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Dinastía Soler



La Dinastía Soler estuvo conformada inicialmente por los Hermanos Soler: Fernando, Andrés, Irene, Domingo, Gloria, Julián, Elvira y Mercedes actores de la Época de Oro del cine mexicano con una amplia carrera histriónica e interpretando una gran variedad de personajes.

Las raíces de esta dinastía de actores del cine nacional de la Época de Oro del cine mexicano, se encuentran en España. La valenciana Irene Pavia Soler y el gallego Domingo Díaz García eran actores de teatro, aparte de ser esposos, a finales del siglo XIX.

Como integrantes de la compañía teatral de Leopoldo Burón, estos últimos, llegaron a México en 1898, y tuvieron 10 hijos: Fernando, Andrés, Irene, Domingo, Gloria, Julián, Elvira, Mercedes y dos más que murieron muy pequeños. Debido al trabajo actoral de los padres, todos nacieron en distintos lugares de la República Mexicana y, en su caso, Mercedes nació en la ciudad de Los Ángeles, California, Estados Unidos.

Algunos biógrafos dan por nacido al mayor de los hermanos, Fernando, en Coahuila entre 1900 y 1903, aunque otras fuentes dicen que vio primero la luz en 1896, lo que puede ser la fecha exacta, puesto que el segundo hermano, Andrés, nació en 1898 o 1899.

Sin embargo, de ser 1896 la fecha exacta del nacimiento de Fernando tuvo que haber sido en España o en cualquier otra parte del mundo, ya que sus padres llegaron a México hasta 1898. Mas eso no significa nada, porque Fernando Soler es reconocido como uno de los mejores actores mexicanos.

La familia Díaz Pavia decidió establecerse en México, pero el clima de inestabilidad política y social que empezaba a imperar en el país a principios de siglo XX, provocó que la familia tuviera que emigrar a los Estados Unidos. Es allí donde adoptan, artísticamente, el apellido materno de la madre, y los cuatro hermanos mayores (Fernando, Andrés, Irene y Domingo) forman el Cuarteto Infantil Soler, que cantaba, representaba pequeñas obras y realizaba actos cómicos.

Fue entre 1910 y 1920 cuando Fernando e Irene incursionaron en el cine de Hollywood, entonces mudo; esos fueron los primeros contactos de los hermanos Soler con el Séptimo arte.

Ya como actores de teatro, en los primeros años de la década del siglo XX, la familia realiza una gira por varios países latinoamericanos. El padre de la familia, Domingo Díaz, decidió instalarse en Ecuador, donde quedó al frente de una distribuidora de cine norteamericano. Fue en ese país, en 1922, donde se casó Irene y fue sustituida del Cuarteto (que ya había dejado de ser infantil), por su hermana Gloria. Con el paso de los años, los hermanos Soler empezaron a trabajar cada uno por su lado, por ejemplo, Fernando formó su propia compañía en Cuba, empero todos regresaron a México y comenzaron a escribir la historia de la más prolífica familia en el medio artístico nacional.

A lo largo de su fecunda carrera artística, los hermanos Soler actuaron bajo las órdenes de los más connotados directores, y de la misma manera alternaron con las más destacadas luminarias del cine mexicano por un periodo de más de 50 años.

Solo dos de ellos estuvieron detrás de las cámaras como directores: Fernando y Julián, de hecho, este último tiene más películas como director que como actor.

Debido a las características de sus personajes, los hermanos Soler pueden ser estereotipados de la siguiente manera: Fernando como el padre autoritario. Andrés como el tío alcohólico. Domingo como el cura y Julián como el hijo estudiante; sin embargo, a Mercedes es difícil ubicarla con personaje emblemático debido a lo corto de su carrera y al papel casi siempre secundario de sus personajes, aunque tenga el honor de haber sido la primera de los hermanos Soler en actuar en una película sonora mexicana, en 1933, llamada Águilas de América dirigida por Manuel R. Ojeda.

En los principios de la década de 1920, se hablaba mucho de la crisis teatral. Los sindicatos de artistas de variedades y la federación teatral habían cerrado filas para hacer más difícil la sobrevivencia de los espectáculos teatrales. En los espacios de los periódicos matutinos y vespertinos, los anuncios de los cines ocupaban dos o tres planas completas con espectaculares a media plana, mientras que los diminutos anuncios de los teatros pasaban desapercibidos en apenas una columna con escasos 10 centímetros de altura. Como consecuencia lógica ocupaban mayor espacio gacetillas y críticas cinematográficas que teatrales.

