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Destrucción mutua asegurada



La destrucción mutua asegurada (en inglés mutually assured destruction o MAD, palabra que en inglés significa 'loco'), también conocida como «1+1=0» es la doctrina concebida por John von Neumann de una situación en la cual cualquier uso de armamento nuclear por cualquiera de dos bandos opuestos podría resultar en la completa destrucción de ambos (atacante y defensor). Paradójicamente, durante toda la Guerra Fría la capacidad MAD nucleada en torno a los Estados Unidos y la Unión Soviética mantuvo una precaria «paz helada» por la disuasión que este potencial acarreaba consigo.[1][2]

En efecto, cuando se es consciente de que el único resultado posible de un conflicto es la propia aniquilación —aunque nuestros enemigos resulten igualmente borrados de la faz de la tierra—, los ímpetus belicistas resultan moderados hasta el extremo de desaparecer en la práctica. Dicho en otras palabras, disuade eficazmente a cualquier país o alianza de iniciar hostilidades abiertas contra una potencia o superpotencia nuclear.[2]

Si bien los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki crearon una «mítica de las armas nucleares» según la cual toda batalla de estas características conllevaría el fin del mundo, ni EE.UU. ni la Unión Soviética alcanzarían la «suma cero» hasta finales de los años 1960 y la capacidad MAD hasta principios de los años 1970. Esto quiere decir que, por ejemplo, si la Crisis de los misiles de Cuba (1962) se hubiera resuelto violentamente, ninguno de los oponentes habría resultado aniquilado en contra de la opinión popular. Por el contrario, diversos incidentes con los sistemas de represalia instantánea de ambas superpotencias acaecidos durante los años 1980 y 1990 estuvieron a punto de conducirnos a una guerra termonuclear total.

En la actualidad, y como consecuencia de los diversos acuerdos de desarme que caracterizaron al final de la Guerra Fría y su Posguerra, la capacidad de las principales potencias ha caído por debajo de la suma cero total o MAD para pasar de nuevo a una situación de suma cero simple. No obstante, como se verá más adelante, las prestaciones devastadoras de las nuevas armas nucleares y sus aplicaciones especiales, así como la fragilidad tecnológica de las sociedades modernas, siguen siendo capaces de mantener la disuasión eficazmente.

La doctrina supone que cada bando posee suficiente armamento para destruir a su oponente y que cualquiera de los bandos, de ser atacado por cualquier razón por el bando opuesto, respondería al ataque con la misma o mayor fuerza. El resultado esperado es que la batalla escale al punto donde cada bando obtenga la destrucción total y asegurada del enemigo. La doctrina supone además que el armamento nuclear de los Estados se encuentra diseminado por todo el mundo (en submarinos, aviones, etc) por lo que la idea de lanzar un primer ataque devastador sobre la totalidad del armamento atómico de un país para neutralizar un eventual contraataque igual de devastador resulta imposible.[3]

Fue la respuesta a los postulados según los cuales un primer ataque empleando bombarderos y posteriormente submarinos nucleares podía inutilizar todas o la mayor parte de las armas nucleares enemigas.

Asumiendo que ninguno de los bandos sería lo suficientemente irracional como para arriesgar su propia destrucción, ninguno de los bandos se atrevería a lanzar un primer ataque, bajo el temor de que el otro ataque en respuesta. La ventaja de esta doctrina es una paz estable aunque de elevada tensión.

La principal aplicación de esta doctrina ocurrió durante la Guerra Fría (años 1950 a 1990) entre los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Cabe destacar que las aserciones de la Teoría solo son aplicables a Estados Nación, instituciones que no aceptan como escenario posible la autodestrucción, aún si esta implica la del adversario. La aplicación de las ideas de la destrucción mutua asegurada entre ejecutores diferentes en escenarios diversos (como pueden ser las acciones de soldados o grupos terroristas dispuestos a morir como mártires al atacar a sus enemigos, por ejemplo una nación, en su acepción política) no se ha estudiado en profundidad.[2]

Estados Unidos intentó, por medio de un proyecto presentado durante la presidencia de Ronald Reagan, romper con los postulados de la Teoría a partir de la idea de poner en órbita terrestre y alojar en tierra un número determinado de plataformas espaciales armadas con armamentística láser, balísticos y de red. Estos dispositivos permitirían anular el contraataque enemigo. El proyecto es conocido popularmente como «Guerra de las Galaxias».

Este pulso tecnológico y económico prentendía transformar por completo la concepción de la guerra nuclear. Hasta ese momento la estrategia consistía en aumentar más la cantidad y contundencia del ataque; de la bomba atómica a la bomba de hidrógeno (ambas transportadas por aviones) y de éstas a los misiles con ojivas nucleares, a los misiles con cabeza múltiple, etcétera. Con la entrada de la Iniciativa de defensa estratégica, la Administración Reagan invirtió más de 3 000 millones de dólares en desarrollar las ideas preliminares, demostrándose inviables con el estado de la tecnología de su tiempo.

Sin embargo, el rearme como respuesta a la implantación de un escudo antimisiles volvió a plantearse en 2007, cuando la Administración Bush informó que planeaba instalar partes de este escudo en antiguos países del disuelto Pacto de Varsovia (previa notificación y aprobación de estas naciones). A lo que el presidente Putin respondió con volver a fabricar e instalar más misiles de medio alcance[4]​ e ICBMs específicamente diseñados para contrarrestar escudos antimisiles, como el RS-24.

Una sátira de la doctrina y sus posibles consecuencias puede verse en la película de Stanley Kubrick Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb. En esta película el embajador soviético informa al presidente estadounidense que la Unión Soviética dispone de un arma con la capacidad de destruir toda la civilización, la cual se dispararía automáticamente en cuanto la Unión Soviética recibiera el primer ataque.

Años después, científicos estadounidenses, estudiando las consecuencias de los impactos de meteoritos, descubrieron que las consecuencias de un primer ataque serían, entre otras, la producción de ingentes cantidades de cenizas (obra de los incendios que provoca una explosión nuclear) y de polvo en suspensión. Dichas cenizas y polvo taparían el Sol durante, al menos, 14 días; tiempo suficiente para reducir la temperatura de la Tierra a niveles muy inferiores a los de cualquier glaciación que acabarían con toda vida vegetal y con ella la de la mayoría de los animales.[5]​ Así pues, esa «arma» presentada en la película de Kubrick sí existía, en cierto modo, asegurando la destrucción de los dos contendientes, aunque uno de los bandos no llegase a utilizar ninguna de sus armas.



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