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Frontera portuguesa



La frontera terrestre entre España y Portugal, coloquialmente llamada La Raya, o A Raia en portugués y gallego, es una frontera de 1214 km de longitud, la más larga entre dos países de la Unión Europea, constituida a través de los siglos, a partir de los tratados de Zamora de 1143, Badajoz de 1267 y Alcañices de 1297, pactos que delimitaron, en lo esencial, la frontera tal y como la conocemos en nuestros días. Aunque será con la firma del tratado de Lisboa de 1864, complementado por el Acuerdo de Límites de 1926, cuando se llegue al trazado actual.

En un concepto más amplio, La Raya también se refiere al espacio geográfico próximo a esta frontera, donde las poblaciones portuguesas y españolas, separadas por una frontera política, comparten de alguna manera elementos históricos, culturales o económicos. Así, estas poblaciones son calificadas como rayanas.

A lo largo de su recorrido atraviesa las cuencas hidrográficas del Miño, Limia, Duero, Tajo y Guadiana, existiendo números casos en los que los ríos han sido utilizados para marcar la frontera entre ambos países. Es el caso del Miño en Pontevedra, del Manzanas en Zamora, del Turones en Salamanca, del Duero en Zamora y Salamanca, del Erges y el Tajo en Cáceres, del Ardila en Badajoz, del Guadiana en Badajoz y Huelva o del Chanza en Huelva.[1]​ El conjunto de estos tramos fluviales internacionales suma unos 400 km lineales de frontera entre España y Portugal.[2]

Provincias españolas junto a La Raya, de norte a sur:

Distritos portugueses junto a La Raya, de norte a sur:

La frontera hispano-lusa, con más de siete siglos de historia, es la frontera más antigua de Europa, además de una de las más extensas. Esta frontera, popularmente conocida como La Raya, tiene su origen en el proceso de creación del Reino de Portugal, surgido de las aspiraciones de poder de los condes portucalenses en el marco de la crisis política existente tras la muerte de Alfonso VI de León (1109). El proceso de creación del nuevo reino comenzó a tomar forma definitiva el 24 de junio de 1128, fecha en que Alfonso Henriques asumió la titularidad del condado Portucalense tras derrotar a los partidarios de su propia madre en la batalla de San Mamede. La ambición de poder de este noble se puso nuevamente en evidencia el 25 de julio de 1139, cuando se autoproclamó rey de Portugal tras la victoria de batalla de Ourique, hecho que contó con el reconocimiento de Alfonso VII de León del 5 de octubre de 1143, con la firma del Tratado de Zamora, en un contexto político en el que el monarca leonés asumía una teórica potestad superior al ser calificado como emperador. Sin embargo, el reconocimiento papal del título de rey a Alfonso Enriques no llegó hasta el 1179.[3][4]

Los distintos reinos peninsulares se encontraban en una situación de continuas luchas, derivadas de la necesidad de ocupar y mantener una posición hegemónica. El nuevo reino de Portugal, con Alfonso I al frente, comenzó a expandir sus dominios hacia el norte, sur y este de la península ibérica. En este afán, incorporó las regiones de Trás-os-Montes y Beira Interior, territorios que estaban en una situación de autarquía al este de sus dominios. Para consolidar estos, y otros territorios, creó una red de villas reales que fortificó y dotó de fueros, condiciones ventajosas con las que rápidamente alcanzaron una mayor población que el de las preexistentes aldeas.[5]​ La frontera norte con Galicia se fijó en la línea imaginaria que forma el Miño y el Limia y fue el resultado de múltiples conflictos y ocupaciones militares que terminaron en 1169 cuando Alfonso Henriques fue apresado por Fernando II de León en Badajoz. Como consecuencia de este apresamiento, el rey portugués se vio obligado a ceder definitivamente Tuy, las tierras de Toroño y de Comarca de La Limia, terminando de esta manera con décadas de continuos enfrentamientos militares en la frontera luso-gallega.[6][7][8]

Ambos reinos se irán extendiendo durante los siguientes años hacia el sur. Al principio sin un establecimiento claro de los límites entre las conquistas que correspondían a cada reino, hasta que en 1267 Alfonso X de Castilla y de León y Alfonso III de Portugal firman el Tratado de Badajoz en el que delimitan la frontera entre ambos reinos.

