Baltasar Gracián cumple los años el 8 de enero.
Baltasar Gracián nació el día 8 de enero de 1601.
La edad actual es 423 años. Baltasar Gracián cumplió 423 años el 8 de enero de este año.
Baltasar Gracián es del signo de Capricornio.
Baltasar Gracián y Morales (Belmonte de Gracián, 8 de enero de 1601-Tarazona, 6 de diciembre de 1658) fue un jesuita, escritor español del Siglo de Oro que cultivó la prosa didáctica y filosófica. Entre sus obras destaca El Criticón —alegoría de la vida humana—, que constituye una de las novelas más importantes de la literatura española, comparable por su calidad al Quijote o La Celestina.
Su producción se adscribe a la corriente literaria del conceptismo. Forjó un estilo construido a partir de sentencias breves muy personal, denso, concentrado y polisémico, en el que domina el juego de palabras y las asociaciones ingeniosas entre estas y las ideas. El resultado es un lenguaje lacónico, lleno de aforismos y capaz de expresar una gran riqueza de significados.
El pensamiento de Gracián es pesimista, como corresponde al periodo barroco. El mundo es un espacio hostil y engañoso, donde prevalecen las apariencias frente a la virtud y la verdad. El hombre es un ser débil, interesado y malicioso. Buena parte de sus obras se ocupan de dotar al lector de habilidades y recursos que le permitan desenvolverse entre las trampas de la vida. Para ello debe saber hacerse valer, ser prudente y aprovecharse de la sabiduría basada en la experiencia; incluso disimular, y comportarse según la ocasión.
Todo ello le ha valido a Gracián ser considerado un precursor del existencialismo y de la postmodernidad. Influyó en librepensadores franceses como La Rochefoucauld y más tarde en la filosofía de Schopenhauer y Nietzsche. Sin embargo, su pensamiento vital es inseparable de la conciencia de una España en decadencia, como se advierte en su máxima «floreció en el siglo de oro la llaneza, en este de yerro la malicia».
Nacido en Belmonte de Gracián, muy cerca de Calatayud, en 1601, las noticias sobre su infancia son muy escasas. Se sabe que su padre fue contratado por el concejo de Ateca para ejercer como médico en 1604, por lo que toda su familia tuvo que desplazarse hasta esa localidad. Todo indica que estudió letras desde los diez o doce años en Calatayud, quizá en el colegio de jesuitas de esta localidad. Hacia 1617 debió residir uno o dos años en Toledo con su tío Antonio Gracián, capellán de San Juan de los Reyes, donde aprendería lógica y profundizaría en el latín.
En 1619 ingresó en el noviciado de la provincia jesuítica de Aragón, situado en Tarragona, en el que se le dispensó de los dos años preceptivos de estudio de humanidades debido a su excelente formación anterior. En 1621 volvió a Calatayud, donde cursó dos años de Filosofía. De esta etapa data su aprecio por la ética, que influyó en toda su producción literaria. Otros cuatro cursos de Teología en la Universidad de Zaragoza completaron su formación religiosa.
Ordenado sacerdote en 1627, comenzó a impartir Humanidades en el Colegio de Calatayud. Parece ser que fue un periodo grato, pero pocos años más tarde tuvo graves enfrentamientos con los jesuitas de Valencia, adonde fue trasladado en 1630. De allí pasó a Lérida en 1631 para encargarse de las clases de Teología Moral. En 1633 viajó a Gandía para enseñar Filosofía en el colegio jesuita de la villa y se renovaron las enemistades con sus antiguos correligionarios valencianos.
En el verano de 1636 volvió a tierras aragonesas, a Huesca, como confesor y predicador. Esta ciudad tuvo una importancia capital en la vida del jesuita, puesto que con el apoyo del erudito mecenas Vincencio Juan de Lastanosa pudo publicar su primer libro: El Héroe (1637).
Lastanosa reunía en su casa-museo un importante cenáculo literario y artístico. El palacio del prócer oscense, que fue visitado por Felipe IV, era conocido por sus exquisitos jardines, por una estupenda armería, por la colección de medallas y por una magnífica biblioteca de cerca de siete mil volúmenes, una cantidad extraordinaria en esa época. En este propicio ambiente, Gracián traba contacto con la intelectualidad cultural aragonesa, entre la que se cuenta el poeta Manuel de Salinas o el historiador Juan Francisco Andrés de Uztarroz.
En 1639 llegó a Zaragoza, nombrado confesor del virrey de Aragón Francisco María Carrafa, duque de Nochera, con quien viaja a Madrid, donde predicó. No obstante, su estadía en la Corte fue desalentadora, pues, aunque aspiró a medrar entre la república literaria de la capital, sus ambiciones se saldaron con un franco desengaño. Con todo, publicó allí su segunda obra, El Político (1640) y ultimó la primera versión de su tratado teórico sobre estética literaria barroca, titulado Arte de ingenio, tratado de la agudeza (1642).
