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Frutos de la educación



Frutos de la educación es una comedia del escritor peruano Felipe Pardo y Aliaga, en tres actos y en verso, que subió a escena en Lima, el 6 de agosto de 1830, presentada por la compañía de José María Rodríguez, de la que formaban parte, entre otros, Carmen Aguilar y Concepción Rivas. Esta obra marcó el inicio del teatro nacional peruano.

En esta obra el escritor peruano satiriza con mucha donosura la deficiente formación, tanto moral como cultural, de los criollos peruanos, un tema especialmente sensible entonces, cuando hacia poco el Perú se había independizado de España y necesitaba contar con personal idóneo para la conducción de la República. Al mismo tiempo ridiculiza la zamacueca, un baile entonces muy en boga, al que considera demasiado lascivo y propio de la gente de la más baja ralea. [1]

Don Feliciano, su esposa doña Juana y la hija soltera de ambos, Pepita, conforman una típica familia de clase alta de Lima, pero sin mayores luces. Don Feliciano, en vista de haber dispuesto de los bienes de su sobrino Bernardo, propone a su esposa doña Juana, casar a Pepita con el dichoso sobrino, a fin de salir de los aprietos en que encuentra. Doña Juana acepta . Pero don Manuel, hermano de la abnegada madre, trae una noticia singular: El inglés don Eduardo, rico comerciante, está prendado de los encantos de Pepita y la quiere para esposa. Sin muchos rodeos, y presente el atildado galán, se acuerda el matrimonio. Madre e hija se cotizan muy alto y suben los bonos de sus sueños. Asisten al sarao de una marquesa amiga; y en ella, doña Pepita luce sus cualidades de eximia bailarina, zapateando a los delirantes acordes de una zamacueca. Este hecho lesiona profundamente el afecto de don Eduardo, quien rompe el formal compromiso. Don Feliciano apela a su perdida esperanza: Bernardito. Llega Perico, un negro bozal, y le entrega una carta. Es de Bernardo. Dice que se va y que pronto le iniciará juicio para la restitución de sus bienes. Termina Perico diciéndole “¡oh desastre!” que el tal Bernardito tiene por amante una mulata y en ella varios hijos, algo que en aquella época era muy mal visto. Lloran las dos mujeres que son consoladas por don Manuel.

El título de la obra se puede entender como las malas consecuencias de una educación descuidada, tanto en los varones como en las mujeres.[2]

Inmediatamente después de su estreno, el cura escritor José Joaquín de Larriva, desde el Mercurio Peruano atacó a Pardo, acusándole por haber ofendido a Lima, sus habitantes y su modo de ser. El comediógrafo se defendió con altura e hizo su profesión de fe dramática, pero Larriva siguió implacable con sus insultos en prosa y en verso y aplicó sobre su rival el apodo de “Bernardito”, es decir el nombre del mismo petimetre de su comedia. Ingeniosamente, Larriva urdió una imaginaria segunda parte de Frutos de Educación, en que Bernardito viaja a España, razón única para que vuelva orondo de la ciencia adquirida con sólo cruzar el océano (alusión directa a Pardo, que acababa de llegar de España, donde había cursado sus estudios). Lleno de malicia Larriva dijo:

Ven, Bernardito, a abismar
al que estudió en el Perú
con lo que estudiaste tú
en el Atlántico Mar.

Ven, Bernardito, a enseñar
nuevas costumbres y usos
con tus talentos infusos
en el Atlántico mar.

Ven, Bernardo, a desterrar
añejas preocupaciones
con las que oíste lecciones
en el Atlántico mar.

La polémica derivó en el intercambio de gruesos insultos. Pero las críticas no arredraron a Pardo, quien escribió dos comedias más, aunque solo estrenó una de ellas: Don Leocadio o el Aniversario de Ayacucho, en 1833. De todos modos debió afectarle, pues si bien continuó dedicado a las tareas literarias a lo largo de casi tres décadas, no volvió a escribir ninguna comedia.




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