Los cines Alarcón, Alcázar, América, Briseño. Bucareli, Cervantes, Condesa, Díaz de León, El Buen Tono, Fausto, La Paz, Las Flores, Lux, Majestic, María Guerrero, Minas, Monte Cario, Monumental (antes San Hipólito), Odeón, Olimpia, Parisiano, Progreso Mundial, Progreso. Regis, Rialto, Rivoli. Salón Rojo, San Felipe Neri, San Juan de Letrán, San Rafael, Tlaxpana, Trianón y Venecia, estaban en franca competencia con los teatros Arbeu, Fábregas, Ideal. Iris. Hidalgo, Lírico y Principal. Competencia en la que para atraerse público, los empresarios echaban mano de numerosos trucos publicitarios en los que no faltaban los tradicionales regalitos de fotografías de artistas de moda, pósteres, pases gratuitos, entradas al dos por uno, etc. La desventaja era evidente para los espectáculos teatrales. Y si a eso agregamos que a excepción de los tea­tros Fábregas e Ideal que presentaban obras dra­máticas, los demás espacios teatrales se destinaban para representar género lírico, llámese ópera, opereta, zarzuela grande y chica, y revista.

Y pese a todo ello, la compañía de los Soler se impuso en el gusto del público capitalino que había sido seducido por el trabajo histriónico de aquellos jóvenes. Con maña, Fernando Soler los atrajo primero con sainetes donde se transformaba en personajes fascinantes, para luego emocionarlos con una soberbia actuación como no se había visto en muchos años, en los más espeluznantes dramones de aquella época, como en Esclavitud donde interpretaba hasta las más fatales consecuencias a un alcohólico. Andrés Soler fue un galán de los que no se encontraban fácilmente en las demás compañías, y no digamos en las que se formaban en aquel tiempo, sino aquellas que llegaban a la capital precedidas de reputación mundial; su hermano Domingo siempre estaba en carácter e impresionaba por su temple y fortaleza.

Entre las actrices, Sagra del Río era una delicada ingenua, siempre a tono, quien de inmediato capturó la atención del espectador. Dos años atrás, (1922), había debutado en aquel mismo teatro como "diseuse española y genial actriz del couplé" en los intermedios de "películas de gran arte", como rezaba la publicidad de los periódicos. Su permanencia en el Ideal fue muy corta: tres días y desapareció junto con los intentos de hacer cine en aquel espacio teatral. Sagra del Río sería, por muchos años, compañera en la escena y en la vida de Fernando Soler como su esposa. Gloria Soler era una linda y talentosa chiquilla, lo que no tenía nada de extraño, ya que parecía ser aquello patrimonio de la 'Dinastía Soler'. Fe Malumbres fue una actriz muy completa y dio mucho qué decir con sus interpretaciones, durante aquella memorable temporada en el Ideal. Andrés Soler vivió con ella muchos años.

Los éxitos de los Soler, en especial el de Fernando, iban en aumento con cada estreno. Pronto vemos que Fernando es invitado a tertulias en círculos dramáticos. Inevitablemente surge la propuesta de montar una obra mexicana. Fernando eligió con todo cuidado El diablo tiene frío, de José Joaquín Gamboa, que estrenó en el Ideal. Cosa extraña, por aquellos años, pero como obra mexicana triunfó y alcanzó las ¡25 representaciones! Todo un récord artístico y pecuniario.

El cronista de El Universal, hizo una descripción del trabajo de aquellos actores: "Fe Malumbres se ha identificado en cuerpo y alma con el tipo de la madre de nuestro diablo, madre mexicana de una pieza; Sagra del Río con el de la virgen enamorada del calamitoso protagonista; Gloria Soler con el de su hermana; Herminia Chavero con el de su amante; Andrés Soler es el perfecto tipo del hermano del descarriado, el reverso de la medalla, como se dice: recto, honrado y bueno; Domingo Soler logra una gran creación del Corrector, un espécimen del hampa habanera, que por su larga estancia en la capital cubana, conoce de maravilla. De Fernando Soler, ¿qué vamos a decir? Que será uno de sus más grandes e indiscutibles triunfos".