De 1642 a 1644 ejerció el cargo de vicerrector del Colegio de Tarragona, donde auxilió espiritualmente a los soldados que tomarían Lérida en la Sublevación de Cataluña (1640). De resultas de esta campaña, cayó enfermo, y fue enviado a Valencia para reponerse. Al calor de la magnífica biblioteca del hospital, preparó una nueva obra, El Discreto (1646), que verá la luz en Huesca. De nuevo en su refugio oscense, impartió clases de Teología Moral hasta 1650. Es en esta época cuando más activamente pudo dedicarse a la literatura. Aparecieron entonces el Oráculo manual y arte de prudencia (1647) y la segunda versión del tratado sobre el ingenio y el concepto Agudeza y arte de ingenio (1648).
Fue destinado a Zaragoza el verano de 1650 con el cargo de Maestro de Escritura, y al año siguiente publica la primera parte de su obra cumbre: El Criticón. A excepción de El Comulgatorio, Gracián publicó toda su obra sin el preceptivo permiso de la Compañía, lo que provocó protestas formales que fueron elevadas a las instancias rectoras de los jesuitas. Tales quejas no le disuadieron al punto de que apareciera en Huesca la segunda parte de esta obra. Algunos jesuitas valencianos, a consecuencia de viejas enemistades, interpretaron uno de sus pasajes como una ofensa a sus personas, lo que le granjeó nuevos ataques ante los superiores de la Compañía que apuntaban al contenido escasamente doctrinal de sus obras, impropias de un jesuita profeso, ya que, ocupándose todas ellas de la Filosofía Moral, esta se aborda desde una óptica profana. Quizá para contribuir a su descargo publicó, por primera vez con su auténtico nombre, El Comulgatorio (1655), un libro acerca de la preparación para la Eucaristía.
Pero la aparición en 1657 de la tercera parte de El Criticón determinó su caída en desgracia. El nuevo provincial de Aragón, el catalán Jacinto Piquer, recriminó públicamente a Gracián en el refectorio, le impuso como penitencia ayuno a pan y agua —prohibiéndole incluso disponer de tinta, pluma y papel—, y le privó de su cátedra de Escritura del Colegio Jesuita de Zaragoza. A comienzos de 1658 Gracián es enviado a Graus, un pueblo del prepirineo oscense.
Al poco tiempo, Gracián escribió al General de la Compañía para solicitar el ingreso en otra orden religiosa. Su demanda no fue atendida, pero se le atenuó la pena: en abril de 1658 ya fue enviado a desempeñar varios cargos menores al Colegio de Tarazona, hoy Hogar Doz. Los últimos contratiempos debieron acelerar su decadencia física, pues en junio no pudo asistir a la congregación provincial de Calatayud, falleciendo, poco más tarde, en Tarazona, el 6 de diciembre de 1658. Probablemente fue enterrado en la fosa común del colegio.
En Gracián todo lo absorbe la vida de la inteligencia, por lo cual lo afectivo queda prácticamente anulado: de ahí el tono duro y la falta de calor humano de que adolecen frecuentemente sus obras. Su concepto del hombre (el peor de los seres de la creación) y de la vida (perpetuo engaño y lucha constante) es negativo y puramente barroco: un desengaño.
Todas las cosas tienen un doble valor de engañosa apariencia y de oculta realidad. Y se ajusta a reflejar la decadencia del Imperio español. Su moral es una moral práctica, de combate y orientada al triunfo: hay que actuar sin descanso poniendo en tensión voluntad e inteligencia. La prudencia, y al mismo tiempo la desconfianza y el recelo son condiciones ineludibles para ello.
Se expresa en las trescientas máximas incluidas en el Oráculo manual y arte de Prudencia (1647). Ya que la vida es lucha, nos apresta al combate proponiendo la defensa como ocultación y el ataque como descubrimiento del alma ajena; también una retirada a tiempo vale más que una brillante victoria. Su estilo presenta la intensificación máxima del conceptismo, del que es incluso teorizador. Son constantes distintos tipos de antítesis (también las paradojas, las litotes, los oxímoros) y los juegos de palabras (anfibologías, etc.), así como distintos tipos de elipsis, en especial el zeugma, cuyo fin es conseguir una prosa densa, rápida y lacónica. Pero lo caracterizan peculiarmente tres recursos: la agudeza, la alegoría (especialmente la prosopopeya o personificación) y el humor.
Temáticamente, propone en sus opúsculos diversos arquetipos humanos de hombre superior: El héroe (1639), que establece las condiciones necesarias para sortear todo tipo de obstáculos prácticos; El discreto (1646), que hace lo mismo para el ámbito cortesano, y El político (1640), donde propone como modelo a Fernando el Católico.
