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Tomás de Aquino



Santo Tomás de Aquino (en italiano, Tommaso d'Aquino; Roccasecca,[1]1224/1225 - Abadía de Fossanova, 7 de marzo de 1274) fue un presbítero, fraile, teólogo y filósofo católico perteneciente a la Orden de Predicadores, es considerado el principal representante de la enseñanza escolástica[2]​ y una de las mayores figuras de la teología sistemática.[3]​ En materia de metafísica, su obra representa una de las fuentes más citadas del siglo XIII, además de ser punto de referencia de las escuelas del pensamiento tomista y neotomista. La Iglesia católica lo nombra Doctor Angélico, Doctor Común y Doctor de la Humanidad y considera su obra fundamental para los estudios de filosofía y teología. Fue el principal defensor clásico de la teología natural. Sus comentarios sobre las obras de Aristóteles lo lanzaron a la popularidad, la recepción de su obra favoreció la compatibilidad entre el pensamiento aristotélico y la fe católica. Asimismo, recibió influencias del platonismo de Agustín de Hipona, y del aristotelismo de Averroes y de Maimónides, a quienes tomaba como autoridades. Sus obras más conocidas son la Summa theologiae, un compendio de la doctrina católica en la cual trata 495 cuestiones divididas en artículos (aquí se encuentran sus cinco vías), y la Summa contra gentiles, compendio de apología filosófica de la fe católica, que consta de 410 capítulos agrupados en cuatro libros, redactado a petición de Raimundo de Peñafort.

A Tomás se le debe el rescate y reinterpretación de la metafísica y una obra de teología monumental,[3][4][5][6]​ así como una teoría del Derecho que sería muy consultada posteriormente.[7]Canonizado en 1323, fue declarado Doctor de la Iglesia en 1567 y santo patrón de las universidades y centros de estudio católicos en 1880. Su festividad se celebra el 28 de enero. En palabras del filósofo inglés Anthony Kenny, Santo Tomás de Aquino es considerado "uno de los más grandes filósofos del mundo occidental".[8]

Tomás de Aquino nació en 1224 o 1225 en el castillo de Roccasecca, cerca de Aquino, en el seno de una numerosa y noble familia de ascendencia germana.[9][1]​ Su padre, Landolfo, descendiente de los condes de Aquino, estaba emparentado con el emperador Federico II. Su madre, Teodora, era hija de los condes de Taete y Chieti. Fue Tomás el menor de nueve hermanos. Según una leyenda, Bonus, un santo ermitaño, predijo a Teodora que su hijo se ordenaría dominico y llegaría a alcanzar la santidad.[10][11][12]

Cumplidos los cinco años, Tomás recibió sus primeras enseñanzas en la abadía de Montecasino, de la que un tío suyo era abad. Sus biógrafos Guillermo de Tocco, Bernardo Guido y Pedro Calo destacan su singular y temprana devoción señalando que desde bebé, se aferraba fuertemente a un papiro que tenía escrito el Ave María.[13]​ Comenzó entonces su aprendizaje de gramática, moral, música y religión hasta que en 1239 el emperador Federico II decretara la expulsión de los monjes. Entonces, el joven Tomás continuó su educación en la Universidad de Nápoles donde el estudio de las artes liberales, el currículo educativo de la época, lo puso en contacto con los principios de la lógica aristotélica. En 1244, a la edad de diecinueve años, Tomás decidió unirse a la recién fundada Orden dominica gracias a la amistad que había trabado con el Maestro General Juan de Wildeshausen, por cuya vida austera e intelectual se sentía atraído desde haberlo conocido anteriormente en un convento de Nápoles.[14]

La decisión contrarió a su familia, que había planificado que Tomás sucediera a su tío al frente de la abadía de Montecasino.[14]​ Enterados de que Tomás se dirigiría a Roma para iniciarse en los estudios del noviciado, sus hermanos lo secuestraron y retuvieron durante más de un año en los castillos familiares de Monte San Giovanni y Roccasecca en un intento de evitar que asumiera el hábito dominico y para obligarlo a renunciar a su nueva aspiración. Pasó este tiempo de prueba dando clases particulares a sus hermanas y comunicándose con miembros de la Orden Dominica.[15]​ Los familiares se desesperaron por disuadir a Tomás, que seguía decidido a unirse a los dominicos. En un momento, dos de sus hermanos recurrieron a la medida de contratar a una prostituta para seducirlo. Según la leyenda, Tomás la alejó empuñando un hierro de fuego y dos ángeles se le aparecieron mientras dormía y fortaleció su determinación de permanecer célibe. Al ver que todos sus intentos de disuadir a Tomás habían fracasado, Teodora buscó salvar la dignidad de la familia haciendo que Tomás escapara por la ventana durante la noche.[16]

Logró huir del castillo y se trasladó a París para alejarse de su familia. El Aquinate sorprendió a los frailes cuando vieron que se había dedicado a leer y memorizar la Biblia y las Sententias de Pedro Lombardo, incluso había comentado un apartado de las Refutaciones sofísticas de Aristóteles que eran las referencias para los estudios de la época.

La Universidad de París era ideal para las aspiraciones del joven Tomás por su marcada predisposición al Trivium (ya tradicional en París) y por sus escuelas de teología. Tuvo por maestros más destacados a Alejandro de Hales y a Alberto Magno, ambos acogedores de la doctrina aristotélica (especialmente el segundo). Entre sus compañeros estaba Buenaventura de Fidanza con quien mantuvo una singular relación de amistad, aunque también de cierta polémica intelectual. Antes de que Tomás acabara los estudios, Alberto Magno, sorprendido por el entendimiento de su alumno napolitano, le encarga un Acto escolástico, y a sus fortísimos argumentos el alumno responde con perfecta distinción, deshaciendo el discurso de su maestro y futuro Doctor de la Iglesia, el cual dijo a la asamblea:

Alberto Magno, seguro del potencial del novicio, se lo llevó consigo a Colonia, para enseñarle y estudiar profundamente las obras de Aristóteles, que ambos habrían de defender posteriormente. En esa época Tomás fue ordenado sacerdote. Tomás volvería a París en 1252 para continuar sus estudios, pero encontraría una fuerte oposición a las Órdenes mendicantes, liderada por los profesores seculares, que perseguían el abandono de la Universidad, en señal de protesta contra el encarcelamiento de alumnos delincuentes. Pero el objeto último de su ira eran los maestros mendicantes: su singular pobreza, constancia y hábito de estudio llenaba sus clases de alumnos (véase el caso de Alberto Magno) y ponía en evidencia a los seculares.

El punto álgido de aquel enfrentamiento, que llegó a amenazar la vida de los mendicantes, llegó cuando el doctor Guillermo de Saint-Amour publicó sus tratados, Libro del anticristo y sus ministros y Contra los peligros de los novísimos tiempos. Tomás escribió en octubre de 1256, unos meses más tarde del segundo panfleto de Saint-Amour, Contra los que impugnan el culto divino y, el papa Alejandro IV, ese mismo mes, excomulgaría a Saint-Amour, prohibiéndole la enseñanza y los sacramentos. El joven napolitano contaría, a raíz de su respuesta a Saint-Amour, con la confianza papal en cuestiones teológicas, y se le asignó la revisión del Libro introductorio al Evangelio eterno, de influencias joaquinistas.

Tras aquella destacada actuación se le concedió el doctorado a la excepcional edad de 31 años, por lo cual, en 1256 ejerce como maestro de Teología en la Universidad de París. Allí escribe varios opúsculos de gran profundidad metafísica, como De ente et essentia y su primera Summa o compendio de saber: el Scriptum super Sententias. Además, goza del puesto de consejero personal del Rey Luis IX de Francia.