No ocurrió así el 25 de octubre de 1924 cuando estrenaron Los honorables, comedia dramática en tres actos, del yucateco Manuel Bauche Alcalde que tuvo pocas representaciones.

Y durante esa corta temporada de agosto que se prolongó hasta noviembre, la compañía de los Soler se presentaba, por lo general, dos veces cada noche y tres los fines de semana, con una obra diferente, hasta hacer un total de 135 apariciones en escena con un repertorio cercano a 40 obras, entre ellas: Avelino perdiguero, Castillos en el aire y Don Juan Tenorio.

Esta temporada demostró qué honda huella dejaron aquellos jóvenes Soler en el teatro de México. De unos ilustres desconocidos se habían tornado en los actores más famosos. Después empacaron maletas y salieron de gira con el triunfo ganado a pulso. ¡Habían conquistado a un público bastante difícil!. Faltaba ahora conquistar a toda la República Mexicana.

Esta familia en su tiempo, se constituyó en una dinastía artística que bien pudo compararse con la Barrymore de la escena norteamericana, ya que ambas supieron llevar su arte más allá de sus respectivas fronteras. El tronco de esta cepa de actores lo constituyeron: Domingo Díaz García e Irene Pavia Ortiz, artistas españoles lírico-dramáticos de finales del siglo XIX.

Como ocurría en aquellos tiempos del porfirismo, los espacios teatrales estaban en manos de unos cuantos y en la capital de México se le daba preferencia a las grandes compañías extranjeras, españolas e italianas, principalmente. Ante ello, las empresas con actores mexicanos se veían obligadas para sobrevivir, hacer la legua por el interior del país y Centroamérica. La de Domingo Díaz García no fue una excepción.

Pocos datos testimonian la estadía de los Díaz Pavia en escenarios de la capital. Entre 1901 y 1903 encontramos registros de que trabajaron con la compañía de Elisa de la Maza en los teatros Arbeu e Hidalgo. Por lo general, formaban una pequeña empresa con modestos actores con los que trabajaban en diversas plazas del país. En 1902 tenemos noticias de ellos en Guatemala, donde organizaron funciones en beneficio de los damnificados.

Como era tradición entre esas grandes familias artísticas, los hijos se incorporaban a las tablas desde pequeña edad. Pronto, los pequeños se familiarizaron en interpretar lo mismo zarzuelas en un acto que sainetes, números musicales o sketches, que representaban en la empresa de sus padres como “fin de fiesta” o como comparsas.

Por aquellos años era costumbre formar compañías infantiles para representar zarzuelas. Diversos empresarios se daban a la tarea de buscar por todo el país a pequeños dotados de aptitudes artísticas con los que conformaban sus respectivas empresas. La más famosa de ellas fue la de Austri Palacios, de donde surgieron Esperanza Iris, Felipe Montoya y Alarcón (padre de la gran trágica María Tereza Montoya) y Delfina Arce (madre de Joaquín Pardavé). Otra compañía notable en aquellos años fue la española Aurora Infantil, que entre sus primeras figuras, contaba con María Conesa y la que visitó nuestro país en los primeros meses de 1904. Esto motivó al matrimonio Díaz Pavia a formar la suya propia a la que denominó Compañía Humoristas Infantiles Mexicanos, conformada por Fernando, Irene, Andrés, Domingo y Julián, con la que recorrieron gran parte de la geografía mexicana y más tarde, Los Ángeles, Centroamérica, La Habana y España.

De regreso a México, Fernando formó su propia compañía, la Compañía de Comedia Moderna "Fernando Soler" con la que recorrió diversas ciudades del país antes de aterrizar en el Teatro Ideal de la Ciudad de México.

Nueva temporada en el Principal

Dos años llevaba Fernando Soler alejado de la capital debido a una gira por toda la República Mexicana. Sin embargo. todavía se recordaban las grandes creaciones de este excepcional actor y, en esta ocasión. se apostaba que la presente temporada se constituiría en un sonado éxito. Además, se había contratado el teatro más importante de la capital: el Principal "La Catedral de la Tanda", un recinto con doble capacidad que el Ideal. Del anuncio de su llegada, un cronista escribió: "Ya tenemos a Fernando Soler de nuevo en México, para regocijo de cuantos creen que el teatro debe ser un arte, un gran arte. Viene mejor que como se fue. Es el mismo actor de estricta conciencia, que no gusta de frangollar estrenos, sino de presentar obras en las que no haya una sola vacilación, un solo titubeo, conjuntadas, armónicas, única manera de dar la sensación estética en la escena.

