la corteza cerebral se desarrollan en diferentes etapas, lo que implica un mayor número de células y sus correspondientes facultades cognitivas que se mantienen tal cual hasta la edad adulta temprana. En el caso de niños con una lesión en el lóbulo frontal, por ejemplo, puede que los efectos del daño cerebral no se detecten hasta que el niño fracasa a la hora de ejecutar funciones normales en su etapa final de la adolescencia o inicio de la veintena.

Las citocinas se inducen en respuesta a una lesión cerebral. Estas pueden causar, agravar, mediar y/o inhibir una lesión celular, así como también pueden repararla. Parece ser que el TGF-β ejerce acciones neuroprotectoras, fundamentalmente, mientras que el TNFα contribuye a la lesión neuronal y ejerce efectos protectores. la IL-1 interviene en las lesiones isquémicas, lesiones excitotóxicas y en los traumatismos craneoencefálicos, probablemente a través de múltiples acciones en la célula glial, las neuronas y la vasculatura. Las citocinas también pueden ser útiles a la hora de descubrir estrategias terapéuticas novedosas. Es más, por el momento, ya están siendo tratadas en ensayos clínicos.




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