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Druida



Los druidas eran personas de la clase sacerdotal en Gran Bretaña, Irlanda, norte de España, la Galia (Francia y norte de Italia), y posiblemente otras partes de la Europa Céltica durante la Edad de Hierro, e incluso antes. Su función podía ser sacerdotal (Irlanda) o profética (Gales), en cuyo caso se decía que estaban imbuidos de la awen (“inspiración”) que también actuaba en los bardos. No hay registros escritos por los propios druidas y la única evidencia de la que se dispone son descripciones breves realizadas por los griegos, romanos y varios autores y artistas dispersos, así como también algunas historias creadas posteriormente, en el Medievo, por escritores irlandeses.[2]​ Se tiene evidencia arqueológica relativa a las prácticas religiosas en la Edad del Hierro, aunque “ningún artefacto o imagen desenterrada se ha podido asociar indudablemente con los antiguos druidas”.[3]​ Varios temas recurrentes sobre los druidas se presentan en un gran número de registros grecorromanos, incluyendo los sacrificios humanos, su creencia en la reencarnación y su alto estatus social en los pueblos galos. Nada se sabe aún sobre sus prácticas de culto, excepto por el ritual del roble y el muérdago según la descripción de Plinio el Viejo.

La referencia más antigua de la que se tiene conocimiento data del año 200 a. C., aunque la descripción fehaciente más antigua proviene del general y político romano Julio César en su escrito Comentarios sobre la guerra de las Galias (50 a. C.). Escritores grecorromanos posteriores también describieron a los druidas, incluyendo a Cicerón,[4]Tácito[5]​ y Plinio el Viejo.[6]​ Tras la invasión de la Galia por el Imperio romano, el druidismo fue proscrito por el gobierno romano bajo el mandato de los emperadores romanos Tiberio y Claudio en el siglo I d. C. y acabaría desapareciendo de los registros escritos alrededor del siglo II.

Con la romanización, los últimos druidas auténticos desaparecieron, y con ellos sus enseñanzas y conocimientos.[7]​ Aquellos que, siglos más tarde, reivindicaron el título de druida para sí no eran ya más que simples brujos o adivinos.[7]​ Alrededor del año 750 la palabra “druida” aparece nuevamente en un poema del monje irlandés Blathmac, convertido al cristianismo, quien escribió sobre Jesús diciendo que él fue “...mejor que un profeta, con más conocimientos que cualquier druida, un rey que fue obispo y un completo sabio”.[8]​ Los druidas también son mencionados en varios cuentos medievales de la Irlanda cristiana tales como Táin Bó Cúailnge, donde se les retrata ampliamente como hechiceros que se oponían a la llegada del Cristianismo.[9]​ En el despertar del Renacimiento céltico, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, grupos fraternales y neopaganos se fundaron basándose en ideas sobre los antiguos druidas en un movimiento que es conocido como neodruidismo.

La palabra druida proviene del latín druides, que a su vez fue considerada por los antiguos escritores romanos proveniente de la palabra nativa en céltico para esas figuras sacerdotales.[10][11][12]​ Otros textos romanos también emplean la forma druidae, mientras que el mismo término fue usado por etnógrafos griegos como δρυΐδης (druidēs).[13][14][15]​ Aunque no han sobrevivido inscripciones romanas o célticas que alberguen la morfología de la palabra,[10]​ ésta es cognada con el céltico insular tardío, irlandés antiguo, drui (druida, hechicero) y el galés temprano dryw (vidente). Con base en todas las formas disponibles, la palabra hipotética del protocelta puede ser reconstruida como *dru-wid-s (pl.*druwides), que significa “el que conoce al roble”.

Los dos elementos provienen de las raíces protoindoeuropeas *deru.[a]​y *weid (ver)[16]​ El sentido de “conocedor del roble” (o “vidente del roble”) es confirmado por Plino el Viejo, quien en su Historia Natural etimologiza al término como si proviniera del sustantivo griego δρύς (drus), “roble”[17]​ y del sufijo griego -ιδης (-idēs).[18]

La palabra del moderno irlandés para roble es dair, y de ésta se derivan formas inglesas para lugares, tales como Derry—Doire y Kildare—Cill Dara (literalmente “templo del roble”). Hay varias historias de santos y héroes que versan sobre robles, y subsisten en la Irlanda rural algunas historias y supersticiones locales (llamadas pishogues) sobre los árboles en general. Tanto la palabra irlandesa drui y como la galesa dryw pudieran también referirse al pájaro chochín, posiblemente asociando a este con el ave del augurio en las tradiciones irlandesa y galesa. (Véase: Wren Day).[19]

De acuerdo con el historiador Ronald Hutton, “no podemos saber virtualmente nada con certeza acerca de los antiguos druidas, así que —aunque sin duda existieron— sirven más o menos como figuras legendarias”.[20]​ Sin embargo, las fuentes referidas por escritores antiguos y medievales, junto a la evidencia arqueológica, pueden dar una idea de la forma en que desempeñaban su papel religioso.

