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Disputa limítrofe de Alaska



La disputa limítrofe de Alaska fue una disputa territorial entre los Estados Unidos y Canadá (en ese entonces un Dominio Británico cuyas relaciones exteriores eran controladas desde Londres) sobre la ubicación de frontera entre el estado de Alaska y la provincia de Columbia Británica. Fue resuelta mediante arbitraje en 1903. La disputa comenzó en 1821 entre los imperios ruso y británico, y fue heredada por los Estados Unidos con la compra de Alaska en 1867.[1]​ La resolución fue en favor de la posición estadounidense, y Canadá no recibió una salida al mar completamente canadiense desde los campos de oro de Yukón. La decepción y el disgusto por esta resolución en Canadá fue dirigida menos hacia Estados Unidos y más hacia el Reino Unido, por traicionar los intereses canadieneses en favor de una mejora a las relaciones Estados Unidos-Reino Unido.[2]

En 1825 rusos y británicos firmaron un tratado para definir las fronteras de sus respectivas posesiones en América del Norte, el Tratado de San Petersburgo de 1825. Parte del acuerdo decía:

La ambigua expresión "las montañas paralelas a la costa" se concretaba así:

Esta parte del tratado era en realidad un acuerdo sobre los principios generales para establecer una frontera en un futuro, en lugar del establecimiento de una línea de demarcación exacta.

En 1838, la Compañía Ruso-Americana y la Compañía de la Bahía de Hudson firmaron un acuerdo en el que alquilaban las tierras desde el Estrecho de Cross hasta la línea del paralelo 54° 40′ de latitud norte a la Compañía de la Bahía de Hudson a cambio de productos lácteos y carne de las granjas del Departamento de Columbia. Este acuerdo fue denunciado más adelante por la Provincia de Columbia Británica por afectar a sus propios intereses territoriales en la región, pero su reclamo fue ignorado por Ottawa y Londres.[4]

Con la compra de Alaska a Rusia en 1867, los detalles sobre los límites del nuevo territorio estadounidense se mantuvieron ambiguos. Es más, cuando en 1871 la Columbia Británica se incorporó a la Confederación Canadiense y ésta solicitó una exploración y evaluación de la frontera, el gobierno de Estados Unidos rechazó la idea por ser muy costosa. La región fronteriza era muy remota y poco poblada, y no había ningún interés estratégico u económico en la misma en esa época. En 1898, los gobiernos nacionales llegaron a un acuerdo, pero el gobierno de Columbia Británica lo rechazó. También el presidente estadounidense McKinley propuso un arrendar de forma permanente a Canadá un puerto cerca de Haines, pero esto también fue rechazado.

Durante la fiebre del oro de Klondike en Yukón, Canadá, la población de la región se incrementó sustancialmente y alcanzó las 30 000 personas, en su mayoría estadounidenses —se calcula que, por ejemplo, unos 100 000 aventureros se trasladaron en algún momento desde Alaska—.[5]

La presencia del oro y la creciente población aumentaron de gran manera la importancia de la región y la disposición para fijar una frontera con más exactitud: Canadá quería que la ruta que iba de las minas de oro a los puertos en el Pacífico pasasen solo por territorio canadiense. Hubo casos en los que ciudadanos canadienses fueron intimidados por parte del gobierno de Estados Unidos para que no reclamasen tierras.[6]

La cabecera del canal de Lynn era la entrada principal al Yukón, y la Policía Montada del Noroeste envió un destacamento para asegurar la zona para Canadá. Esto se basó en la interpretación canadiense de que el lugar estaba a más de diez leguas marinas de la costa, lo cual era parte de la definición de fronteras de 1825. Sin embargo, una masiva afluencia de buscadores de oro estadounidenses a través de Skagway obligó a la policía canadiense a replegarse, y es que este aún era un territorio disputado en tanto que muchos estadounidenses creían que la entrada al lago Bennett, a unos 12 kilómetros más al norte, debía ser la ubicación de la frontera. Para respaldar a la policía en su reclamo de soberanía, el gobierno canadiense también envió a la zona a la Fuerza de campo de Yukón, una unidad del ejército compuesta de 200 hombres. Los soldados establecieron su campamento en Fort Selkirk para que puedan ser enviados rápidamente en caso de presentarse algún problema en cualquiera de los pasos costeros o en torno a la frontera del meridiano 141°.

