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Estado Rakáin



Rakáin,[1]Rakhine o Rajine (/rəˈkaɪn/; Burmes: ရခိုင်ပြည်နယ်; MLCTS: ra.hkuing pranynai, pronunciación Rakhine [ɹəkʰàiɰ̃ pɹènè], pronunciación Burmese: [jəkʰàiɰ̃ pjìnɛ̀] antiguamente Arakan) es un estado de Birmania. Situado en la costa oeste, limita con el estado Chin al norte, la división de Magway, la de Bago y la de Ayeyarwady al este, el golfo de Bengala al oeste y la división de Chittagong, en Bangladés al noroeste. La cadena montañosa de Arakan Roma que se eleva hasta los 3063 m del pico Victoria, separa el estado Rakhine del resto de Birmania. La superficie de este estado es de 36 762 km² y su capital es Sittwe, antiguamente llamada Akyab. En 2000 se calculaba que la población era de 2 744 000 habitantes, básicamente de dos grupos étnicos: los rakaines y los bengalíes. Las etnias restantes son los mro, los khami (o Khumi o Jumi), los musulmanes Kaman, los Dienet, los Marmagri y algunos otros. La mayor parte de la población nativa es budista, siendo el islam la segunda religión.

La bandera de este estado muestra un símbolo srivatsa, que era el símbolo del pueblo arakanés.

En español se conoció hasta fines del siglo XX a este territorio costero oriental del golfo de Bengala como Arakán (que no debe confundirse con el actual municipio homónimo del sur de Filipinas).

El término inglés Rakhine se cree que procede de la palabra pali Rajapura o Rakkhapura, que significa Tierra de ogros, probablemente una referencia peyorativa a los denominados Negritos, grupo étnico de la zona. La palabra pali Rakkhapura o Rajapura significa tierra de la gente de Rakhasa. Se les dio este nombre en honor a la preservación de su patrimonio nacional y sus principios éticos. La palabra Rakhine significa "uno que mantiene su propia raza". En el idioma de Rakhine, la tierra se llama Rakhinepray, y la etnia Rakhine se denomina Rakhinetha.

El nombre Arakán, utilizado en tiempos de la colonia británica, se cree que viene de una corrupción portuguesa de la palabra Rakhine que todavía se emplea popularmente en inglés.

Actualmente, la minoría ética Ronhingya o Rohinyá, cuya presencia data aproximadamente desde 1430 y que fue conquistada por el Imperio Birmano en 1784, enfrenta una limpieza étnica por el actual gobierno de Myanmar. No obstante, la persecución a este grupo se evidenció a partir de 1962.

La presencia de esta etnia data desde 1430, allí una pequeña población musulmana habitó lo que se le conoció como el Estado de Arakán. Este territorio fue conquistado en 1784 por el Imperio Birmano, el cuál a su vez en 1824 fue conquistado por el Imperio Británico, que adhirió Birmania como parte de la India Británica. Durante esta época otros musulmanes de Bangladesh entraron a Birmania como migrantes trabajadores, triplicando la población musulmana allí.

A pesar de que los musulmanes habían vivido allí, por siglos los británicos promovieron y les prometieron un Estado autónomo a cambio de su ayuda en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, esta promesa nunca se cumplió y la población Birmana se resintió y empezó a ver a los Rohingyas como invasores.

Myanmar obtuvo su independencia de los ingleses en 1948. Este nuevo gobierno además de no destinar un territorio autónomo para los musulmanes tampoco reconoció a la etnia Rohingya (etnia que reúne a los nativos del Estado de Arakan y a la migración trabajadora que después llegó allí) y a partir de la entrada en vigor de la Ley de Ciudadanía de 1982 dejaron de ser reconocidos tan siquiera como ciudadanos de Birmania. Como consecuencia de ello, los Rohingyas son considerados como apátridas y tratados como inmigrantes ilegales, y es por ello que no tienen acceso a derechos básicos como la educación.

Cuando Myanmar se transformó en un régimen militar en 1962, los Rohingyas comenzaron a sufrir una persecución patrocinada por el Estado. Durante la Operación "Rey Dragón" de 1978, el ejército Birmano cometió abusos de derechos humanos que incluyeron violación, destrucción de casas y pueblos, arrestos masivos y finalmente la expulsión de cientos de miles de personas. Los Rohingya comenzaron a escapar de ese territorio hacia Banglasesh en masa. Otra campaña denominada "Operación Nación limpia y hermosa" obligo a otras 200.000 personas a abandonar ese país.