Una de las pocas cuestiones en las que coinciden las fuentes grecorromanas e irlandesas acerca de los druidas es que estos jugaban un papel importante en la sociedad celta. Julio César, en su descripción sobre la sociedad gala, señalaba que los druidas eran uno de los dos grupos religiosos más importantes (junto a los nobles) y eran responsables de organizar el culto, los sacrificios, la adivinación u oráculo y los procedimientos judiciales.[21]​ También afirmó que estaban exentos del servicio militar y del pago de impuestos, y tenían el poder para excomulgar a los miembros de la comunidad de los festivales religiosos, ocasionando con ello la proscripción. Otros dos escritores clásicos, Diodoro Sículo y Estrabón, afirmaron que los druidas eran temidos con tal grado de respeto que podían detener una batalla si se paraban entre dos ejércitos.[22]

Fue Pomponio Mela[23]​el primer autor que manifestó que la instrucción de los druidas era secreta, y era llevada a cabo en las cuevas y los bosques. La tradición druídica consistía en una gran cantidad de versos que se aprendían de memoria, y Julio César resaltó que se podía tardar más de veinte años en completar la formación. No hay ninguna evidencia histórica, de la época del auge del druidismo, que sugiera que la profesión druida no fuera reservada para los varones,[24]​ aunque se considera que varias referencias legendarias, como el mito de Ceridwen insinúan la posibilidad de druidas femeninos. Lo que se sabe sobre la enseñanza a los novicios druidas es pura conjetura: de la literatura oral, no se conoce con certeza que haya sobrevivido algún verso antiguo, ni siquiera bajo la forma de traducción. Toda la formación druida era de carácter oral, aunque César indica[25]​ que los galos, para cuestiones ordinarias, tenían un lenguaje escrito en el que usaban caracteres griegos. En esto probablemente se basó en escritores antiguos, ya que en el tiempo de César, los escritos galos se habían trasladado de la escritura griega a la latina.

Alejandro Polímata se refirió a los druidas como filósofos y consideró como pitagórica su doctrina de la inmortalidad del alma y de la reencarnación o metempsícosis.

Julio César escribió:

Diódoro Sículo, en el año 36 a. C., describió cómo los druidas seguían la “doctrina pitagórica” de que las almas humanas “son inmortales y después de un número de años determinado ellas comienzan una vida nueva en un cuerpo nuevo”.[26]​ En 1928, el folclorista Donald A. Mackenzie especuló que los druidas habrían sido misioneros budistas enviados por el rey indio Ashoka.[27]​Ya otros han invocado semejanzas comunes indoeuropeas.[28]​César describió la doctrina del ancestro original de la tribu, a quién se refirió como Dispater o “padre” Hades.

Plinio el Viejo describió detalladamente un ritual druida concerniente al roble y al muérdago:

Los escritores grecorromanos hicieron con frecuencia referencia a los druidas como practicantes de sacrificios humanos, por lo que los consideraban bárbaros.[29]​Los reportes acerca de los sacrificios druídicos se encuentran en los trabajos de Marco Anneo Lucano, Julio César, Suetonio y Cicerón.[30]​ César señaló que el sacrificio se hacía principalmente con criminales, pero algunas veces también se utilizaba a inocentes. Estos eran quemados vivos dentro de un gran muñeco de madera, ahora conocido como el hombre de mimbre.