Los puestos establecidos en los pasos por la policía montada canadiense fueron efectivos en el corto plazo, y la frontera fue aceptada provisionalmente. En septiembre de 1898, los Estados Unidos y Canadá comenzaron negociaciones serias para solucionar el conflicto, unos primeros intentos que fracasaron por los problemas para interpretar el Tratado de San Petersburgo de 1825, que había sido redactado en francés, y las discordancias que se habían encontrado entre la redacción de tal acuerdo —que apelaba a una cadena montañosa más o menos ininterrumpida— y la auténtica orografía de la zona.

Finalmente, en 1903, el Tratado Hay-Herbert entre Estados Unidos y el Reino Unido encomendó la decisión a un comité de arbitraje compuesto por seis miembros: tres estadounidenses, dos canadienses y un británico. Los representantes de Estados Unidos fueron Elihu Root (Secretario de Guerra), Henry Lodge (senador por Massachusetts) y George Turner (exsenador por Washington); sir Louis Jetté (lugarteniente de Quebec) y sir Allen Aylesworth (exministro de Justicia) representaron a Canadá, y lord Alverstone (Richard Webster, parlamentario) fue el enviado británico. Mientras que los representantes británicos y canadienses eran ilustres abogados,[cita requerida] que los estadounidenses enviaran a dos congresistas (Lodge y Turner) fue seriamente criticado por Canadá y Reino Unido como un patrioterismo poco objetivo.[7]

El tribunal consideró seis puntos principales:

El representante británico, lord Alverstone, se puso del lado de los Estados Unidos en estos temas básicos, pese a que la demarcación final que se acordó era un poco menor a lo reclamado por EE. UU. en tanto que se situaba aproximadamente entre la máxima reivindicación de los Estados Unidos y la máxima reivindicación de Canadá. La región más cercana al mango de Alaska, (la de los ríos Tatshenshini y Alsek) no terminó como un exclave de la Columbia Británica.

Según analizaría en 1952 el político y diplomático canadiense Hugh Ll. Keenlyside, "los estadounidenses, por supuesto, tenían el argumento más sólido" y determinó que gran parte de las decisiones del tribunal fueron justas. Sin embargo, sobre la cuestión de las islas del canal de Portland, criticó lo siguiente:

Esta fue una de varias concesiones que el Reino Unido ofreció a los Estados Unidos (las otras fueron en materias de pesca y sobre el canal de Panamá), parte de una política general para terminar con el distanciamiento de las relaciones anglo-estadounidenses —lograr un acercamiento, ganarse el favor de los Estados Unidos y resolver problemas importantes—.[8]​ Esta convergencia es conocida como el Gran Acercamiento.

Los canadienses —cuya autonomía para las relaciones exteriores estaba limitada por el Reino Unido— se negaron a firmar la resolución final del arbitraje, emitida el 20 de octubre de 1903, debido a que los delegados canadienses no estaban de acuerdo con el voto del británico lord Alverstone. Los canadienses protestaron el resultado, no tanto por la decisión en sí misma, sino el hecho de que los estadounidenses habían elegido a políticos en lugar de juristas para el tribunal, y que los británicos habían traicionado a los intereses canadienses al poner por delante los suyos propios. Esto dio lugar a que estallara un intenso sentimiento nacionalista anti-británico, defensor de una identidad canadiense separada del imperio colonial.[9]

El político y diplomático canadiense Hugh Ll. Keenlyside señalaría en 1952:

Aunque la desconfianza hacia los EE. UU. provocada por el tratado pudo contribuir al rechazo de un tratado de libre comercio con Estados Unidos en las elecciones en Canadá de 1911 —donde la negativa del partido Conservador a dicho tratado de libre comercio le empujó a la victoria—, el historiador F. W. Gibson concluye que, desde un punto de vista general, los canadienses descargaron su rabia en menor medida en contra de Estados Unidos y "más contra Gran Bretaña por haber ofrecido una una resistencia tan débil a la agresividad estadounidense. Las circunstancias que rodearon la resolución de la disputa crearon un fuerte descontento con la posición canadiense dentro del Imperio Británico".[2]​ De hecho, la indignación del primer ministro liberal Wilfrid Laurier le hizo manifestar al parlamento lo siguiente:

El descontento canadiense disminuyó con el tiempo, pero la idea de que Canadá debía tener todo el control sobre su política exterior se valora como una de las causas del Estatuto de Westminster de 1931, que estableció la igualdad legislativa entre los dominios auto-gobernados del imperio Británico y el Reino Unido.



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