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Domesticación de animales



La domesticación es el proceso por el cual una población de una determinada especie animal o vegetal pierde, adquiere o desarrolla ciertos caracteres morfológicos, fisiológicos o de comportamiento que son heredables y, además, son el resultado de una interacción prolongada y de una selección artificial por parte del ser humano o una selección natural adaptativa a la convivencia con el ser humano.[1]​ Habitualmente, la finalidad de la domesticación es obtener determinados beneficios de la especie domesticada, aunque en ocasiones se trata de un proceso espontáneo resultante de un beneficio mutuo.

El concepto de domesticación de plantas o animales antiguamente estaba incluido en un estadio intermedio entre los buscadores y los productores de alimentos. Esta concepción se asocia a la idea de la dicotomía “silvestre-doméstico” como dos estados opuestos en los cuales media la acción humana. Actualmente se reconoce una diversidad de acciones humanas que definen múltiples relaciones entre los seres humanos y los ambientes.[2]

Finalizada la Era Glacial los bosques se expandieron de manera progresiva sobre las grandes estepas y provocaron la emigración y/o la extinción de algunas especies de animales. En muchos casos se trató de especies que constituían parte esencial de la dieta alimenticia del hombre. Los grupos humanos, hasta entonces cazadores y recolectores, debieron adaptarse a esta transformación para mantener su subsistencia. Los hombres se diseminaron en grupos reducidos que comenzaron a hacerse semisedentarios utilizando asentamientos estacionarios. Ciertas teorías señalan que, en su continuo ir y venir, los cazadores que arrojaban las semillas de los frutos consumidos pudieron ver que, en condiciones apropiadas, estas generaban nuevas plantas. El resultado de esta transformación es el comienzo del Neolítico.[3]​ Hubo un periodo donde se domesticaron animales y plantas y duró quince siglos. El término «neolítico», acuñado por el naturalista británico John Lubbock en 1865, deriva del griego, neo 'nuevo' y lithos 'piedra' y hace referencia a la capacidad humana de pulimentar la piedra, en contraste con la talla de la misma, propia del Paleolítico. La aplicación de esta nueva actividad interactuó con una serie de características que provocaron un cambio radical en las formas de cultura humana; una de ellas representa un fenómeno que ha impulsado a numerosos especialistas a considerar una "Revolución neolítica": la domesticación de plantas y animales.

El acontecimiento, sin embargo, se extendió de manera gradual. El origen de la agricultura, que implica la domesticación de plantas y animales, está representado fundamentalmente por una tendencia al sedentarismo y fue la necesidad de los grupos humanos cazadores-recolectores la que impulsó el cambio. La prueba radica en que la agricultura como tal es una actividad que demanda mayor dedicación y horas de trabajo que la caza y menor previsión debido a los avatares agrícolas.

De esta manera, la naturaleza pasó de ser un hábitat a un conjunto de recursos económicos que debían ser gestionados por el hombre. Aunque el cambio se materializó en diversas partes del mundo, estudios arqueológicos han determinado la aparición, hace aproximadamente diez mil años, de los primeros asentamientos permanentes en Cercano Oriente, en el área conocida como el "Creciente Fértil", desde Canaán (Jericó), pasando por el sur de Turquía (Çatal Hüyük), hasta Mesopotamia y el Golfo Pérsico. Los periodos que completa la prehistoria son la Edad de Piedra y la Edad de los Metales.

En cuanto a la ganadería, en principio se había limitado a un control de los recursos animales, a la protección de la fauna de otros depredadores y a la caza selectiva. Pero solo se puede hablar de ganadería cuando se comienza a criar a los animales, controlar su reproducción y cuidarlos durante el invierno.

En este período se produce una serie de descubrimientos técnicos propiciados por la nueva economía. La cerámica para guardar los granos se transformó en la primera expresión artística del Neolítico, el pulimento aplicado a un nuevo tipo de hacha y una renovación general del utillaje, entre los que luego se encontrarán mangos o morteros utilizados en la molienda de vegetales para elaborar harina.[3]

