Gregorio Fernández nació en Sarria.
Gregorio Fernández (Sarria, Lugo, abril de 1576 - Valladolid, 22 de enero de 1636) fue un escultor español del Barroco, máximo exponente de la escuela castellana de escultura. Heredero de la expresividad de Alonso Berruguete y Juan de Juni, supo reunir a estas influencias el clasicismo de Pompeyo Leoni y Juan de Arfe, de manera que su arte se liberó progresivamente del Manierismo imperante en su época hasta convertirse en uno de los paradigmas del Barroco español.
La colección más importante de su obra se encuentra en el Museo Nacional de Escultura, en Valladolid. Fernández trabajó para las cofradías vallisoletanas, y el museo cede, como un hecho museístico singular, importantes piezas de sus fondos a las cofradías durante la celebración de la Semana Santa.
Probablemente hijo de un escultor homónimo que vivió en Sarria al menos entre los años 1573 y 1583 y esculpió un San Lázaro para la parroquia del mismo nombre. Su madre contrajo nupcias dos veces, naciendo él de su primer matrimonio y del segundo su hermanastro Juan Álvarez, quien sería un ayudante muy destacado en su taller.
Se trasladó a Valladolid hacia 1600 o 1601 con unos 24 años de edad y práctica en el oficio, entrando en el taller de Francisco del Rincón que era por entonces el escultor más prestigioso de la capital castellana. Aquel taller estaba en la Puentecilla de Zurradores (hoy calle Panaderos). Llegó a ser oficial o asociado. En 1605 abre su propio taller. A la muerte del maestro (16 de agosto de 1608) Fernández tuteló y enseñó el oficio a su hijo mayor, Manuel de Rincón.
Se casó con María Pérez Palencia, madrileña, en 1605. Ese mismo año nació Gregorio, su primer hijo, bautizado el 6 de noviembre de 1605, que fallecería a los cinco años de edad. En junio de 1606 vivía en la calle de Sacramento (hoy Paulina Harriet), de Valladolid. Bautizó a sus hijos en la Parroquia de San Ildefonso. En 1607 nació su hija Damiana, que contraería matrimonio sucesivamente con cuatro esposos, dos de los cuales fueron escultores del taller de Gregorio Fernández. En 1615 adquirió las casas donde había vivido Juan de Juni, por el que sintió gran admiración.
Asistió en su propia casa a infinidad de desvalidos y hambrientos. Famoso y prestigioso como escultor y venerado por su virtud, fue considerado en vida casi un santo. Antes de trabajar se postraba en profunda oración, ayunaba y se sometía a penitencia. Este misticismo se guiaba por los mismos principios de Bernini o Martínez Montañés; esculpir una imagen religiosa era un compromiso de fe.
Sufrió serios y recurrentes problemas de salud desde 1624 hasta que falleció, el martes 22 de enero de 1636. Fue sepultado en el Convento del Carmen Calzado, frente al que vivía y para el que había trabajado, que ocupaba el terreno donde hoy se ubica el antiguo Hospital Militar.
Según Floranes (citado en FJ Juárez, 2008), al abrirse la tumba en 1721 para sepultar a sus nuevos propietarios, el cuerpo del escultor estaba entero. La sepultura se ubicaba a la entrada del templo: «En el cuerpo de la iglesia junta a la pila del agua bendita, baxo de una lossa, yace aquel gran varon estatuario Gregorio Hernández, gallego de nación, especialissimo en su facultad, como lo publican tantas hechuras de sus manos como están repartidas en Valladolid y otras provincias».
De origen gallego, se instaló en Valladolid, que era entonces la Corte de los reyes de España, entre 1601 y 1606. Tuvo un gran taller con muchos aprendices y colaboradores. Entre ellos, Agustín Castaño (f. 1621), Mateo de Prado, Pedro Jiménez, Pedro Zaldívar, Luis Fernández de la Vega, Francisco Fermín, su hermanastro Juan Álvarez y sus yernos Miguel de Elizalde y Juan Francisco de Iribarne. Era muy conocido y apreciado por todo el norte de España, incluso en regiones más alejadas como Extremadura, Galicia, Asturias y el País Vasco.
