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Extra ecclesiam nulla salus



La frase latina Extra Ecclesiam nulla salus significa: "Fuera de la Iglesia no hay salvación". Proviene de los escritos de san Cipriano de Cartago, obispo del siglo III, y su comprensión requiere del conocimiento del contexto en que fue presentada.[1]​ Es un dogma de la Iglesia católica, definido en la forma "es absolutamente necesario para la salvación de toda criatura humana que esté sujeta al Romano Pontífice" (bula Unam Sanctam del Papa Bonifacio VIII, año 1302). Se trata de un principio fundamental del catolicismo.

Símbolo Atanasiano (siglo V):

Afirmaciones de los Concilios y los Papas:

Papa Inocencio III (1198-1216):

(Denzinger 792).

Cuarto Concilio de Letrán (1215):

Papa Bonifacio VIII, Bula Unam Sanctam (1302):

Eugenio IV. Concilio de Florencia. Bula Cantate Domino (1442):[2]

Papa Pío X (1903-1914), Encíclica Jucunda Sane:

Papa Benedicto XV (1914-1922), Encíclica Ad Beatissimi Apostolorum:

Papa Pío XI (1922-1939), Encíclica Mortalium Animos:

Papa Pío XII (1939-1958), Discurso a la Universidad Gregoriana (17 de octubre 1953):

Concilio Vaticano Segundo, Constitución Dogmática Lumen gentium:

Aunque el Concilio de Trento (Ses. 7, cap. 5) declara que nadie se puede salvar sin el bautismo,[3]​ pues este es necesario para borrar el pecado original que priva del cielo, considera que el deseo ardiente de recibir el bautismo puede suplir el sacramento. Con el bautismo de deseo suponen algunos teólogos que fueron borrados los pecados del Buen Ladrón.[4]​ Según afirmó el obispo chileno Justo Donoso Vivanco, la posibilidad de que este deseo no sea solamente explícito, sino también implícito, se apoya en muchos doctores de la Iglesia, entre otros en Santo Tomás (Part. 3, q. 69, art. 4) y San Alfonso Ligorio (De bapt. c. 1). El deseo implícito de bautismo se daría en aquel que, «sin tener conocimiento del bautismo, está dispuesto a observar todo lo que Dios prescribe como medio de salud».[5]

Si para San Agustín la Iglesia consta de «alma» y «cuerpo», teólogos católicos afirmaron en el siglo XIX que se puede pertenecer a la Iglesia estando en «el alma» de la misma, aun ignorando la necesidad de estar en ella, mientras se obre «en todo y por todo conforme al dictamen de su razón y de su conciencia, deseando agradar a Dios hasta donde le sea posible».[6]​ Puesto que Dios quiere la salvación de todos los hombres sin excepción, pero la mayor parte de la humanidad no pertenece al cuerpo de la Iglesia, Jean-Joseph Gaume concluía que el saber cómo en ciertos casos particulares los medios de salvación son aplicables y aplicados, es una incógnita. Y añadía que en dogma, no menos que en geometría, despejada o sin despejar, existe también la incógnita.[7]

Las doctrinas de los clérigos Jansenio y Quesnel, que propugnaron en los siglos XVII y XVIII una interpretación extremadamente rigorista del dogma «Extra Ecclesiam nulla salus», negando incluso que Dios otorgara su gracia fuera de la Iglesia, fueron condenadas por sucesivos papas. Una interpretación similar fue retomada en el siglo XX por Leonard Feeney, quien llegó a ser excomulgado por la Santa Sede.[8]

En el extremo opuesto, algunos católicos difundieron a principios del siglo XX que todas las religiones son verdaderas por razón de la doctrina de la experiencia, ligada a la del simbolismo. Estos planteamientos fueron condenados como heréticos por el papa San Pío X, que los definió como «modernismo» en su encíclica Pascendi (1907).[9]​ Esta condena venía a subrayar nuevamente la de Pío IX en su célebre Syllabus, donde el pontífice enseñó que era errónea la proposición que sostenía que «en el culto de cualquiera religión pueden los hombres hallar el camino de la salud eterna y conseguir la eterna salvación», así como otras similares que daban lugar al indiferentismo religioso.[10]

El Catecismo de San Pío X, nn. 170-172, expresó de este modo el dogma Extra Ecclesiam nulla salus:

- No, señor; fuera de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, nadie puede salvarse, como nadie pudo salvarse del diluvio fuera del Arca de Noé, que era figura de esta Iglesia.

171.- ¿Cómo, pues, se salvaron los antiguos Patriarcas y Profetas y todos los otros justos del Antiguo Testamento?
- Todos los justos del Antiguo Testamento se salvaron en virtud de la fe que tenían en Cristo futuro, mediante la cual ya pertenecían espiritualmente a esta Iglesia.

172.- ¿Podría salvarse quien sin culpa se hallase fuera de la Iglesia?

La interpretación actual de la Iglesia sobre el significado y alcance de la frase está expresada en el Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 846-848, como sigue: "Fuera de la Iglesia no hay salvación"

El santo Sínodo... basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella (LG 14).

847 Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia:
Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (LG 16; cf DS 3866-3872).



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