En junio de 1259, Tomás es llamado a Valenciennes, junto con Alberto Magno y Pedro de Tarentaise (futuro papa Inocencio V), para organizar los estudios de la Orden, aprovechando que tenía que trasladarse a su Italia natal. Estuvo durante un periodo de diez años enseñando en Nápoles, Orvieto, Roma y Viterbo. En esta época, Tomás termina la Summa contra gentiles, que sería la guía de apología de la Orden en España, encarga la traducción de numerosas obras de Aristóteles a su amigo erudito Guillermo de Moerbeke, para evitar ciertos errores de interpretación cometidos por los árabes, y comienza la redacción de la Summa Theologiae. Es menester señalar que el papa Urbano IV lo nombró consejero personal, y que le encargó la Catena aurea (Comentario a los cuatro Evangelios), el Oficio y misa propia del Corpus Christi y la revisión del libro Sobre la fe en la Santísima Trinidad, atribuido al obispo Nicolás de Durazzo.

El Aquinate fue enviado de vuelta a París, debido a la gran oposición que se había alzado en contra de su figura y doctrina. Esta época, por ser la última, es la más madura y fecunda del Aquinate pues se enfrentaría a tres brazos del pensamiento: los idealistas agustinistas, encabezados por Juan Peckham, los seculares antimendicantes, dirigidos por Gerardo de Abbeville y, por último los averroístas, cuya figura visible era Sigerio de Brabante. Tomás ya había asumido públicamente numerosas ideas aristotélicas y completó las Exposiciones de las más destacadas obras de Aristóteles, del Evangelio de Juan y de las Cartas de Pablo el apóstol. Por otro lado, escribe sus famosas cuestiones disputadas de ética y algunos opúsculos en respuesta a Juan Peckham y Nicolás de Lisieux, al tiempo que terminaba la segunda parte de la Summa Theologiae.

Pero su gran lucha vino contra los averroístas: Sigerio de Brabante, máxima figura de la Facultad de Artes, había manifestado en sus clases (no en sus obras, de lógica y física, como el Sophisma y su comentario a la Física de Aristóteles) que el hombre no tenía naturaleza espiritual por lo que la razón podía contradecir la fe sin dejar ambas de ser verdaderas. Tomás, líder indiscutible de la Facultad de Teología, respondería ese mismo año con su De unitate intellectus contra averroistas terminando dicho opúsculo con esta declaración:

Tras este desafío singular se dice, pues no consta entre sus biógrafos, que ambos se enfrentaron públicamente[17]​ y no sería descabellado, ya que Tomás había disputado con, por ejemplo, Peckham ante la universidad[18]​ pero lo históricamente válido es que Tomás salió ampliamente victorioso tras la publicación del opúsculo, ya que, en primer lugar, Siger se retractó de muchas cuestiones en su De anima intellectiva, y en segundo lugar, el obispo de París, Esteban Tempier condenaría a los pocos meses hasta trece cuestiones esenciales del averroísmo, lo que provocó una gran huelga en la Facultad de Artes.

Terminada su labor en Francia, se le encargó la fundación de un nuevo capítulo provincial en Nápoles. Antes de ello, Tomás visitó a su familia y a sus amigos, el cardenal Anibaldo degli Anibaldi y el abad de Montecassino Bernard Ayglier.

En Nápoles debe destacarse que fue recibido como un rey, así como la numerosa correspondencia que mantuvo, respondiendo dudas al mismo Bernard Ayglier entre muchos otros. Sin embargo, tan pronto comenzó la tercera parte de la Summa Theologiae tuvo una singular experiencia mística (ya las había tenido antes, está bien documentado[19]​) tras la cual se le haría imposible escribir:

No obstante, accedió a la invitación del papa Gregorio X de asistir al Concilio de Lyon II. Sin embargo, enfermó repentinamente y tuvieron que acogerle en la abadía de Fossanova. Tomás murió haciendo una enérgica profesión de fe el 7 de marzo de 1274, cerca de Terracina. Posteriormente, el 28 de enero de 1369, sus restos mortales fueron trasladados a Tolosa de Languedoc, fecha en la que la Iglesia católica lo celebra.

La importancia y la gravitación política de Tomás de Aquino fue de tal magnitud, que aun existen dudas acerca de la causa de su muerte. Ciertamente, se ha escrito sobre un posible envenenamiento por orden del rey de Sicilia, Carlos de Anjou, según una afirmación sostenida por Dante Alighieri en el Purgatorio de la Divina Comedia,[20]epopeya escrita entre 1304 y 1321.

Después de su muerte, algunas tesis de Tomás de Aquino, confundidas entre las averroístas, fueron incluidas en una lista de 219 tesis condenadas por el obispo de París, Étienne Tempier, en la Universidad de París en 1277. A pesar de ello, tras varias profecías y milagros[21]​ documentados con numerosos testimonios, Tomás de Aquino fue canonizado casi a los 50 años de su muerte, el 18 de enero de 1323. Las condenas de 1277 fueron inmediatamente levantadas en lo que respecta a Tomás de Aquino el 14 de febrero de 1325.

Tomás de Aquino es uno de los intelectuales más profundos, sistemáticos y fecundos de la Historia.

La obra escrita de Tomás de Aquino es inmensa teniendo en cuenta que murió con cuarenta y nueve años y considerando que al mismo tiempo llegaría a recorrer unos 10 000 kilómetros en viajes a pie, se comprende que su obra sea calificada por algunos como una hazaña inigualable.[22]Josef Pieper comentaba:

Sus obras más extensas, y generalmente consideradas más importantes y sistemáticas, son sus tres síntesis teológicas o Summas: Summa Theologiae, Summa contra Gentiles y su Scriptum super Sententias. Aunque el interés y la temática principal siempre es teológico, su obra abarca igualmente comentarios de obras filosóficas, polémicas o litúrgicas. Resulta especialmente conocido por ser uno de los principales introductores de la filosofía de Aristóteles en la corriente escolástica del siglo XIII y por representar su obra una síntesis entre el pensamiento cristiano y el espíritu crítico del pensamiento aristotélico. A lo largo de la historia se le han atribuido obras espurias, que con el paso del tiempo han dejado de ser consideradas de su autoría. Así, sus obras se encuentran divididas en:

Tomás, como máximo exponente de la figura de Aristóteles, tiene en el ser el punto de partida de su esquema del pensamiento. Umberto Eco expresa que "Tomás no aristoteliza el cristianismo, sino que cristianiza a Aristóteles".[24]​ El Aquinate comienza su ciencia en el ente, que se define como lo que está siendo. Ahí introduce su innovadora distinción entre esencia y existencia. Ya que podemos actualizar interiormente la esencia de un objeto (su figura, sus límites), independientemente de que exista, de que tenga realidad propia, contenido propio, hay que concluir que ambos son principios diferentes. Tomás asocia la esencia, por ser limitación, con la potencia aristotélica, y la existencia, por ser perfección, como acto; en esta independencia de la existencia respecto a la esencia radica la cuestión de la contingencia de los objetos y de toda metafísica en general. Al hilo de ello, Tomás se refiere a Dios, que es plenamente subsistente no-contingente luego su existencia se encuentra en su esencia, se define como el ser propio y absoluto, el Ser, como se verá más adelante.

La siguiente innovación radica en las propiedades inherentes del ser, o trascendentales, que son tres:

Unidad: Un ente, por Principio de no contradicción, es una realidad simple, es decir, incontradictoria. Esto enlaza con lo que dijo Aristóteles:

Verdad: Se dice aquí que todo ente es inteligible, que cualquier ente cabe de ser pensado. La verdad sería pues la propiedad de cognoscibilidad del ente, cosa afirmada por Agustín de Hipona y reforzada por Tomás en su famosa definición:

Bondad: Ya que el mal, por ser mera corrupción, no existe como tal, como ente, no hay ente que sea "malo", así pues, todo ente es bueno, apetecible por la voluntad.