Vista en conjunto la producción de Baltasar Gracián, podemos observar una estrecha relación con su biografía. Desde el juvenil entusiasmo por el triunfo y la gloria del hombre ejemplar, configurado en El Héroe, se llegará al desengaño de la vejez y la muerte en los últimos capítulos de El Criticón. Así se presenta como escritor en 1637 en el prólogo «Al lector» de El Héroe:
Dos tratados más continuarían esta línea de delinear el hombre perfecto: El Político, que extrae tales cualidades del rey Fernando el Católico, y El Discreto, un manual de conducta para el hombre en sociedad, sea cual sea su posición en ella.
Por otro lado, Gracián dedicó grandes esfuerzos a elaborar un tratado de estética literaria barroca: la Agudeza y arte de ingenio, que refunde una versión anterior titulada Arte de ingenio, tratado de la agudeza. Allí teoriza sobre el «concepto» y propone una nueva retórica basada en la praxis barroca que se distancia, en parte, de la tradición aristotélica de la Poética, pues su análisis está fundamentado en textos, que a su vez ejemplifican una clasificación de los distintos tipos de agudeza de su propia invención.
Toda la obra de Gracián, ocupada siempre de su aplicación práctica a la vida del hombre, tiene por objeto la Filosofía Moral. Las ideas acumuladas en tratados anteriores sobre el modo de conducirse en el mundo son sintetizadas y reunidas en el libro más lacónico y sentencioso de su producción, el Oráculo manual y arte de prudencia. Con él culmina el proyecto de «manuales del vivir» para la persona cabal, y en él también se subsumen, probablemente, libros proyectados —en El Discreto se habla de los «doce gracianes», que se titularían «El Atento», «El Galante»— que no llegaron a ver la luz.
Fue admirado por moralistas franceses de los siglos XVII y XVIII, y en el XIX por Schopenhauer, quien recibió la influencia del pensamiento graciano y tradujo al alemán el Oráculo manual y arte de prudencia. Esta versión, muy fiel al espíritu del aragonés, fue conocida por Nietzsche, que dijo en una de sus cartas: «Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral». Gracias a ellos la obra del filósofo español fue objeto de estudio en la universidad alemana.
Solo le quedaba ensayar la fabulación. Poner todo su trabajo de investigación retórica al servicio de una novela, que fuera a la vez tratado de filosofía moral, bajo el género que él mismo denominó «agudeza compuesta fingida», lo que viene a significar «alegoría novelada». Se concretó en las tres partes de El Criticón, que recorre todo el ciclo de la vida de un hombre, que debe, además, vencer a las circunstancias del mundo en crisis de la sociedad del barroco.
El último libro que publicaría, quizá por hacer una concesión a los oficios propios de la orden jesuita, que no veía con buenos ojos su abordar la lucha por la vida siempre al margen de auxilio cristiano, fue El Comulgatorio. Es el único que publicó con su auténtico nombre y cumplió con la preceptiva revisión por parte de los censores de su orden. Sin embargo, tras la aparición en 1657 de la tercera parte de El Criticón —de nuevo sin consentimiento de la Compañía y con su conocido (a estas alturas) seudónimo de Lorenzo Gracián—, el aragonés fue confinado a una celda y castigado a ayuno riguroso. Los tintes pesimistas que destila El Criticón corren parejas con su última peripecia vital.
El título de El Héroe remite a la cualidad máxima del hombre en la antigüedad clásica, esto es, la virtus latina o la areté (αρετη) griega. El primero de los libros publicados por Baltasar Gracián es un tratado en el que se describen las cualidades del hombre de excepción. Cada una de esas prendas relevantes de que está formado el héroe se autoriza con la mención de su presencia en un eminente personaje histórico, entroncando con los Dicta et facta memorabilia de la tradición latina de Valerio Máximo. Este ejemplo funciona como colofón de cada uno de los capítulos, llamados «primores». El término alude al sentido etimológico de esta palabra, derivándolo de primus como sustantivo, esto es, «el mejor», «el primero».
La obra remite también al El Príncipe de Maquiavelo, pues es un doctrinal de buen gobierno, si bien aplicado al ámbito de la rección de la propia persona. Pero, en contraste con el tratadista italiano, esta «razón de estado de uno mismo» no olvida conciliar la política y la moral, ya que en la España de la Contrarreforma al príncipe maquiavélico se opuso un príncipe cristiano, como pregona el título de la obra de su contemporáneo Diego Saavedra Fajardo Idea de un príncipe político cristiano (1640).
Por otro lado, El Héroe conecta con El Cortesano de Baltasar de Castiglione, aunque ya no basta con los modales corteses renacentistas. En Gracián el cortesano necesita también astucia, inteligencia, buen discernimiento e incluso disimulo.
