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Emma Zunz



Emma Zunz es el título de un cuento escrito por el escritor argentino Jorge Luis Borges. Se publicó por primera vez en 1948, en la revista Sur, y un año más tarde se incluyó en el libro de relatos cortos El Aleph.

La historia se sitúa a comienzos del año 1922. Emma Zunz, trabajadora de una fábrica de tejidos, recibe una carta en la que se le comunica la muerte de su padre por sobredosis de barbitúricos. Conmocionada, la chica se propone vengarse de quien ella considera el verdadero culpable del suicidio de su padre: su actual jefe, Aarón Loewenthal. Seis años antes, siendo Loewenthal gerente de la fábrica, se había producido un desfalco del que se acusó al padre de Emma, el cajero de la empresa Emmanuel Zunz; a resultas de aquel suceso, el señor Zunz tuvo que huir a Brasil mientras que el gerente pasó a ser copropietario de la compañía.

La noche de la noticia, Emma la pasa en vela concretando los detalles del plan. Deja transcurrir el día siguiente, en que se cita con sus amigas y finge normalidad, que en ella es rehuir la sola idea de relacionarse con hombres. Es dos días después cuando empieza a actuar: tras destruir la carta, único indicio que podría convertirla en sospechosa, llama por teléfono a Loewenthal para decirle que tiene información sobre la huelga que se está preparando entre la plantilla y que esa misma noche, aprovechando la oscuridad y que las instalaciones estarán desiertas, se pasará por el despacho para desvelársela.

Una vez concertada la entrevista, el siguiente paso es dejar en su cuerpo rastros de contacto sexual, y para ello merodea por los tugurios del puerto haciéndose pasar por prostituta; busca un marinero vulgar, que tenga que zarpar pronto y que no conozca el idioma:

Mientras Emma consuma este acto de aparente sexo mercenario, no puede dejar de pensar en que «su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían»...

Tras asearse apresuradamente, toma un autobús y se dirige a la fábrica. Una vez allí, franquea la verja que el dueño ha dejado entornada y sortea al perro, que ahora está atado. Desde la ventana del piso superior donde reside, Loewenthal sigue atentamente la escena: está impaciente por escuchar el «informe confidencial» de la «obrera Zunz».

Durante la entrevista, fingiendo nerviosismo mientras revela los nombres de algunas compañeras, la supuesta delatora pide un vaso de agua. Loewenthal se ausenta unos segundos y Emma aprovecha para buscar en los cajones el famoso revólver del que todo el mundo en la fábrica ha oído hablar. Cuando el patrón vuelve al despacho, recibe dos disparos y muere.

Solo dos personas saben lo que ha sucedido, y una de ellas está muerta. Ante la policía, Emma Zunz declarará sin titubeos la versión que tantas veces había ensayado: «El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté…».

Aquí termina la narración de los hechos. Sin embargo, ante el lector, la credibilidad de la historia de la protagonista, y la del relato en sí mismo, queda en entredicho en el párrafo final, que enigmáticamente cuestiona «las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios».

Tanto la idea que inspiró el cuento como el impulso para llevarlo adelante se los dio a Borges la que entonces era su novia, Cecilia Ingenieros.[1][2]​ Paradójicamente, el escritor siempre se mantuvo distante respecto al resultado final: en el epílogo de El aleph, él mismo tacha su ejecución de «temerosa»; de hecho, según cuenta Adolfo Bioy Casares en sus diarios, llegó a confesar: «Si todas mis obras desaparecieran y solo quedara Emma Zunz, nada mío habría quedado».[3]

En Emma Zunz el autor argentino se aleja significativamente de los temas y de la estructura narrativa habituales en él: «el mundo de las orillas, los cuentos de compadritos, de duelos, (...) la biblioteca infinita, el laberinto, la cábala»[4]​ o el lunfardo, para adentrarse en una forma de contar más directa, aparentemente más ajustada a los cánones convencionales del cuento policíaco.

En el tono general del relato, el punto de vista adoptado es el de un narrador omnisciente que, desde su posición de observador neutro, conoce tanto la interioridad de los personajes como los acontecimientos externos, de los que detalla fecha y hora, aunque a veces duda: «Quizá rehuía la profana incredulidad; quizá creía que el secreto era un vínculo entre ella y el ausente»; «Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos». Desde el punto de vista de la escritura, las formas verbales utilizadas corresponden a las de la tercera persona del singular.

Sin embargo, en algún pasaje, de manera un tanto inesperada para el lector, este narrador parece involucrarse en los hechos y pasa a utilizar la primera persona gramatical. Su actitud en estos casos vuelve a ser de cierta inseguridad y vacila entre el yo explícito («yo tengo para mí que pensó una vez») y el nosotros («nos consta que esa tarde fue al puerto»).

Según Edna Aizenberg, reconocida hispanista especialista en estudios borgianos, el personaje de Emma Zunz apenas podría ser comprendido sin recurrir al lenguaje del misticismo judío.[5][6][7][8]

A juzgar por el sistema onomástico escogido por el autor, casi todos los personajes de Emma Zunz pertenecen de alguna manera a la comunidad germanojudía inmigrante en Argentina; a este patrón responden los apellidos del trío protagonista, las amigas de Emma (las hermanas Kronfuss), el socio de su jefe (Tarbuch) y su esposa, ya fallecida (Gauss), e incluso la identidad falsa del padre (Maier), que significa «aquel del que emana la luz» (the one who radiates light).

Por su parte, los nombres de pila parecen tener más bien resonancias religiosas:

Para Aedo, este sistema en conjunto obedece a la intención del escritor de trazar un complejo entramado de semejanzas y oposiciones, un juego de máscaras y duplicidades.[9]

Sobre este cuento se han realizado varias películas:



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