Una descripción diferente, proveniente del manuscrito Commenta Bernensia, del siglo X, afirma que los sacrificios para las deidades Teutates, Esus y Taranis se realizaban, respectivamente, a través del ahogamiento, del ahorcamiento y del fuego. (Véase: Muerte triple)

Diodoro Sículo aseveró que, para que un sacrificio fuera aceptado por los dioses celtas, tenía que ser realizado por un druida, pues estos eran los intermediarios entre las personas y los dioses. Sículo observó la importancia de los profetas en el ritual druida:

Se tiene evidencia arqueológica en la Europa occidental que ha sido ampliamente utilizada para respaldar la idea de que los celtas de la edad de hierro realizaban sacrificios humanos. Se han encontrado sepulturas masivas en un contexto ritual fechadas en este periodo en lo que fue la Galia, en Gournay-sur-Arode y Ribermont-sur-Ancre, en lo que habría sido la región de dominación belga. El arqueólogo excavador de esos sitios, Jean Louis Brunaux, interpretó estas sepulturas como áreas de sacrificios humanos realizados en devoción a algún dios de la guerra,[31][32]​ aunque este punto de vista fue criticado por el arqueólogo Martin Brown, quien cree que los cuerpos pudieron ser los de honrosos guerreros, enterrados en un santuario, en vez de los supuestos sacrificios.[33]​ Varios historiadores han cuestionado si los escritores clásicos grecorromanos son atinados en sus afirmaciones. J. Rives comentó que era “ambiguo” si los druidas habrían realizado esos sacrificios, ya que los griegos y romanos eran conocidos por proyectar como rasgos bárbaros lo que ellos veían en los extranjeros incluyendo no solo a los druidas sino también a los hebreos y cristianos también, confirmando así su “superioridad cultural” en sus propias mentes.[34]

En una opinión similar Ronald Hutton sintetiza la evidencia declarando que “las fuentes griegas y romanas del druidismo no son, como las hemos recibido, de la suficiente calidad para formar una decisión clara y final de si los sacrificios humanos fueron, de hecho, parte de su sistema de creencias”.[35]Peter Berresford Ellis, un nacionalista celta que escribió el libro “Los Druidas” (1994), creyó que estos eran los equivalentes a la casta brahamánica en la India, y consideró que las acusaciones de sacrificios humanos permanecían sin ser probadas,[36]​ mientras que la experta en literatura medieval galesa e irlandesa, Nora Chadwick, quien pensaba que los druidas eran grandes filósofos, defendió fervientemente la idea de que no estaban involucrados en los sacrificios humanos y que dichas acusaciones eran propaganda imperialista de Roma.[37]

Los registros más antiguos sobre los druidas provienen de dos textos griegos de alrededor del año 300 a. C.: uno fue una historia de la filosofía escrita por Sotión de Alejandría, y el otro, un estudio de la magia que fue atribuido incorrectamente a Aristóteles. Estos mencionan la existencia de druidas o sabios pertenecientes a los keltois (celtas) y galatias (gálatas o galos).[38]​ Ambos textos están perdidos hoy en día, pero fueron citados en el segundo siglo de nuestra era en la obra Vitae de Diógenes Laercio.[39]​Subsecuentes textos griegos y romanos del siglo III a. C. hacen referencia a “filósofos bárbaros”,[40]​posiblemente, en referencia a los druidas galos.

El primer texto conocido que de hecho describe a los druidas es el citado texto de Julio César, Comentarios sobre la guerra de las Galias, en su libro VI, el cual habría sido publicado en las décadas de los 50 o 40 antes de nuestra era. César, quién había sido un general que intento conquistar la Galia y Gran Bretaña, describió a los druidas como los que se ocupaban de “el culto divino, la adecuada realización de los sacrificios, públicos o privados, y la interpretación de preguntas rituales”. Aseveró también, que jugaban parte importante de la sociedad gala, siendo una de las dos clases más respetadas junto a los équites (que significa “jinetes” la cual ha sido interpretada comúnmente como referida a los guerreros) y que ellos desempeñaban la función de jueces.

César aseveró que ellos reconocían la autoridad de un único líder, el cual podía mandar hasta su muerte, siendo entonces un sucesor elegido a través del voto o del duelo. También resaltó que se reunían anualmente en un lugar sagrado en la región dominada por la tribu de los carnutos, en la Galia, pues ellos veían a la Gran Bretaña como el centro de los estudios druidas, y es por eso que no se encontraron entre las tribus germánicas al este del Rin. De acuerdo con César, varios jóvenes eran formados para ser druidas, durante ese tiempo tenían que aprender de memoria todo lo relacionado al culto.

