Evangelio según San Juan nació en Mateo.
El Evangelio de Juan, también llamado Evangelio según san Juan o Evangelio según Juan es el cuarto de los evangelios canónicos constitutivos del Nuevo Testamento. Se caracteriza por las marcadas diferencias estilísticas y temáticas, como así también por las divergencias en su esquema cronológico y topográfico respecto de los otros tres, llamados evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas).
El Evangelio de Juan no solo contiene muchos pasajes sin equivalente en los otros evangelios canónicos, sino que aun los pasajes con cierta similitud son presentados de forma totalmente diversa en cuanto al contenido, al lenguaje, a las expresiones y giros con que predica Jesús de Nazaret y a los lugares de su ministerio. La tradición apostólica atribuye la autoría de este evangelio a Juan el apóstol y evangelista aunque, dada la falta de unidad en su redacción final, el estilo y la fecha supuesta de redacción (en torno al año 90 d. C.), entre otros puntos, se cuestiona tanto la autoría en sí como sus alcances (redactor, comunidad responsable). Existe la posibilidad de que el Evangelio de Juan fuera fruto de la comunidad fundada alrededor de uno de los discípulos de Jesús, presentado en el evangelio con el título de «discípulo a quien Jesús amaba», seguramente la de Éfeso.
Entre las características del Evangelio de Juan, se acepta ampliamente la de ser un escrito para la meditación en el que sobresalen los discursos como forma de reflexión en torno a la figura de Jesús de Nazaret, a quien se presenta desde el prólogo como el Logos, la Palabra eterna de Dios. Es un evangelio sumamente simbólico y litúrgico, que enmarca el ministerio público de Jesús en la sucesión de festividades judías (entre ellas, la Pascua judía, la Fiesta de la dedicación o de las luminarias y la Fiesta de los tabernáculos o de las tiendas). Muchos estudiosos han visto en el Evangelio de Juan un carácter marcadamente místico.
Las polémicas que rodean el Evangelio de Juan son el resultado de su singularidad. No se trata de una obra corriente: se disputa su autor, el ambiente que haya podido influir en su pensamiento y sus modos de expresión, su estructura literaria, sus fuentes y hasta la naturaleza del libro. Con todo, siempre fue recibido sin reticencias por parte de la Iglesia.cristológico, soteriológico y eclesiológico) y que, a través del tiempo, alcanzó los más diversos campos de la cultura y de las artes.
La bibliografía sobre el Evangelio de Juan se acrecentó mucho en el último siglo, y hoy es sumamente abundante. Junto con los numerosos análisis que de él se hicieron, se puso aún más de manifiesto su profundidad, que supera el marco estrictamente religioso (Existen numerosos papiros que contienen fragmentos del Evangelio de Juan. Algunos de ellos presentan una escritura que data de fechas muy próximas al momento estimado de redacción del evangelio. Se destacan particularmente los siguientes, catalogados según la clasificación de Aland y Aland, como papiros de Categoría I:
La datación mayoritaria sitúa a este evangelio en los años 90 d.C.
Las dataciones más tardías están limitadas por el papiro P52 (hacia 125-150), y por las menciones al Evangelio de Juan que hacen Ireneo de Lyon y el Fragmento muratoriano hacia el año 180, así como Clemente de Alejandría y Tertuliano hacia 200.
Las dataciones más tempranas (P. Gardner-Smith; A. T. Olmstead; E. R. Goodenough; H. E. Edwards; B. P. W. Starther Hunt; K. A. Eckhardt; R. M. Grant; G. A. Turner; J. Mantey; W. Gericke; E. K. Lee; L. Morris; S. Temple; J. A. T. Robinson) se basan en los siguientes argumentos:
Ireneo de Lyon (ca. 130 - ca. 202) señaló a Éfeso como lugar de composición del Evangelio de Juan, ya en tiempos del emperador Trajano (98 a 117). La época del comienzo del mandato de Trajano coincidiría con la datación de muchos especialistas, tal como se mencionó anteriormente.