Hoy en día los Rohingya siguen siendo considerados como inmigrantes ilegales por Myanmar y no son reconocidos por la ley. Los Rohingya no pueden acceder a servicios básicos ni de salud y su movimiento más allá del estado Rakaín o Rakhine es fuertemente restringido. Myanmar también ha impuesto estrictas regulaciones en la natalidad y matrimonio, permitiendo a los Rohingyas en algunas ciudades de Rakaín tener máximo 2 hijos y restringiendo matrimonios entre esta población.

A pesar de que la mayoría de personas Rohingya son musulmanes también hay personas que profesan la religión hinduista. La zona donde habitan es conocida como Rakhine antiguamente conocida como Arakan. Situada al oeste de Birmania, y que cuenta con 36.762 kilómetro cuadrados.

Se calcula que hay un millón aproximadamente en esa zona y un millón y medio en el exilio.

Cada día familias enteras huyen oprimidos de la dictadura militar de Birmania y atraviesan el río hasta el sureste de Bangladés. Su destino es el campo de refugiados de Tal, cerca del pueblo de Teknaf, unas diez mil personas se hacinan en condiciones lamentables de miseria absoluta.

En condiciones de alta humedad y alta temperatura resulta fácil la proliferación de enfermedades tales como malaria, neumonías o infecciones cutáneas. No hay agua corriente potable, ni electricidad. La única urgencia diaria es la obsesión por sobrevivir, por comer, por no morir de hambre. La malnutrición o subnutrición y la suciedad y los accidentes son la principal causa de minusvalías. Los minusválidos en este entorno son vistos como los parias de los parias. En este campo de refugiados de Bangladés uno de los países más pobres del mundo la discapacidad es una carga aún más difícil de llevar por los prejuicios. Hace unos años los Rohingya escondían a los minusválidos, los mantenían al margen, los consideraban una vergüenza. El alto comisario de los refugiados no los identificó hasta que rehicieron el censo oficial de refugiados. Hay un gran número de refugiados que son minusválidos, sin recibir asistencia ni ningún tipo de ayuda.

Aún no son reconocidos como refugiados políticos y viven como sin papeles clandestinos. La gente que vive aquí no está oficialmente registrada ni reconocida por Bangladés ni por la Agencia de Naciones Unidas para el Desarrollo. Por eso no tienen documentación oficial y sin papeles no tienen ningún derecho los refugiados de Tal.

Sin embargo los refugiados en el campo oficial Nayapara, han tenido acceso a salud, alimentación y documentación desde que alcanzaran Bangladés en 1991, momento en el cual el gobierno aceptaba y reconocía a los refugiados políticos y las Naciones Unidas los tomaba a su cargo. En este nuevo campo está financiado por la Unión Europea y por la Asociación Islamic Relief, que acogerá a parte de los refugiados de Tal y podrán vivir dignamente a la espera de que la democracia llegue a Birmania, pero los últimos que han llegado a Bangladés no han corrido igual suerte, unos 1500 excluidos tendrán que realojarse por sus propios medios tras el desmantelamiento programado del campo Tal que de momento sigue existiendo.

Se estima que en Bangladés hay unos 250.000 refugiados que llegan perseguidos por el régimen, de estos unos 200 ó 220 mil han sido repatriados.

Por 1990 el estado de la antigua Birmania convirtió a esta etnia minoritaria en unos apátridas ya que se les arrebató su nacionalidad. Comenzando así a ser actualmente la etnia más perseguida a nivel mundial según los datos que se pueden encontrar en la ONU. Aunque no todos son musulmanes, la “islamofobia” ha contribuido a su segregación en Birmania, siendo sus principales perseguidores los militares y los budistas.

Birmania considera a estos unos inmigrantes ilegales bangladesís, y Bangladés a su vez no los reconoce como ciudadanos suyos ya que es una de las etnias más pobres del mundo y con lo cual su reconocimiento sería el incremento del gasto económico del país y a su vez el incremento de la pobreza.