En El político don Fernando el Católico, bajo la forma de una tesis que defiende que Fernando el Católico fue el mayor rey de la monarquía española, se describen sus dotes políticas y sus virtudes como ejemplo de emulación para el hombre político. Se trata pues, no tanto de una biografía sino de otro tratado de moral práctica, solo que encarnada en el mayor príncipe, en un rey.
Construye este texto sobre la falsilla genérica del encomio biográfico, caracterizado como un discurso académico ante un auditorio, modelo que tuvo un importante cultivo en el Renacimiento y el Barroco. Se ofrece con él un modelo concreto de gobernante que destaca sobre todos los monarcas pasados, y que constituye un espejo en el que se deben reflejar los posteriores, incluido Felipe IV, en la línea de los conocidos «espejos de príncipes».
Gracián escribió dos tratados sobre el ingenio y la agudeza. El primero de ellos lo publicó en Madrid en 1642 con el título de Arte de ingenio, tratado de la agudeza. El segundo apareció en 1648, con el título de Agudeza y arte de ingenio. La teoría sobre el concepto que aborda en esta obra ilumina la producción literaria contemporánea a Gracián. Los géneros empleados en las distintas obras de Gracián se definen aquí de modo teórico. Posteriormente fue refundida, revisada y ampliada en una edición definitiva titulada Agudeza y arte de ingenio, publicada en 1648.
Es su primer fruto de plena madurez. De nuevo estamos ante un tratado en el que se describe cómo ha de ser el hombre que quiere llegar a ser «persona»:
un completo caballero prudente, sagaz, dotado de buen gusto y de buena educación. Por discreción entiende la capacidad de discernimiento, que es al fin y al cabo la inteligencia para elegir lo mejor y para distinguir y valorar aquello que el hombre necesita para ser un varón de todas las horas y todas las circunstancias.Pero ahora se renuncia a conseguir la excelsitud heroica, contentándose con ayudar a mejorar al hombre de mundo para que destaque entre sus semejantes. El modelo propuesto ya no es un ser excepcional, un héroe de fama, gobernante o rey, como sucedía en sus dos anteriores tratados de parecida temática. Ahora se trata de adiestrar a un hombre prudente que no solo necesita muchas cualidades para gobernar, sino tan solo para desenvolverse en sociedad. Con el tiempo, el pesimismo de un Gracián que contempla la malicia del mundo se ha hecho más agudo. Su desengaño hace que el objetivo del triunfo del héroe planteado en el primer tratadito sea una utopía. Ahora basta con llegar a ser persona, es decir, ser, en el sentido clásico, un hombre virtuoso.
En los capítulos de este tratado —llamados ahora «realces» en consonancia con el destacar, y no ya ser el mejor, que revelaba el «primor»— se ensayan gran variedad de géneros: diálogo, apólogo, emblema, sátira, fábula, epístola, discurso académico, o panegírico, entre otros. En ellos utiliza por vez primera la fábula o la alegoría, creando ya un módulo de ficción que servirá a los propósitos de la «agudeza compuesta fingida», o novela alegórica, que será su empeño final. El último de sus «realces», que no lleva indicación de género, titulado «Culta repartición de la vida de un discreto», muestra un esquema de división de la vida del hombre en edades que preludia el de su novela El Criticón.
El Oráculo manual y arte de prudencia (1647) supone la síntesis de los tratados didáctico-morales anteriores. El libro consta de trescientos aforismos comentados, y ofrece un conjunto de normas y orientaciones para guiarse en una sociedad compleja y en crisis.
No sólo ha interesado a aficionados a la literatura. A la obra se han acercado desde su publicación hasta la actualidad pensadores y filósofos. La admiración que por ella mostró Arthur Schopenhauer le llevó a traducirla al alemán y su versión fue la más difundida del Oráculo en esta lengua.
Este «arte de prudencia» escrito por Gracián ha tenido vigencia incluso en la actualidad, como demuestra el hecho de que una versión al inglés, titulada The art of worldly wisdom: a pocket oracleWashington Post en el apartado Nonfiction/General.
llegó a vender más de ciento cincuenta mil ejemplares en el ámbito anglosajón, al ser presentado como un manual de autoayuda para ejecutivos. En 1992, permaneció dieciocho semanas (dos en primera posición) en la lista de los más vendidos delSe ha pensado que esta obra es una mera recopilación de sentencias de sus libros anteriores, pero esto solo es cierto, y en parte, en los cien primeros aforismos. El hecho de glosar apotegmas de obras propias era un proceder nuevo, pues hasta entonces estaba reservado a la autoridad de las citas extraídas los clásicos de la antigüedad, o al menos a autores de reconocido prestigio. El ser el Oráculo una antología de sus máximas indica que Gracián se eleva a sí mismo al rango de los autores que constituían el canon literario de la época.