La mayoría de los escrituristas acepta el dato del lugar de composición propuesto por Ireneo. En cambio, B. P. W. Stather-Hunt y G. W. Broomfield se inclinaron por Alejandría (considerando la difusión que el Evangelio de Juan tuvo en Egipto). W. Bauer y Burney argumentaron a favor de Antioquía u otro lugar de Siria. También se ha propuesto algún lugar hacia el este del lago de Tiberíades dentro del reino de Herodes Agripa II. Pero estos argumentos han recibido escasa aceptación. En la consideración de Raymond Edward Brown, Éfeso continúa ostentando la primacía entre las demás candidaturas a la identificación como lugar en que se compuso el Evangelio de Juan, por la casi unanimidad de las voces antiguas que tratan del tema y por el paralelismo entre el Evangelio de Juan y el Apocalipsis, obra que pertenece claramente al área de influencia de Éfeso.
En nuestros días, se admite en general que la lengua original del Evangelio de Juan es la koiné, una variedad del griego. Algunos autores plantearon la hipótesis de un texto original desaparecido en arameo. Esta hipótesis fue revisada extensamente, pero no tuvo aceptación entre los especialistas.
El evangelio presenta una interrupción notable al final del capítulo 12 admitida por todos los comentaristas, por lo que la obra queda dividida en dos partes principales, a la que se suma un añadido o epílogo general.
En la primera parte se reitera con insistencia que todavía no ha llegado la hora.
En el capítulo 12 se anuncia que esa hora ha llegado, y en la segunda parte se describe lo que sucede en esa hora, ya desde su prólogo: se trata de la hora de Jesús de pasar de este mundo al Padre, la hora de su glorificación. Así, en el Evangelio de Juan se distinguen dos tiempos: la primera parte, cuando todavía no ha llegado la hora, Jesús se revela a través de signos o gestos simbólicos. En la segunda parte, habiendo llegado la hora, la revelación se produce en la crucifixión y muerte de Jesucristo, tiempo de su glorificación.
Una característica propia del Evangelio de Juan es su gran obertura coral,
la introducción (1:1-5) que ha sido y es base del Credo cristiano. Solo el Evangelio de Juan inicia su obra con un himno para ser cantado por la comunidad antes de la lectura del evangelio. El origen de este himno es desconocido y se discute si el mismo autor del evangelio lo escribió o si lo tomó de otra fuente. Se suele sostener la hipótesis de que el autor del evangelio, una vez que su obra estuvo terminada, escribió el prólogo como himno que contiene las ideas centrales del evangelio, las claves para su comprensión. En el prólogo del Evangelio de Juan se presenta al Logos (Λóγος), la «Palabra» de Dios, en su itinerario desde antes de la creación hasta la encarnación de Jesucristo. En el desarrollo del Evangelio de Juan se presenta que la Palabra estaba en Dios, que es una con el Padre, y que preexistía a la creación del mundo; que fue enviada al mundo por el Padre, para llevar a cabo su misión: transmitir al mundo la gracia y la verdad, y que concluida su misión vuelve al Padre. Juan 1:1 dice:
Se percibe que algunos pasajes del Evangelio de Juan parecen desordenados o, al menos, no muy elaborados en su edición definitiva. Hay textos que no corresponden con el contexto, se producen cortes llamativos y hay falta de unidad en varios relatos y discursos. Esto se puede ilustrar con varios ejemplos.
También es curiosa la falta de unidad del relato, que se descubre en varios pasajes:
Se han presentado varios intentos de explicación. La teoría actualmente más difundida es la de las ediciones múltiples, es decir, que el Evangelio de Juan es el resultado de un texto que creció con el transcurso del tiempo, con añadidos y notas provenientes del mismo autor o de otros miembros de la comunidad (Raymond E. Brown propuso la existencia de una comunidad joánica que habría participado en la edición y quizá en la redacción final del evangelio).
