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Desenlace



Un desenlace es una serie de acontecimientos que siguen al clímax de una obra dramática o narrativa, y que sirve como final o conclusión de la pieza. En el desenlace, se resuelven los conflictos del personaje (o de los personajes).

El desenlace es la escena final de una pieza de teatro, y donde se conoce la solución del problema. Obviamente también presenta la parte final de la acción, tanto en una obra literaria, como en una epopeya, o una novela.[1]​ Es el fin de la intriga, la culminación de la investigación, el resultado final de la historia. En el teatro, el desenlace es el momento en el que todas las problemáticas creadas anteriormente se aclaran y se resuelven.[2]

La palabra desenlace literalmente significa deshacer el lazo o deshacer el nudo y nudo se llama a la parte central de una historia, donde las situaciones se complejizan, donde los obstáculos se multiplican, donde los intereses en juego son amenazados y comprometidos, donde los resortes de los intereses personales se tensan y los hilos de las intrigas se mezclan. El desenlace desenreda todos los hilos, descubre o termina por descubrir todas las problemáticas, satisface la curiosidad excitada del lector o espectador, y completa la visión general de la obra. El desenlace es la última respuesta a esa serie de asuntos y de interrogantes, que en definitiva constituyen todo el interés de una lectura o de un espectáculo.

El desenlace según los casos muestra la muerte o las desgracias del héroe principal, o bien su definitivo e indiscutido triunfo, muestra la culminación y terminación de una obra o bien la concretización de una catástrofe, muestra una virtud generosamente recompensada o bien una inocencia aún más oprimida e injustamente tratada. El desenlace es la hora de la realidad o verdad definitiva y el momento en el que todas las simpatías del lector son satisfechas o por el contrario deshechas. Sea feliz o enormemente desdichado e injusto, el desenlace simplifica los planteamientos iniciales, aportando un final y/o una solución.

En el teatro clásico, el desenlace debe responder a tres exigencias básicas:

Ya sea en la comedia ya sea en la tragicomedia, el desenlace es feliz, mientras que en la tragedia casi siempre es o debería ser desgraciado y catastrófico. Según Aristóteles, la poética distingue varios tipos de desenlaces: los infelices, los felices, y los mixtos, y unos y otros han sido recomendados por diferentes autores, según los géneros y las temáticas involucrados.

Los griegos pensaban que los desenlaces felices estaban reservados a la comedia, y que los desenlaces desgraciados convenían casi exclusivamente a la tragedia, y en donde los desarrollos y las fábulas allí insertas, no hacían otra cosa que asustar y espantar un poco más, o por momentos tranquilizar y distender. No obstante, varias obras-cumbre trágicas griegas, como Philoctete, Las traquinias, Ajax, Ifigenia en Áulide, etc., tienen desenlaces más bien felices, y según Aristóteles, ello así se hacía por condescendencia de los poetas hacia las debilidades de los espectadores, deseosos de terminar las tensiones de la obra con un final más reposado y con emociones más suaves, aun cuando ello se lograra traicionando el objetivo primordial de la tragedia.

Con frecuencia los desenlaces más o menos felices se lograban, tanto en el teatro como en la epopeya, por la vía de una explícita intervención de los dioses, que así desviaban los acontecimientos de su curso natural, y así sacando al poeta del embrollo en el que estaba como consecuencia del desarrollo de la acción. Es lo que se llama Deus ex machina, medio cómodo y poco complicado, sobre el cual Horacio sabiamente aconsejaba de no abusar.

Es bastante común que una tragedia sea sellada con la muerte de uno de sus héroes, mientras que una comedia usualmente lo hace con un matrimonio; pero no hay que hacer de esto una regla inmutable, bajo pena de volver a ese sistema de composición bastante artificial, del que Antoine de Rivarol se burlaba afirmando que «tragédie» y «comédie» se reducían a los siguientes dos esquemas:

Es esencial que el desenlace, en cualquiera de los géneros, sea acorde con la continuación de la intriga, el carácter de los personajes, y la naturaleza de la acción.

Gran importancia antes era asignada al desenlace en relación con la moralidad imperante. Era de buen tono que, para ser moral, un drama o una novela, mostraran en el desenlace, el vicio castigado y la virtud recompensada. Así era como en otros tiempos se entendía lo que era la moralidad de una obra de arte y del mensaje que transmitía.

Los distintos tipos de desenlaces son las siguientes:[3][4][5][6]

Como colofón al análisis hasta aquí realizado, corresponde expresar algo en relación a la flexibilidad que ofrece la estructura narrativa, para situar los elementos de la misma en un orden distinto al habitual.[7][8]

Existen diferentes formas de estructurar una historia, según lo que se detalla a continuación:

Se destaca que planteamiento no es lo mismo que principio de la historia, así como nudo no es necesariamente lo que ocurre en el término medio, ni desenlace lo que ocurre al final. Una vez hecha la estructura narrativa, ciertamente podemos combinarla a nuestra conveniencia.

Con la última transposición (in extrema res), hay que tener especial cuidado, pues si se sitúa el desenlace al principio y el nudo después, el detonante será difícil de plantear, y se corre el riesgo de cometer incoherencias narrativas. Por ello, lo mejor es primero ensayar con la estructura lineal, y luego probar si alguna de estas técnicas de transposición sirven a nuestras intenciones. Lo importante no es cuán originales se puede ser, sino que la historia funcione, guste, sea entendida y apreciada.

En materia de una operación financiera, el desenlace de un transacción es la culminación de un proceso por el cual, un determinado valor mueble o bien sus intereses, son efectivamente transferidos sobre la base de una determinada obligación contractual, asumida en general contra un determinado pago de dinero antes hecho efectivo o en el momento hecho efectivo.



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