x
1

Epigramático



El epigrama (del griego antiguo «ἐπί-γραφὼ»: literalmente, «sobreescribir» o «escribir encima») es una composición poética breve que expresa un solo pensamiento principal festivo o satírico de forma ingeniosa.

Se pueden rastrear las raíces del género hasta muy atrás, en la lírica arcaica (no por nada incluye Meleagro en su Corona o Guirnalda a Arquíloco y a Simónides), aunque es más propio hablar del epigrama como un género netamente helenístico, pues caracteriza, tanto por su contenido como por su extensión y por su forma, a esa época. Los epigramas helenísticos constituyen un verdadero crisol de aquellas sociedades, vemos desfilar a heteras, navegantes, carpinteros, tejedoras con su vida simple y ardua, también al amor heterosexual y lésbico, las fiestas, la religiosidad, el cortejo, la sexualidad, la inocencia, las artes plásticas, la crítica literaria, hasta las mascotas; todo esto, pasado por el filtro de erudición y cultura (pues portadores de tales eran los poetas). En resumen, producen testimonios diversos, bellos y muy vívidos de las principales preocupaciones del hombre helenístico.

El epigrama se creó en la Grecia clásica y, como su nombre indica en griego, era una inscripción que se ponía sobre un objeto, que podía ser un exvoto, un regalo (xenion), una estatua o una tumba; los epigramas sobre las tumbas formaron clase aparte y se denominaron epitafios o, si solo se cantaban, epicedios, por lo que el vocablo pasó a designar el poema ingenioso que poseía la calidad de ser breve para poder pasar por rótulo o inscripción. La mayoría de los epigramas griegos puede encontrarse en las llamadas Antología Palatina, Antología de Planudes y Antología de Céfalas.

Poseen entre dos y doce versos en dísticos elegíacos, pero lo normal son dos o cuatro versos, entre uno y dos dísticos. El epigrama más largo alcanza los veintiocho, y fue obra de un poeta bizantino tardío, Agatías.[1]​ En sus inicios, el epigrama no iba enfocado necesariamente hacia un final ingenioso. Pero este final fue solicitándose cada vez más hasta que caracteriza ya al género en tiempos del hispanorromano Marcial.

Por su extensión, el epigrama se ve obligado a la concentración expresiva, a la concisión y la densidad, a un lenguaje pregnante y alusivo. abunda la acumulación correlativa, la anáfora, la amplificación, la antítesis, el énfasis, la epanadiplosis, el paralelismo, el quiasmo, la hipérbole, etc. Esta extrema elaboración formal llegó incluso en época tardía a la isopsefía, con la que se calculaba, incluso, el número de las letras.[2]

Tras los griegos, destacaron en la composición de epigramas los romanos, singularmente Catulo y Marco Valerio Marcial.

En sus Poetices libri septem (Lyon, 1561), el humanista Giulio Cesare Scaligero define el epigrama como:

Y establece para él dos características definitivas: «brevĭtas et argutĭa» (brevedad y argucia). En la literatura barroca española el epigrama fue muy utilizado al ser una forma apropiada para la exhibición cortesana del ingenio. El escritor conceptista barroco Baltasar Gracián, en su obra Agudeza y arte de ingenio (1648), realiza un estudio y antología de epigramas escritos en castellano y latín. También el jesuita Joseph Morell en Poesías selectas de varios autores latinos (Tarragona, 1684) hizo una excelente antología. Durante el siglo XVIII el género no decayó, como hubiera podido esperarse, sino que tomó una intención menos cortesana y más educativa y moral. Autores de la Ilustración como León de Arroyal compusieron libros de epigramas y lo definieron como:

Por otra parte, y siempre según el prólogo de Arroyal a sus Epigramas (1784), la belleza del epigrama consistiría en dos virtudes fundamentales:

Y, dentro del mismo siglo XVIII, Juan de Iriarte lo definió usando la misma forma del epigrama:

Posteriormente, algunas formas literarias, como el artículo breve de prensa, las greguerías de Ramón Gómez de la Serna o los membretes de Oliverio Girondo se aproximan al género epigramático, así como las inscripciones anónimas populares en muros o retretes denominadas grafitos o pintadas, que desde las ruinas de Pompeya hasta la actualidad resultan una fuente inestimable sobre la opinión popular de una época. Algunas de estas inscripciones son recogidas por Pío Baroja en su obra Vitrina pintoresca o Camilo José Cela en su San Camilo 1936. A veces, en la lírica del siglo XX puede adoptar un tono elegiaco (Jaime Gil de Biedma) o forma de versos de amor, como es el caso de Epigramas, del sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal. Federico Carlos Sainz de Robles compuso además una historia del epigrama español en El epigrama español del siglo I al siglo XX (Madrid, 1946).

En otras naciones el epigrama fue cultivado con extraordinario acierto. En el Reino Unido, sobresalen John Donne, Jonathan Swift, Alexander Pope (creador en el siglo XVIII de una forma de pareado epigramático) y Oscar Wilde. En Francia destacan especialmente Voltaire y Nicolás Boileau. En Alemania, G. E. Lessing. El epigrama también se encuentra en literaturas no occidentales, como la china y japonesa; en esta última puede decirse que el epigrama se encuentra emparentado con la forma poética conocida como haikú. Puede aplicarse el término a cualquier aforismo o dicho más o menos sentencioso, e incluso hasta a cierto tipo de narración hiperbreve.

En 2018, el productor de cine Pedro Alonso Pablos realizó una miniserie de dibujos animados titulada Epigramas del Doctor Pelayo, ofreciendo un repaso por la historia del epigrama como género literario y mencionando muchos de ellos. Esta obra utilizó imágenes del archivo de la Biblioteca Nacional de España.[3]



Tuvo suerte Margarita
como persona interpósita,
pues Juárez la encontró expósita



Escribe un comentario o lo que quieras sobre Epigramático (directo, no tienes que registrarte)


Comentarios
(de más nuevos a más antiguos)


Aún no hay comentarios, ¡deja el primero!