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Envidia



La envidia es un sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro, sea en bienes, cualidades superiores u otra clase de cosas tangibles e intangibles.[1][2]​ La RAE la ha definido como tristeza o pesar del bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee.[3]

La Envidia es considerado por la Iglesia católica como un pecado capital porque genera otros pecados; el término "capital" no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados y rompe con el amor al prójimo que proclama Jesús.[4]

San Gregorio Magno (*ca. 540 en Roma – †12 de marzo de 604), fue el sexagésimo cuarto Papa de la Iglesia católica; fue quien seleccionó los siete pecados capitales, y se mantuvo por la mayoría de los teólogos de la Edad Media.[4]

Para Santo Tomás de Aquino, la envidia es "tristeza del bien de otro".[4]

Dante Alighieri en el poema de El Purgatorio, define la envidia como "Amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos." El castigo para los envidiosos es el de cerrar sus ojos y coserlos con alambres de hierro, porque habían recibido placer al ver a otros caer.[4]​ En la Edad Media el famoso cazador de brujas, el cardenal Peter Binsfeld le atribuyó a la envidia el demonio llamado Leviatán, un demonio marino y que era solo controlado por Dios.

En el ámbito del psicoanálisis la envidia es definida como un sentimiento experimentado por aquel que desea intensamente algo poseído por otro. [cita requerida] La envidia daña la capacidad de gozar y de apreciar lo que posee uno mismo. Es el factor más importante del socavamiento de los sentimientos de amor, ternura o gratitud.[cita requerida] La envidia es un sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseado por el individuo envidioso, quien tiene el impulso de quitárselo o dañarlo. A diferencia de los celos, que comprenden un vínculo de por lo menos tres personas, la envidia se da de a dos. La persona envidiosa es insaciable porque su envidia proviene de su interior y por eso nunca puede quedar satisfecha, ya que siempre encontrará otro en quien centrarse.[5]

Según refieren los investigadores en psicología evolucionista David M. Buss y Sara E. Gil, la Envidia tiene un fundamento evolucionista ya que posibilita comprender el lugar en donde la persona se encuentra para contrarrestarlo.[4]

De este modo, la envidia, según la psicología evolucionista, sería una emoción que nos motiva a mejorar, y de ahí su lógica en el mejoramiento de la evolución.[4]​ Así se entiende que la comparación social juega un papel fundamental en la manera en que nos percibimos a nosotros mismos.[4]

Bertrand Russell sostenía que la envidia es una de las más potentes causas de infelicidad.[4]​ Siendo universal es el más desafortunado aspecto de la naturaleza humana, porque aquel que envidia no solo sucumbe a la infelicidad que le produce su envidia, sino que además alimenta el deseo de producir el mal a otros.

José Antonio Marina sostiene cierta nomenclatura afectiva en su obra "El laberinto sentimental", en la que divide los fenómenos afectivos en: afecto, sensaciones de dolor placer, deseos y sentimientos, subdividiendo éstos en cuatro grupos según su intensidad como: estados sentimentales, emociones y pasiones. Este último grupo, las pasiones, son definidas como "sentimientos intensos, vehementes, tendenciales, con un influjo poderoso sobre el individuo". Sería en este grupo en el que la envidia quedaría configurada.

La envidia ha sido frecuentemente tema y ha inspirado relatos literarios como el de Caín y Abel que aparece en el Génesis de la Biblia. Este relato, en realidad, ejemplifica la rivalidad y conflictos históricos entre los sistemas de vida nómadas y sedentarios de pastores y agricultores que se han desarrollado a lo largo de la historia.

El escritor de la generación del 98, Miguel de Unamuno afirmaba que era el rasgo de carácter más propio de los españoles, "íntima gangrena española", y para ejemplificarlo escribió su novela Abel Sánchez, en que el verdadero protagonista, que significativamente no da título a la obra, ansioso de hacer el bien por la humanidad, solo recibe desprecio y falta de afecto por ello, mientras que el falso protagonista, que sí da título a la obra, recibe todo tipo de recompensas y afecto por lo que no ha hecho. Jorge Luis Borges coincidía en ello: "Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: es envidiable". Cervantes, en sus consejos a Sancho, la llama "raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes". Para Francisco de Quevedo, es un pecado especialmente inútil y que no da satisfacción alguna: "Muerde y no come". Camilo José Cela, por otra parte, escribió que "el español (...) arde en el fuego de la envidia como el anglosajón (...) se quema en la hoguera de la hipocresía y el francés se consume (...) en la llama de la avaricia".[6]

Los griegos habían divinizado la envidia porque en su lengua phlohnos es masculino. Los romanos la hicieron diosa e hija de la noche.[cita requerida] La comparaban a la anguila pues estaban en la creencia que este pez tiene envidia a los delfines. Su nombre Envidia significa el que no ve con buen ojo. Los griegos le daban también el nombre de mal ojo y para librar a sus hijos de las influencias de este genio, tomaban con el dedo el cieno que había en el fondo de los baños y señalaban sus tiernas frentes.[cita requerida]

Esta superstición permanece aún entre los griegos modernos, los cuales temen la Envidia o mal ojo. [cita requerida]Se representa esta deidad bajo la forma de un viejo espectro femenino con la cabeza ceñida de culebras, los ojos fieros y hundidos, el color lívido, una flaqueza horrible, con las serpientes en las manos y otra que le roe el seno. Algunas veces se pone a su lado una hidra de siete cabezas. La Envidia es un monstruo que el más brillante mérito no puede ahogar.

Se la pinta también despedazando un corazón y con un perro a su lado. Uno de los principales empleos de la Envidia era el servir de guía a la Calumnia. De este modo la ha pintado Apeles. Rubens la pintó en Londres y en uno de los cuadros de Luxemburgo bajo la figura de una mujer muy flaca y de una palidez extrema. Poussin ha pintado este monstruo mordiéndose el brazo y sacudiendo las serpientes que rodean su cabeza. El tiempo que levanta la verdad abatida, arroja por tierra la Envidia.

Ha sido pintada, también por Jean Jouvenet en Rennes, en el cuarto del consejo del parlamento y por Francisco le Moine en Versalles, en el cuadro de La divinización de Hércules, en el cual se ve aterrada bajo la carroza del semidiós. [7]



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