También señaló que su principal enseñanza consistía en que “las almas no perecen, pues después de la muerte pasan de uno a otro”. Los druidas también estarían interesados en “las estrellas y sus movimientos, el tamaño de la Tierra y el cosmos, el mundo natural, y los poderes de las divinidades”, indicando que ellos no solo se veían involucrados en los aspectos comunes de la religión, tales como teología o cosmología, sino también en la astronomía. César también sostuvo que ellos eran los “administradores” durante los rituales de sacrificios humanos, para los cuales generalmente utilizaban a criminales, y que el método consistía en quemarlos dentro del hombre de mimbre.

A pesar de haber tenido una experiencia de primera mano con los galos, y asimismo con los druidas, los escritos de César han sido ampliamente criticados por historiadores modernos debido a su poca fiabilidad. Una cuestión que han planteado historiadores como Fustel de Coulanges[41]​ y Ronald Hutton es que, mientras César describió a los druidas con un poder significativo dentro de los galos, este no los mencionó dentro de las anotaciones sobre sus conquistas. Tampoco lo hizo Aulo Hircio, quien continuó el registro de César de la campaña en las galias tras la muerte de este último. Hutton creía que César había manipulado la idea de los druidas para que aparecieran ante los lectores romanos, tanto civilizados (siendo instruidos y piadosos), como bárbaros (realizando sacrificios humanos) y, por lo tanto, representando tanto “una sociedad que valía la pena agregar al Imperio Romano” así como una que requería ser civilizada con la ley y los valores romanos, justificando así sus guerras de conquista.[42]

Sean Dunham ha sugerido que César simplemente había tomado las funciones religiosas de los senadores romanos y la habría aplicado a los druidas.[43]​ Daphne Nash considera que “no es improbable” que él “exagerara enormemente” tanto el sistema centralizados del liderazgo druida como su conexión con la Gran Bretaña.[44]

Otros historiadores han aceptado la posibilidad de que las anotaciones de César sean más acertadas. Norman J. DeWitt conjeturó que la descripción sobre el rol de los druidas pudiera informar sobre una tradición idealizada, basada en la sociedad del siglo II a. C., antes de que la confederación pangálica liderada por los arvernos fuera rota en el 121 a. C., seguida de las invasiones de teutones y cimbrios, en vez de la desmoralizada y desunida Galia del tiempo de César.[45]​ John Creighton ha especulado que en la Gran Bretaña, la influencia social de los druidas estaba en declive a mediados del primer siglo a. C., en conflicto con las nuevas estructuras de poder emergentes incorporadas en los caciques.[46]​ Otros académicos ven en la conquista romana misma la principal razón de la declinación del druidismo.[47]

No sería sólo César, sino otros escritores grecorromanos los que posteriormente comentarían sobre los druidas y sus prácticas, aunque ninguno de ellos daría tantos detalles como él. Marco Tulio Cicerón, contemporáneo de César, señaló que él conoció a un druida galo, Diviciaco, quien fue miembro de la tribu de los heduos. Diviciaco supuestamente conocería mucho acerca del mundo natural y realizaría adivinación a través del augurio.[4]​Si Diviciaco fue genuinamente un druida puede, sin embargo, ser disputado, pues César, que también lo conoció, y escribió sobre él, nombrándolo Diviciacus, nombre que suena más gálico (y así presumiblemente más auténtico), nunca se refirió a él como un druida y, asimismo, lo presentó como un líder político y militar.[48]

Otro escritor clásico que describió a los druidas, no mucho tiempo después, fue Diódoro Sículo, quien publicó su descripción en su Bibliotheca historicae en el 36 a. C. Junto a los druidas o, drouidas como él los llamaba, a los cuales veía como filósofos y teólogos, Sículo también resaltó cómo en la sociedad celta había poetas y cantantes, a los cuales llamó bardous o bardos.[26]​ Esta idea fue ampliada por Estrabón, quien escribió en los años 20 a. C., y señaló que entre los galos, había tres tipos de figuras honorables: los poetas y cantantes conocidos como bardoi, los teólogos y especialistas en el mundo natural conocidos como o'vatei's, y los druidas, quienes estudiaban la “filosofía moral”.[49]​Sin embargo, la exactitud de estos escritores ha sido cuestionada, Ronald Hutton ha indicado que «todo lo que podemos concluir es que no tenemos conocimiento seguro de las fuentes utilizadas por ninguno de esos autores para hacer sus comentarios sobre los druidas, y asimismo de sus fechas, su contexto geográfico o su exactitud».[50]

