El exordio (del latín exordium: comienzo; en griego: προοίμιον / prooímion, «preludio») es, en retórica, la primera de las cinco partes canónicas del discurso.
El exordio, del cual muchas veces depende el éxito de todo el discurso, tiene por objetivo captar la atención del auditorio sobre el tema a tratar, y de obtener su buena voluntad y benevolencia. Esta introducción permite al orador justificar por qué está haciendo uso de la palabra, mostrando que el interés del público se une al suyo propio, en relación a los tópicos y a los enfoques que van a ser desarrollados. Es aquí, en esta parte, que quien habla debe desplegar sus mejores cualidades, para asegurar una buena acogida a sus argumentaciones y a sus eslabonamientos de la presentación, y mostrando modestia, prudencia, probidad, autoridad y dominio de la temática.
El exordio es el triunfo de lo que los antiguos llamaron "costumbres" o "precauciones oratorias", o sea, las disquisiciones hábiles a través de las cuales, tanto el orador como el escritor, suavizan lo que podría parecer atonante, ese arte de eludir la opinión contraria y los sentimientos hostiles, y en cierta medida de asociarse incluso con los prejuicios y con los intereses que se van a combatir.
El exordio reposa mucho en la alusión: el orador evoca a grandes rasgos el marco de la temática a tratar o las circunstancias que la rodean. El exordio también puede presentar brevemente algunos puntos-clave, en favor de la posición a la que se está orientado a defender. En muchos casos, aquí el orador intenta hacer comprender al auditorio que no saben todo sobre el tema que se va a desarrollar, y que por lo tanto es mejor tener una posición prudente y expectante; a veces es mejor sugerir o insinuar que afirmar. En esta parte, el orador debe ser tan breve, conciso y claro como pueda, y es recomendable en este preámbulo usar pocas imágenes o figuras de estilo.
En otros tiempos se distinguían tres tipos de exordios: los exordios simples, los exordios por insinuación, y los exordios bruscos o de tipo ex abrupto. Y la elocuencia cristiana agregó un cuarto tipo: los exordios majestuosos. Muchos escritos sobre retórica dan la definición de esta última clase de exordio, así como ejemplos de los considerados más ilustres. Es claro que la elección y el empleo del exordio depende sobremanera del sujeto actuante, o sea del orador, y también por cierto del auditorio, del tiempo o época, del lugar, de las disposiciones de espíritu producidas o generadas por las circunstancias, etcétera.
El exordio ex abrupto, por ejemplo, necesita tanto habilidad como pasión, y además, la pasión desarrollada de ninguna manera debe ser desordenada o ciega, ya sea que se trate de Jacques Bridaine intentando plasmar un sermón, o del propio Cicerón concretando una catilinaria; la elocuencia de la pasión vehemente siempre debe tener en cuenta la benevolencia y el estado de ánimo de la gente sobre la que estalla y a la que se dirige.
Según la retórica, las otras partes que siguen al exordio o prólogo son: la proposición (frase-lema, tema a tratar), la división (ordenamiento y enumeración de partes), la narración (fundamento-desarrollo de contenido), la argumentación, y la refutación (responder contrariamente a otro concepto o explicación; convencer). El discurso finalmente debe terminar con la peroración (redondeo de ideas). Entre las diversas partes del discurso establecidas por la antigua retórica (la dispositio), el exordio es una de las más esenciales, y también una en la que las circunstancias de tiempo y lugar influyen de manera más importante.
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