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Escuela Quiteña



Escuela quiteña es como se ha llamado al conjunto de manifestaciones artísticas y de artistas que se desarrolló en el territorio de la Real Audiencia de Quito, desde Pasto y Popayán por el norte hasta Piura y Cajamarca por el sur en la Intendencia de Trujillo, durante el período colonial (segunda mitad del S. XVI, XVII, XVIII y primer cuarto del Siglo. XIX); es decir durante la dominación española (1542-1824).[1]

La Escuela Quiteña alcanzó su época de mayor esplendor entre los siglos XVII y XVIII, llegando a adquirir gran prestigio entre las otras colonias americanas e incluso en la corte española de Madrid.[2]​ También se la considera como una forma de producción y fue una de las actividades más importantes desde el punto de vista económico en la Real Audiencia de Quito.[3][4]

La fama de este movimiento alcanzó tanto prestigio, incluso en Europa, que se dice que el rey Carlos III, refiriéndose a la escuela quiteña y a uno de sus escultores en concreto, expresó: «no me preocupa que Italia tenga a Miguel Ángel, en mis colonias de América yo tengo al maestro Caspicara»[5]

Tras la fundación de la ciudad en 1534 y el crecimiento de la primera generación de quiteños, se vio la necesidad de crear un sitio en el que estos pudiesen educarse correctamente. Es así que se encomienda esta labor al profesor Juan Griego, quien se encarga de enseñar a leer y escribir a los habitantes de la pequeña villa en una escuela que funcionaba en la Catedral debido a la falta de un lugar apropiado. En 1552 esta labor pasó a manos del Obispo de la comunidad franciscana, Francisco Morales, quien fundó el primer centro de educación formal llamado San Juan Evangelista.[6]

Durante seis años el San Juan Evangelista fue un colegio de enseñanza práctica, donde además de leer y escribir se aprendía otras .labores como usar el arado, sembrar semillas y hornear ladrillos. La institución estaba destinada de preferencia para los indígenas, mestizos y uno que otro criollo huérfano, los profesores eran religiosos y la enseñanza gratuita.[6]

Al Colegio San Juan Evangelista le sucede entonces el de San Andrés (1565),[7]​ nombre que se le dio para interesar al plantel al Virrey de Lima: don Andrés Hurtado de Mendoza, el cual intercede ante el Rey para que lo nombre Colegio de Patronazgo Real, es decir un colegio oficial de su majestad. El monarca accede a la petición y emite el siguiente decreto, con el que se forma oficialmente el Colegio y se detalla su forma de financiamiento:[6]

El Colegio de artes y oficios San Andrés inicia su vida con el siguiente profesorado:[6]

De entre ellos destacan en el tiempo dos: Jodoco Ricke y Pedro Gosseal, quienes transforman profundamente esta institución básica en el lugar donde se comenzaban a formar los primeros artistas indígenas y mestizos de la Escuela Quiteña. Mateo Mejía, en 1618, fue el primer alumno que empezó a destacarse por su obra y firmarla, algo que no era costumbre en la época.[7]

Como expresión cultural, es el resultado de un dilatado proceso de transculturación entre lo aborigen y lo europeo y es una de las manifestaciones más ricas del mestizaje y del sincretismo, en el cual aparentemente la participación del indígena vencido es de menor importancia frente al aporte europeo dominante.[8]

En este período aparecen los primeros exponentes de la Escuela Quiteña. En la arquitectura se levantan las primeras edificaciones de ladrillo en la ciudad, destacándose el conjunto de la Iglesia de San Francisco, que por su tamaño no encontraría rival en América.[6]​ La pintura aún no despegaba del todo en esta época, por lo que es difícil encontrar un trabajo representativo, aunque ya se daban los primeros brochazos en libros musicales que se guardan en los templos.[6]​ Aparece la primera cofradía de la ciudad, llamada Cofradía del Precisos Rosario de la Purísima Virgen María, iniciada por fray Pedro Bedón.[9]

La escultura despega de la mano de la arquitectura, con representaciones sacras para las fachadas y altares de los templos. Destacan las figuras de La Santísima Trinidad, El Señor del Árbol, Nuestra Señora de La Merced y la Virgen del Quinche.[9]

Los exponentes más importantes de esta época son:

En esta época inicia la mayor producción de la Escuela Quiteña, reduciendo el protagonismo que la arquitectura había tenido durante el siglo anterior y enfocándose principalmente en la pintura.[9]​ La arquitectura quiteña diecisetesca destaca por la construcción de monasterios y recoletas, entre los primeros se encuentran La Limpia Concepción, Santa Clara y Santa Catalina; mientras que entre los segundos encontramos San Diego, De la Peña de Francia y El Tejar.[6]