Con independencia de las fechas anteriores, hay que tener en cuenta que el concepto medieval de frontera no tiene nada que ver con el concepto político y estable que delimita en la actualidad dos estados. En la Edad Media la frontera es una amplia zona de terreno de nadie, generalmente móvil e insegura por las frecuentes guerras que además solía estar despoblada, pero también es una franja en la que hay una mayores libertades, oportunidades e intercambios culturales. Este enfoque conceptual también es aplicable a la frontera hispano-lusa, al menos hasta el tratado de Alcañices de 12 de septiembre de 1297 cuando, tras un período pacífico de treinta años, el rey Dionisio I de Portugal aprovecha la debilidad de la Corona de Castilla y obliga a la regente María de Molina a firmar el tratado que delimita las fronteras entre los reinos de León y Portugal (donde se traspasó la localidad de Olivenza a dominio portugués) y deja fijada la frontera en líneas generales. Esta situación fue consecuencia de la debilidad hacia una agresión externa y de las tensiones internas ante la disputa con el infante Juan de Castilla el de Tarifa por el trono frente a su sobrino Fernando IV. Portugal recibía los territorios que un año antes había ocupado Dionisio I de Portugal en Riba-Côa (Sabugal, Alfaiates, Vilar Maior, Castelo Bom, Almeida, Castelo Rodrigo y Castelo Melhor) y San Felices de los Gallegos, esta última actualmente en territorio español desde 1327.[9][10]

La modificación más controvertida de la frontera entre ambos países ocurre tras la Guerra de las Naranjas, en el que por el Tratado de Badajoz de 1801 España obtiene "de facto" el territorio portugués de Olivenza, situación que el estado portugués considera inválida. Su argumento se basa en la ratificación del tratado del Congreso de Viena (1815) por España el 7 de mayo de 1817, donde establecía en su art. 105 que los reinos de España y Portugal debían reunirse lo antes posible para traspasar definitivamente el territorio de Olivenza a dominio portugués. La situación especial del Coto Mixto se resolvió mediante el Tratado de Lisboa de 1864, en el que no se planteó la frontera que comprendía los municipios de Olivenza y Táliga. La situación en la actualidad sobre la cuestión territorial de los municipios de Olivenza y Táliga sigue presente en la sociedad portuguesa, siendo su manifestación que algunos mapas geográficos de Portugal no señalan como definida esta parte de frontera.

La secuencia de enfrentamientos bélicos con Portugal se inició en el 1247 y se extendió hasta el 1801, siendo especialmente virulentos durante la Restauración de la Independencia de Portugal (1640-1668) y la Guerra de sucesión española (1703-1714), en los que se devastó y depobló amplias zonas de la frontera. Los conflictos froterizos más frecuentes han tenido frecuentemente su origen en disputas territoriales que, de forma genérica, han sido denominados «contiendas», como la «contienda de Moura»[11]​ y la «contienda de Olivenza»,[12]​ o «reyertas», como las de «Valencia del Mombuey o Valencita la quemada», la de «Villanueva del Fresno»”, la de «Alconchel» o la de «Barcarrota».[13]

La Raya es uno de los principales destinos para la observación de la naturaleza y en especial de las aves (birding), dada la enorme riqueza ornitológica de este territorio. En este vasto espacio se localizan espacios naturales protegidos como el parque natural de Baja Limia y Sierra de O Xurés, el parque nacional de Peneda-Gerês, el Parque natural de Montesinho, la sierra de la Culebra, Arribes del Duero y el parque natural del Duero Internacional, entre otros.



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