Fernando Soler no descuida un detalle. no olvida un momento la psicología del personaje. No se aparta del tipo en toda la obra y caracterización: voz, ademanes, son una obra maestra de interpretación. Tenemos hoy por hoy en el Principal. un auténtico espectáculo de arte. La compañía enteramente conjuntada, viene trabajando unida hace ya algunos años, domina las obras y cuando hay deficiencias, difícil es advertirlas por la propia causa. “Es la única manera de hacer teatro”, nos decía Fernando Soler, y tiene razón. Figuran en ella, Andrés y Domingo, hermanos de Fernando que le siguen sus pasos, y otros artistas severamente disciplinados y también del todo conscientes de lo que hacen".

Esta compañía volvió a confirmar su prestigio. En su corto tiempo de temporada, actuó con llenos en el desaparecido Coliseo de las calles de Bolívar, pese a la incertidumbre que corría por aquellos días en la capital. El presidente Calles se había pronunciado con respecto al conflicto religioso. En Estados Unidos corrían rumores de una eminente revolución cristera. Los templos estaban llenos de fieles mientras la CROM preparaba manifestaciones y los líderes católicos eran apresados en masa.

Como consecuencia de su segunda presentación en México, del 16 de julio al 19 de agosto de 1926, los Soler ofrecieron un repertorio de 70 obras, entre las cuales, destacaron: A campo traviesa, Béseme usted, Castillos en el aire, Doña Diabla, El amigo Carvajal, El amigo Teddy, El orgullo de Albacete, El rayo, El verdugo de Sevilla, Es mi hombre, Esclavitud, Ha entrado una mujer, La frescura de la fuente, La red, La voluptuosidad del honor, Las coquetas, Los caciques, Mi papá, No te ofendas Beatriz, ¡Qué hombre tan simpático!,Tío de mi vida y Véncete a ti mismo.

Al término de la temporada de los Soler, el Grupo de los Siete logró conformar una gran empresa encabezada por María Tereza Montoya y Fernando Soler, cuyo elenco estaría integrado por elementos de ambas compañías: Andrés y Domingo Soler, Julio César Rodríguez, Felipe Montoya, Sagra del Río, Alicia Bello, Lupe Barragán, Matilde Cires Sánchez, Lola Tinaco, Pepita Gómez y Ezequiel Gavira, entre otros. La escenografía estaría a cargo de Roberto Montenegro y la realización por Roberto Galván. Se presentarían en el teatro Fábregas a partir del 3 de septiembre de ese mismo año.

Y de este modo, del 3 al 29 de septiembre de 1926, la compañía del Grupo de los Siete, encabezada por María Tereza Montoya y Fernando Soler, levantó 56 veces el telón para representar: Collar de estrellas, Cosas de la vida, El chacho, El diablo tiene frío, El honor del ridículo, Estudiantina, LíAigrette, La bestia de oro, La sonriente Magdalena, No te ofendas Beatriz, RUR y Una farsa.

Terminada la temporada "Pro arte nacional" emprendió la compañía de Fernando Soler una larga gira por todo México, Centroamérica, La Habana y que finalizaría en 1930 con una temporada triunfal en el teatro Infanta de Madrid. Curiosamente por esos mismos días. María Tereza Montoya hacía lo mismo en el teatro Arcázar y "El mataor" Chucho Solórzano triunfaba en la plaza de toros.

Este éxito en Madrid llamó la atención de los productores de la Paramount España, quienes deseosos de mostrar el admirable talento de Fernando, lo contrataron para el protagónico de la película sonora ¿Cuándo te suicidas?, filmada en París en 1931. En agosto de 1933, regresa la Compañía de Comedias "Fernando Soler" a la capital para iniciar una nueva temporada, esta vez sin Andrés, quien se quedó en Madrid como director artístico del teatro Reina Victoria. Lo acompañaba al principio de la temporada la primera actriz Eugenia Zuffoll.

