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El Escorial y el Templo de Salomón



Desde mediados del siglo pasado existe una controversia sobre el origen de la planta del Monasterio de El Escorial. Una de las teorías más aceptadas es la que señala la influencia que tuvo el Templo de Salomón en la idea, la arquitectura y el significado de El Escorial. Es imposible que las estatuas de Salomón y David no se pusieran en la fachada de la Basílica sin la intención de subrayar el paralelismo entre los dos edificios. Existen, al menos, tres explicaciones diferentes a esta relación: los que creen que Felipe II tomó el templo bíblico como modelo arquitectónico (siguiendo los escritos de Flavio Josefo) para darle una Casa a Dios, los que señalan la influencia que tuvo el esquema arquitectónico del Templo de Jerusalén, estudiado como edificio histórico, y los que buscan orígenes mágicos en su traza, influidos por las ideas esotéricas que desde el siglo XIX han impregnado al Templo de Salomón.

Durante los últimos años han salido a la luz escritos y documentos que prueban que Felipe II estaba especialmente interesado desde su juventud en la figura del sabio y prudente Salomón, como demostró José Luis Gonzalo.[1]​ Y las personas del entorno del príncipe Felipe contribuyeron enormemente a favorecer el que el entonces príncipe le tuviera como modelo. Calvete relata cómo en el viaje del príncipe Felipe a los Países Bajos le comparan directamente con Salomón al menos en diez ocasiones.

En los discursos de su boda con María Tudor y en el funeral de Carlos V le conminaban a reconstruir el Templo de Salomón. Incluso Felipe II es retratado como Salomón en Gante para un Capítulo de la Orden del Toisón de Oro con una inequívoca leyenda en el marco, apenas dos años antes del encargo de El Escorial, como señaló Juan Rafael de la Cuadra: «Felipe, como otro Salomón, dio muestras de su gran sabiduría». Como en la vidriera del rey de Gouda (1557), donde Felipe II aparece bajo la consagración del Templo de Salomón, la inspiración en el Templo de Jerusalén y la presencia de las estatuas de David y Salomón en El Escorial buscaban subrayar la presencia real de Dios en la Eucaristía, idea negada por los protestantes y defendida en el Concilio de Trento. Recordemos que para la Reforma dicha presencia es meramente simbólica, ya que niegan que Dios esté presente en las hostias consagradas. También es muy posible que, como hizo Juan Bautista Villalpando a finales del XVI, se buscara dotar de un trasfondo bíblico a las ideas del Humanismo sobre la recuperación de la arquitectura pagana y las ideas sobre la modulación de Vitrubio, ya que el Templo de Jerusalén que describió Josefo se construyó durante la dominación romana de Palestina.[2]

Luis Moya apuntó que el proyecto de El Escorial se basaba en dos principios que se mantendrían hasta finalizarse la obra: la imitación y mejora del Templo de Salomón, y el estilo «greco-romano», o sea el manierismo.[3]​ Comparando los planos de los dos edificios, Juan Rafael de la Cuadra señaló la semejanza entre la parte del convento escurialense y el templo que Herodes construyó sobre las ruinas del de Salomón. El esquema es muy similar: un gran patio para los sacerdotes con el Templo en su centro (el Templete de los Evangelistas en El Escorial), separados por una crujía con una escalera de otros cuatro patios menores formando una cruz. Las medidas también coinciden tomando un codo real de 31 dedos.

La evolución de este sencillo esquema en el definitivo diseño en tres partes (palacio-templo-convento) fue explicada por Fernando Chueca Goitia, que justificaba la colocación del Templo al norte del convento para facilitar el soleamiento de las habitaciones de los monjes. Finalmente se duplicaría el mismo esquema del convento al otro lado de la Iglesia por pura simetría renacentista.[4]

Los que defienden esta teoría creen que Felipe II buscaba la construcción del «edificio perfecto», ya que según la Biblia los planos del Templo de Salomón fueron delineados por el mismo Dios, que se los entregó personalmente al mismo Rey David. Esto ha dado lugar a cavilaciones como las de René Taylor sobre la geometría «oculta» del monasterio, que se apoyaría en figuras geométricas sencillas, como el cuadrado, el círculo y el triángulo.

Parece más acertada la visión iconológica de Cornelia Osten-Sacken, que acertó a descubrir los antecedentes salomónicos del edificio, así como sus consecuencias, especialmente en lo referente al tratado de Villalpando, que buscaba dotar de un trasfondo bíblico a las ideas del Humanismo sobre la recuperación de la arquitectura pagana, considerando el Templo de Salomón como el modelo de toda la arquitectura romana posterior.

Algunos ven en el origen salomónico un eslabón más en una larga cadena de edificios ocultistas, que empezaría en las Pirámides de Egipto, el Templo de Jerusalén, las construcciones de los Templarios y las de los Masones. Sin embargo, no debe confundirse el Escriturismo Bíblico típico del Renacimiento anterior al Concilio de Trento con el Ocultismo propio del siglo XIX. Parece difícil este origen mágico y ocultista dada la inflexible religiosidad de Felipe II. Además, las connotaciones esotéricas del Templo de Salomón no aparecieron hasta dos siglos después, con la aparición de la masonería.

La mayoría de las referencias salomónicas tienen su origen en los Países Bajos, donde Felipe II pasó mucho años de su juventud, al albor de un Erasmismo floreciente.

La literatura sobre El Escorial es abrumadora. Las teorías que lo relacionan con El Templo de Salomón parecen alcanzar una aceptación bastante amplia entre los estudiosos. Pero no es la única teoría que trata de explicar los orígenes de su arquitectura:



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