Los puntos notables de este evangelio son (1) la relación entre el Hijo y el Padre, (2) entre el redentor y los creyentes, (3) el anuncio del Espíritu Santo como Consolador, y (4) el énfasis sobre el amor como un elemento de carácter cristiano.
El evangelio fue escrito para personas conocedoras de la cultura judía y al mismo tiempo en contacto con el pensamiento griego; además se les pone en guardia frente al gnosticismo.
El lenguaje de una obra suele ser un descriptor de la personalidad del autor y de su relación con el grupo en que vive. Comparando la cantidad de veces que aparecen ciertas palabras en los Evangelios sinópticos, en los Hechos de los Apóstoles y en el Evangelio de Juan (Tabla 1), se observa la terminología que domina al cuarto evangelio, y la importancia que este otorga a considerar a Dios como «Padre» y a vivir la «vida» verdadera, que para el autor del evangelio consiste en «permanecer» en el «amor», la «luz» y la «verdad», ya que viviendo así se «conoce» a Dios, se «cree» en él, y se «da testimonio» de él.
El texto que nos ha llegado se caracteriza por gran sobriedad en las formas. En general pese a que los encabezados de los textos están realzados con frases relativamente complejas de gran elegancia,
el grueso del texto es pobre tanto en vocabulario como en estructuras gramaticales, resultando en algún caso manifiestamente oscuro. Como señala Castro Sánchez, el evangelio «ha sido compuesto en un estilo extremadamente sencillo, con una sintaxis elemental y un vocabulario reducido. Sólo encontramos unas mil palabras diferentes. El lenguaje es directo. Usa con mucha frecuencia el presente histórico. Las frases se unen muchas veces con la partícula kai (“y”). A pesar de esta pobreza, se ha logrado una obra que pudiéramos denominar artística, porque ha dotado a ciertos vocablos vulgares de una dignidad y profundidad insospechadas». En el Evangelio de Juan, se encuadra la vida pública de Jesús con dos escenas en las que aparece su madre. Se trata de las bodas de Caná, y de la crucifixión y muerte de Jesús. El Evangelio de Juan guarda al respecto ciertas particularidades:
En el Evangelio de Juan, María es vista no solo como personalidad real sino además con un valor simbólico:
El Evangelio de Juan presenta la figura del discípulo a quien Jesús amaba en cinco pasajes. La mayoría de los estudiosos concuerda en que se trata de un personaje real, un testigo sobre cuyo testimonio fiable descansa la veracidad del propio evangelio: «El que lo vio lo atestigua, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis» (Juan 19, 35). La tradición cristiana lo ha identificado con Juan el Apóstol, aunque el Evangelio de Juan nunca lo menciona por su nombre. Existen discrepancias entre los exégetas sobre la identificación de esta figura, sin que al presente pueda asegurarse una solución que satisfaga a todos.
Al igual que en el caso de la madre de Jesús, el Evangelio de Juan otorga al personaje del discípulo amado un valor simbólico adicional al de su identidad histórica.
Considerando la dimensión simbólica del Evangelio de Juan, el discípulo amado por el Señor se identifica con el discípulo ideal de Jesús. El discípulo amado es aquel que:
En algunos pasajes del Evangelio de Juan, los adversarios de Jesús de Nazaret son designados como «los judíos», en tanto que en ciertos versículos se refiere a Jesús y sus discípulos como si no fueran judíos.