El sintagma bimembre «oráculo manual y arte de prudencia», funciona como antítesis, pues oráculo tiene un sentido de «secreto emanado de la divinidad», y a este término se une el adjetivo «manual», esto es, «para un uso práctico y portátil». La palabra «arte» se usa en la acepción de «reglas y preceptos para hacer rectamente las cosas», como recoge el Diccionario de Autoridades. Pero se le opone la prudencia, pues no hay normas ciertas y universales para la conducta del hombre. En conclusión, el libro sería un precioso y secreto manual de normas de uso práctico para la conducta del hombre en un mundo conflictivo.
El género que adopta el Oráculo, a diferencia de los tratados anteriores, prescinde de la argumentación y la autoridad de ejemplos históricos que habían sido habituales en El Héroe, El Político o El Discreto. La observación del mundo y la aplicación de estos consejos en la práctica bastan para garantizar la validez y utilidad de estos oráculos mundanos.
Su estilo es la quintaesencia de la economía expresiva y la concisión graciana. En esta obra se da la mayor intensidad en cuanto a concentración semántica en frases breves y elípticas, que se suceden en un encadenado de sentencias. Este carácter hace del Oráculo su obra de más difícil lectura, pero también la de mayor contenido en ideas, constituyendo una summa de su pensamiento anterior.
Con la Agudeza y arte de ingenio, Gracián escribe su definitiva estética literaria barroca. Se trata de un tratado de retórica en el que se analizan las figuras literarias dominantes en su época.
Esta obra supone el comentario definitivo acerca del concepto y también una teorización de su propia producción literaria anterior y posterior, y de la de sus contemporáneos. No es una retórica más, pues su análisis del hecho literario parte de los ejemplos extraídos de los textos, que en esta versión se amplían considerablemente, y no de una preceptiva previa.
En esta revisión de su trabajado Arte de ingenio, en gran medida una reedición muy ampliada, incluyó más traducciones castellanas de textos latinos —sobre todo de Marcial—, debidas a Manuel de Salinas. Pero también reorganiza los materiales de 1642 y revisa, corrige y pule el estilo.
Es en este tratado donde aparece la definición que del concepto da Gracián:
No se trata, en puridad, de una obra sobre el conceptismo, tal y como lo concibió Menéndez Pelayo en su Historia de las ideas estéticas en España, pues el concepto en Gracián es la expresión de una semejanza, desde un símil a una metáfora, desde una dilogía hasta la alegoría sostenida. Y estos tropos son utilizados tanto por escritores caracterizados como «conceptistas» como por los denominados «culteranistas». Tan es así que la mayor cantidad de ejemplos (que avalan las figuras que define como conceptos) son traídos de la poesía de Góngora. Además ejemplifica con escritores no solo del barroco español, sino de todos los tiempos. Y de ese modo encuentra conceptos ingeniosos en epigramas de Marcial, sentencias de Séneca, aforismos de Tácito, discursos de Cicerón o exempla de Juan Manuel.
El Comulgatorio se ocupa de la preparación del cristiano para recibir la comunión. Según desvela la portada, el tratado «contiene varias meditaciones para que los que frecuentan la sagrada Comunión puedan prepararse, comulgar y dar gracias». «Meditaciones» es el nombre que el jesuita asigna a los capítulos de este libro, en la línea de obras anteriores, donde se titulaban «primores» (El Héroe), «realces» (El Discreto), «discursos» (Agudeza y arte de ingenio) o «crisi (s)» (El Criticón). El capítulo o meditación primera sirve a la preparación del cristiano para recibir la comunión, el segundo al acto de la comunión propiamente dicha, el tercero a los frutos que se obtienen de recibir el cuerpo de Cristo y el cuarto a dar gracias. Estas meditaciones están divididas en puntos o temas de reflexión y, a su vez, cada punto presenta dos partes separadas tipográficamente por un asterisco.
Con El Comulgatorio Gracián abandona el estudio del ingenio y se dedica al de las emociones, en línea con los escritores espirituales del Siglo de Oro. Es este un libro de carácter religioso, muy distinto de los hasta ahora escritos por el aragonés, tanto en temática como en estilo. Lo publica por primera vez con su verdadero nombre y no con el de su hermano «Lorenzo Gracián» o bajo un anagrama como el «García de Marlones» con el que ve la luz la primera parte de El Criticón. El Comulgatorio es más discursivo y apela a los afectos. Está más cercano a la oratoria sagrada que a la sentenciosa filosofía moral.
En cuanto al género de El Comulgatorio, la crítica se divide entre quienes piensan que es una pieza de oratoria sagrada, es decir, un sermón, y los que sostienen que la obra pertenece al género de los libros de devoción.
Las tres partes del Criticón, publicadas en 1651, 1653 y 1657, constituyen, sin duda, la obra maestra de su autor y es una de las obras cumbres del Siglo de Oro español. Bajo la forma de una extensa novela alegórica de carácter filosófico, esta novela reúne en forma de ficción toda la trayectoria literaria de su autor. El Criticón conjuga la prosa didáctica y moral con la fabulación metafórica, y con ello, cada «crisi» (capítulo), alberga una doble lectura —si no más— en los planos real y filosófico. En ella se unen invención y didactismo, erudición y estilo personal, desengaño y sátira social.