Durante esa temporada de cinco meses en el teatro Fábregas, Fernando Soler estrena o repone más de una veintena de obras, entre las cuales destacan: Che lsidorino, Crimen y castigo, El estupendo cornudo, El orgullo de Albacete, El señor está servido, Él y su cuerpo, Es mi hombre, Esclavitud, Jazz, Judas, Karma, La frescura de la fuente, La pirueta, La venganza de don Mendo, Sangre azul, Topacio, Un hombre audaz. Usted tiene ojos de mujer fatal. En el mes de enero de 1934, cierran la temporada para cederle el teatro a Alfredo Gómez de la Vega y su compañía dramático-nacional.

Una mancuerna extraordinaria

Cinco meses más tarde, los periódicos daban cuentan de que dos de las figuras más eminentes con las que contaba el teatro en el México de aquellos años habían decidido unirse profesionalmente: Virginia Fábregas, a sus 54 años, y Fernando Soler, de 31. Abrirían temporada con la obra de Andreiev, El que recibe las bofetadas. Integraban el elenco: Virginia Fábregas, Fernando Soler, Sagra del Río, Magda Haller, Mercedes, Domingo y Julián Soler, Conchita Gentil Arcos, Eduardo Arozamena, Armando Velasco, Isabel Sánchez Peral, Matilde Gires Sánchez, Manuel Sánchez Navarro, Rafael Icardo y Antonio Bravo, entre otros.

En esa temporada en el Fábregas y con la Fábregas, que dio inicio en junio de 1934 para concluir en marzo de 1935, la compañía de los Soler se presentó, por lo general dos veces cada noche, y tres los fines de semana con una obra diferente, hasta hacer un total de 600 apariciones en escena con un repertorio de más de 40 obras, entre otras: Amo a una actriz, Angelina o El honor de un brigadier, Aquella noche, ¡Caramba con la marquesa!, Dios y yo, Don Juan Tenorio, Fu-Chu-Ling, El amo, El alma y El amigo Carvajal. Toda una proeza que no se repetiría en los anales del teatro mexicano.

Y además, todavía se dieron tiempo de filmar: Domingo Soler: Oro y plata que se estrenaría el 31 de mayo, en el cine Palacio. Fernando y Domingo en Chucho "El Roto", cuyo estreno en el cine Palacio fue el 13 de junio y de nuevo, Domingo en Corazón bandolero, con la que por cierto se inauguraría el otrora teatro Iris ahora como cine Iris, el 13 de septiembre. Al año siguiente. Andrés Soler, recién desempacado de España debutaría en el cine nacional con Celos, que se estrenaría en el cine Palacio.

De nuevo el cine le ganaba una batalla más al teatro. Poco a poco este absorbería el trabajo histriónico de los Soler, así como la actividad sindical. Fernando Soler sería el primer secretario general de la Asociación Nacional de Actores, ANDA en 1934.

Una trilogía teatral

Dos meses más tarde, en septiembre de 1935, los periódicos de la capital daban cuenta de un acontecimiento sin precedentes. El debut de la Compañía Fábregas-Montoya-Soler en el propio Palacio de Bellas Artes fue primero con Besos perdidos, de Birabeau, a la que seguía El príncipe idiota, de Dostoievski, en una versión de Pablo Prida Santacilia.

La obra se constituyó en un éxito económico, ya que en dos días recaudó 11 mil pesos a los precios de entonces. No así para la crítica que descalificó la “adaptación” como el trabajo de aquellos tres grandes artistas. Fue la primera vez que le dijeron a Fernando Soler que no había entendido el carácter de su personaje y que la Montoya y la Fábregas estaban sobreactuadas.

En esa temporada se representaron con igual éxito y crítica dividida las siguientes obras: Camaradas, Bodas de plata, Don Juan Tenorio, El archiduque y el camarero y Pluma en el viento.

Disuelta la compañía Fábregas-Montoya-Soler regresa, cinco meses más tarde, Fernando Soler al feudo de doña Virginia Fábregas para hacer una temporada de dos meses con las siguientes obras: Amor y diplomacia, La amazona roja, La esclava errante, Mi bebé, No juguéis con esas cosas, ¿Quién soy yo? y Un adulterio decente.