En algunos casos, los enemigos de Jesús son presentados como «judíos» aunque se tratara de galileos, es decir, habitantes de Galilea que murmuraban de él, o que discutían entre sí sobre él. El Evangelio de Juan puntualiza que nadie hablaba abiertamente de Jesús «por temor a los judíos». También Jesús se presenta refiriendo a sus adversarios como judíos, y aparecen en el evangelio expresiones tales como: «Jesús dijo a los judíos...». Jesús es llamado «judío» solamente por los extranjeros: por la mujer samaritana, y por Poncio Pilato. Como varios grupos religiosos no son mencionados (saduceos, zelotes, herodianos, etc.), «judíos» sería un término usado por el evangelista para designar a todos esos grupos en general y a las autoridades religiosas de Jerusalén de esa época en particular.
Esto aparece incluso en diálogos que involucran a otros personajes, como los padres del ciego de nacimiento quienes, aunque supuestamente eran judíos, actuaban regidos por su «temor a los judíos»:
De todo lo anterior surge que el Evangelio de Juan utiliza en general el término «judío» para designar mayormente a aquellos que no aceptaban a Jesús.
Con todo, se puede también observar que el término «judío» no aparece siempre con acepción peyorativa, porque el evangelista retuvo el texto en el que este nombre aparece unido al mayor elogio puesto en labios de Jesús de Nazaret en su diálogo con la mujer samaritana: Además, el término «israelita» se usa en el Evangelio de Juan como título honorífico,Nicodemo, «notable entre los judíos», que defendió a Jesús ante los fariseos, y junto con José de Arimatea se ocupó de sepultarlo luego de su muerte. Incluso se menciona en varios pasajes a judíos que creyeron en Jesús.
y varios personajes que son presentados como judíos aparecen rodeados por una luz positiva, como sucede conEl evangelista parece sugerir que la práctica de la excomunión y exclusión de la sinagoga existía ya en tiempos de Jesús, como también sugieren los manuscritos del Mar Muerto.destrucción del templo de Jerusalén en el año 70, época en la que los seguidores de Jesús de origen judío fueron expulsados oficialmente de las sinagogas. Así, el Evangelio de Juan estaría adelantando a los tiempos de Jesús la situación particular que sufrió la comunidad joánica.
Pero es posible que el Evangelio de Juan describa conflictos que tuvo la comunidad cristiana del evangelista con los miembros de la comunidad judía y que los proyecte hacia el pasado. En efecto, el Evangelio de Juan fue probablemente escrito tras laEl Evangelio de Juan es el evangelio canónico en que más asiduamente se cita a los apóstoles. Según Chapman, el Evangelio de Juan menciona nombres de apóstoles 74 veces, contra 50 del Evangelio de Marcos, 43 del Evangelio de Lucas y 40 del Evangelio de Mateo. Entre ellas se destacan las siguientes citaciones: 40 veces a Simón Pedro (como Simón, Pedro, Simón Pedro, o Cefas), 5 veces a Andrés, 12 a Felipe, 1 a Judas –no el Iscariote– (probable Judas Tadeo), 7 a Tomás, y 11 a Judas Iscariote.
Llamativamente, el Evangelio de Juan no hace mención de Juan el Apóstol siquiera una vez, ni tampoco de su hermano Santiago el Mayor. Aun la expresión que los agrupa a ambos, «hijos de Zebedeo», aparece únicamente una vez, en el apéndice que la gran mayoría de los estudiosos clasifica como un agregado posterior a la redacción del corpus del evangelio. Ese silencio absoluto respecto de Juan el Apóstol y de su hermano Santiago es tanto más sugestivo cuanto que Juan el Apóstol aparece 17 veces en los Evangelios sinópticos, en tanto que Santiago el Mayor es mencionado 15 veces y la expresión «hijos de Zebedeo» –sin nombrarlos expresamente– 3 veces.