La ontología de Tomás no es, pues, una metafísica de las esencias y de las categorías como venía siendo tiempo atrás sino de algo aún más profundo: del ser mismo [25]​ lo cual conlleva un punto de vista más real, optimista y exacto.

La teoría del conocimiento de Tomás de Aquino es un rescate de la defendida por Aristóteles. Para ambos el entendimiento toma la forma genérica y substancial de los objetos del exterior (percibida a través de los individuos, plenamente reconocidos por la intencionalidad del esciente) y la abstrae, dando lugar a la especie o universal en acto. En ello radica la diferencia cognoscitiva entre hombre y animal, ya que el universal es un elemento indispensable para toda ciencia, que solo puede alcanzar el hombre.

La novedad de Tomás en este tema reside en su respuesta al problema de los universales. Dicho problema, mencionado primeramente por Porfirio en su Isagoge, analiza el modo de ser del universal. Ya que esta cuestión es de capital importancia antropológica (Está visto arriba), directa o indirectamente las grandes figuras intelectuales de la Edad Media como Agustín de Hipona, Escoto Eriúgena, Anselmo de Canterbury, Pedro Abelardo o Sigerio de Brabante tomaron postura en la polémica. Tomás adoptó la posición llamada realismo moderado y dio la siguiente solución, destacando tres estados reales del universal:[26][27][28]

Tomás de Aquino creía "para conocer una verdad, de cualquier orden que sea, el hombre necesita de un auxilio divino mediante el cual el entendimiento sea impulsado a su propio acto". Sin embargo, creía que los seres humanos tienen la capacidad natural de conocer muchas cosas sin una revelación divina especial, aunque tal revelación ocurre de vez en cuando, "sobre todo de las que se refieren a la fe". Pero esta es la luz que Dios le da al hombre según la naturaleza del hombre: "cada forma comunicada por Dios a las criaturas tiene eficacia respecto de un acto determinado, del que es capaz por su propia naturaleza; pero su acción no puede ir más allá a no ser en virtud de una forma sobreañadida, como el agua no puede comunicar calor si no ha sido previamente calentada por el fuego. Así, pues, el entendimiento humano tiene una forma determinada, que es su misma luz intelectual, de por sí suficiente para conocer algunas cosas inteligibles, aquellas que alcanzamos a través de lo sensible".[29]​ Por lo tanto, comprendemos la esencia, quididad, naturaleza o forma de un objeto espiritualmente por un órgano como el ojo, la cual forma una especie inteligible en la memoria al quitar las propiedades que le son accidentales, creándose una "palabra interior" o "concepto" de dicho objeto.[30]

Tomás de Aquino tuvo uno de los sistemas éticos mejor desarrollados, tratando temas como la axiología, las pasiones, teoría de la virtud, ética normativa, ética aplicada, derecho y gracia.[31]​ Tomás argumentó que así como el primer principio de demostración evidente es el principio de no contradicción, el principio de la razón práctica es la noción de bien (Bonum), y se formula así: «el bien es lo que todos apetecen».[32]

Para Tomás, la ley es «una prescripción de la razón, en orden al bien común (bonum commune), promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad».[33]​ Distingue cuatro tipos de leyes:[33]

Este último precepto de la ley natural prescribe hacer y perseguir lo que la razón sabe que es bueno evitando el mal. La razón sabe lo que es objetivamente bueno porque el bien es naturalmente benéfico y el mal es lo contrario. Para explicar los bienes que son naturalmente evidentes, Tomás de Aquino los divide en tres categorías: bienes sustanciales de autopreservación deseados por todos; los bienes comunes tanto a los animales como a los humanos, como la procreación y educación de la descendencia; y bienes propios de los seres racionales e intelectuales, como vivir en comunidad y buscar la verdad sobre Dios.[32]​ Querer tales bienes naturales para uno mismo y para los demás es amar. En consecuencia, Santo Tomás de Aquino afirma que el precepto del amor que obliga a amar a Dios y al prójimo son "los preceptos primeros y universales de la ley natural, de suyo evidentes a la razón, o por la naturaleza, o por la fe; y así los preceptos del decálogo se reducen a ellos como conclusiones a sus principios”.[38][39]

La moral de Aquino está basada en este último principio que tomó del pensamiento estoico.[36]​ Seguidor de la ética de las virtudes, Tomás escribió en su Summa theologiae:

Tomás enfatizó que "se dice que la sindéresis es ley de nuestro entendimiento, porque es un hábito que contiene los preceptos de la ley natural que son principios primeros del obrar humano".[32][40]​ Según Tomás:

La ley natural y humana no es suficiente por sí sola. La necesidad de que la conducta humana sea dirigida hizo necesario tener ley divina revelada en las Escrituras. Tomás cita: "el Apóstol dice en Heb 7,12: Mudado el sacerdocio, por fuerza ha de mudarse también la ley. Más el sacerdocio, según se dice en el mismo lugar (v.11s), es doble, a saber, el sacerdocio levitico y el sacerdocio de Cristo. Luego también es doble la ley divina: la antigua y la nueva".[41]

Tomás fundamentó la justicia legal en la ley eterna y, a la justicia particular que Aristóteles llamaba "justicia correctiva".[42]​ Al igual que Aristóteles, para Aquino cada ser actúa por un fin y el ser humano tiene un fin último. El fin último del hombre es el bien de su especie, su plenitud-perfección, alcanzar la felicidad, la cual es imperfecta. Para obtenerla debe responderse a su naturaleza, a su forma humana, y que el ser humano entiende a Dios, Sumo Bien, por el dictamen de su intelecto es como llega al bien (del cual da Dios razón) de las cosas.[43]​ Ya que todo ente tiene una forma, con sus límites y medidas, según esas leyes de naturaleza, el hombre alcanza su bien, su virtud. A ello se le llamaría ley natural, que son verdades necesarias que refleja Dios. Luego todos los seres humanos desean la unión contemplativa con Dios y solo la felicidad humana en el cielo es perfecta.[31]

Tomás de Aquino recoge las virtudes aristotélicas cuya realización está en el justo medio. Esto se ve corroborado, profundizado y trascendido por la revelación cristiana. Según ésta, el compendio de la ética es el amor al prójimo, que es querer el bien de todo hombre. Las virtudes cardinales de Santo Tomás son la prudencia, la justicia, la templanza y la fortaleza;[44]​ y las virtudes teologales son la fe, la esperanza y la caridad.[45]​ De todas ellas la más importantes es la caridad.

