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Facturas



Facturas es el nombre genérico con el cual se denomina en Argentina a la variedad de masas y piezas de panadería dulce introducidas por la inmigración europea que se instaló en la región del Río de la Plata, y que con el tiempo fueron adaptadas al gusto de la región. En Uruguay se elaboran panificados similares conocidos como bizcochos.

El término "factura" viene del latín facere,[1]​ que significa hacer o crear. Argentina es el único país que llama a sus pasteles "facturas", pues el gremio de pasteleros usó la palabra como forma ingeniosa de llamar la atención sobre el valor de su trabajo.

A principios del siglo XX, entre los inmigrantes de la región se encontraban panaderos europeos de filiación anarquistas o comunista, con lo cual cierto tipo de facturas y masas recibió nombres que se burlan de las instituciones políticas, económicas y religiosas, como por ejemplo: vigilantes (similares a las medialunas pero rectos y con crema pastelera y/o dulce de membrillo), cañoncitos, suspiros de monja y bolas de fraile. Hoy forman parte de los bocados recurrentes de la gastronomía de Argentina, Paraguay y la Uruguay. Suelen consumirse como desayuno o merienda, y son un acompañamento común para el mate, mate cocido, o café con leche.

Las facturas más populares son las medialunas (similares al croissant francés, pueden ser "de manteca" o "de grasa", las últimas más delgadas que las primeras). Las demás variedades incluyen las tortitas negras, vigilantes, cañoncitos de dulce de leche, entre otras. Algunas panaderías incluyen entre su variedad de facturas a las palmeritas, churros o bolas de fraile, siendo estas dos últimas pertenecientes a una variedad llamada "fruta de sartén".[2]​ La diferencia entre estas variedades se encuentra en la cocción, ya que todas las facturas se hornean, mientras que las frutas de sartén, tal como se indica en su nombre, son elaboraciones culinarias de fritura en aceite hirviendo.

Según la variedad a la masa se le agregan rellenos y coberturas de dulce de leche, dulce de membrillo, dulce de batata, crema pastelera, azúcar impalpable, azúcar negra, almíbar, etc. Las panaderías argentinas exhiben las facturas en un lugar privilegiado y separado de los otros panificados. Las facturas no se venden por kilo sino por unidad, media docena, o docena. Comprar por unidad puede redundar en un leve aumento de precio.

En 1887 se creó por iniciativa del anarquista italiano Ettore Mattei la llamada Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos en la Ciudad de Buenos Aires. Al año siguiente, panaderos organizados por el anarquista Errico Malatesta decidieron protestar, dejando de trabajar y colocándole nombres irónicos a sus productos de panadería. Esto se debe a que los anarquistas siguen una filosofía política y social que llama a la oposición y abolición del Estado entendido como gobierno y, por extensión, de toda autoridad, jerarquía o control social. Es por ello que a finales del siglo XIX, panaderos anarquistas y comunistas se burlaron de diferentes instituciones como la policía, el ejército y la Iglesia Católica, nombrando a sus productos de panadería y repostería con nombres tales como: vigilantes, cañoncitos, bombas, los suspiros de monja, sacramento, bolas de fraile, etc.[3][4][5]​ El objetivo era ironizar a los diversos estamentos de poder en la sociedad argentina.[6]

Factura con dulce de membrillo

Variedad de estilos de facturas

Otros estilos de facturas

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