Acto seguido sus libertades van en detrimentos y son recortadas hasta el punto en el cual estos ciudadanos no pueden salir de su región, Rakhine, sin la obtención de unos permisos especiales difíciles de conseguir y esto hace que estén completamente aislados, siendo incluso castigados por viajar a la capital sin un permiso.

La organización más temida sigue siendo la autoridad de migración, conocida como NaSaKa, responsable de la mayoría de violaciones de derechos humanos. Esta institución, creada en 1992, existe solo en el Estado de Rakhine, hogar de los Rohingya.

Las autoridades a veces borran nombres de familiares de los registros oficiales y luego los vuelven a incorporar a cambio de dinero; los Rohingya deben pagar por todo: desde las visitas a las cárceles hasta el paso de alimentos en los puestos de control. Y para contraer matrimonio deben pagar una alta suma de dinero (lo que frena notoriamente los matrimonios). Lo peor es que castigan con varios años de cárcel tener hijos sin estar casados: una práctica que raya en lo genocida.

Los refugiados se quejan de que la discriminación en su contra pareciera ser lo único común al resto de fuerzas políticas de Birmania. Algunos tuvieron un rayo de esperanza en la líder Aung San Suu Kyi, premio Nobel de Paz en 1991 y que esta figura emblemática de la oposición birmana dijo poco o nada acerca de los Rohingya.

Como si fuera poco, se consolida un gasoducto que atraviesa toda Birmania desde la tierra de los Rohingya hasta Kachin (2.806 km) y que constituye una obra estratégica para China. Esta construcción se ha visto salpicada por los casos de confiscación de tierras, desplazamiento, detención arbitraria, torturas, trabajos forzados, así como el aumento de tensiones entre comunidades.

Huyendo de toda esa realidad, los Rohingya buscan refugio desde 1991, especialmente hacia la cercana Bangladés (hoy prácticamente cerrada para ellos), mientras otros se han aventurado en botes hasta Tailandia, Indonesia y Malasia, donde no son bienvenidos. Ni en casa ni fuera de ella los Rohingya encuentran paz, pero tampoco optan por la guerra.

En 2012 se dieron lugar violentos encuentros de turba, precedidos de una supuesta violación y asesinato a una joven budista por parte de unos varones de origen Rohingya, en el estado de Rakhine. Esto se saldó con dos de estos acusados con cadena perpetua y un último que se quitó la vida. Pero rápidamente los budistas más extremistas se tomaron la justicia por su mano, asaltando un autobús donde viajaban unos diez líderes Rohingya que fueron apaleados hasta la muerte sin que se produjera ninguna detención en este bochornoso caso.

El sistema político de Birmania comienza con un Parlamento bicameral. La junta militar ha recibido unos cambios o procesos de transición en los cuales se iniciaron en 2003 con la redacción de una nueva constitución y la celebración de elecciones en 2010 que fueron las primeras en 20 años, es decir en 1991.

En Birmania nos encontramos ante un gobierno dirigido por Thein Sein desde el 4 de febrero de 2011 que dejó su cargo como primer ministro de la junta militar y también se convirtió en exgeneral. Todo esto ocurrió tras las primeras elecciones libres celebradas en el país que se dieron lugar en 1990 en las cuales ganó un partido democrático liderado por la premio Nobel de la paz Aung San Suu Kyi pero los militares no aceptaron ni reconocieron esta victoria, haciendo que esta líder haya pasado los últimos 20 años en prisión o bajo arresto domiciliario.

A consecuencia de esto en 2010 se celebraron otras elecciones en las cuales ganó Thein Sein con la obtención del 77% de los votos en las elecciones del 7 de noviembre de 2010 con el Partido de la Unión, Solidaridad y Desarrollo (USDP), el cual, está formado mayoritariamente por exmilitares que abandonaran el ejército para poder concurrir como civiles a las elecciones.

Malasia exigió el 14 de mayo de 2015 a Birmania que pusiera fin a la salida de botes con inmigrantes desde sus costas, lo que está provocando una de las mayores crisis migratorias en la región de los últimos años.

Miles de inmigrantes siguen a la deriva en aguas del sureste asiático ante la inacción diplomática de los países de la región para llegar a un acuerdo frente al éxodo de bangladesíes y birmanos de la etnia rohingya. Esta minoría musulmana huye de la persecución que sufre en Birmania, país que no le reconoce la ciudadanía.