Tácito, senador e historiador romano, describió cómo cuando el ejército romano, dirigido por Cayo Suetonio Paulino, atacó la isla de Mona (Anglesey, en Gales), los legionarios se asombraron al desembarcar por la aparición de una banda de druidas, los cuales, con las manos levantadas hacia el cielo, vertieron lentamente terribles maldiciones sobre las cabezas de los invasores. Tácito afirmó que ello «aterrorizó a nuestros soldados que nunca habían visto algo así...». Según el historiador, sin embargo, el coraje de los romanos no tardó en superar esos temores; los bretones fueron puestos en retirada, y las arboledas sagradas de Mona fueron taladas.[51]​ Tácito es también la única fuente primaria que brinda registros de los druidas en la Gran Bretaña, pero mantiene un punto de vista hostil, viéndolos como salvajes ignorantes.[52]​ Mientras tanto, Robert Hutton, señala que «no hay evidencia de que Tácito haya usado reportes de testigos oculares» y pone en duda la fiabilidad de las descripciones de Tácito.[53]

Durante la Edad Media, después de que Irlanda y Gales fueran cristianizados, los druidas aparecieron en cierto número de fuente escritas, principalmente cuentos e historias tales como Táin Bó Cúailnge, pero también en las hagiografías de varios santos. Todas éstas fueron escritas por monjes cristianos, quienes, según Ronald Hutton, «no han sido solamente hostiles con el antiguo paganismo, sino de hecho, ignorantes de él» y por eso no pueden ser particularmente fiables, pero al mismo tiempo, podrían proveer pistas sobre las prácticas del druidismo en Irlanda, y en menor medida, en Gales.[54]

Los pasajes irlandeses que se refieren a los druidas en fuentes vernáculas fueron «más numerosos que en todos los textos clásicos» de los griegos y romanos, y pintan una imagen un tanto diferente de ellos. En la literatura irlandesa los druidas —nombrado como drui, draoi, drua y drai— son hechiceros con poderes sobrenaturales, que son respetados en la sociedad, particularmente por su habilidad de realizar adivinación. Ellos pueden lanzar hechizos y convertir a la gente en animales o piedras, o maldecir los cultivos del pueblo para que se arruinen. Al mismo tiempo, el término druida es utilizado a veces para referirse a cualquier figura que utilice magia, por ejemplo, en el Ciclo feniano, son nombrados como druidas tanto gigantes como guerreros cuando estos lanzan un hechizo, a pesar de que generalmente no se les refiere como tales; como Ronald Hutton señaló, en la literatura irlandesa medieval, «la categoría de druida es muy porosa».[55]

Cuando los druidas son retratados en las primeras sagas irlandesas y en el conjunto de vidas de santos en el pasado precristiano de la isla, se les confiere comúnmente un estatus social alto. La evidencia de los códigos legales, que fueron escritos en los siglos VII y VIII, sugieren que con la llegada del cristianismo el papel de druida en la sociedad irlandesa se redujo rápidamente a la de brujo que podría ser consultado para realizar hechizos o practicar sanación mágica y, en consecuencia, su prestigio declinó.[56]​ De acuerdo con el Bretha Crólige, uno de los primeros tratados legales, la atención a los enfermos debida a un druida, satírico y bandido (díberg), no es más que la debida a un bóaire (un liberto ordinario). El Uraicecht Becc (Primer pequeño), otro texto legal, da a los druidas un lugar entre los dóer-nemed o clases profesionales que dependían de un patrón, junto a los obreros, herreros y artistas, en oposición a los fili (poetas), que solamente disfrutaban del estatus de nemed, “libre”.[57]

Mientras que en las fuentes irlandesas los druidas son caracterizados prominentemente, rara vez se los encuentra en sus contrapartes galesas. A diferencia de los textos irlandeses, dryw, el término galés observado comúnmente para nombrar a los druidas, es utilizado para referirse solamente a profetas y no a brujos o sacerdotes paganos. Hutton ha señalado que hay dos explicaciones para el uso del término en Gales: el primero es que este término fue un sobreviviente de la era precristiana, cuando los dryw habrían sido sacerdotes antiguos, mientas que la segunda explicación es que los galeses habían tomado prestado el término de los irlandeses, como sucedió en el inglés (el cual utiliza los términos dry y drycraeft para referirse a magos y a la magia respectivamente; muy probablemente, influenciado por los términos del irlandés).[58]