Tomás también recoge unos bienes humanos (bona humana)[46]​ básicos, los cuales incluye la preservación de la vida, la procreación, la vida social, el conocimiento y la conducta racional. Esta lista ha sido expandida por filósofos posteriores como Germain Grisez y John Finnis.[47]

Al igual que John Stuart Mill, Tomás señaló que el bien conduce a acciones que son placenteras, característica necesaria para la felicidad. También diferenció entre el placer intelectual, que es bueno per se; y corporal, que es natural y algunos pueden ser malos pero no per se.[31]​ Por ejemplo, el placer sexual es natural y bueno dentro del matrimonio. Incluso un pecado venial que no sea inconsistente con la razón no es necesariamente malo:

No obstante, Tomás considera algunos pecados como naturalmente malos y nunca lícitos, como la mentira. Tomás distingue tres tipos de mentiras: la útil, la humorística y la maliciosa. Las mentiras útiles y humorísticas son pecados veniales, mientras que la mentira maliciosa es pecado mortal.[48]​ Siguiendo a Aristóteles[49]​ y San Agustín,[50]​ el Aquinate declara que:

Respecto a los animales Tomás se refiere como tontos y que el orden natural ha declarado animales para uso del hombre. Tomás negó que los seres humanos tengan algún deber de caridad con los animales porque no son personas. De lo contrario, sería ilegal matarlos para comer. Pero los humanos aún deberían ser caritativos con ellos, ya que "los hábitos crueles podrían trasladarse a nuestro trato con los seres humanos".[51]

La ética de Aquino fue criticada por Juan Duns Escoto. Él mantuvo que muchas de las llamadas verdades morales inmutables que señala Aquino son contingentes y dependen de la voluntad de Dios, luego la razón y la revelación no coinciden tanto como Tomás creía.[52]Guillermo de Ockham también rechazó la ley natural de Aquino como base ética sosteniendo que depende enteramente del mandato divino.[53]Immanuel Kant criticó la concepción del bien como base ética de Aquino al no poder formular leyes y juicios morales universales, afirmando así el deber como base moral (deontología) y que la ley moral viene dada desde dentro del propio individuo (Ver: Ética kantiana).

Tomás, siguiendo a Aristóteles, explica que el bien universal (summo bono) no se encuentra en las riquezas ni el poder, pero discrepando con él y de Averroes, afirmó que tampoco puede identificarse con el estudio ni el conocimiento filosófico de Dios. Tomás identificó la meta de la existencia humana como la unión y la comunión eterna con Dios. Este fin es imposible de alcanzar naturalmente.[59]​ Solo se logra a través de la visión beatífica, en la que una persona experimenta una felicidad perfecta e interminable al ver la esencia de Dios. La visión ocurre después de la muerte como un regalo de Dios para aquellos que en vida experimentaron la salvación y la redención a través de Cristo.

La meta de la unión con Dios tiene implicaciones para la vida del individuo en la tierra. Tomás afirmó que la voluntad de un individuo debe estar ordenada hacia las cosas correctas, como la caridad, la paz y la santidad. Él vio esta orientación como también el camino a la felicidad. De hecho, Tomás ordenó su tratamiento de la vida moral en torno a la idea de felicidad. La relación entre voluntad y fin es de carácter antecedente "porque la rectitud de la voluntad consiste en estar debidamente ordenada al fin último [es decir, la visión beatífica]". Aquellos que verdaderamente buscan comprender y ver a Dios necesariamente amarán lo que Dios ama. Tal amor requiere moralidad y da frutos en las elecciones humanas cotidianas.[60]

La visión política del Aquinate, expresada en su obra De regimine principum, es una extensión de su filosofía moral en cuanto a la responsabilidad y autoridad en una comunidad.[61]​ Tomás trata de explicar la ley humana, que varía dependiendo de las circunstancias con base en la ley natural. A diferencia de algunos filósofos políticos, Tomás sostiene que la autoridad humana es la consecuencia lógica del fin natural del ser humano como animal racional y social.[62]​ "Como la vida humana digna es la que se conforma por la virtud, el fin de la sociedad civil es la vida virtuosa".[63]​ Con respecto a la ley humana, Tomás concluye:

La ley humana es ley positiva: la ley natural aplicada por los gobiernos a las sociedades. En consecuencia, la ley positiva, si es contraria a la ley natural, es injusta pues atenta contra el bien del hombre. De este modo, la ley natural expresa la libertad del hombre y exige una ordenación racional de su conducta. Esto explica que, para Tomás de Aquino, la peor forma de gobierno es la tiranía. La distinción entre un buen hombre y un buen ciudadano sirvió para el desarrollo de la esfera de la autonomía individual en la que el Estado no podía interferir de la teoría libertaria,[64]​ pero Tomás no es todavía un pensador moderno, pues el gobernante no posee el poder absoluto, sino que está subordinado a la Iglesia.[65]

Tomás distinguió dos tipos de sometimiento: Uno servil, por el que el señor usa de sus súbditos para su propio provecho (introducido después del pecado); y otro, económico o civil, por el que el señor emplea a sus súbditos para la utilidad y bienestar de los mismos. Este último habría existido también antes de darse el pecado, ya que no habría organización en la sociedad humana si unos no fueran gobernados por otros más sabios.[66]​ Aquino piensa que un gobierno justo es aquel que se rige por el bien común, siendo la mejor forma de gobierno para las sociedades corrompidas, faltas de virtud y de sabiduría una monarquía mixta entre la aristocracia y la democracia para evitar que un rey se convierta en un tiranía,[62]​ descrito tanto en la Biblia como en la Política de Aristóteles.[67]​ Para el Doctor Angélico, la república es la mejor forma de gobierno entre personas sabias y virtuosas, pues permite ascender según el mérito.[68]

Tomás también contribuyó al pensamiento económico como un aspecto de la ética y la justicia. Se ocupó del concepto de precio justo, normalmente su precio de mercado o un precio regulado suficiente para cubrir los costes de producción del vendedor. Argumentó que era inmoral que los vendedores subieran sus precios simplemente porque los compradores necesitaban un producto con urgencia.[69][70]

Tomás de Aquino siguió el pensamiento aristotélica de una escala natural de entes que le daba autoridad a algunos hombres sobre otros.[71]​ Tanto Aristóteles como Tomás aprueban la utilidad una servidumbre natural en base de la inteligencia de los hombres, siendo incluso lícito que un amo golpeara a su siervo, aunque sería mejor que fuera misericordioso con él.[72]

Respecto al matrimonio, Tomás está de acuerdo con la visión aristotélica de la mujer al decir que en este tipo de servidumbre la esposa goza más estatus que los siervos. En la Summa Theologiae escribe:

Tomás de Aquino, basándose en San Agustín, escribe al referirse a la guerra justa: "Para que la guerra sea justa, se requieren tres condiciones.

Primera parte de la obra: la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato se hace la guerra. No incumbe a la persona particular declarar la guerra, porque puede hacer valer su derecho ante tribunal superior; además, la persona particular tampoco tiene competencia para convocar a la colectividad, cosa necesaria para hacer la guerra. Ahora bien, dado que el cuidado de la república ha sido encomendado a los príncipes, a ellos compete defender el bien público de la ciudad, del reino o de la provincia sometidos a su autoridad. Pues bien, del mismo modo que la defienden lícitamente con la espada material contra los perturbadores internos, castigando a los malhechores, a tenor de las palabras del Apóstol: «No en vano lleva la espada, pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal» (Rm 13,4), le incumbe también defender el bien público con la espada de la guerra contra los enemigos externos. Por eso se recomienda a los príncipes: «Librad al pobre y sacad al desvalido de las manos del pecador» (Ps 81,41), y San Agustín, por su parte, en el libro Contra Faust. enseña: «El orden natural, acomodado a la paz de los mortales, postula que la autoridad y la deliberación de aceptar la guerra pertenezca al príncipe»[76]

Segunda: Se requiere causa justa. Es decir, que quienes son atacados lo merezcan por alguna causa. Por eso escribe también San Agustín en el libro Quaest: «Suelen llamarse guerras justas las que vengan las injurias; por ejemplo, si ha habido lugar para castigar al pueblo o a la ciudad que descuida castigar el atropello cometido por los suyos o restituir lo que ha sido injustamente robado»[77]

El pensamiento de Tomás de Aquino parte de la superioridad de las verdades de la teología respecto a las racionales, por la sublimidad de su fuente y de su objeto de estudio: Dios. Aunque señala que la razón es muy limitada para conocer a Dios, ello no impide demostrar que la filosofía sea un modo de alcanzar conocimientos verdaderos. En primer lugar porque no contradice a la teología, así lo dice:

En segundo lugar, porque es la herramienta natural del hombre para conocer el mundo y el Aquinate, como se ha visto, considera imposible pensar en la falsedad de la razón por lo connatural que no es. No obstante, Tomás señala que de llegarse a una contradicción real y no aparente entre una conclusión de fe y otra racional, la errónea es la de razón puesto que Dios es infalible. Un ejemplo de contradicción aparente se encuentra en la cuestión de la Trinidad. Tomás, por razón, señala que "Dios es simple", y, por fe, que es "trino", pero para ser trino (que no triple) hace falta ser uno, es decir simple, por lo que fe y razón no se contradicen, sino que la gracia de la fe supone (acepta) y eleva (perfecciona) la naturaleza, racional en este caso.