Para este silencio se han propuesto razones diversas que no satisfacen a los estudiosos de forma unánime. El escriturista Luis H. Rivas, señala: «no se ha encontrado una explicación satisfactoria para este silencio». John Chapman propuso que el autor del evangelio habría velado su propio nombre. J. de Maldonado sugirió que la comunidad cristiana de Asia, durante la redacción final del Evangelio de Juan, pudo velar el nombre de Juan el Apóstol bajo el título de «discípulo a quien Jesús amaba», cuya persona y méritos habrían conocido personalmente. El silencio del Evangelio de Juan sobre la figura de Juan el Apóstol parece tan deliberado como el silencio sobre la identidad del «discípulo amado». Este punto es reconocido también por Joseph N. Sanders, aunque este autor no está de acuerdo con la identificación de Juan el Apóstol con la figura del «discípulo amado».
En el Evangelio de Juan, Juan el Bautista recibe como único título el de «testigo», es decir, el que ha venido a dar testimonio.
En los evangelios sinópticos:
En cambio, en el Evangelio de Juan:
Además, el Evangelio de Juan remarca dos diferencias entre Jesús y Juan el Bautista:
Todo esto sugiere un aparente interés del evangelista por evitar dar un relieve muy marcado a la figura de Juan el Bautista.
El libro de los Hechos de los Apóstoles indica que en Éfeso, Pablo de Tarso conoció gente que solamente sabía del bautismo de Juan el Bautista y no del bautismo de Jesús, tal el caso de Apolo. Resulta sugestiva la coincidencia de que estos seguidores del Bautista se encontraban en el mismo lugar en que se supone fue redactado el Evangelio de Juan. Además, el Evangelio de Juan señala que los primeros discípulos de Jesús surgieron de las filas de los seguidores de Juan el Bautista. Esto lleva a suponer que, más allá de la grandeza que los evangelios confieren a Juan el Bautista, el evangelista quiere situarlo en un plano inferior al de Jesús de Nazaret, tal las palabras que pone en labios de Juan el Bautista:
El capítulo 3 del Evangelio de Juan aparece dominado por el encuentro de Jesús de Nazaret con Nicodemo, personaje que reaparecerá posteriormente en otros pasajes.
El Evangelio de Juan presenta a Nicodemo como fariseo,Ley. El evangelista insiste en mencionar que Nicodemo fue a Jesús «de noche». Se trata de un significado simbólico: el diálogo de Nicodemo con Jesús se desarrolló «en la oscuridad», como el de alguien que no capta todavía el verdadero significado de la persona de Jesús. Sin embargo, el evangelista señala que «en la noche», Nicodemo fue a Jesús. Con ello lo diferencia de personajes como Judas Iscariote quien, durante la última cena, se alejó de Jesús «hacia la noche».
designado como «arjōn entre los judíos», que significa principal, notable. Se trata de un título con el que además se podía hacer referencia a un miembro del Sanedrín. Se dice que Nicodemo era «maestro de Israel», por lo que el evangelista resume en él a los judíos eruditos que conocían laDe igual forma que Nicodemo representa a los judíos eruditos conocedores de la Ley, la mujer samaritana representa en el Evangelio de Juan a todos los paganos. De igual forma que los profetas acusaban de adulterio al pueblo de Israel cuando abandonaba al Dios único para ir detrás de los dioses falsos, el Evangelio de Juan presenta el siguiente diálogo entre Jesús y la samaritana:
Se puede entender estas frases en sentido literal o alegórico. En el primer caso, cabe preguntarse si se trata de matrimonios sucesivos, o de adulterios de la mujer. Para la moral de los judíos, aunque se tratara de matrimonios sucesivos, resultaba ilegal tener cinco uniones porque no se permitían más de tres. Pero también se le da una interpretación alegórica, en relación a los cinco pueblos de donde provenían los antiguos samaritanos y a las divinidades que habían adorado en la Antigüedad.Flavio Josefo señala que «eran cinco pueblos y cada uno llevó consigo su propio dios». Así, el Evangelio de Juan reprocharía al pueblo samaritano, representado por la mujer, por haber adherido antiguamente a las falsas divinidades.
Si bien el Antiguo Testamento enumera 7 dioses,Lucas 6-7,9-14; Juan 4-5,10-11; Hechos 4-17
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