La historiadora Jane Webster declaró que las «personalidades druidas... son poco probables de ser identificadas arqueológicamente»,[60]​ y dicho punto de vista ha sido secundado por Ronald Hutton, quien declaró que «ningún artefacto o imagen desenterrado se ha podido asociar indudablemente con los antiguos druidas≠».[3]​ Mientras que A.P. Fitzpatrick, en el estudio de lo que creía sería el simbolismo astral de las espadas de la Edad de Hierro, ha expresado dificultades para relacionar algún material cultural, incluso el Calendario de Coligny, con la cultura druida.[61]​No obstante, algunos arqueólogos han intentado ligar descubrimientos fehacientes con registros escritos de los druidas, por ejemplo, la arqueóloga Anne Ross relacionó lo que ella cree ser la evidencia de sacrificios humanos en la sociedad pagana celta —como el cuerpo momificado del hombre de Lindow— con los registros grecorromanos de sacrificios humanos oficiados por los druidas.[62][63]

En una excavación en Deal, condado de Kent (Inglaterra), fue descubierto el “guerrero de Deal”, un hombre enterrado alrededor del 200-150 a. C., con una espada y escudo, y llevando puesta una corona, demasiado delgada para ser un casco. La corona es de bronce, tiene una banda ancha alrededor de la cabeza y una delgada franja que cruza la parte superior de la cabeza. Fue usada sin ningún tipo de relleno debajo de ella, pues restos de cabello fueron encontrados en el metal. La forma de la corona es similar a las que fueron vistas en imágenes de sacerdotes romano-británicos varios siglos después, dando lugar a especulaciones entre los arqueólogos de que ese hombre pudo haber sido un druida.[64]

Durante la Guerra de las Galias entre el 58 y el 51 a. C., el ejército romano, dirigido por Julio César, conquistó la mayoría de los cacicazgos tribales de la Galia, y fueron anexionados como parte del Imperio Romano. De acuerdo con los registros llevados a cabo en los siglos posteriores, los nuevos gobernantes de la Galia Romana introdujeron medidas para librar de druidas a la región. Según Plinio el Viejo, fue el emperador Tiberio (del año 14 al 37 d. C.) quien introdujo leyes prohibiendo, no solo a los druidas, sino también a otros adivinos y curanderos, acción que fue aplaudida por Plinio, creyendo que ello terminaría los sacrificios humanos en la Galia.[65]​ Una descripción un tanto diferente sobre los ataques legales de Roma hacia el druidismo fue hecha por Suetonio, escrita en el segundo siglo de nuestra era, donde él señala que Augusto, el primer emperador romano (cuyo mandato fue del 27 a. C. al 14 d. C.), había decretado que nadie que fuera druida podría ostentar la ciudadanía romana, y esto fue seguido de una ley expedida por el posterior emperador Claudio (del 41 al 54 d. C.) el cual «suprimió completamente» a los druidas prohibiendo sus prácticas religiosas.[66]

La mayor evidencia de la tradición druida en las islas británicas es el cognado independiente del céltico *druwid- en el céltico insular: el irlandés antiguo druídecht sobrevive con el significado de “mágico” y el galés dryw con el significado de “vidente”.

Mientras los druidas como casta sacerdotal fueron extintos con la cristianización de Gales, concluida a finales del siglo VII, los oficios de bardo y de “vidente” subsistieron en el Gales medieval del siglo XIII.

El profesor de clásicos, Philip Freeman, discute una referencia tardía sobre el término dryades, que traduce como druidesas, en un escrito del cuarto siglo d. C. en una colección de biografías imperiales conocida como la Historia Augusta, la cual contiene tres pasajes cortos que involucran a mujeres galas llamadas “dryades” (“druidesas”). Él señala que “en todos ellos, las mujeres pudieran no ser herederas directas de los druidas que supuestamente habrían sido extintos por los romanos, pero, en todo caso, muestran que la función druídica de profecía continuó entre los nativos de la Galia romana”.[67]​ Sin embargo, la Historia Augusta es interpretada frecuentemente por académicos como una obra en gran medida satírica, y esos detalles pudieron haber sido introducidos de un modo cómico. Adicionalmente, las druidesas son mencionadas en la mitología irlandesa tardía, incluyendo la leyenda del guerrero Fionn mac Cumhaill, quien es levantado por el druida Bodhmall y una mujer sabia,[68][69]​ de acuerdo con la Macgnímartha Finn, historia del siglo XII, perteneciente al Círculo feniano.