Domesticación, de la Latin domesticus, 'perteneciente a la casa',[4]​ es "una relación sostenida multigeneracional, mutualista en la que un ser vivo asume un grado significativo de influencia sobre la reproducción y el cuidado de otro organismo con el fin de asegurar un suministro más predecible de un recurso de interés, y a través de la cual el organismo asociado gana ventaja sobre los individuos que permanecen fuera de esta relación, beneficiando así y a menudo aumentando la fitness tanto del domesticador como del domesticado objetivo. "[5][6][7][8][9]​ Esta definición reconoce tanto los componentes biológicos como los culturales del proceso de domesticación y los impactos tanto en los humanos como en los animales y plantas domesticados. Todas las definiciones anteriores de domesticación han incluido una relación entre los seres humanos y las plantas y los animales, pero sus diferencias radican en quién se consideraba el socio principal de la relación. Esta nueva definición reconoce una relación mutualista en la que ambos socios obtienen beneficios. La domesticación ha mejorado enormemente el rendimiento reproductivo de las plantas de cultivo, el ganado y los animales domésticos, mucho más que el de sus progenitores salvajes. Los domesticados han proporcionado a los humanos recursos que podían controlar, trasladar y redistribuir de forma más predecible y segura, lo que ha sido la ventaja que había alimentado una explosión demográfica de los agropastores y su expansión a todos los rincones del planeta.[9]

Las plantas de interior y las ornamentales son plantas domesticadas principalmente para el disfrute estético en el hogar y sus alrededores, mientras que las domesticadas para la producción de alimentos a gran escala se denominan cultivos. Las plantas domesticadas que han sido deliberadamente alteradas o seleccionadas para obtener características especiales deseables son cultígenos. Los animales domesticados para la compañía del hogar se denominan mascotas, mientras que los domesticados para la alimentación o el trabajo se conocen como ganado.

Este mutualismo biológico no se limita a los humanos con los cultivos y el ganado doméstico, sino que está bien documentado en especies no humanas, especialmente entre una serie de insectos sociales domesticadores y sus domesticados vegetales y animales, por ejemplo el mutualismo hormiga-hongo que existe entre las hormigas cortadoras de hojas y ciertos hongos.[5]

El síndrome de domesticación es el conjunto de rasgos fenotípicos que surgen durante la domesticación y que distinguen a los cultivos de sus ancestros silvestres.[10][11]​ El término también se aplica a los animales vertebrados, e incluye una mayor docilidad y mansedumbre, cambios en el color del pelaje, reducciones en el tamaño de los dientes, cambios en la morfología craneofacial, alteraciones en la forma de las orejas y la cola (por ejemplo, orejas caídas), ciclos de celo más frecuentes y no estacionales, alteraciones en los niveles de la hormona adrenocorticotrópica, cambios en las concentraciones de varios neurotransmisores, prolongaciones del comportamiento juvenil y reducciones tanto del tamaño total del cerebro como de determinadas regiones cerebrales.[12]

Numerosos autores han definido la domesticación:

En esta definición el autor habla de una adaptación evolutiva gradual al ser humano y a condiciones ambientales nuevas (encierro), lo cual indica que el proceso conlleva largos períodos y el paso de numerosas generaciones para que estos cambios se fijen genéticamente y sean modificaciones en el comportamiento, en la morfología, fisiología o embriología del ser vivo.

Zeuner (1963), reconoce cinco etapas fundamentales dentro del proceso de domesticación:

Hart (1985) indica que actualmente nos encontramos frente a la sexta etapa del proceso de domesticación, en el que las características comportamentales y genéticas de los animales de producción se han visto modificadas hasta tal punto que han perdido la capacidad de sobrevivir y de reproducirse sin la intervención del hombre. Sin embargo, si bien es verdad que los animales domésticos han perdido muchas de las características que les posibilitan adaptarse a la vida en la naturaleza, es también cierto que algunas de estas características pueden ser readquiridas, como sucede en el proceso de readaptación a la vida salvaje.

Domesticar y domar animales son procesos distintos, ya que no abarcan las mismas técnicas. La diferencia es evidente:

En español, domar indica amansar a un animal violento mediante ejercicios y enseñanzas[13]​ de tal forma que, al final, es capaz de comportarse de una forma más pacífica con el entorno que le rodea. Por el contrario, domesticar consiste en someter y reducir[14]​ a un animal salvaje, especialmente valiéndose de la fuerza y las relaciones de dependencia, para que adopte una cierta conducta en consonancia con el propósito de aquel que lo domestica.

