Francofilia es la filia hacia lo francés. De igual forma, francófilo es la persona que tiene una inclinación hacia ello. No debe confundirse con la francofonía (relativa al idioma) ni con el término gramatical galicismo o con el término político-religioso galicanismo.
La Primera Guerra Civil de Castilla (1366-1369) estalló cuando se estaba luchando la Guerra de los Cien Años. Uno de sus bandos se alió con Francia (el ganador, de Enrique II -Casa de Trastámara-) y el otro con Inglaterra (el perdedor, de Pedro I -Casa de Borgoña-), dilucidándose la contienda en la batalla de Montiel (1369, con la decisiva intervención de Bertrand Du Guesclin -ni quito ni pongo rey, sólo ayudó a mi señor-). En el periodo posterior, varios autores castellanos alaban al país galo, sus gentes y su cultura. Destaca entre ellos Gutierre Díez de Games, autor de El Victorial (h. 1453), biografía del militar y marino Pero Niño (1378–1453), junto a quien sirvió como alférez. En el transcurso de las campañas atlánticas en que ambos participaron, tuvieron ocasión de conocer de cerca Francia, y en especial la vida cortesana de Sérifontaine (en el Vexin francés) y París. Dice Díez de Games:
Según Victoria Cirlot, esta idealización se debe a que, en la primera mitad del siglo XV, "Francia es desde la mirada española el espacio de lo maravilloso".
Tras la Guerra de Sucesión Española, y a través de la nueva dinastía borbónica entronizada, Francia influyó notablemente en la política y la cultura españolas. Este influjo se apreció en diversos ámbitos, como la organización del Estado, la ciencia, el arte y la literatura. Un ejemplo de ello es la creación de las Reales Academias, inspiradas en sus homólogas francesas.
En muchas obras de escritores ilustrados españoles del siglo XVIII se nota el peso del racionalismo de origen francés. Uno de los más sobresalientes de ellos fue Benito Jerónimo Feijoo, quien mostró explícitamente su admiración por el país vecino y su cultura:
Asimismo, Feijoo era un entusiasta de la amistad franco-española sobre la base de la común dinastía reinante entonces:
En dicho siglo, el influjo francés llegó también a la América hispana, gracias sobre todo a Virreyes como Manuel de Oms y Manuel Amat. Estos, entre otras cosas, impulsaron un urbanismo, arquitectura y arte racionalistas de clara inspiración francesa.
Durante la Guerra de Independencia Española (1808–1814) se empleó el término afrancesado como contraposición a lo castizo. Los afrancesados eran identificados habitualmente con los ilustrados, y se oponían a los denominados patriotas, quienes en las Cortes de Cádiz se dividían a su vez en absolutistas y liberales.
Durante la Primera Guerra Mundial (1914–1918), en España (país neutral en dicho conflicto) se llamó aliadófilos a los partidarios de los aliados (Francia y el Reino Unido, y por tanto, francófilos y anglófilos respectivamente), como oposición a los germanófilos (adeptos a Alemania, país que lideraba el bando bélico de los Imperios Centrales).
Durante los siglos XVIII y XIX, la francofilia era parte importante de la vida del Imperio ruso. La francofilia en Rusia influyó mucho en literatura. Las dos más famosas obras de Tolstói, Guerra y Paz y Anna Karénina, lo demuestran. Varios personajes tienen nombres franceses y, a veces, hablan francés uno a otro.
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