La historia de Vortigern, como fue descrita por Nennio, suministra una de las pocas luces sobre la supervivencia druida en Gran Bretaña después de la conquista romana: desafortunadamente, se reconoce que Nennio mezcla hechos y leyenda de tal modo que actualmente no es posible reconocer la verdad que se encuentra en su texto. Él escribió que, después de haber sido excomulgado por Germán de Auxerre, el líder británico Vortigern invitó a doce druidas para que le ayudasen.

En las vidas de santos y mártires, los druidas son representados como magos y adivinos. En la vita de Columba de Adomnán, dos de ellos sirven como tutores de las hijas de Lóegaire mac Néill, el Gran rey de Irlanda, a la llegada de San Patricio. Son representados tratando de impedir el progreso de San Patricio y San Columba produciendo nubes y niebla. Antes de la batalla de Culdremne (en el 561) un druida hizo un hechizo llamado airbe drtad alrededor de uno de los ejércitos, pero el significado preciso de ese término no es claro, se presume que pudiera referirse a un escudo de protección. Los druidas irlandeses parecen haber tenido una tonsura peculiar. La palabra drui es usada siempre para traducir el latín magus y, en un pasaje, San Columba habla de Cristo como su druida. De igual modo, una hagiografía de San Beuno declara que cuando él murió tuvo una visión de «todos los santos y druidas».

La Vita de Martín de Tours, escrita por Sulpicio Severo, relata como Martín se topó con un funeral campesino, llevando el cuerpo en un manto funerario, el cual San Martín confundió con algún ritual druida de sacrificio, «debido a que era la costumbre de los campesinos galos, en su horrible locura, cargar a través de los campos las imágenes de demonios cubiertas con un velo blanco». Así Martín detuvo la procesión levantando su cruz pectoral, y «después de esto, las pobres criaturas debieron, al principio, ponerse rígidas como piedras. Posteriormente, como, con toda la fuerza posible, intentaron moverse, pero no fueron capaces de dar un paso más, comenzaron a girar de la manera más ridícula, hasta que, no siendo capaces de sostener el peso, soltaron el cuerpo sin vida». Al descubrir su error, Martín de nuevo levantó su mano para dejarlos proseguir: «Así (señala el hagiógrafo) él, mientras le placía, los obligó a permanecer quietos y, cuando consideró que era bueno, les permitió retirarse».[70]

Desde el siglo XVIII, Inglaterra y Gales experimentaron un resurgimiento en el interés sobre los druidas. John Aubrey (1626-1697) habría sido el primer escritor moderno que vinculó Stonehenge y otros monumentos megalíticos con los druidas; debido a que las opiniones de Aubrey fueron confinadas a sus cuadernos, la primera audiencia amplia para esta idea fueron los lectores de William Stukeley (1687-1765). John Toland (1670-1722) dio forma a las ideas sobre los druidas que estuvieron vigentes durante la mayor parte de los siglos XVIII y XIX. Toland fundó en Londres la Orden del Antiguo Druida la cual existió desde 1717 hasta su división en dos grupos en 1964. La orden nunca usó (y continúa sin usar) el título de “archi-druida” para ningún miembro, pero se le imputa retrospectivamente a William Blake el haber sido su “jefe electo” (de los archi-druidas) de 1799 a 1827, sin corroboración en los numerosos escritos de Blake o entre los investigadores modernos sobre Blake. John Toland estaba fascinado por las teorías sobre Stonehenge de Aubrey, y escribió su propio libro acerca del monumento sin dar crédito a Aubrey. El papel de los bardos en el Gales del siglo X había sido establecido por Hywed Dda y por eso fue que durante el siglo XVIII emergió la idea de que los druidas habrían sido sus predecesores.[71]

La idea del siglo XIX, de que bajo la presión cultural y militar de Roma, los druidas constituyeron el núcleo de resistencia entre los galos en el primer siglo antes de nuestra era, se formó debido a la lectura acrítica del episodio histórico de la Guerra de las Galias. Esta idea fue examinada y desechada después de la Segunda Guerra Mundial,[72]​ aunque sigue vigente en la historia popular.