Santo Tomás de Aquino distinguía dos tipos de verdad: la verdad natural accesible a la razón, y la verdad revelada por la Revelación divina. Entre las dos se hayan «preámbulos de la fe» (Praeambula fidei), verdades que antes se conocen por la razón que por Dios.[79]

En su obra Suma teológica, Tomás sostiene que la existencia de Dios es demostrable y responde a objeciones hacia su existencia como el problema del mal. El Aquinate sostiene que Dios permitiría que hubiera algún tipo de mal si se sacara un bien,[80]​ liego "Dios, al causar en las cosas el bien de la armonía del universo, como consecuencia y de forma accidental".[81]​ Tomás conecta existe el sufrimiento y el mal de naturaleza con la libertad, ya que tales males fueron consecuencia de tal pecado original.[82][83]

A pesar del gran optimismo de Tomás respecto a la cognoscibilidad de Dios, este no estaba dispuesto aceptar cualquier vía para demostrar la existencia de Dios. Su realismo aristotélico provocó numerosos enfrentamientos con los agustinistas, y, entre otras cuestiones, con el muy discutido argumento ontológico de San Anselmo. Tomás, muy por delante de las futuras críticas de Hume y Kant, da dos razones para negar la conclusión del argumento. Una radica en la evidencia de la idea de Dios:

Otra radica en la existencia de la idea de Dios:

Aquí Tomás distingue "pensar algo como existente" y "pensar algo ya existente", señalando que la existencia que pide Anselmo es necesidad, es un deber-ser meramente intelectual, no existencial. No obstantes, Tomás también argumentó que Dios es a lo que se denomina como el fundamento de lo que es, luego la proposición "Dios existe" es necesariamente verdadera, porque en ella el sujeto y el predicado son lo mismo.[84][85]

La demostración de la existencia de Dios, ofrecida en una formulación sintética a través de las así llamadas "Cinco Vías" (Quinque viae) es un punto breve en la magna obra de Tomás. No obstante, su exposición es tan completa y sistemática que ha hecho sombra a Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona o Anselmo de Canterbury y se ha convertido en el modelo de la filosofía clásica respecto a este punto.[86]​ Las Vías tomistas son una demostración de la existencia de Dios a posteriori.[87]​ Las tres primeras Vías se consideran como "argumento cosmológicos" y la última como un "argumento teleológico".[88]

Estas Vías concluyen con "a esto, entonces, es lo que llamamos Dios", sin embargo, las vías no demuestran la existencia del Dios cristiano por si solas, pero Tomás cree que es posible inferir sus atributos divinos tras reflexionar sobre la naturaleza de dichas conclusiones. Además, los argumentos en la Summa Theologica no están completos, ya que algunas premisas están suprimidas.[30]​ La presentación más completa del argumento del motor inmóvil de Aquino se encuentra en la Summa contra Gentiles.[89]​ Asimismo, la tesis filosófica de la imposibilidad de un cadena infinita de eventos pasados no fue aceptada por Santo Tomás, quien sostuvo "que el mundo no ha existido siempre lo sabemos sólo por la fe y no puede ser demostrado con rigor" al igual que la Santísima Trinidad.[90][91]​ Tomás defendió frente a Juan Peckham la posibilidad de que el mundo fuera causado y eterno al mismo tiempo, es decir, con término de ser pero no de movimiento físico, demostrando su cercanía con el pensamiento clásico griego:

Para Tomás, la existencia de Dios es isomórfica con su esencia y, como se ha visto, dejó claro que (debido a su inmensidad) no podemos contemplar a Dios como tal y señaló que la mejor forma de conocer a Dios sería mediante su Revelación directa: la Biblia, especialmente el Nuevo Testamento, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia.[30]​ Sin embargo, desde el punto de vista estrictamente filosófico, se habría de conocer a Dios no mediante dichas fuentes sino del modo en que está ordenada la razón natural: tomando las cosas sensibles (los efectos) y abstraerse a sus principios (la causa) o fines. Una vez realizado ese proceso se establece qué tienen en común y qué no, es decir, las dos Vías del Conocimiento de Dios:

De esta manera, eliminando predicados "negativos" obtenemos una imagen más exacta de Dios. Esto lo llevó a proponer cinco declaraciones sobre las cualidades divinas:

Este modo de relacionar sujetos entre sí por su parecido, fruto de la proporcionalidad de ciertos predicados es lo que Tomás llama analogía. Aunque es una herramienta definida y empleada como tal por primera vez por Aristóteles, no era sino un aspecto de la sofística sin analizar internamente, de lo cual se ocuparía Tomás. Este distinguió dos clases de analogías:

La novedad de Tomás radica no solo en tal distinción sino en emplear este nexo lógico en un campo existencial y sumándole el concepto de "eminencia" (Dios posee el atributo de modo supremo por lo que está absolutamente identificado con tal). La metafísica de Aquino es también platónica, usando el concepto platónico de participación.[99]​ Santo Tomás, que cita a San Agustín a propósito de las Ideas Divinas, enseña que hay en el Espíritu divino una pluralidad de Ideas (Suma Teológ., 1, 15, 2), rechazando la opinión de Platón de que las Ideas están «fuera» de la Mente divina como causas ejemplares (Suma Teol., 1, 15, 1 ad 1). Explica que no quiere decir que haya en Dios una pluralidad de especies accidentales, sino que Dios, conociendo como conoce perfectamente su Esencia, sabe que es imitable (o participable) por una pluralidad de creaturas.

Tomás argumentó que Dios, aunque está perfectamente unido, también está perfectamente descrito por Tres Personas Interrelacionadas. Estas tres personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) están constituidas por sus relaciones dentro de la esencia de Dios. Tomás escribió que el término "Trinidad" no significa las relaciones en sí mismas de las Personas, sino más bien el número de personas relacionadas entre sí; y por lo tanto, la palabra en sí misma no expresa respeto por el otro.[100]​ El Padre genera al Hijo (o al Verbo) por la relación de la autoconciencia. Esta generación eterna produce entonces un Espíritu eterno que disfruta de la naturaleza divina como el Amor de Dios, el Amor del Padre por la Palabra.