El término inglés tame o domado se refiere a individuos mansos, dóciles, producto de un trabajo hecho por el hombre pero cuya reproducción no se somete a selección artificial, con intención de lograr mansedumbre, como en los animales domésticos. Ya Darwin (1859 y 1868) manifestaba que «domesticar es más que domar». Con el término «doméstico» se hace referencia a animales que, por selección directa del hombre, adquirieron características genéticas, morfológicas, fisiológicas y de comportamiento diferentes a las que tenían sus progenitores silvestres.

La doma, en ambos casos, hace referencia a individuos y no a poblaciones (conjunto de individuos), mientras que la domesticación involucra a poblaciones enteras. Por ejemplo, se puede domar a leones, tigres o panteras, pero no se puede decir que sean especies domésticas. La diferencia entre las dos lenguas es que en inglés los animales domados se reproducen en poblaciones silvestres y resulta dificultoso en condiciones de cautiverio, pero en español la doma también se refiere a ciertas especies domésticas, como los caballos.

Hay numerosos autores que hablan del proceso de domesticación en el caso de las abejas, donde las fases transcurrieron, pero la línea divisoria entre abejas domésticas y silvestres es muy fina. A pesar de haber seleccionado las colmenas durante miles de años todos los apicultores son conscientes de que cuando su mejor colmena en mansedumbre desea dejar su cómoda casa a cambio de un hueco de árbol lo hace sin mayores problemas y muchas veces sobrevive sin mayores inconvenientes, lo cual podríamos definir como un alto grado de readaptación a la vida silvestre.

El proceso de domesticación se logra mediante selección artificial de caracteres, tanto genotípicos como fenotípicos, que el hombre selecciona mediante exhaustivos cruzamientos y una serie de lentas modificaciones acumuladas en el tiempo. En una investigación realizada en 2014 por Carneiro et al.[15]​ sobre la domesticación de los conejos se demostró que el proceso de domesticación implica cambios genéticos en los procesos iniciales de la domesticación relacionados con el desarrollo neuronal y del cerebro y esto les permitió a los conejos adaptarse a las condiciones de vida proporcionadas por los humanos.

La readaptación a la vida silvestre (asilvestramiento) de una especie doméstica es el proceso contrario: en él la especie doméstica va perdiendo a mayor o menor velocidad los caracteres seleccionados artificialmente al verse sometida al proceso de selección natural que, sin duda, favorece aquellos caracteres más adecuados para que la especie viva en forma libre sin los cuidados del ser humano. Una conducta agresiva puede ser muy ventajosa para la abeja en el momento de encontrarse con un predador que ataca su colmena. Readaptarse a la vida silvestre o al estado primigenio de la especie en el tiempo dependerá, en gran medida, de las modificaciones genéticas experimentadas en el proceso de domesticación. Cuanto mayores fuesen los cambios alcanzados en el proceso de domesticación, mayor será el tiempo de readaptación y la cantidad de generaciones que deberán transcurrir para volver a ser un animal silvestre. Y es posible que muchas especies que el hombre ha domesticado difícilmente lograrán volver a la vida silvestre.

En caso de la abeja melífera tenemos que ser conscientes que no hubo grandes cambios genéticos, fisiológicos o morfológicos que el hombre seleccionara. Por encima de todo la selección es mansedumbre, porque el resto son variables que la selección natural también tiende a resaltar, como es el comportamiento de limpieza, tan destacado en enfermedades y parásitos como es el caso de varroa, encontrado en abejas rusas que tienen un comportamiento natural de quitárselas. Logrando luego por selección artificial de cruzamiento de estas abejas resistencia a varroa en otras razas.

También hay que diferenciar el grado de adaptación al ambiente de diferentes razas de Apis mellifera, porque a pesar de haber transcurrido muchos siglos de importación de colmenas a Brasil de abejas de raza europeas, éstas nunca llegaron a vivir en estado silvestre o rústico; como lo hicieron los híbridos de abejas africanizadas de abejas africanas Apis mellifera scutellata con abeja criolla Apis mellifera del continente Americano; que inmediatamente invadieron la región tropical y subtropical del continente tanto al norte como al sur, probablemente por estar mejor adaptadas a estos tipos de climas. Por ello podríamos hablar de razas domésticas y no de especie doméstica, pero nos encontramos que las que definiríamos domésticas en nuestro continente (abeja europea) no se comportan de la misma manera en Europa donde sí se tornan silvestres.