En el campo de la pintura aparecen los primeros grandes maestros cuya fama trasciende las fronteras de la Audiencia, con trabajos que seguían la técnica del claroscuro europeo de la época.[9]​ Obras pictóricas representativas de esta época son El Infierno y El Purgatorio, de Hernando de la Cruz; La Inmaculada Concepción, de Miguel de Santiago; Los Profetas, Los Reyes de Judá y La Virgen del Pilar, de Goríbar.[6]

La escultura de este período destaca en la elaboración de retablos para las iglesias de la ciudad. Los adornos de estos son una serie de figuras salidas de la imaginación del artista donde se funden las representaciones de hojas, frutas como uvas, piñas, aguacate, chirimoyas, flores, con aquellas clásicas como columnas salomónicas de varias vueltas en espiral como las existentes en La Compañía y las columnas anilladas con coronas y complemento de pequeños nichos como los de San Francisco.[6]​ Los retablos, al igual las obras escultóricas, fueron construidos con madera de cedro traída de los bosques cercanos a la ciudad. El acabado final era la aplicación de oro usando el dorado al óleo, técnica consistente en cubrir los objetos con aceite, extender color sobre el fondo y finalmente aplicar las láminas de oro;[9]​ a este estilo corresponde las imágenes y relieves de los antiguos coros de Santo Domingo y San Francisco.

Los artistas más destacados de esta etapa de la Escuela Quiteña son:

Durante los años 1700 la producción de la Escuela Quiteña había alcanzado ya gran prestigio, no solo en las colonias americanas y España, sino en toda Europa.[2]​ Durante este período se desarrolla con mayor importancia la escultura, destacando las figuras de las llamadas Vírgenes de Quito y Cristos crucificados. Algunas de estas obras fueron exportadas, tales como la imagen conocida como Señor de las Tribulaciones atribuida a la Escuela Quiteña[10]​ y que se venera en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife en España.

Importantes artistas representantes de este siglo son:

Fue la última etapa de la Escuela Quiteña, y duró hasta alrededor de 1830 cuando nace la República del Ecuador. Muchos de sus artistas lograron sobrevivir algún tiempo después gracias a la fama que había logrado la Escuela y los bajos costos de producción, pero no por mucho. Debieron entonces trasladarse a varias de las nuevas naciones que habían surgido en el continente, siendo Colombia, Venezuela y Chile las más recurrentes. Allí se desarrollaron como maestros de arte y fundaron liceos y academias.[2]​ Artistas importantes de este último período son:

Como fruto del sincretismo cultural y del mestizaje las obras de la Escuela Quiteña se caracterizan por la combinación y adaptación de rasgos europeos e indigenistas y en sus etapas refleja todos los estilos imperantes en cada época en España y así tiene elementos renacentistas y manieristas; durante su apogeo es eminentemente barroca concluyendo con una corta etapa rococó que desemboca en un incipiente neoclasicismo hacia la fase de transición a la etapa republicana.

Además de los aportes españoles, recibe múltiples influencias flamencas, italianas y moriscas, las cuales íntimamente enraizadas en la tradición indo-americana, le dan una particularidad especial, diversa de sus fuentes, pues su resultado es mestizo.

Una de sus características comunes de la Escuela es su «técnica de encarnado» (como se llama en pintura y escultura a la simulación del color de la carne del cuerpo humano) que da una apariencia más natural a la piel del rostro de las esculturas. una vez que la pieza estaba tallada y perfectamente lijada, el oficial del taller procedía a recubrir la madera con varias capas de yeso con cola; luego de cada capa, se pulía perfectamente hasta conseguir un acabado perfectamente liso; luego de lo cual se daba el color en varias capas sumamente fluidas que se transparentaban permitiendo la mezcla óptica de los colores superpuestos; se iniciaba con los colores de sombras (azules, verdes, ocres); luego se daban los colores claros (blanco, rosa, amarillo); para terminar con los colores de resalte (naranja y rojo) para las mejillas sonrosadas, las rodillas y codos de los niños; azul oscuro, verde, violeta, para las heridas y moretones de los cristos o para las sombras de la barba incipiente de personajes imberbes. Finalmente se golpeaba la escultura con la vejiga de un cordero y saliva, para darle un brillo desconocido en Europa.[7]

Además de sus obras de perfecta proporción anatómica, otro mérito de la Escuela Quiteña fue el descubrimiento de nuevos pigmentos, los ocres oscuros se conseguían a partir de huesos de animales, los ocres bermellones del ataco y achiote y colores más fuertes eran obtenidos de insectos como la cochinilla.[7]​ Otra característica es la representación serpenteante del movimiento de los cuerpos, en las esculturas principalmente; al igual que la aplicación primero de pan de oro o de plata y luego a una pintura aguada que permite que el brillo metálico dé una apariencia especial.

Las características que denotan su raigambre indígena son:



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