Esta Trinidad existe independientemente del mundo. Trasciende el mundo creado, pero la Trinidad también decidió dar gracia a los seres humanos. Esto se lleva a cabo mediante la Encarnación del Verbo en la persona de Jesucristo y mediante la morada del Espíritu Santo en aquellos que han experimentado la salvación de Dios; según Aidan Nichols.[101]

En la Summa Theologica,Tomás comienza su discusión sobre Jesucristo contando la historia bíblica de Adán y Eva y describiendo los efectos negativos del pecado original. El propósito de la Encarnación de Cristo fue restaurar la naturaleza humana eliminando la contaminación del pecado, lo cual los humanos no pueden hacer por sí mismos. "La Sabiduría divina juzgó conveniente que Dios se hiciera hombre, para que así una misma persona pudiera restaurar al hombre y ofrecer satisfacción".[102]​ Tomás argumentó a favor del punto de vista de la satisfacción de la expiación; es decir, que Jesucristo murió "para satisfacer por todo el género humano, que fue sentenciado a muerte a causa del pecado".[103]

Tomás argumentó en contra de varios teólogos históricos y contemporáneos específicos que tenían puntos de vista diferentes sobre Cristo. En respuesta a Fotino, Tomás afirmó que Jesús era verdaderamente divino y no simplemente un ser humano. Contra Nestorio, quien sugirió que el Hijo de Dios estaba simplemente unido al hombre Cristo, Tomás argumentó que la plenitud de Dios era una parte integral de la existencia de Cristo. Sin embargo, en contra de las opiniones de Apolinar de Laodicea, Tomás sostuvo que Cristo también tenía un alma verdaderamente humana (racional). Esto produjo una dualidad de naturalezas en Cristo. Tomás argumentó contra Eutiquio que esta dualidad persistió después de la Encarnación. Tomás afirmó que estas dos naturalezas existían simultáneamente pero distinguiblemente en un cuerpo humano real, a diferencia de las enseñanzas de Mani y Valentín el Gnóstico.[104]

Con respecto a la afirmación de Pablo de que Cristo, "aunque tenía forma de Dios... se despojó a sí mismo" (Filipenses 2:6-7) al hacerse humano, Tomás ofreció una articulación de la kénosis divina que ha influenciado a muchos católicos posteriores Cristología. Siguiendo el Concilio de Nicea, Agustín de Hipona , así como las afirmaciones de la Escritura, Tomás sostuvo la doctrina de la inmutabilidad divina.[105][106][107]​ Por lo tanto, al hacerse humano, no podría haber cambio en la persona divina de Cristo. Para Tomás, "el misterio de la Encarnación no se completó por el hecho de que Dios fuera cambiado en algo del estado en que había estado desde la eternidad, sino por haberse unido a la criatura de una manera nueva, o más bien por haberla unido a ella".[108]​ Él mismo." Del mismo modo, Tomás explicó que Cristo "se vació a sí mismo, no despojándose de su naturaleza divina, sino asumiendo una naturaleza humana". Para Tomás, «la naturaleza divina es suficientemente plena, porque en ella está toda la perfección del bien. Pero la naturaleza humana y el alma no son plenas, sino capaces de plenitud, porque fueron hechas como una pizarra sin escribir. Por tanto, la naturaleza humana está vacía".[109]​ Así, cuando Pablo indica que Cristo "se despojó a sí mismo", esto debe entenderse a la luz de su asunción de una naturaleza humana.

En resumen, "Cristo tuvo un cuerpo real de la misma naturaleza que el nuestro, una verdadera alma racional y, junto con estos, una Deidad perfecta". Así, hay tanto unidad (en su única hipóstasis) como composición (en sus dos naturalezas, humana y divina) en Cristo.[110]

Respondo que, La Persona o hipóstasis de Cristo puede ser vista de dos maneras. Primero como es en sí mismo, y así es del todo simple, incluso como la Naturaleza de la Palabra. En segundo lugar, en el aspecto de persona o hipóstasis a que pertenece subsistir en una naturaleza; y así la Persona de Cristo subsiste en dos naturalezas. Por lo tanto, aunque hay un ser subsistente en Él, sin embargo, hay diferentes aspectos de la subsistencia, y por eso se dice que Él es una persona compuesta, en tanto que un ser subsiste en dos.[111]

Haciéndose eco de Atanasio de Alejandría, dijo que "El Hijo unigénito de Dios... asumió nuestra naturaleza, para que él, hecho hombre, pudiera hacer dioses a los hombres".[112]

Como católico, Tomás creía que Dios es el "creador del cielo y la tierra, de todo lo que es visible e invisible".[113]​ Tomás afirma en De Potentia que Platón y Aristóteles no llegaron con claridad a la noción de creación.[114]​ Contrario al dicho latino “de la nada nada sale” (ex nihilo nihil fit), Dios trascendente es creador de espíritus y la materia prima del mundo "de la nada" (ex nihilo), o es decir, "no a partir de algo" (non ex aliquo).[115][116][114]​ Tomás diferenció el vacío de la nada, pues el primero "que se requiere la existencia de algún espacio con capacidad, en el que no haya nada".[117]​ En la Creación es Dios causa eficiente pero no hay causa material.[115]​ En este sentido, la Creación no es un cambio o movimiento (es decir, “el acto de lo que está en potencia, en tanto que está en potencia” porque "no preexiste nada en potencia que reciba la acción") sino una relación de Dios con sus criaturas.[118]

Tomás afirma que Dios cuya esencia es su ser (esse) mismo, los demás seres están compuesto de esencia y esse, siendo el esse una participación del ser que subsiste por sí mismo: esse subsistens.[120]

Al igual que Aristóteles, Tomás postuló que la vida podría formarse a partir de materia no viva o vida vegetal, una teoría de la abiogénesis en curso conocida como generación espontánea:

Además, Tomás consideró la teoría de Empédocles de que varias especies mutadas surgieron en los albores de la Creación. Tomás razonó que estas especies se generaron a través de mutaciones en el esperma animal, y argumentó que no fueron involuntarias por naturaleza; más bien, tales especies simplemente no estaban destinadas a una existencia perpetua. Esa discusión se encuentra en su comentario sobre la Física de Aristóteles:

Santo Tomás aceptó la doctrina hilemórfica aristotélica. Definió la materia prima como pura potencialidad y la forma substancial como el acto primero de un cuerpo físico que determina la esencia al cuerpo.[124]​ Tomás de Aquino defiende la unicidad de la forma sustancial, donde no hay más que una forma sustancial la cual informa directamente la materia. En el hombre, la única forma sustancial (alma racional) es quien confiere al hombre, tanto su corporeidad (al informar la materia prima) como sus operaciones de tipo vegetativo, sensitivo e intelectual.[125]​ Tomás afirmó que los ángeles no están compuestos de materia y forma, sino que son puramente inmateriales.[126]

La enseñanza filosófica del Aquino sobre la entidad y relación del alma y cuerpo viene recogida, en gran medida, en la respuesta que da al averroísmo y a su Teoría de la unidad del intelecto o entendimiento:

Fruto de la exégesis neoplatónica de Alejandro de Afrodisias de los textos aristotélicos, así como del extremismo teocentrista arábigo, el filósofo árabe Averroes, evolucionando la opinión del verdadero precursor, Avicena, defendió que el intelecto agente, el actualizador del universal, era Alá, y que tal universal el género humano lo asimilaba y hacía ciencia con él en el intelecto posible (que era único para todos) por lo que ninguna alma tenía, como individuo, nada incorpóreo; así pues, ninguna era inmortal. Averroes indicaba que la relación entre entendimiento y alma humana se daba mediante la fantasía, entendida como facultad de conocimiento sensitivo, propia del animal. A esto dicho filósofo añadía, como nos ha dejado constancia Tomás, que ésta era la opinión de Aristóteles, pues él decía que el entendimiento era impasible, inmixto y separado[127]

Para entender la singular energía de Tomás en respuesta a esta opinión habría que caer en la cuenta de dos aspectos de la misma.

Vistos estos puntos se puede entender la energía del Aquinate en responder a Sigerio, pero no lo hace desde el sentimiento y la sofística sino, como se verá, desde el sentido común y la sencillez:

Del mismo modo, criticaría que la opinión de Aristóteles no era tal pues él afirmó por escrito que el entendimiento es potencia genérica del alma mediante el cual opina y entiende[128]​ por lo tanto el que esté separado e inmixto se toma respecto a otras potencias del individuo.

