El diablo cojuelo es la obra más popular de Luis Vélez de Guevara y fue publicada en 1641. Sus ediciones son innumerables, y entre sus traducciones, hay que destacar la de Alain-René Lesage (París, 1707), que más que una traducción es una adaptación, hecha con suma discreción y buen gusto pero con menos verdad y realismo que la original, y sobre todo, con mayor falsedad en los tipos y costumbres. En 1918 se publica la primera edición crítica de la mano de Francisco Rodríguez Marín.
Según el hispanista norteamericano George Ticknor, es la más picante y animada entre todas las sátiras en prosa de la literatura moderna.
Un estudiante saca al diablo de la redoma en que un mago le había encerrado, y el diablo, agradecido, lleva a su libertador por los aires y va enseñándole uno por uno el interior de las casas, cuyos techos levanta como si se tratara de casas de juguete, y así pueden contemplar a sus habitantes en la mayor intimidad, tal como son, con todos sus vicios y cualidades. El argumento, por sí solo, ya es un hallazgo, y la exactitud y gracia en las descripciones no le van a la zaga.
La obra carece de unidad. Se halla dividida en 10 trancos, para simbolizar los saltos que realizan los dos protagonistas de un lugar a otro y ofrecer al lector una visión general de la sociedad de la época.
El lenguaje de la obra resulta oscuro en ciertas ocasiones debido a su estilo rebuscado y culto. Su estilo es, principalmente, conceptista, en la línea de autores contemporáneos como Baltasar Gracián.
Gracias a la originalidad en el estilo y el ingenio del autor, la materia tratada pasa a un segundo plano.
Se trata de una novela satírica y moral, por lo tanto, su principal objetivo es la crítica. Durante el siglo XVII, este tipo de escritos inundaron la literatura española, como en el Guzmán de Alfarache, en las obras de Miguel de Cervantes, de Francisco de Quevedo, etc.
En este caso, la obra satiriza a la sociedad de la época. Mediante la contemplación de las casas de la sociedad española, el autor pretende mostrar la verdadera faceta de cada clase y sus costumbres. Es un tema muy recurrido durante el Barroco español, debido al concepto del desengaño, tan cultivado, y que causaba tanta preocupación entre los autores del momento.
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