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Fungicida



Los fungicidas son sustancias que se emplean para eliminar o impedir el crecimiento de hongos y mohos perjudiciales para las plantas, o animales. [1]

Se aplican mediante rociado, pulverizado, por revestimiento, o por fumigación de locales. Para tratamientos de otros materiales como madera, papel o cuero se aplican mediante impregnación o tinción. Otra forma de administrarse, es a modo de medicamentos (ingeridos o aplicados), en tratamiento de enfermedades humanas o animales.

La mayoría de los fungicidas de uso agrícola se fumigan o espolvorean sobre las semillas, hojas o frutas para impedir la propagación de enfermedades (como la roya, el tizón, los mohos, el mildiu, oidio, botrytis, entre otros).[2]

Existen tres enfermedades graves causadas por hongos que hoy pueden ser combatidas por medio de fungicidas, son la roya del trigo, el tizón del maíz y la enfermedad de la patata provocada por el hongo Phytophthora infestans, que causó la hambruna de la década de 1840 en Irlanda.[3]

Los fungicidas se pueden clasificar según su modo de acción, composición y campo de aplicación.

Uno de los fungicidas más antiguos es el caldo bordelés, que actualmente sigue usándose. Este fungicida a base de cobre se inventó en 1880 en la región de Burdeos, Francia. Posteriormente, a principios del siglo XX se empezó a usar el ioduro potásico; entre la década de 1940 y principios de los años 1950 surgieron los tratamientos tópicos con acción fundamentalmente exfoliante y queratolítica y un débil poder antifúngico. En los años siguientes se desarrollaron los fungicidas de uso tópico y sistémico (tolnaftato, haloprogina, griseofulvina, imidazoles, inhibidores de la síntesis de pirimidinas y polienos). En la década de los 90 se incorporaron los triazoles, siendo el itraconazol el primer fungicida oral con actividad sobre un espectro amplio de hongos. En pleno siglo XXI las investigaciones continúan y periódicamente aparecen nuevos agentes como el voriconazol, la caspofungina, etc.[4]

Los fungicidas de hoy, mucho más variados que los de antaño, se emplean de un modo más selectivo, para combatir hongos específicos en plantas específicas. Otros fungicidas de uso común son los compuestos orgánicos de mercurio, eficaces en el tratamiento de las semillas antes de la siembra, y los ditiocarbamatos, compuestos que contienen azufre y se aplican en una gran variedad de cultivos, árboles y plantas ornamentales.

También hay fungicidas biológicos, como el aceite de nem, que se extrae del fruto del árbol de nem, y no son tóxicos para el hombre, tampoco para los animales y respeta a algunos insectos, ya que también es insecticida.[cita requerida] O la Trichoderma Harzianum aplicado en tratamientos foliares, en semillas y suelo.



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