A partir del asentimiento de Tomás al intelectualismo del alma, afirmará, por ser recipiente del universal, que ésta es inmaterial e incorruptible. Respecto al cuerpo, Tomás criticó a Platón de rechazarlo y de afirmar la unión de ambos como accidental, por lo que defendió la unidad sustancial de ambos y su identidad como un solo sujeto.

Para el Aquinate, el dolor es un pasión del alma, siendo la tristeza un dolor interno objeto de un el mal propio.[129]​ Los remedios que da Tomás para la tristeza son actividades delectables del cuerpo (como el baño, el sueño o el llanto) o espirituales (como a contemplación de la verdad) y también la búsqueda de compañía y compasión entre los amigos.[130]

Siguiendo a San Agustín de Hipona, Tomás define el pecado como «un dicho, hecho o deseo contra la ley eterna».[131]​ Es importante señalar la naturaleza análoga del derecho en la filosofía jurídica de Tomás. La ley natural es una instancia o instanciación de la ley eterna. Debido a que la ley natural es lo que los seres humanos determinan según su propia naturaleza (como seres racionales), desobedecer la razón es desobedecer la ley natural y la ley eterna. Así, la ley eterna es lógicamente anterior a la recepción de la "ley natural" (la determinada por la razón) o la "ley divina" (la que se encuentra en el Antiguo y el Nuevo Testamento). En otras palabras, la voluntad de Dios se extiende tanto a la razón como a la revelación. El pecado es abrogar la propia razón, por un lado, o la revelación, por el otro, y es sinónimo de "mal" (privación del bien o privatio boni).[132]​ Tomás, como todos los escolásticos, generalmente argumentó que los hallazgos de la razón y los datos de la revelación no pueden entrar en conflicto, por lo que ambos son una guía de la voluntad de Dios para los seres humanos.

Tomás también es conocido por negar el actual dogma de la inmaculada concepción del pecado original de María. "La santificación de la Virgen María antes de su animación", dice el Aquinate, "no es admisible" porque:

Tomás consideró la herejía como resultado de la falta de fe. "Los demás artículos de la fe en los que no yerra el hereje no los acepta del mismo modo que el fiel [...] El hereje los retiene por propia voluntad y por propio juicio".[133]​ El Aquinate pertenecía a la Orden Dominicana, que comenzó como una orden dedicada a la conversión de los cátaros (un movimiento religioso calificado como herejía por la Iglesia católica) y otras facciones heterodoxas, al principio por medios pacíficos; más tarde los cátaros fueron combatidos mediante la cruzada albigense. En la Summa theologiae, escribió:

Si alguno, después de abjurar del error, fuera sorprendido reincidiendo en la herejía que abjuró, la sugerencia de Tomás exige específicamente que los herejes sean entregados al juicio secular.

Respecto a los infieles (del latín infidelis, que literalmente significa "sin fe") como los musulmanes, Tomás desconfiaba de ellos. Escribió respecto al Islam en Summa Contra Gentiles:[134]

En cuanto a los judíos, Tomás argumenta a favor de la tolerancia de sus personas y sus ritos religiosos.[135]

Una comprensión de la psicología de Tomás es esencial para comprender sus creencias sobre el más allá y la resurrección. Tomás, siguiendo la doctrina de la iglesia, acepta que el alma continúa existiendo después de la muerte del cuerpo. Debido a que acepta que el alma es la forma del cuerpo, entonces también debe creer que el ser humano, como todas las cosas materiales, es un compuesto forma-materia. La forma sustancial (el alma humana) configura la materia prima (el cuerpo físico) y es la forma por la cual un material compuesto pertenece a esa especie; en el caso de los seres humanos, esa especie es un animal racional.[136]​ Entonces, un ser humano es un compuesto de materia-forma que está organizado para ser un animal racional. La materia no puede existir sin estar configurada por la forma, pero la forma puede existir sin la materia, lo que permite la separación del alma del cuerpo. Tomás dice que el alma participa en los mundos material y espiritual, y por lo tanto tiene algunas características de la materia y otras características inmateriales (como el acceso a los universales). El alma humana es diferente de otras cosas materiales y espirituales; es creado por Dios, pero también llega a existir sólo en el cuerpo material.

Los seres humanos son materiales, pero la persona humana puede sobrevivir a la muerte del cuerpo mediante la existencia continua del alma, que persiste. El alma humana se encuentra a caballo entre los mundos espiritual y material, y es tanto una forma subsistente configurada como un configurador de la materia en la de un ser humano vivo y corporal.[137]​ Por ser espiritual, el alma humana no depende de la materia y puede existir por separado. Debido a que el ser humano es un compuesto de alma y materia, el cuerpo tiene una parte en lo que es ser humano. La naturaleza humana perfeccionada consiste en la naturaleza dual humana, encarnada e intelectora.

La resurrección parece requerir dualismo, que Tomás rechaza. Sin embargo, Tomás cree que el alma persiste después de la muerte y la corrupción del cuerpo, y es capaz de existir, separada del cuerpo entre el momento de la muerte y la resurrección. Tomás cree en un tipo diferente de dualismo, guiado por las escrituras cristianas. Tomás sabe que los seres humanos son esencialmente físicos, pero la fisicalidad tiene un espíritu capaz de regresar a Dios en la otra vida.[138]​ Para Tomás, las recompensas y el castigo de la otra vida no son solo espiritual. Debido a esto, la resurrección es una parte importante de su filosofía sobre el alma. El humano está realizado y completo en el cuerpo, por lo que el más allá debe tener lugar con almas enmatizadas en cuerpos resucitados. Además de la recompensa espiritual, los seres humanos pueden esperar disfrutar de bendiciones materiales y físicas. Debido a que el alma de Tomás requiere un cuerpo para sus acciones, durante la otra vida, el alma también será castigada o recompensada en la existencia corporal.

Tomás expresa claramente su postura sobre la resurrección y la usa para respaldar su filosofía de la justicia; es decir, la promesa de la resurrección compensa a los cristianos que sufrieron en este mundo mediante una unión celestial con lo divino. Él dice: "Si no hay resurrección de los muertos, se sigue que no hay nada bueno para los seres humanos más que en esta vida".[139]​ La resurrección proporciona el ímpetu para que las personas en la tierra renuncien a los placeres de esta vida. Tomás cree que el humano que se preparó para la otra vida, tanto moral como intelectualmente, será recompensado más grandemente; sin embargo, toda recompensa es por la gracia de Dios. Tomás insiste en que la bienaventuranza se otorgará según el mérito y hará que la persona sea más capaz de concebir lo divino. En consecuencia, Tomás cree que el castigo también está directamente relacionado con la preparación y la actividad terrenales y vivientes. La descripción del alma de Tomás se centra en la epistemología y la metafísica, y por eso cree que ofrece una descripción clara de la naturaleza inmaterial del alma. Tomás guarda de manera conservadora la doctrina cristiana y, por lo tanto, mantiene la recompensa y el castigo físico y espiritual después de la muerte. Al aceptar la esencialidad tanto del cuerpo como del alma, permite un cielo y un infierno descritos en las escrituras y el dogma de la iglesia.