Da preferencia a la mística sobre la estética, buscando transmitir mucho más dolor y sufrimiento que sensualidad. En su obra prima la espiritualidad y el dramatismo, casi siempre recogido, sobre cualquier otro sentimiento. Elige colores y composiciones de gran naturalidad y detalle anatómico. El tormento a que han sido sometidos sus personajes se manifiesta en todos sus detalles, con profusión de sangre y de lágrimas, que resbalan sobre el relieve corporal con gran credibilidad. Su realismo, un tanto recio pero no vulgar ni morboso, se aprecia en la honda expresión de los rostros, en la forma de destacar las partes más significativas y en los elementos que añade (postizos) para aumentar la sensación de autenticidad. Utiliza en ocasiones ojos de cristal, uñas y dientes de marfil, coágulos de sangre simulados con corcho, o gotas de sudor y lágrimas de resina. Sin embargo, se muestra refinado en el tratamiento anatómico, en la sencillez de sus composiciones y en la contención de los gestos. Es muy característica su forma esquemática de tratar el drapeado de las vestiduras, con pliegues rígidos, puntiagudos y acartonados («plegado metálico»).
Fue el creador de modelos fundamentales de la imaginería barroca española, como los Cristos yacentes, las piedades o los crucificados.
También fue decisiva su aportación al campo del retablo, creando excelentes conjuntos escultóricos que se alejan de la estética escurialense para acercarse al Barroco pleno. Se trata de uno de los mejores representantes, si no del más importante, de la destacada escuela castellana de escultura. Fue también un gran exponente del espíritu que imperaba en la Contrarreforma que tan profundamente se vivía en España.
Gregorio Fernández trabajó estrechamente con las cofradías vallisoletanas desde su instalación en Valladolid como capital de la Corte hasta su muerte, siguiendo los trabajos de Francisco del Rincón, al que muchos consideran su maestro.
Fernández recogió un tema iconográfico ya presente en la escultura medieval y renacentista (con ejemplos sobresalientes como los de Gaspar Becerra) y le dio un nuevo tratamiento, más verista y patético, que alcanzó gran difusión y fama, convirtiéndose en uno de sus temas favoritos y uno de los paradigmas de la plástica barroca en España. Entre las muchas versiones que realizó, y que fueron repetidas por discípulos y seguidores, destacan:
Valladolid además cuenta con otros tres yacentes considerados generalmente de autoría de Fernández: el del convento de Santa Catalina (poco conocido debido a que abre sus puertas únicamente en Jueves Santo); el del convento de Santa Isabel de Hungría (que asimismo sólo se exhibe al público en la iglesia en Jueves Santo) y otro, de tamaño algo inferior al natural, fechado hacia 1627 y que fue encargado para un altar de una de las capillas laterales de la iglesia de san Pablo.
Otros yacentes, que repiten con algunas variantes estos modelos, son el de la Catedral de Segovia, el del convento de Santa Clara de Lerma y el de la misma Orden en Medina de Pomar (Burgos), el del convento de los Capuchinos de El Pardo (Madrid), el del convento de las Franciscanas Descalzas de Monforte de Lemos (Lugo) o el de la Catedral de Astorga (León). La repetición del motivo para lugares tan dispares demuestra la enorme fama que adquirió esta iconografía; la demanda obligó a que algunas de estas tallas fueran ultimadas por su taller o repetidas posteriormente por seguidores y discípulos de Fernández.
Otra de las iconografías que Gregorio Fernández cultivó con gran éxito fue el tema de la Piedad, es decir, Cristo bajado de la cruz en el regazo de su madre. Con antecedentes en la escultura castellana manierista, como las realizadas por Francisco del Rincón o el mismo Juni, Fernández humaniza a la vez que vuelve más monumental el conjunto, insistiendo en la gestualidad un poco teatral de María, los ricos plegados de los mantos, y la correcta anatomía de Cristo. Entre las diferentes versiones, destacan:
Otras obras de Gregorio Fernández son las siguientes:
La aportación de Gregorio Fernández al desarrollo de la retablística barroca en España fue esencial. Contó para la realización de estas grandes y complejas obras con la colaboración de otros artistas, como Juan y Cristóbal Velázquez, entalladores vallisoletanos, y una numerosa pléyade de pintores y doradores de gran valía que trabajaban estrechamente con el maestro.
Sus retablos siguen una ordenación clara, de reminiscencias escurialenses, pero ganando protagonismo los relieves y figuras exentas en detrimento del diseño arquitectónico. Las figuras destacan poderosamentes del marco, por medio de sus gestos, sus dimensiones o por romper ese mismo marco en ocasiones. Las ricas policromías y los dorados aumentan la sensación de verdad idealizada que transmiten las esculturas de Fernández. Algunos de los ejemplares más destacados en este campo son:
Escribe un comentario o lo que quieras sobre Gregorio Fernández (directo, no tienes que registrarte)
Comentarios
(de más nuevos a más antiguos)