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Dios ha muerto



La frase «Dios ha muerto» (en alemán Acerca de este sonido Gott ist tot ), también referida como la muerte de Dios, es usualmente atribuida al filósofo alemán Friedrich Nietzsche y al filósofo también alemán Hegel (Fenomenología del espíritu[1]​), e incluso a Dostoievski (Los hermanos Karamazov). Aquel se refiere al colapso de las ciudades estado y su orden autónomo. Es un momento que se expresa plásticamente en el panteón romano, recinto circular que reunía todas las deidades de las provincias sin conceder preeminencia a ninguna. «Dios ha muerto» es una frase dolorosa, que sirve como expresión de una de las figuras del Espíritu, denominada «conciencia desventurada»: «es el destino trágico que reúne todos aquellos dioses individuales y todos aquellos atributos de la substancia en un panteón, en el espíritu autoconsciente como espíritu».[1]​ Es una figura o momento espiritual, incomprensible al margen de su contrario dialéctico, la «conciencia cósmica», que simboliza la liberación del espíritu de las formas anquilosadas en las que estaba preso por los diversos órdenes mitológicos y teocráticos, que aglutinó el Imperio romano: «la ausencia total de terror, la ausencia de esencia de cuanto es extraño, y un bienestar y un sentirse bien de la conciencia, tales como no se encontrarán nunca ya fuera de esta comedia».[1]

Nietzsche retoma la frase en La gaya ciencia (Die fröhliche Wissenschaft), en la sección 108 («Nuevas luchas»), en la sección 125 («El loco»), y por tercera vez en la sección 343 («Lo que pasa con nuestra alegre serenidad»). También se encuentra en Así habló Zarathustra, libro responsable de popularizar la frase. La idea indicada en «El loco» es la siguiente:

«Dios ha muerto» no quiere decir literalmente que «Dios está efectivamente muerto»; es la manera de Nietzsche de decir que la idea de Dios no es capaz de actuar como fuente del código moral o teleológico (teleología). Nietzsche reconoce la crisis que la muerte de Dios representa para las consideraciones morales existentes, porque «cuando uno desecha la fe cristiana, se olvida de la moralidad cristiana. Esta moralidad de ninguna manera es evidente en sí misma. Rompiendo un concepto principal del cristianismo, la fe en Dios, uno rompe el esquema: nada necesario se mantiene en las manos de uno».[2]​ Esta es la razón por la cual en «El loco», el loco se dirige a los ateos — el problema es conservar cualquier sistema de valores en ausencia de un orden divino.

La muerte de Dios es la forma de decir que los humanos ya no son capaces de creer en cualquier orden cósmico desde que ellos mismos no lo reconocen. La muerte de Dios conducirá, dice Nietzsche, no sólo al rechazo de la creencia en un orden cósmico o físico, sino también al rechazo de los valores absolutos — al rechazo de la creencia en una objetividad y una ley moral universal, que se ejerce sobre todos los individuos. De esta manera, la pérdida de una base absoluta de moralidad conduce al nihilismo. Este nihilismo es el que trabajó Nietzsche para encontrar una solución a la revaluación de los fundamentos de los valores humanos. Esto significa, para Nietzsche, la búsqueda de los fundamentos más profundos que los valores cristianos, más allá de los cuales él sentía que la mayoría de los cristianos.

El aforismo nietzscheano se encuentra de modo específico y fundamental en la sección número 125. La traducción de su título podría corresponder a «El frenético» o «El hombre loco».

Cabe preguntarse si el vacío dejado por la muerte de Dios no debe ser llenado de alguna manera. Y entonces, el ideal del hombre superior, del Übermensch (superhombre o suprahombre), con sus propios valores establecidos, que implican una reconversión de la valoración cultural de Occidente, no es el elemento que ha de llenar este vacío. Tal es el endiosamiento del hombre, de «el último hombre», el que ya no va a reconocer ningún poder por encima de él mismo.



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