Santo Tomás afirma que el castigo del purgatorio "no es principalmente para atormentar, sino para limpiar; por tanto, debe ser infligido únicamente por el fuego, que sobre todo tiene poder purificador", pero en el infierno los castigos de los condenados "no están dirigido a su limpieza" u "así deben ser atormentados de muchas maneras y de muchas fuentes".[140]​ Para aquellos que no van al infierno pueden "disfrutar de su bienaventuranza y la gracia de Dios más abundantemente" y tienen la recompensa adicional de permitirles ver el castigo de los condenados en el infierno.[141]

Nada debe negar a los bienaventurados que pertenezca a la perfección de su bienaventuranza. Ahora todo se conoce más por ser comparado con su contrario, porque cuando los contrarios se colocan uno al lado del otro se hacen más notorios. Por tanto, para que la felicidad de los santos sea más placentera para ellos y para que puedan dar más copiosas gracias a Dios por ello, se les permite ver perfectamente los sufrimientos de los condenados.[141]

Tomás, aun siendo teólogo, destacó por haber leído y estudiado exhaustivamente a todos los intelectuales referenciales del momento, filosóficos incluidos, de ahí que pudiera alcanzar una síntesis tan extensa y consistente. Los materiales para su pensamiento son de muy diverso origen:

En primer lugar de Platón. A él se le debe cierta doctrina de la participación (aún no plenamente metafísica), para explicar la relación entre Dios y las criaturas, así como la cuestión de los grados de perfección. Tomás también conocía a los estoicos como antecedentes de la idea tomista de ley natural.

De Aristóteles coge sus teorías principales, aunque con la perspectiva cristiana del ser, como se ha visto antes. Los conceptos de forma y materia, acto y potencia, substancia y accidentes y Dios como fundamento último de los movimientos de la realidad (primera y quinta Vía). Asume toda su teoría del conocimiento y las bases de su antropología: la concepción formal del alma, su división tripartita, etc. En ética y política recoge el concepto y la clasificación aristotélica de la virtud y completa sus aportaciones sobre la ley natural (base del derecho natural, que, aún defendido por John Locke e Inmanuel Kant, es metafísico), y completa estos esquemas con la referencia a la ley eterna y las virtudes teologales (ajenas a la misma cultura griega). Por otra parte, la lógica la acepta íntegramente desde su juventud.

Del pensamiento musulmán y judío, además de acoger sus comentarios a Aristóteles destaca por su atención a Avicena en su distinción (aún inexacta, debido a su esencialismo) entre esencia y existencia, y en la formulación de la Tercera Vía. Por otro lado, de Maimónides recoge la defensa de la creación de la nada y su modo de entender las relaciones entre la fe y la razón. En cuanto a lo cristiano, es fundamental recordar su adhesión inquebrantable a la Biblia, los Decretos de los Concilios y los Papas (destaca Gregorio Magno por sus tratados morales y pastorales). Entre los Padres de la Iglesia destaca, eminentemente, Agustín de Hipona en la relación de los atributos de Dios, la idea de la creación o la tesis de la inmaterialidad del alma, la cuestión de la Trinidad entre muchas otras (afinadas por su aristotelismo)

De otros neoplatónicos como Pseudo Dionisio Areopagita asume los aspectos neoplatónicos de sus obras, como el concepto de participación y las grados de perfecciones, en clave teológica. De Boecio, sus aportes a los dogmas trinitarios y cristológicos. Alberto Magno, en último lugar, le introduce en el conocimiento de Aristóteles y le inició en la cuestión de los trascendentales.

Respecto a su influencia posterior, Tomás jugó un papel capital, nunca antes visto en la Iglesia católica, como referencia y modelo de pensamiento, tanto en la Inquisición como en el Concilio de Trento. Su pensamiento será criticado por teólogos escolásticos posteriores, como Juan Duns Scoto[142]​ y Guillermo de Ockham.[143]

En el siglo XV sus seguidores son muy diversos: el canciller Juan Gerson, el inquisidor Tomás de Torquemada y Girolamo Savonarola. En el siglo XVI defienden su doctrina y figura el papa Pío V (que lo nombró Doctor de la Iglesia) y un buen número de distinguidos españoles como el fundador de la Compañía de Jesús Ignacio de Loyola (cuya lectura él decreta en el Cap. 14, punto 4° de las Constituciones[144]​), el Doctor místico Juan de la Cruz (que emplea constantemente sus principios para explicar los mecanismos espirituales), el cardenal Tomás Cayetano, Francisco de Vitoria y Domingo de Soto. Más tarde, asentando la reforma contra el protestantismo en el siglo XVII, destacan el obispo Francisco de Sales, Juan de Santo Tomás, Francisco Suárez y Domingo Báñez.

En el siglo XVIII, a pesar de la poderosa aparición del racionalismo y, a raíz de él, el empirismo (entre ilustrados) y ontologismo (entre católicos como Nicolas de Malebranche) cabe mencionar las aportaciones del cardenal Juan Tomás de Boxadors y los obispos Alfonso María de Ligorio y Jacques Bossuet. La descripción de la ley natural de Tomás de Aquino se convirtió en la enseñanza moral católica y fue ampliamente adoptada por los éticos no católicos anteriores al siglo XIX.[36]​ Durante la Ilustración, el tomismo fue visto en términos despectivos como tradicionalismo.[145]

Ante las nuevas corrientes intelectuales como el idealismo romántico, nihilismo vitalista, filosofía de la conciencia (Henri Bergson) y Fenomenología, así como una rama fideísta ultra-católica (Louis Eugène Marie Bautain, Louis de Bonald y el joven Félicité Robert de Lamennais), la Iglesia católica recomendó directamente a Tomás para un estudio veraz, acorde a la fe católica. Según William Inge, Tomás «está más cerca de Plotino que del verdadero Aristóteles».[146]​ Ya en el siglo XX, el filósofo Bertrand Russell criticó su filosofía por tener poco del verdadero espíritu filosófico: «No se dispone a seguir, como el Sócrates platónico, adonde quiera que su argumento le pueda llevar. [...] Antes de empezar a filosofar ya conoce la verdad; está declarada en la fe católica. [...] No puedo, consiguientemente, admitir que merezca ser colocado en el mismo plano de los mejores filósofos de Grecia o de los tiempos modernos».[147]Anthony Kenny criticó a Russell de hacer lo mismo, ya que en el libro Principia Mathematica toma cientos de páginas para demostrar que dos y dos son cuatro, algo que ya creía toda su vida.[148]​ Umberto Eco escribió que «Tomás fue grande, se dice que fue un revolucionario» en el sentido que «construyó un edificio tan sólido que ningún otro revolucionario ha logrado después hacerlo vacilar desde dentro».[24]

Tomás es recomendado por los papas León XIII (es famoso por su encíclica Aeterni Patris) y Pío X (destacó su motu propio Doctoris Angelici) con el apoyo de los cardenales Désiré Félicien-François-Joseph Mercier, Tomás Zigliara y Zeferino González, al tiempo que surgen los grandes inspiradores del neotomismo: Pierre Mandonnet y Ambroise Gardeil. Y, al fin, en el siglo XX se trata de los papas Pío XI (Studiorum ducem), Juan Pablo II (formado en el Angelicum) el canciller Etienne Gilson, Josef Pieper, Reginald Garrigou-Lagrange, Jacques Maritain, Antonin-Dalmace Sertillanges y Sebastiaan Tromp. Alasdair MacIntyre afirma que la síntesis de Tomás de Aquino del pensamiento de San Agustín con el de Aristóteles es más profundo que otras teorías modernas.

En la Iglesia en general, es la referencia de los Concilios Trento y Vaticano I (en la constitución Dei Filius), a la vez que se coloca como paradigma de estudios en general en el Vaticano II (se vuelve a nombrar como autoridad a seguir en cuestiones especulativas y metafísicas[149]​) y en el Código de Derecho Canónico (can. 589 y 1366). De hecho, hoy, numerosos escritos de los Papas vuelven constantemente a él.

Figura en el Calendario de Santos Luterano.



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