La obra constituye una extensa alegoría de la vida del hombre, representado en sus dos facetas de impulsivo e inexperto (Andrenio) y prudente y experimentado (Critilo). Estos dos personajes simbólicos, persiguiendo la Felicidad (Felisinda, madre para Critilio y esposa para Andrenio), acaban recorriendo todo el mundo conocido persiguiendo el aprendizaje de la virtud que, pese al engaño que ofrece comúnmente el mundo, les llevará a ganar la inmortalidad por sus hechos al llegar la muerte al final de la novela. Es, por tanto, la culminación literaria de la visión filosófica del mundo de Gracián, donde prima el desengaño vital y el pesimismo, si bien la persona cabal consigue elevarse sobre este mundo de malicia.
La obra podría verse, desde el punto de vista del género empleado, como una gran epopeya moral: fábula menipea la llamó Fernando Lázaro Carreter. Además se ha relacionado con la novela bizantina por la multitud de peripecias y aventuras que sufren los personajes y con la novela picaresca por la visión satírica que de la sociedad se muestra a lo largo del peregrinaje de sus protagonistas Critilo y Andrenio.
Aunque El Criticón se plantea inicialmente como una novela bizantina, en la que los dos peregrinos tienen como fin la búsqueda de Felisinda, pronto se descubre esto como un imposible, y con ello la estructura de la novela se conforma como una serie de episodios ensartados, al modo de la novela itinerante habitual de la picaresca. Tras este desengaño, el verdadero objetivo de nuestros protagonistas es alcanzar la virtud y la sabiduría. Pronto se abandona, con ello, una tenue intriga para demorarse en sucesivos cuadros alegóricos que dan cauce a la reflexión filosófica partiendo de una óptica satírica del mundo.
En cuanto a la estructura externa, El Criticón apareció, como dijimos, en tres entregas. En la Primera parte, subtitulada «En la primavera de la niñez y en el estío de la juventud», los protagonistas se encuentran en la isla de Santa Elena, se cuentan las peripecias vitales que les han llevado allí y emprenden el viaje a España, comenzando por la Corte. La Segunda parte, que aparece con el epígrafe de «Juiciosa cortesana filosofía en el otoño de la varonil edad», transcurre por tierras de Aragón y Francia. En la Tercera Parte, titulada más llanamente «En el invierno de la vejez», entran por tierras de Alemania y acaban en la meca del peregrino cristiano, Roma, para ser anunciados a la muerte y llegar a la inmortalidad cruzando las aguas de tinta de la fama. Los tres tomos ofrecen un equilibrio estructural en lo externo muy notable. Las dos primeras partes constan de trece «crisis» cada una y la tercera tiene doce.
El tiempo del relato se configura a través de un eje cronológico marcado por el ciclo vital del hombre y asociado a las estaciones del año, tal y como aparece esbozado en el último capítulo de El Discreto. El tiempo de la ficción novelesca progresa de manera lineal, pero recorrido por constantes digresiones e interrupciones. En estos remansos se da cuenta de todo un mundo alegórico y supone una detención del tiempo, muy adecuada a la generalización filosófica y moral.
Parece seguro que había un plan de la obra preconcebido en El Criticón, lo que se observa en el hecho de que el arranque y desenlace de la obra suceden en una isla, según apuntó Klaus Heger.antítesis. Esta se hace presente ya en los dos protagonistas medulares, Andrenio-Critilo, y recorre toda la obra, desde los distintos comportamientos que ante determinadas situaciones tienen cada uno de los protagonistas, hasta la abundancia de periodos bimembres en frases e incluso en la figura literaria de la anfibología. Por otro lado, si nos atenemos a los temas que recorren la obra, encontramos una recurrente antinomia entre el engaño y el desengaño, eje temático que estructura toda la narración.
La misma tesis recoge Ricardo Senabre, que señala también la existencia de principios estructurales basados sobre todo en laEn fin, Correa Calderón, considera que El Criticón no es sino una serie de cuadros alegóricos yuxtapuestos, constituidos a modo de fantasías morales, y enlazados tan solo por la andadura de sus dos protagonistas, como ocurre en los libros satíricos de la época. Así lo hacían obras tal El Diablo Cojuelo, de Luis Vélez de Guevara, que adoptaba una estructura de pequeños módulos alegóricos independientes, como son los ensartados en el hilo del camino de los dos peregrinos de Gracián.