Naciones Unidas ha pedido a los países de la región que acojan a miles de inmigrantes hambrientos y enfermos que vagan a la deriva por el golfo de Bengala. Según sus cálculos, unos 25.000 miembros de la etnia rohingya han huido de Birmania en barcazas en los tres primeros meses del año, el doble que en el mismo periodo de 2014.

Solo en la última semana, unos 2.500 inmigrantes han desembarcado en Tailandia, Indonesia y Malasia, pese a los intentos de las autoridades por mantenerlos alejados de su litoral. Al menos otros 800 indocumentados han sido rechazados por estos países. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, hasta 6.000 inmigrantes podrían estar atrapados en estos barcos que buscan dónde recalar y solo en algunos casos las autoridades les han facilitado agua, comida y combustible para que sigan su rumbo a otro país.

“El sábado les arreglamos el motor porque tenía agua, y les dimos agua y comida para un día y medio, suficiente para llegar a Indonesia”, aseguraba Wirapong Nakprasit, subcomandante de la Marina tailandesa.

Un día después de comprometerse, junto con Indonesia, a acoger a los miles de refugiados rohingya a la deriva en el mar de Andamán y el golfo de Bengala, Malasia ha empezado a cumplir su promesa. El primer ministro, Najib Razak, ha anunciado que ha dado orden a la Marina para que busque y rescate a los barcos que los transportan. Su ministro de Exteriores, junto a la jefa de la diplomacia indonesia, se encuentran en Birmania para conversar sobre la crisis con el Gobierno de Naypyidaw.

“He dado orden a la Marina y al servicio de guardacostas para que lleven a cabo misiones de búsqueda y rescate de barcos rohingya. Tenemos que impedir la pérdida de vidas”, ha indicado Razak en su cuenta de Twitter. “Es cuestión de básica compasión humana que nos aseguremos de que los hambrientos reciben agua y alimentos y los enfermos obtienen tratamiento y suministros médicos”.

Aproximadamente 3.000 refugiados han pisado tierra firme en Indonesia y Malasia en las últimas dos semanas. Otros 7.000, según los cálculos de las organizaciones humanitarias, se encuentran a la deriva, hacinados en botes en condiciones precarias, posiblemente muchos de ellos -incluidos ancianos o niños- enfermos o desnutridos.

Hasta el miércoles 20 de mayo de 2015, Malasia e Indonesia habían rechazado la entrada en sus aguas de estos refugiados, a los que devolvían al mar tras entregarles agua, comida y combustible, reparar el motor de su barco si era necesario y ofrecerles nociones básicas de navegación para llegar a otro puerto. Pero tras una reunión ese día de ministros de Exteriores que incluyó a Tailandia los dos países cambiaron de actitud. A partir de ahora, aseguraron, aceptarán a los refugiados que ya se encuentren en el mar. No así -subrayaron- a los que aún no hayan zarpado.

La provisión de acogida no será incondicional tampoco. La comunidad internacional tiene un plazo de un año para ofrecer realojamiento a estos refugiados, de religión musulmana.

Tailandia, que a diferencia de Indonesia o Malasia no es un país de mayoría islámica, ha rechazado sumarse al acuerdo. Este país ha convocado una cumbre regional para el próximo día 29 sobre la crisis.

Precisamente, el problema estalló después de que hace tres semanas el Gobierno tailandés lanzara una campaña contra los traficantes de personas, que hasta entonces utilizaban la jungla del sur de este país para ocultar a los refugiados y esperar a que estos o sus familias pagaran el transporte hacia su país de destino definitivo, generalmente Malasia. A raíz de la campaña gubernamental, los contrabandistas, temerosos de ser capturados, optaron por abandonar los barcos a su suerte.

Los refugiados son principalmente bangladesíes que huyen de la pobreza de su país o rohingyas, una minoría de 1,1 millones de personas que habitan principalmente en Birmania. Este país, de mayoría budista, les niega la ciudadanía al considerarles inmigrantes ilegales bangladesíes, aunque su familia se encuentre afincada allí desde hace generaciones. En los últimos tres años ha aumentado la persecución contra ellos, que ha dejado casi 300 muertos y cerca de 140.000 refugiados en campamentos en torno a la ciudad de Sittwe, en el oeste birmano.

