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Historicidad



Historicidad ("cualidad de histórico", particularmente en el sentido de "averiguado, comprobado, cierto, por contraposición a fabuloso o legendario")[1]​ es la autenticidad[2]​ y factualidad histórica de artefactos, personajes y acontecimientos, aparezcan o no en el registro histórico; por oposición a aquellos que, a pesar de sí figurar en dicho registro, no tuvieron existencia real, y por tanto no exceden de las categorías de mito, leyenda, fábula o ficción, cuando no de falsificación.

El deslindamiento de estos ámbitos no es algo definitivo, sino provisional (como de hecho es cualquier otro campo de la ciencia): ciertos mitos y leyendas han demostrado tener algún tipo de base histórica (Troya), mientras que ciertos textos o artefactos tenidos en algún momento por históricos se han probado fraudes o mixtificaciones (plomos del Sacromonte, hombre de Piltdown, piedras de Ica).[3][4]

El establecimiento de la "verdad histórica" no es en sí el objeto de la ciencia histórica, que se ocupa de estudiar documentos; de un documento falso puede obtenerse tanta o más información que de uno verdadero (aunque, obviamente, sí que compete a la ciencia histórica realizar el estudio crítico de los documentos y establecer la fuente documental).[5]​ Según Johan Huizinga, para el estudio de una sociedad cobra el valor de una verdad la ilusión en que viven sus contemporáneos.[6]​ Los estudios sobre el nacionalismo y los procesos de construcción nacional han puesto de manifiesto la importancia de las "tradiciones inventadas" y las "comunidades imaginadas".[7]

Algunos teóricos caracterizan la historicidad como una dimensión de todo fenómeno natural que tenga lugar en el espacio y el tiempo. Otros la caracterizan como un atributo reservado a ciertos fenómenos humanos, de forma coincidente con la práctica de la historiografía.[8]​ Para Herbert Marcuse, historicidad es lo que "define la historia y así la distingue de la 'naturaleza' o la 'economía'" y "denota el significado que entendemos cuando decimos de algo que es 'histórico'".[9]​ Para Wilhelm Dilthey la historicidad identifica a los seres humanos como seres históricos únicos y concretos.[10][11]

Lo que toca a la historicidad no son simplemente las cuestiones acerca de "qué pasó realmente", sino cómo los observadores posteriores pueden llegar a ese conocimiento.[12]​ Esto último está estrechamente vinculado a la práctica de la investigación histórica y a la metodología de la historia, a través del análisis de la fiabilidad de las fuentes primarias y otras evidencias. Dado que hay discrepancias metodológicas entre los historiadores, no es posible recucir la historicidad a una estructura simple que pueda ser representada de forma evidente para todos. Para algunos enfoques metodológicos (como el historicismo), la historicidad puede estar sujeta a construcciones de la historia basadas en submerged value commitments.[13][14][15]

La cuestión de la historicidad es particularmente relevante para cuestiones literarias (por ejemplo, la historicidad de la Iliada) y religiosas (en las que value commitments pueden influenciar la elección de la metodología de investigación).[14]

Para Hans-Georg Gadamer los textos son los instrumentos de comunicación que ligan las culturas, incluso la del historiador que es quien interpreta, a través de estos instrumentos se da el diálogo en el tiempo, en el marco de una ciencia del espíritu, es decir desde la historicidad individual. A través de la Historia es que el ser humano puede llegar a comprenderse a sí mismo. Por ello Gadamer plantea que lo más importante no es encontrar la estructura histórica, como la época, sino comprender nuestro presente; lo que se conserva del pasado tiene un significado propio, y por tanto, es la realización de la tradición en la cotidianidad que tiene como función formular preguntas acerca de lo que hemos llegado a ser y cuyas respuestas nos permiten esbozar el futuro. No es solo que la tradición histórica y el orden de vida natural formen la unidad del mundo en que vivimos como hombres; el modo como nos experimentamos unos a otros, como experimentamos las tradiciones históricas, las condiciones naturales de nuestra existencia y de nuestro mundo forma un auténtico universo hermenéutico con respecto al cual nosotros no estamos encerrados entre barreras inseparables sino abiertos a él.[16]

Hume dice que la idea es comprender el fenómeno mismo en su concreción histórica y única. El objetivo no es generalizar sino comprender cómo es tal hombre, tal pueblo, tal estado , qué se ha hecho de él , o formulado muy generalmente, cómo ha podido ocurrir que sea así.

La formación es como un elemento del espíritu que no obliga a vincularse a la filosofía hegeliana del espíritu absoluto, del mismo modo que la percepción de la historicidad de la conciencia no vincula tampoco a su propia filosofía de la historia del mundo. La consideración atenta, el estudio concienzudo de una tradición no pueden pasarse sin una ( receptividad para lo distinto, de la obra de arte o del pasado. Y esto es precisamente lo que, Hegel había destacado como una característica general de la formación, este mantenerse abierto hacia lo otro , hacia puntos de vista distintos y más generales. Entonces la formación comprende un sentido más general de la mesura y la distancia respecto a sí mismos, y en esta medida un elevarse por encima de sí mismo hacia la generalidad. Solo en la estética gana su verdadera acuñación el para nosotros ya familiar concepto de la concepción del mundo, que aparece en Hegel por primera vez en la Fenomenología del espíritu para caracterizar la expansión de la experiencia moral básica a una ordenación moral del mundo mismo, preconizada como postulado por Kant.

Bajo esta postura de Gadamer son las ciencias del espíritu en su conjunto las que tienen que permitirnos hallar una respuesta a la verdad, la su tarea de estas no es cancelar la multiplicidad de las experiencias, ni de las conciencia estética ni las de la histórica, ni de la conciencia religiosa ni las de la política, sino que tratan de comprender, esto es , reconocerse en su verdad.

La reconstrucción del mundo al que pertenece, la reconstrucción del estado originario que había estado en la intención del artista creado por la ejecución en el estilo original, todos estos medios de reconstrucción histórica tendrían entonces derecho a pretender para sí que sólo ellos hacen comprensible el verdadero significado de la obra de arte y que sólo ellos están en condiciones de protegerla frente a malentendidos y falsas actualizaciones. Según Schleiermacher, el saber histórico abre el camino que permite suplir lo perdido y reconstruir la tradición, pues nos devuelve lo ocasional y originario. El esfuerzo hermenéutico se orienta hacia la recuperación del punto de conexión con el espíritu del artista, que es el que hará enteramente comprensible el significado de una obra de arte; en esto procede igual que frente a todas las demás clases de textos, intentando reproducir lo que fue la producción original de su autor.

16. Gadamer,Hans Georg,(1993).Verdad y Método. Fundamentos de una Hermenéutica. Ediciones Sígueme.Salamanca.



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