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Domenico Zipoli



Domenico Zipoli (Prato, Gran Ducado de Toscana, 17 de octubre de 1688Córdoba, Virreinato del Perú, Imperio Español[1]2 de enero de 1726) fue un compositor ítalo-español del Barroco.

Está considerado como el compositor europeo más famoso que haya viajado hacia América durante el período colonial, y también el músico más dotado que haya contribuido a las misiones jesuíticas en el continente.

Desde 1707 estudió en Florencia, probablemente con Giovanni Maria Casini, bajo el patrocinio de Cosme de Médicis, Gran Duque de Toscana. Durante un breve período estudió en Nápoles con Alessandro Scarlatti, para trasladarse luego a Bolonia, donde trabajó a las órdenes del padre Felipe Lavinio Vannucci. En 1709 completó su formación musical con Bernardo Pasquini en Roma, hasta la muerte de este último. Luego permaneció en la ciudad, donde ocupó varios cargos, el más importante de los cuales fue el de organista de la Chiesa del Gesú.[2]

Durante los primeros meses de 1716, Zipoli viajó a Sevilla, donde comenzó su noviciado, ingresando el 1 de julio en la Provincia jesuítica del Paraguay. El año siguiente se estableció en Córdoba, Argentina. Allí completó sus estudios en teología y filosofía, como preparación para ser ordenado sacerdote. Debido a que la sede obispal de Córdoba se encontraba vacante, la ceremonia nunca se llegó a realizar. Falleció en 1726 debido a una enfermedad infecciosa, probablemente tuberculosis, aunque no se conoce ninguna prueba al respecto.

Contemporáneo de Bach, Händel y Scarlatti, es difícil comprender cabalmente la vida y el legado de Zipoli fuera del contexto histórico de la época colonial. Cuando en 1716, merced al presunto apoyo económico de María Teresa Strozzi, princesa de Forano, se efectuó la primera edición de sus "Sonate d'Intavolatura per órgano e cimbalo",[3]​ Zipoli era uno de los muchos compositores respetados de Roma. Para la historia de la música europea, luego de esta publicación, Domenico Zipoli "desaparece" del escenario cultural, y teniendo en cuenta las limitaciones mediáticas e informativas de la época, la "ausencia" de Zipoli fue total. Tanto es así, que hasta ya avanzado el siglo XX todavía se dudaba si "cierto hermano jesuita llamado Domingo Zipoli" tenía alguna relación con el autor europeo de las sonatas para órgano y cémbalo, su obra europea más conocida. Las razones de este salto cultural permanecerán para siempre en la sombra. Es altamente posible, sin embargo, que Zipoli haya sufrido una crisis religiosa, y haya decidido ofrendar lo mejor de sí —la música— a Dios. Dada la fama musical y religiosa que tenían las reducciones jesuíticas de guaraníes, es comprensible que haya decidido ingresar en la Compañía de Jesús y viajar a Sudamérica a fin de convertirse en misionero.

Una versión más terrenal ha sugerido que la huida de Zipoli de los círculos culturales romanos podría deberse a una relación socialmente inaceptable con su mecenas, la princesa de Forano. Sin embargo, no existe evidencia que así lo sugiera.

En los ocho años y cinco meses de actividad en Córdoba, capital de la provincia jesuítica del Paraguay, Zípoli compuso una cierta cantidad de música que luego se enviaba, por medio de emisarios, a los treinta pueblos que formaban parte de las Reducciones. Cuando España ordenó la expulsión de los jesuitas, en 1767, la mayor parte de sus composiciones permanecieron en los pueblos, y finalmente se perdieron cuando se destruyeron los mismos.

En 1941, el musicólogo uruguayo Lauro Ayestarán propuso, por primera vez, que el hermano jesuita Domingo Zipoli y el compositor italiano del mismo nombre eran la misma persona. Veinte años más tarde, y tras sonado debate, la propuesta fue aceptada. Mientras, el historiador jesuita Guillermo Furlong y el estudioso alemán Francisco Curt Lange se ocuparon activamente de la vida y obra de Zipoli.
Más adelante, en 1959, el musicólogo estadounidense Robert Stevenson halló en Sucre, Bolivia, copias de una misa en fa mayor atribuida a Zipoli y copiada en Potosí en 1784, probablemente a partir de fuentes jesuíticas locales; hoy sabemos que esta obra es en realidad un arreglo local basado en otras dos misas del compositor, que aparecieron posteriormente.

En 1968, el musicólogo chileno Samuel Claro visitó el pueblo de San Ignacio de Moxos (actual Beni, al Oriente de Bolivia), donde halló una Letanía lauretana y un Tantum Ergo de Zipoli. En 1972, en las otrora reducciones de San Rafael y Santa Ana, de Chiquitos, al Oriente de Bolivia, el arquitecto Hans Roth encontró el archivo musical de ambas poblaciones, que comprendía unos 2500 folios y hoy forman el Archivo Musical de Chiquitos, sito en Concepción de Ñuflo de Chávez. Allí fue descubierto el grueso de la obra de Zipoli conservada en América Latina, incluyendo dos misas, dos salmos, cuatro himnos, cinco antífonas y otras obras. Algunas composiciones de Zipoli fueron editadas primero por Luis Szarán (Asunción del Paraguay). Enseguida, Bernardo Illari editó toda la obra de Zipoli, la cual fue recuperada íntegramente en conciertos organizados en Córdoba (Argentina) en 1988, en conmemoración del tricentenario del compositor.

Este archivo documenta musicalmente la presencia jesuítica en el territorio del actual Oriente boliviano. Comprende un conjunto de obras litúrgicas del período jesuítico que finalizó en 1767 con la expulsión de la Orden de los territorios virreinales de América, amén de adiciones realizadas entre esa fecha y alrededor de 1840. Con el apoyo del CONICET, entre 1989 y 1993, un grupo de musicólogos argentinos integrado por Bernardo Illari, Gerardo Huseby, Melanie Plesch, Irma Ruiz y Leonardo Waisman concluyó la catalogación de los manuscritos que había sido iniciada por Burckhard Jungcurt en 1982 y continuada por el mismo Illari, Waldemar Roldán y Carlos Seoane en 1988.

La música de Zipoli en su período americano está teñida de un carácter en apariencia distinto al de la producción europea. Es posible que el compositor haya adaptado su estilo a la tradición jesuítica local de las misiones, de raíz española y tronco italo-germánico. Asimismo, parece haber estado escribiendo para un público no familiarizado con las convenciones formales y expresivas europeas de la época: busca el efecto directo sin pérdida expresiva, y apela a la sencillez del ensamble sin desmedro del virtuosismo individual.

Nótense las formaciones vocales, sin registros de bajo, que era poco usual entre la población originaria de las misiones.



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