En esa temporada de abril a junio de 1936, María Tereza Montoya y Fernando Soler interpretarían Del brazo y por la calle, del chileno Armando Moock, que se constituiría en el éxito más sonado de esa temporada, en la que, por cierto, marcó el debut de Julieta Palavicini, la hija del director de El Universal y quien más tarde sería esposa de Julián Soler.

En junio de 1937, se repitió la mancuerna Virginia Fábregas-Fernando Soler que tanto dio de qué hablar tres años atrás. En esa ocasión, representaron Así es la vida (que llegó a las 250 representaciones), Batalla de rufianes, Don Juan Tenorio, La familia real, La jaula de la leona, Las inocentes y Rigoberto. La sociedad de los Fábregas-Soler concluyó en noviembre. Cada uno reorganizó sus propias compañías para salir de gira.

Y solo cuatro años más tarde, los amantes del teatro se enteraron de la presentación de la Compañía Dramática "Fernando Soler" en el Palacio de Bellas Artes con el Cyrano de Bergerac, de Rostand. La fecha del estreno fue en abril de 1940 y debido al éxito se extendió la temporada hasta mayo.

Entre tanto, el Comité "Pro-teatro de la Ciudad de México", integrado por Alfonso Reyes y Julio Jiménez Rueda, aprovechó la presencia de Fernando Soler en Bellas Artes, para conformar una temporada de comedia patrocinada por la Secretaría de Educación Pública, el Departamento del Distrito Federal y la Dirección de Bellas Artes. Del repertorio anunciado, únicamente lograron representar: Niebla, de Maxwell Anderson, y el Círculo de yeso, de Klabund, en los meses de junio y julio.

Triunfa el cine

El trabajo de la Compañía Dramática "Fernando Soler" comenzaba a espaciarse más, debido a compromisos de su elenco con diversos productores de cine y por ello, no los volveremos a ver sino hasta 1944 cuando regresa la compañía al Palacio de Bellas Artes con Don Juan Tenorio, con Andrea Palma (actriz) como cabeza de reparto.

Tres años después, en la temporada de teatro mexicano de 1947 en Bellas Artes, Julián Soler encabezaba el reparto de Pobre Barba Azul, obra escrita y dirigida por Xavier Villaurrutia.

Finalmente, en 1948, Andrés Soler y Felipe Montoya integraban una compañía para presentarse en el Arbeu los meses de marzo y abril, con las obras: Dios se lo pague, de Joracy Camargo; Aire de fuera, atribuida a Villaurrutia y Su gran ilusión, de Ivo Pelayo.

Terminaba la época de las grandes compañías. Los viejos teatros, unos habían desaparecido como el Principal y otros como el Ideal y el Arbeu terminarían sus vidas muy pronto. Comenzaba la era de los teatros de cámara. Debido a ello, el trabajo de los Soler en los escenarios fue esporádico.

Fernando Soler trabajaría en algunas obras más como La muralla, en 1956; El año del bachillerato, en 1962; Cena de matrimonios, en 1963 y Cualquier miércoles, en 1965. Domingo, por su parte, haría lo mismo en La muralla y La herida luminosa, en 1956; Desnudo con violín, en 1958 y 504, en 1959.

Andrés volvería a las tablas con Testigo de cargo, en 1956; Don Juan Tenorio, en 1961 y Un triángulo decente, en 1962. Solo Julián permanecería un poco más en escena como director de montajes, tales como Celos del aire, en 1952; El caso de la mujer asesinadita, en 1953; La otra orilla, en 1955; Los enemigos no mandan flores, El amor de los cuatro coroneles, Mi amigo el asaltante y Sexteto, en 1956; Y murieron en la hoguera, La zorra y las uvas, Tu mujer me engaña y Divorciémonos, en 1957; Proceso a Jesús, Mi marido duerme hoy en casa y Mi suegra es una fiera, en 1958; La cena de los tres reyes y Rigoberto, en 1959; montajes que por otro lado, sin alardes de “cultos”, se constituyeron en las mejores puestas del teatro mexicano de la primera mitad del siglo XX.

Miranda, Juan Manuel (1 de abril de 1999). «Historia de una Dinastía». Somos "Los Soler, Historia de una dinastía irrepetible" 10 (182): 7 a 9. 

Ceballos, Edgar (1 de abril de 1999). «El Arte Teatral de los hermanos Soler». Somos "Los Soler, Historia de una dinastía irrepetible" 10 (182): 83 a 89. 



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