Los druidas comenzaron a figurar de manera importante en la cultura popular con la primera llegada del Romanticismo. La novela Les Martyris (1809) de Chateaubriand, narra el amor fallido entre una sacerdotisa druida y un soldado romano; aunque la idea de Chateaubriand era el triunfo del cristianismo sobre los druidas paganos, la temática continuó dando frutos. La ópera provee un barómetro de la cultura popular europea bien informada a principios del siglo XIX: en 1817 Giovanni Pacini llevó al escenario a los druidas en la ciudad de Trieste con una ópera acerca de una druidesa, La Sacerdotessa d'Irminsul cuyo libreto fue elaborado por Felice Romani. Para su libreto, Romani reutilizó algunos de los trasfondos pseudodruídicos para dar color al clásico conflicto teatral entre el amor y el deber. La historia era similar a la de Medea, como había sido recientemente representada para una popular obra parisina de Alexandre Soumet: la diva aria de Norma, “Casta Diva”, es la diosa de la Luna, siendo venerada en la “arboleda de la estatua de Irmin”. La ópera más famosa sobre druidas, Norma, de Vicenzo Bellini, fue un fiasco en La Scala, cuando se estrenó un día después de la Navidad de 1831; pero en 1833 fue todo un éxito en Londres.

Una figura central del romanticismo neodruida del siglo XIX fue el galés Edward Williams, más conocido como Iolo Morganwg. Sus escritos, publicados póstumamente como Los manuscritos de Iolo (1849) y Barddas (1862), no son considerados verosímiles por los investigadores contemporáneos. Williams declaraba haber recopilado el conocimiento antiguo en una «comunidad de bardos de las islas británicas» que él había organizado. Varios investigadores consideran que todo o parte del trabajo de Williams es una fabricación, y supuestamente varios de los documentos en que se basa son de su propia invención, pero una gran parte de su trabajo ha sido recopilado de fuentes meso-paganas que llegan a provenir de hasta el año 600 de nuestra era. A pesar de ello, es imposible separar las fuentes originales del trabajo fabricado y, mientras que trozos y porciones del Bardass todavía se encuentran en algunos trabajos neodruídicos, los documentos son considerados irrelevantes por la mayoría de los investigadores serios.

T. D. Kendrick disipó, en su obra de 1927, el aura seudohistórica que se le había acumulado a los druidas,[73]​ estableciendo que «se han escrito una cantidad prodigiosa de tonterías acerca del druidismo»;[74]​ sin embargo, el neodruidismo ha seguido dando forma a la percepción pública de los druidas históricos. El Museo Británico es contundente al respecto:

Varias corrientes del druidismo contemporáneo son una continuación del resurgimiento del siglo XVIII y así es que en buena parte se estructuran sobre escritos producidos en ese siglo y también por fuentes y teóricos de segunda mano. Algunos son monoteístas. Otros, como el grupo druida más grande en el mundo, la Orden de los bardos, ovatos y druidas, se basan en un amplio rango de recursos para sus enseñanzas. Miembros de los grupos neodruidas pueden ser neopaganos, ocultistas, reconstruccionistas, cristianos o espiritualistas de cualquier tipo.

Nuevas formas de crítica filológica y métodos arqueológicos fueron desarrollados en el siglo XX, permitiendo una mayor asertividad en el entendimiento del pasado, varios arqueólogos e historiadores publicaron libros sobre los druidas y llegaron a sus propias conclusiones. El arqueólogo Stuart Piggott, autor de Los druidas (1968), dio crédito a las fuentes grecorromanas y consideró que los druidas eran una clase sacerdotal bárbara y salvaje que realizaba sacrificios humanos.[76]​ Este punto de vista fue ampliamente respaldado por la arqueóloga Anne Roos, autora de La pagana Gran Bretaña celta (1967) y La vida y muerte de un príncipe druida (1989), aunque ella creía que los druidas eran esencialmente sacerdotes tribales, teniendo más en común con los chamanes de las sociedades tribales que con los filósofos clásicos.[77]​ El punto de vista de Ross fue ampliamente aceptado por otros dos arqueólogos destacados que escribieron sobre la materia, Miranda Aldhouse-Green[78]​ —autora de Los dioses celtas (1986), Explorando el mundo de los druidas (1997) y Los druidas de César: historia de un sacerdocio antiguo (2010)— y Barry Cunliffe, autor de Las comunidades de la edad de hierro en la Gran Bretaña (1991) y Los antiguos celtas (1997).[79]



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