El autor exhibe constantemente una técnica perspectivista que desdobla la visión de las cosas según los criterios o puntos de vista de cada uno de los personajes, pero de forma antitética, y no plural como en Cervantes. La novela refleja, con todo, una visión pesimista de la sociedad, con la que se identificó uno de sus mejores lectores, el filósofo alemán del XIX Arthur Schopenhauer. Se trata de una mirada amarga y desolada, aunque su pesimismo alberga una esperanza en los dos virtuosos protagonistas, que consiguen escapar a la mediocridad reinante alcanzando la fama eterna.
Se conservan 32 cartas completas de Gracián, dirigidas a Vincencio Juan de Lastanosa, Andrés de Uztarroz, Manuel de Salinas, o el tortosino Francisco de la Torre Sevil. También conservamos epístolas dirigidas a sus superiores y compañeros jesuitas.
Importan sobre todo las enviadas a un jesuita de Madrid en 1646,jubileo a los soldados en la misma línea del frente, como un combatiente más.
en las que se refiere a la batalla de Lérida, donde se muestra orgulloso de su valerosa intervención. Nos cuenta cómo muchos capellanes cayeron enfermos o prisioneros, y cómo hubo de multiplicar su trabajo para absolver y dar elEn estas cartas, además de obtener jugosos datos sobre su biografía, se muestra escritor en un estilo natural, que dista mucho del que él mismo se forjó para vehicular su obra literaria. En cambio, las aprobaciones y prólogos citados, escritos en su peculiar estilo conceptista, no tienen tanto interés, pues además hay que tener en cuenta su tono laudatorio y obligado formulismo.
El estilo de Baltasar Gracián, el generalmente llamado «conceptismo», se caracteriza por la elipsis y la concentración de un máximo de significado en un mínimo de forma, procedimiento que Gracián lleva a su extremo en el Oráculo manual y arte de prudencia, compuesto íntegramente de casi tres centenas de máximas comentadas. En ellas se juega constantemente con las palabras y cada frase se convierte en un acertijo por obra de los más diversos mecanismos de la retórica.
Si los manieristas, como Herrera o Góngora, tuvieron por modelo el estilo oratorio de Virgilio y Cicerón, Gracián —barroco— adopta el estilo lacónico de Tácito, Séneca y Marcial, su paisano. Ello no significa, sin embargo, que el suyo sea un estilo llano, al modo de Cervantes. La dificultad es patrimonio tanto de cultistas gongorinos como de conceptistas. La diferencia estriba en que el esfuerzo de comprensión del lector de estos últimos exige descifrar los múltiples significados ocultos tras cada expresión lingüística. La concisión sintáctica, además, obliga frecuentemente a suponer elementos elididos, ya sean palabras con significado léxico o conectores lógicos.
La prosa de Gracián está conformada por oraciones independientes y breves separadas por signos de puntuación (coma, punto y punto y coma) y no por nexos de subordinación. Predomina, pues, la yuxtaposición y la coordinación. La escasa presencia de oraciones subordinadas en periodos complejos, lejos de facilitar la comprensión, la hace ardua, se hace necesario suplir la lógica de las relaciones entre las sentencias, deduciéndola del sentido, de la idea que se expresa, lo que no siempre es fácil. La profundidad de Gracián, pues, está en el concepto y en la elusión, no en la sintaxis.
La concisión expresiva se manifiesta en la frecuente deixis de elementos con función anafórica que aparecen sobreentendidos por el contexto lingüístico que lo antecede o porque (como en el caso frecuente de los nexos) la relación lógica se da por supuesta y delegada a la inteligencia del lector. De modo que es habitual la elipsis del verbo «ser», como se aprecia en su conocida máxima «Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y aun lo malo, si poco, no tan malo» (Oráculo..., 105.), que además es una declaración de intenciones que se puede aplicar al laconismo de su elocución. Muy frecuente es, con este mismo objetivo, la utilización del zeugma. También se da la elipsis del sustantivo. Aquí vemos un ejemplo de sustantivo omitido en zeugma: «Dieron luego conmigo en un calabozo cargándome de hierros, que este fue el fruto de los míos» (mis yerros —de errar—, se entiende: El Criticón, 1.ª parte, crisi IV).
La riqueza semántica, casi siempre polisémica, ofrece en Gracián la mayor intensidad que se había dado hasta entonces en la literatura española. Nunca bastará con el principal significado denotativo, sino que se han de buscar todas las acepciones simultáneas. La dilogía, la ambivalencia semántica, los dobles y hasta triples sentidos son constantes en el quehacer de Gracián. No para crear ambigüedad, sino para ofrecer todas las posibilidades de conocimiento y percepción del mundo. La doble interpretación en el plano real y el alegórico o filosófico es lo que confiere una densidad extraordinaria a su obra. Y esto sucede tanto a nivel morfológico o léxico como oracional y textual. Así, ejemplos de dobles sentidos frecuentes en él son «río» (de ‘reír’ y ‘corriente de agua’) o «yerro» (‘metal’ y ‘error’).
