Francisco de Chaves el almagrista (España, ? – Perú, 1542) fue un conquistador español que actuó en la conquista del Perú, el descubrimiento de Chile y en las primera fase de la guerra civil entre los conquistadores del Perú. Fue uno de los principales oficiales del bando almagrista, al servicio de Diego de Almagro y luego de su hijo Diego de Almagro el Mozo. Se le apodó «el almagrista» para distinguirlo de otro conquistador de igual nombre, apodado «el pizarrista», que según la versión del Inca Garcilaso de la Vega, sería su primo-hermano.
Llegó al Perú en 1534, en la armadilla de Pedro de Alvarado, acompañando luego a Diego de Almagro en la expedición a Chile, donde tuvo una meritoria actuación, convirtiéndose pronto en un capitán de consulta y hombre de importancia entre los almagristas (1535). Reforzando al capitán Rodrigo de Salcedo, cooperó al castigo de los indios que en Tupiza mataron a varios españoles, y de los que en Jujuy luchaban contra los soldados de Salcedo. Desconcertó a los indios con la rapidez de sus caballos, dejándolos desbaratados. Continuó en la marcha junto con Almagro, concurriendo a todas las operaciones, combates y descubrimientos que ocurrieron en Chile, hasta que Almagro decidió a abandonar aquella conquista. Ya de regreso en el Perú, por orden de Almagro prendió a Hernando de Aldana y a otros tres españoles en una emboscada en Yucay, cerca del Cuzco. Tomada esta ciudad, se encargó de la custodia de los hermanos Hernando y Gonzalo Pizarro, presos en uno de los edificios del Cuzco. Capturó al capitán Perálvarez en otra emboscada que tendió en el Apurímac. Enseguida participó en la batalla del puente de Abancay, donde fue apresado el capitán pizarrista Alonso de Alvarado.
Posteriormente fue enviado por Almagro a Cochacajas para recoger a toda la gente que Alvarado había dejado allí acampada. De pasada quemó el pueblo de indios. Luego acompañó a Rodrigo Orgóñez a combatir a Manco Inca, que se hallaba refugiado en Vitcos. De vuelta en el Cuzco, acompañó a Almagro en su viaje a la costa y estuvo presente en la fundación de Chincha, siendo designado uno de sus regidores.
Cuando los almagristas decidieron subir a la sierra para ir en defensa del Cuzco, a Chaves se le dejó el mando de la retaguardia para que defendiera el paso de Huaytará (en el actual departamento de Huancavelica), pero no lo supo defender y dicho paso fue ganado por los pizarristas comandados por Hernando Pizarro. Chaves se atrajo entonces la ira de Rodrigo Orgóñez y las sospechas de haberse entendido con Pizarro, quedando dolido por tal acusación, que sin duda era falsa. En Vilcas (en el actual departamento de Ayacucho) se opuso al plan de retornar a la costa y recuperar Lima, prefiriendo volver al Cuzco. Finalmente, luchó en la batalla de las Salinas como capitán de jinetes y fue hecho prisionero (6 de abril de 1538).
Ya en Lima, Francisco Pizarro le ofreció darle repartimiento de indios, pero no aceptó. En respuesta, planeó con el resto de almagristas el asesinato del marqués-gobernador y compró armas. El día fijado para el asesinato anduvo a caballo por la Plaza Mayor con la consigna de ayudar a sus correligionarios. Consumado el crimen, los frailes mercedarios salieron en procesión con el Santísimo, pero Chaves irrespetuosamente los obligó a regresar.
Nombrado capitán de los rebeldes, en el consejo recomendó al principio que se apresaran a todos los pizarristas, pero luego cambió de parecer y aconsejó que se los tratara bien para así ganarlos a su favor. Pero pronto se desanimó de su bando por causa de una india que le reclamó Cristóbal de Sotelo, Teniente de Gobernador almagrista. Chaves respondió de manera arrogante y hasta desacatada, por lo que tuvo que intervenir Juan de Rada (el jefe virtual de los almagristas), quien le quitó la india. Chaves se dio por afrentado y fue donde Almagro el Mozo, a quien le entregó sus armas y caballo, diciéndole que se los devolvía, pues ya no quería servirle por haber sido ofendido gravemente, como antes lo había hecho su padre acusándole de traidor por lo de Huaytará, y que al igual que éste lo habría de pagar pronto (aludiendo así al ajusticiamiento de Almagro el Viejo). Se intentó calmarlo pero fue en vano, por lo que fue apresado y llevado a un navío.
Al siguiente día lo mandaron confesar pues sería ejecutado, pero él, sorprendido al principio, pues no esperaba tal sentencia, se negó a sacramentarse, diciendo «que dos sillas tenía, la una en el cielo y la otra en el infierno, y que ya la Potencia divina tenía determinado a cuál de aquellas partes había de ir». Otros afirman que dijo: «que pues así lo mataban sus propios amigos, que el diablo le llevase el ánima». Lo cierto fue que lo estrangularon en el barco y su cadáver fue arrojado al mar.
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