Otro factor que juega en gran medida en el proceso de readaptación a la vida silvestre en el caso de la abeja es la gran cantidad de generaciones que transcurren en un período determinado, si lo comparamos con un mamífero de ciclo de vida larga.[3]

La domesticación no se llevó a cabo al mismo tiempo en todo el mundo. Se estima que hacia 9000 a. C. se inició la Revolución neolítica, en la cual el ser humano empezó a sedentarizarse, como consecuencia de la práctica de la domesticación y posteriormente de la agricultura. Esto acaeció en el Cercano Oriente. Posiblemente, el primer animal doméstico fue el perro hace aproximadamente 15 000 años. Sin embargo, la domesticación es un proceso que ha ocurrido numerosas veces en diferentes culturas.

La diferenciación de las plantas silvestres de las domesticadas pudo ser el resultado de la interacción constante y a largo plazo entre los humanos y los ancestros de los cultígenos. Sumado a ello, las sociedades indígenas poseían un profundo conocimiento sobre los animales y las plantas de su entorno. El cuidado de especies silvestres útiles (por ejemplo el desmalezado eliminando la competencia), la labranza de suelos, el cultivo de plantas y árboles no domesticados, la retención selectiva, la cría de animales no domésticos, implicaban cierta intervención en su ciclo de vida. Este proceso involucró cambios genéticos, de manera tal que algunas especies llegaron a ser dependientes de los humanos para su reproducción. Los cambios genéticos en los vegetales aumentaron su rendimiento a partir de un incremento del tamaño y el número de semillas.[16]

Cuando los animales son domesticados, se producen cambios a nivel morfológico, fisiológico, reproductivos y de comportamiento. Con los avances de las herramientas y de la ingeniería genética se podría investigar los cambios que sufren los animales en su comportamiento durante las fases de adaptación lo que les permitiera adaptarse y sobrevivir a las condiciones brindadas por el ser humano.

En ganadería, un agriotipo es el animal salvaje del que procede un animal doméstico. El agriotipo siempre pertenece a una sola especie, pero puede tratarse de varias subespecies diferentes de esta, ya sea porque el animal fue domesticado de forma independiente en dos o más lugares a la vez o porque los criadores quisieron aprovechar las cualidades de varias razas salvajes diferentes. Los animales domésticos pueden cruzarse con sus agriotipos y tener descendencia fértil, siempre y cuando la anatomía no haya variado lo suficiente como para impedir el acoplamiento (como sucedería entre un chihuahua y un lobo salvaje).

La agricultura surgió de manera independiente en varios lugares de la tierra, y la prueba más antigua de actividad agrícola data de hace diez mil años en lo que ahora es Irak (Heiser 1990). La domesticación de plantas y animales ocurrió inicialmente en la "media luna de las tierras fértiles" de la Mesopotamia asiática, la región andina de Sudamérica, en algunas partes de Asia, y en México, y de ahí se dispersó al resto del planeta.

Algunas regiones asimilaron estas prácticas mucho más rápido que otras (Diamond 1999). La domesticación de plantas y animales útiles para la alimentación, la medicina y el trabajo transformó radicalmente las sociedades humanas. Los métodos convencionales de mejoramiento de plantas y animales, a través de la fertilización cruzada y la selección, han permitido desarrollar variedades con grupos de características particulares. Así, desde tiempos inmemorables los seres humanos han modificado el entorno que los rodea y como parte de estas actividades, han seleccionado características valiosas de diferentes plantas, animales y microorganismos. A través del proceso de cruzas controladas y selección gradual, nuestros ancestros escogieron un grupo pequeño de la enorme cantidad de plantas silvestres y lo transformaron en los cultivos que ahora conocemos. Durante este largo proceso ocurrieron muchos cambios fenotípicos en las plantas, por ejemplo: hábito de crecimiento determinado, pérdida de la dispersión de la semilla, maduración sincrónica, madurez temprana, resistencia selectiva a plagas y enfermedades, reducción de la cantidad de toxinas, mayor productividad incluyendo semillas o frutos más grandes e incluso pérdida de las semillas en el caso del plátano. Estos cambios tienen como consecuencia una reducción en la supervivencia de los cultivos en el medio silvestre. Por lo tanto, los cultivos son ahora dependientes de los cuidados de los humanos para su propagación y supervivencia.



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