En la lengua de Gracián domina el verbo y el sustantivo, en contraposición al escaso uso del epíteto, pues «el estilo lacónico los tiene desterrados en primera ley de atender a la intensión, no a la extensión» (Agudeza y arte de ingenio, discurso LX). Muchas de sus sentencias, preferentemente en el Oráculo manual y arte de prudencia, comienzan con un verbo, a veces precedido de la partícula negativa. En muchas ocasiones el verbo se convierte en el eje de la frase.
Por otro lado Gracián usa constantemente la antítesis, el contraste, la paradoja, reforzándolos en sintagmas y oraciones de estructura bimembre, que se oponen entre sí. Esta simetría conduce a un ritmo ágil, una prosa binaria, semejante a la utilizada por fray Antonio de Guevara en el siglo XVI. Destaca cómo construye oposiciones con el uso de la paronomasia, como se observa en los dobletes cielo-cieno, tálamo-túmulo, joyas-hoyas, vestal-bestial o gusto-gasto. El mismo retruécano sirve a menudo a la expresión del contraste: el hombre «no come ya para vivir, sino que vive para comer» (Criticón, I, X); los españoles «tienen tales virtudes como si no tuviesen vicios, y tienen tales vicios como si no tuviesen virtudes» (Criticón, II, III); «así que de todo hay en el mundo: unos que siendo viejos quieren parecer mozos, y otros que siendo mozos quieren parecer viejos.» (Criticón, III, I).
Otro rasgo estilístico de la prosa de Gracián es la búsqueda de la precisión léxica, para la que en muchas ocasiones se recurre al neologismo de creación. Y en este terreno, es donde aparece el sustantivo, la verdadera piedra de toque del estilo de Gracián, en detrimento de adjetivos, adverbios y nexos de subordinación. Así aparecen términos como «conreyes», «descomido», «desañar», «despenado» o «reconsejo», nuevos en el acervo del léxico español.
Otras veces recurre a acepciones caídas en desuso y que él pone en primer plano (plausible=admirable, plático=práctico, brujulear=sondear el carácter, sindéresis=capacidad natural para el juicio correcto, etc.) o a cultismos traídos de nuevo a enriquecer el idioma, como «crisis» (estimación, juicio), «especiosidad» (perfección), «delecto» (capacidad de discernimiento), «deprecar» (pedir con insistencia), «exprimir» (expresar), «convicio» (ofensa), «intensión» (efectividad). Otras veces trae a colación nombres propios para crear vocablos comunes: «su minerva» (su inteligencia o sabiduría). Por último encontramos aragonesismos que concurren a aumentar el caudal del vocabulario español: «podrecer» (pudrir), «defecarse» (decantarse el vino de impurezas, y por extensión, lustrarse, perfeccionarse), entre otros.
Es muy característica la polisemia etimológica o falsamente etimológica en el nombre, a partir de peregrinas etimologías inventadas por él. Así, de Dios dirá «que del dar (...) tomó el Señor su Santísimo y Augustísimo remombre de Dí-os en nuestra lengua española» . En el mismo lugar (Agudeza..., XXXII), nos aporta otro caso similar: «Ponderaba un varón grave y severo el tiempo que roban en España las comedias, y las llamaba come-día y come-días.» . Otras veces utiliza procedimientos de derivación y composición para crear neologismos nominales insólitos, como «espantaignorantes», «arrapaltares», «marivenido», llegando a extremos de monstruosidad lingüística, en casos como los de «serpihombre» o «monstrimujer». El proceso inverso a la composición se da también en ejemplos como «casa y miento» (perversa interpretación de las raíces léxicas de ‘casamiento’), o «cumplo y miento» (de ‘cumplimiento’).
Conocido es su uso de máximas de tradición grecolatina y humanística y también del refranero popular, pero siempre llevándolas unas y otro a su terreno, reinterpretando su sentido o acomodándolo a los tiempos y, en el caso de los dichos del folclore paremiológico, tergiversando su enunciación y manipulándolo a su gusto. Así, a la dificultad y concisión de su estilo le cuadra una de sus más acertadas manipulaciones del acervo común: su frase «A pocas palabras, buen entendedor», que otorga un sentido radicalmente distinto al proverbio popular, pues justifica su estilo elíptico por la inteligencia de los lectores que han de acercarse a la obra de Gracián.
La prosa de Gracián no es producto de la espontaneidad, pues el estudio del autógrafo de El Héroe realizado por Romera-NavarroLastanosa, debido indudablemente a su pluma— «A los lectores» de El Discreto:
demuestra que corregía y pulía constantemente su estilo. Elabora la forma tanto como cuida el contenido ideológico, lo que muestra su clara conciencia de escritor. La búsqueda de la originalidad y el rechazo del lenguaje manido hacen del suyo un arte minoritario, distinguido y elevado; pues como dice en el prólogo —aunque a nombre de
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