Se denomina danza de los siete velos a un tipo de baile erótico inspirado en la leyenda de la diosa Ishtar y —dentro de la cultura de Occidente— en el pasaje bíblico de la degollación de Juan el Bautista.
La sugerente posibilidad de que «los velos cayeran a su alrededor como espesas nieblas» (Arthur O'Shaughnessy), avivada por la controvertida figura de Oscar Wilde o la airada reacción del público desde el momento mismo del estreno de la Salomé de Strauss, dio lugar a numerosas representaciones plásticas, literarias, teatrales o cinematográficas del mito —especialmente desde 1907 hasta el comienzo de la I Guerra Mundial—, lo que se conoce en términos artísticos como la «salomanía».
Su rápida adaptación al cabaré occidental como una danza de carácter erótico –ajena a las pautas sociales del fin-de-siècle– facilitó su desarrollo como número de striptease en el que las bailarinas presentaban una nueva y escandalosa imagen del deseo y la libertad sexual relacionados con textos sagrados.
Según el antiguo mito babilónica, al morir Tamuz, la terrible Ereshkigal, hermana de Ishtar, oculta su cadáver, lo que despierta en esta vivos deseos de encontrarlo. Contrariada por tan inesperada determinación, Ereshkigal deja que su hermana emprenda la aventura con la condición de que vaya dejando una ofrenda en cada una de las siete puertas del inframundo.
Así, en la primera puerta, se quitó las sandalias, atributos de la voluntad. En la segunda, debía dejar las joyas, lo que venía a ser como dar el propio ego. En la tercera, entregó su ropa, lo que suponía sacrificar la propia mente. En la cuarta, los copas doradas que tapaban sus pechos, imágenes de su sexualidad. En la quinta puerta, dejó el collar, símbolo de la iluminación. En la sexta, sus pendientes y, con ellos, su magia. Finalmente, en la séptima puerta, se despojó de su corona de mil pétalos, que simbolizaba su divinidad.
Ya totalmente desnuda, Ishtar pudo entrar en la eternidad y rescatar a su amante. Pero Ereshkigal se arrepintió de haberla dejado entrar e inmediatamente le prohibió que saliera. Entre tanto, en la Tierra, se comenzó a notar su falta: la gente no se casaban ni nacían niños, por lo que los otros dioses tuvieron que obligar a Ereshkigal a que permitiese su regreso. Una vez que recobró sus enseres, Ishtar regresó con Tamuz y todo volvió a ser como antes.
Con el tiempo, las legendarias desgracias de Ishtar acabaron por convertirse en una especie de baile erótico oriental (relacionado con la danza del vientre), en el que la bailarina se va despojando –hasta quedarse parcial o totalmente desnuda– de «siete velos» cuyos colores y significados –ya dentro de un contexto esotérico– acostumbran a ser los siguientes:
Menos expresivos se muestran los evangelistas Mateo y Marcos sobre la «danza» que, supuestamente, ejecutó «la hija de Herodías»:
Tampoco Flavio Josefo (c. 37/8-101), quien, sin embargo, da por primera vez el nombre de la joven:
Huelga decir que con estos datos resultaba imposible averiguar en qué consistió, exactamente, la «danza», lo que al mismo tiempo dejaba la puerta abierta a todo tipo de interpretaciones, generalmente basadas en el supuesto striptease de la joven.
Así, Arthur O'Shaughnessy (1844-1881) escribe:
En torno a su «cuerpo enjoyado», «baila su cabello negro […] como una serpiente».
El también británico Arthur Symons (1865-1945):
O los franceses Gustave Flaubert (1821-1880):
O Joris-Karl Huysmans (1848-1907):
Pero, sin duda, será Oscar Wilde quien en su tragedia homónima de 1891 (tras acusar a buena parte de los autores franceses de haber hecho de la joven la encarnación de la lujuria femenina) reemplace por «siete velos» las siete ofrendas de la antigua Ishtar, utilice de nuevo el nombre «Salomé» (hebreo: סלומה; literalmente, «paz», «salud», «armonía») para referirse a la protagonista del drama y, sobre todo, la convierta en un mito literario enormemente popular y un personaje muy distinto de cuantos aparecen en la Biblia.
Pero surge un problema. La adaptación operística de la obra de Wilde –estrenada por Richard Strauss en diciembre de 1905– incluía la «danza de los siete velos» (de unos diez minutos de duración), inspirada sobre todo en la detallada descripción de Flaubert, lo que fue dando lugar a lo largo del tiempo a muy distintas formas de presentar la escena: desde la del propio Strauss, para quien debía ser algo «totalmente decente, como si se hiciera sobre una "estera de oración"», hasta la presentada en Nueva York en 1907, en la que la bailarina «no dejó ni un resquicio a la imaginación», hasta tal punto que varias señoras del público «se taparon los ojos con los mismos programas de la obra».
La sugerente «danza» de «la hija de Herodías» no podía pasar desapercibida para pintores, escultores, novelistas o cineastas, si bien cabe observar que las primeras representaciones de la joven desnuda o semidesnuda (coincidiendo con las indicaciones de Oscar Wilde) no aparecen hasta finales del siglo XIX.
Edmond-Charles Daux. Bailarina oriental o Salomé. 1885.
Paul Manship. Salomé (detalle). 1915.
Gaston Bussière. La danza de Salomé o Las mariposas de oro. 1923.
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