Además de los ministros de Malasia y Tailandia, se encuentra este jueves (21 de mayo) también en Birmania para tratar sobre la crisis el subsecretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, cuyo país también se ha declarado a hacer más en favor de los rohingya. El Gobierno birmano, que inicialmente había rechazado participar en la cumbre regional del 29 e insiste en que no reconocerá a los rohingya como minoría, ha indicado que está dispuesto a participar, después de que el miércoles decidiera ofrecer ayuda humanitaria.

Mientras tanto, en los campos rohingya en Birmania crece la desesperación por la suerte de aquellos que han huido y de los que no tienen noticias desde hace semanas. Algunas comunidades intentan recaudar dinero para pagar a los traficantes y que traigan a sus seres queridos de vuelta. Según informa Reuters (Agencia de información con sede principal en el Reino Unido), que cita a pobladores de uno de estos campamentos, el fin de semana pasado regresaron al menos 50 rohingya después de haber pagado entre 200 y 300 dólares a los capitanes de los barcos. Muchos de ellos habían sufrido palizas y habían recibido escasos alimentos o agua.

La reunión de Bangkok sobre el problema de los rohingya ha concluido con una declaración llena de buenas palabras pero pocos compromisos concretos. Y que hace poco por eliminar la raíz del problema, el rechazo del Gobierno birmano a reconocerles la ciudadanía. Un problema que tiene pocos visos de solución, y menos todavía hasta que se celebren las elecciones en Myanmar, previstas para este otoño.

La declaración del encuentro, en el que participaron 17 países y organismos internacionales, incluido Birmania, incluye un acuerdo para intensificar las operaciones de búsqueda y rescate de los cerca de 2.000 refugiados que la ONU calcula que aún se encuentran en barcos a la deriva en el golfo de Bengala o el mar de Andamán. Cerca de otros 4.000 han llegado a las costas de Malasia e Indonesia y ambos países se han comprometido a acogerlos a ellos y los que aún están en el mar de manera temporal durante un año.

Acerca de las causas del problema, los países se comprometen a promover el desarrollo de las áreas de origen de los refugiados y “promover el completo respeto de los derechos humanos y el acceso de la gente a los derechos básicos y servicios como la vivienda, la educación y la sanidad”.

En opinión de Phil Robertson, subdirector para Asia de Human Rights Watch, “no es suficiente”. “Problemas específicos de la cuestión rohingya, como la falta de ciudadanía, la falta de libertad de movimiento, no se abordan”, apunta en conversación telefónica desde Bangkok. Aunque se apueste por el desarrollo y por invertir importantes sumas de dinero en el estado birmano de Rakhine y otras zonas donde habita esta minoría de 1,3 millones de personas, “no es tan simple, el desarrollo necesita derechos para poder funcionar de manera efectiva”.

Eso suscita el temor de las organizaciones pro derechos humanos a que, aunque se resuelva el problema inmediato de aquellos que ya están en el mar, todo continúe igual o peor para esta minoría. Y que en unos meses vuelvan a salir barcos llenos de refugiados, que ya no sean acogidos por los países vecinos.

Pero en lo que respecta a los derechos de los rohingya, el Gobierno birmano no quiere ceder y es improbable que lo haga antes de las elecciones, que en principio se celebrarán a finales de octubre o principios de noviembre. Esa minoría, de religión musulmana, es muy impopular en una Myanmar de mayoría budista y donde hace apenas dos días se celebró una manifestación en la que participaron centenares de personas contra ellos en Rangún, la principal ciudad del país.

En conclusión sobre esta situación que afecta a los Rohingya como principales sufridores de este drama. No solo afecta a Bangladesh y Myanmar, también a los colindantes como Tailandia, Malasia e Indonesia. Las expectativas de futuro son poco alentadoras por el momento, pues las pocas soluciones que se proponen parecen ser poco contundentes, la oferta de permiso de residencia durante un año da esperanza por ahora a los que ya se han “lanzado” en navíos en busca de libertad. Pero los que en tierras birmanas quedan no se les está ayudando lo suficiente y siguen en condiciones de precariedad. Los que huyeron en la década de los noventa hacia Bangladesh se encuentran en campos de refugiados, que sí están recibiendo o han recibido ayuda exterior, como salud, comida, y vivienda básica aunque no hay sitio ni medios para la gran masa de Rohingyas que quieren penetrar en tierras bangladesíes

El estado se divide en 5 distritos y 17 municipios:



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